#MeTooMx: mi tuit pudo más que la Justicia
Después de tres años, la autora denunció el acoso y hostigamiento que recibía de uno de sus jefes en el periódico mexicano Reforma. Fue despedida. Un año después, en pleno auge del #MeToo en México, un tuit que escribió explicando lo que había vivido supuso el despido de su acosador. Aquí nos relata su historia.
Por lo regular, como periodista, respeto las fechas de entrega de mis textos. Quizás tarde uno o dos días con trabajos excepcionales, pero no semanas, como sucedió con esta pieza. Y es que ésta no es una historia fácil para mí. No es que reportear la hambruna en Kenia (2011), una crisis post sismo en Nepal (2015) o una isla devastada por un tifón en Filipinas (2013) lo hayan sido. Todos los eventos que he escrito y cubierto como editora y periodista de temas internacionales me han marcado. Sin embargo, ninguno me había causado un quiebre tan profundo en mi vida personal y profesional como lo hizo el hostigamiento sexual que viví dentro del mismo lugar en el que trabajé durante 10 años. A veces el peligro no está ni del otro lado del mundo; está ahí, junto a ti, en tu casa, tu trabajo o tu familia. Con los “tuyos”; los que “quieres” y “te quieren”.
Durante una década, el periódico Reforma fue mi segunda casa. Ahí aprendí, crecí y me formé como periodista internacional, siempre acompañada por grandes maestrxs y colegas, y por esa adictiva dosis de adrenalina que te inyectan la nota diaria, los cierres de edición hasta la media noche, los breaking news, las coberturas especiales y las misiones como reportera enviada a otros países. El periódico me dio la oportunidad de explorar el mundo y la complejidad de los seres humanos que lo habitamos desde la primera fila de la información (en el terreno y la redacción).
Como editora, leí miles de cables, noticias y reportajes. Redacté miles de textos que informaran, orientaran o ayudaran a entender a los lectores y lectoras cierto evento o problemática. Me enganché con cada entrevista, cada reportaje y cada crónica que escribí con mi firma. Conocí gente maravillosa, gente humilde (con poder y sin poder), resiliente y muy valiente. Gente que bailaba y cantaba pese a la hambruna, que sonreía pese a la muerte y que te compartía su dolor sin conocerte. A todas ellas las llevo conmigo todo el tiempo.
Tres años de hostigamiento sexual como editora
Toda esa experiencia e información, sin embargo, no me ayudaron a ver la violencia que vivía como mujer. Pude reportear con audacia hambrunas, tifones y sismos; coordinar coberturas internacionales intensas como la elección de Estados Unidos en 2016; debatir y jerarquizar miles de notas, y hacer decenas de infografías, mapas o numeralias (muchos de ellas sobre la violencia contra las mujeres en el mundo). Pero tardé tres años para darme cuenta de que mi jefe directo era mi hostigador sexual. Tardé tres años para darme cuenta del daño que me causaba, el sometimiento en el que me tenía y la violencia con la que me trataba. Tardé tres años para levantar la voz. ¿Por qué?
Al principio no sabía la respuesta, quizás aún no la tenga por completo, pero ahora lo veo más claro. La violencia contra las mujeres está normalizada en todas partes: en la casa, la familia, la calle, la escuela, el trabajo, las empresas y el Estado; en el deporte, la tele, el cine, la música, los periódicos, el lenguaje y la publicidad; en nuestras relaciones afectivas, en nuestra forma de enamorarnos, de relacionarnos con los hombres y de vivir nuestra sexualidad; en cómo nos vestimos, cómo nos peinamos, qué calzamos, cómo sonreímos y hasta el tono de voz que usamos. La violencia contra las mujeres está en todos lados.
Se llama sistema patriarcal y es una especie de apartheid impuesto desde hace siglos por el sexo masculino a escala global. Se trata de un sistema en el que los hombres dan por hecho que la mujer “no razona” como ellos; no analiza la política ni la filosofía como ellos; no puede ser líder, directora, jefa, dueña, empresaria, científica o heredera de la familia como ellos; no puede jugar futbol, vestir sin tacones o cortarse el cabello corto como ellos; no puede ser gay, levantar la voz o enfrentar a los hombres de forma directa como ellos (porque eso “sólo es de hombres”); no puede ser libre, autónoma, independiente y tener sus propias ideas, como algunos de ellos.
Durante tres años, mi jefe en el periódico abusó de su poder para acorralarme sexualmente en varias ocasiones. Mi sentimiento muchas veces fue de impotencia, desánimo, frustración, culpa, estrés y mucho enojo. Rechazarlo física y verbalmente nunca fue suficiente; contarle que yo tenía novia nunca fue suficiente; decirle que no quería nada con él porque era mi jefe nunca fue suficiente; preguntarle sobre su esposa y sus hijos para desactivarlo en sus intenciones nunca fue suficiente. Hasta que me quebró, literalmente.
Fue hasta que su presencia me generó asco, bloqueo mental y un gran nudo en la garganta, que me di cuenta del hostigamiento sexual y el nivel de estrés en el que me encontraba, del abuso de poder, de la humillación, de la violencia psicológica y de la relación laboral tan tóxica en la que estaba envuelta en lo que yo consideraba mi segunda casa. Y fue ahí cuando tomé fuerzas para reportarlo ante Recursos Humanos, en junio de 2017. A partir de entonces, él frenó su acoso sexual, pero vino otro más fuerte: el acoso laboral de la institución.
Haber reportado el acoso sexual del que fui víctima durante tres años por uno de los directores de más alto rango del periódico Reforma me costó el trabajo y una carrera profesional que había construido con mucho esfuerzo y dedicación, con mucha entrega y mucha garra. En marzo de 2018, después de tres meses de gran desgaste físico y emocional por intentar comprobar el acoso sexual ante la empresa, de sostener largas charlas con el área de Recursos Humanos para hacerles entender la gravedad del asunto y la urgencia de crear protocolos para estos casos y de someterme a la decisión de que mi acosador siguiera siendo mi jefe, el lugar donde trabajé durante diez años me despidió. Y él siguió en su puesto, impune.
Todo eso sucedió en medio del surgimiento del movimiento #MeToo en Estados Unidos tras los señalamientos de múltiples actrices contra Harvey Weinstein. Recuerdo muy bien llegar con mi lista de notas del día a su oficina y que la mitad fueran sobre políticos, editores, periodistas o algún personaje internacional vinculado con alguna historia de acoso sexual. Además, el tema lo “acorraló” en las secciones que él dirigía: espectáculos, deportes, universidades, sociales e internacional. La cantidad de textos de análisis, reflexiones e historias sobre la temática del acoso/hostigamiento sexual fue abrumadora. Si algo no nos faltó por aquellos días fue información al respecto, y menos a un periódico. Pero él siguió ahí en su puesto, no sólo impune, sino tomando la decisión sobre qué sí era nota del #MeToo y qué no lo era, cuál era su jerarquía y cómo merecía ser destacada. ¿Cuál sería su criterio editorial?
Tras haber sido expulsada del diario, indignada por la injusticia que había vivido y motivada por el deseo de visibilizar y combatir el acoso sexual en las empresas y los medios periodísticos, presenté una demanda por la vía administrativo-laboral contra el periódico por no haber garantizado espacios libres de violencia hacia la mujer y por solapar este tipo de abusos. Enseguida, como marca la ley, las autoridades laborales abrieron el espacio para la conciliación y evitar un mayor desgaste entre las partes. La empresa pensó que yo quería dinero, pero les aclaré que no era así. Yo sólo exigía un perdón, que sólo me reembolsaran el gasto que yo hice por las terapias psicológicas y la asesoría legal y que aplicaran una serie de normas y mecanismos al interior de la empresa para terminar con la discriminación hacia las mujeres y el acoso sexual. La empresa no quiso conciliar. Y él seguía en su puesto, impune.
Prende el #MeToo en México
Un año después, en marzo de 2019, la mecha del movimiento #MeToo finalmente prendió en México. Fue entonces que me animé a publicar mi caso en Twitter. Y fue así como finalmente hubo algo de justicia, no como la quería ni por la vía que hubiera deseado, pero hasta cierto punto la hubo.
El 28 de marzo, a menos de 48 horas de que hiciera pública mi historia de hostigamiento sexual en las redes sociales a través del hashtag #MeTooPeriodistasMexicanos (firmando mi testimonio con nombre y apellido), el periódico que presume ser el más grande de México despidió a su entonces director de Operaciones Editoriales (antes de Información Internacional). “Mi tuit pudo más que la Justicia, más que la vía institucional que elegí tomar y agotar antes que cualquier otra cosa”, fue lo primero que pensé.
Leonardo Valero, director de Operaciones Editoriales del Periódico Reforma
Denuncia Eloísa Farrera, ex Editora de la sección Internacional de Reforma#MeTooPeriodistasMexicanos#YoLesCreoAEllas#NoEstamosSolas pic.twitter.com/DLGjJc8NSq— Periodistas Unidas Mexicanas (@PeriodistasPUM) 27 de marzo de 2019
Nunca hubo un anuncio oficial al respecto, pero el resto de la directiva envió esa mañana un mensaje por WhatsApp a todo el personal del diario para informarles que dicho sujeto había sido separado de su cargo. Cabe destacar que el 27 de marzo, un valiente grupo de periodistas del periódico Reforma se organizó para redactar una carta y juntar la mayor cantidad de firmas posibles al interior de la redacción para exigirle al nuevo director editorial general el despido inmediato de este sujeto. El señalado también fue mencionado por otras tres exempleadas en la cuenta de Twitter de la Colectiva Periodistas Unidas Mexicanas (@PeriodistasPUM), que tomó la batuta de la publicación de casos de acoso sexual en el gremio periodístico mexicano. Días antes del #MeTooMx, PUM lanzó los resultados de su sondeo AcosoDATA, el cual revela, entre otras cosas, que 73% de las mujeres que trabajan o han trabajado en algún medio periodístico en México ha sufrido algún tipo de acoso, hostigamiento o agresión sexual.
Otros grupos de mujeres (también anónimas) fueron los encargados de administrar el resto de las cuentas del #MeTooMx, como el #MeTooEscritoresMexicanos, el #MeTooMúsicosMexicanos, el #MeTooCineMexicano, el #MeTooActivistasMexicanos, el #MeTooAgencias, el #MeTooCreativos, el #MeTooAcadémicosMx, el #MeTooUNAM y muchos otros. En menos de un mes, más de 40 cuentas para denunciar acoso sexual, casi la mitad de ellas provenientes de centros educativos, fueron abiertas en Twitter entre marzo y abril de 2019.
El fenómeno, muy orgánico y revelador, generó una amplia polémica en un país donde la misoginia y la violencia provocan nueve feminicidios al día, donde miles de desaparecidas son adolescentes, a otras tantas las secuestran en el metro o en un taxi. Muchas personas criticaron el movimiento, más aún cuando un músico señalado se suicidó, pero muchas otras lo entendieron y apoyaron. Comprendieron por qué, en un país con índices del 99% de impunidad y una justicia que revictimiza y agrede a las mujeres, la vía para muchas de nosotras eran las redes sociales y la confidencialidad. El #MeToo mexicano fue, sin duda, aleccionador. Diría, incluso, un parteaguas.
En lo personal, haber vivido y denunciado una situación de hostigamiento sexual me ha dado otro lente en la vida. No me siento víctima, sino todo lo contrario. Me siento más fuerte. Los procesos sociales y el periodismo, en particular, los veo de otra manera. Ahora siento el patriarcado en todas partes y quiero contribuir para transformar, para deconstruirme y romper con el machismo que no sólo nos mata y nos limita a nosotras las mujeres.
realizado con el apoyo de Calala Fondo de Mujeres y financiado por el Ayuntamiento de Barcelona.
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