Hilanderas de la memoria colectiva

Hilanderas de la memoria colectiva

Verano de los años 50 en la comarca leonesa de La Bañeza. Los pueblos aún contaban; contaban la memoria colectiva y se contaban en miles de habitantes. Las mujeres entretejieron un saber tradicional que se ha ido transmitiendo de generación en generación, hilando una historia que internet y centros culturales como el MUSAC aún preservan…

03/07/2019

 

Fotografía: MUSAC.

El río Duerna perfila el valle leonés de Destriana de la Valduerna. Su agua hila el paisaje de trigales que tiñen el cielo de un color luminiscente. Como todos los sábados, Rogelia, Angelines, Pilar y Dora dejan flotar sus cuerpos y sus mentes en el único momento de asueto de la semana. La antigua moderna vida líquida.

Ay de mí, que no puedo, que si pudiera…
Ay de mí, que no puedo, que si pudiera
a las descoloridas colores llevar,
a las descoloridas colores llevar.

Las canciones populares se revisten de mantras que se repiten para celebrar alegrías y sobrellevar durezas a partes iguales. El filandón es otro de esos paréntesis entre el trabajo en el campo, el de la casa y los cuidados. Así, con la excusa de filar —hilar— la lana, se generaba un espacio de intercambio y de construcción social que cohesionaba el entorno.

Cuando los pueblos se organizaban en concejos, y reuniones a las que rara vez acudían las mujeres, los lugares públicos estaban ampliamente masculinizados. Los labios se descosían para hilar y cardar.

Dora.-  Mira Lola, ella sí que tiene vida dura: sacando al crío adelante, yendo a la mina todos los días… No es trabajo para mujeres. Muy duro, muy duro, pero bueno… Que yo estuve hasta los 16 en casa de mi abuela, pero como valía para el campo vine a ayudar a mis padres. Iba bien temprano a segar. Mi padre segaba, mi madre hacía las gavillas y yo ataba los manojos. Así todo el día hasta la noche, que volvíamos a casa, mi madre hacía la cena y mi padre daba de comer a los animales. Llegábamos a las cinco de la mañana y merendábamos lo que hubiese: jamón, chorizo… Y de nuevo a segar los tres. Recuerdo ponerme en una esquina del campo para comprobar hasta dónde llegaba el agua. Ponía un pie en el surco y cuando se me mojaba al frío gritaba a mi padre que ya estaba listo. Así andaba yo, y mi hermano se metió de pastor a los 16…

Dicen que las pastoras
huelen a lana.
Pastorcilla es la mía
y huele a retama

Angelines.-  Yo tuve suerte y pude ir a la escuela hasta los 13. Ya luego tocó ir a ayudar a los padres. Recuerdo que, cuando mi madre volvía cansadísima, aún iba a echarle de comer a las vacas… No parecía terminar el día, no sé cómo éramos capaces.

Rogelia.- Es que hacíamos más que el marido y, además, lo de la casa. La casa era de la mujer y el campo, de los dos.

Pilar.-  Vivíamos muy dentro del pueblo. En mi familia teníamos una fábrica de gaseosas, y de aquella dejábamos la caja de gaseosas para luego ir a recogerlas vacías. Sabías dónde tenía las llaves la señora Paquita, la habitación donde guardaba la caja… entrabas y la cogías. Todas esas cosas de pueblo que ya no se pueden hacer a día de hoy. Todos trabajábamos en el negocio porque la labor era muy manual todavía, tardó mucho en llegar la maquinaria eléctrica. Lo de ir al agua o hilar eran actividades muy sociales, no se concebían de otra manera. Vivíamos todos con todos, todos a una.

Vengo de moler, morena
de los molinos de arriba.
Duermo con la molinera
Ole, ole, ole.
No me cobra la maquila,
que vengo de moler, morena

Rogelia.-  Y quien mejor hilaba, hilaba. Quien mejor cardase, cardaba. Y entre todas preparábamos con un huso lo que hiciese falta: calcetines, chaquetas… Eran tiempos en los que todo el pueblo, hasta los enemistados, se unía para sacar la vida adelante.

Dora, Angelines, Pilar y Rogelia cardaban, torcían, hilaban y tejían. Esta actividad ha quedado relegada por la industrialización, pero ha hibridado en otros contextos dentro del entorno rural. Ahora, en Destriana se reúnen en las antiguas escuelas dos días por semana, en la misa semanal, en la piscina municipal o en los bancos de la calle. La cuestión es seguir pendientes de un hilo que las mantenga unidas a su identidad.

 


Este relato de filandón ha sido compuesto al hilo de la exposición ‘Las filanderas: acciones para activar el espacio público’, expuesta en febrero de 2018 el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (MUSAC). Los textos son extractos del vídeo-ensayo resultante de la artista Estíbaliz Sábada y del relato recogido por la asociación Pelos Feministas.

 

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