Alardes: el reto de romper el vínculo entre tradición y desigualdad

Alardes: el reto de romper el vínculo entre tradición y desigualdad

¿Qué diferencia a los desfiles populares de Irun y Hondarribia de otros en los que la participación de las mujeres se ha normalizado sin conflictos? Creo firmemente que la violencia ejercida sobre las mujeres a través de su elección como cantineras determina un germen fundamental.

11/09/2019
La compañía Jaizkibel desfila por la calle Mayor./ Euskal Herria Bildu

La compañía Jaizkibel desfila por la calle Mayor./ Euskal Herria Bildu

Los alardes de las fiestas de Irun y Hondarribia, y sus ya habituales conflictos entre defensores de un desfile sólo de hombres y quienes reivindican uno que acoja por igual a hombres y mujeres, sacan a la luz la dificultad para hacer autocrítica sobre aquello que nos identifica como comunidad y como individuos. Y es que el triunfo del alarde mixto sobre el tradicional implicaría la deslegitimación de muchas formas de opresión, que aún hoy constituyen el esqueleto de nuestra sociedad. Pero ¿qué sigue sustentando el conflicto?

Para quienes desconozcan el tema, los alardes son desfiles en los que se rememora la victoria de una batalla contra las tropas francesas en el siglo XVI en el caso de Irun y en el siglo XVII en el caso de Hondarribia. Tradicionalmente, los hombres  agrupados por barrios desfilaban tocando el txilibito, el tambor o simplemente sujetando una escopeta. Y a las mujeres solteras dentro de la veintena se nos concedía el supuesto privilegio de poder ser elegidas entre otras mujeres para participar una única vez representando el papel de cantineras en la compañía de nuestro barrio, en una representación anual a la que todos los hombres del pueblo estaban invitados por cumplir la única condición de ser hombres.

Cuando hace algo más de 20 años el creciente empoderamiento de las mujeres se hacía ostensible y comenzamos a reivindicar nuestro derecho a participar en esta fiesta popular de manera igualitaria, buena parte de la ciudadanía lo rechazó argumentando lo de siempre, la tradición. Y ¿para qué nos sirve cualquier tradición además de para unirnos como pueblo y recordarnos que trabajando juntas podemos llegar lejos? Pues no lo sé, pero la controversia ha sido mayor y ha trascendido más en el caso de Irun y Hondarribia que en el de otros pueblos o ciudades, como es el ejemplo de la Tamborrada de San Sebastián en la que hombres y mujeres participan por igual desde hace años.

Y así, en un amago de respetar los derechos de todas y todos, en Irun se creó un nuevo alarde en el que hombres y mujeres desfilan por igual a excepción de la cantinera, que sigue siendo mujer, y en Hondarribia se creó la compañía Jaizkibel con estas mismas condiciones, conviviendo a su vez con el alarde tradicional (el desigual). Sin embargo, la posibilidad de coexistencia de dos alardes, el hecho de que se autorice que un grupo de personas siga festejando la desigualdad y la opresión manteniendo el alarde tradicional, no hace sino legitimar esta condición.

Y ¿qué diferencia a los alardes de otros desfiles populares? Pues bien, dejando de lado el tono partidista que en ocasiones se atribuye al conflicto, creo firmemente que la violencia ejercida sobre las mujeres a través de su elección como cantineras determina un germen fundamental.

En el caso de Irun, que es el que conozco, una mujer soltera mayor de 20 años y menor de 30 aproximadamente (dependiendo de la compañía) era elegida de entre todas las que hubieran sido presentadas por un grupo formado enteramente por hombres. Exhibiendo así la tradicional supremacía de un género sobre otro y tratando de retener la  idea tradicional de la mujer como ciudadana de segunda.

Esto no ocurre en el alarde mixto, ya que la cantinera puede presentar su propia candidatura y es elegida por sorteo. Ni se considera a la mujer como ciudadana de segunda sujeta a la aprobación del hombre que la elige, ni se fomenta la competición entre mujeres buscando esa aprobación masculina.

Pero estas ideas, así como la de los hombres como defensores y facilitadores de protección (exhibida al no dejar a las mujeres desfilar como iguales) forman parte de los valores esenciales de una sociedad machista y es por ello que el alarde no representa sino una extensión de las dificultades sociales por las que las mujeres atravesamos para recuperar nuestros derechos como ciudadanas. Y no debería permitirse, por lo tanto, que este conflicto fuera considerado como un caso aparte, como si tratándose de un festejo la opresión y la desigualdad fueran menos reales o menos importantes.

Si lo que realmente hacemos es escenificar mediante un teatro inventado algo que sucedió de otra manera, hombres y mujeres tienen el mismo derecho a representar el papel con el que se sientan más identificados e identificadas en la sociedad actual que, gracias a muchos años de lucha, es ahora un poco menos injusta. Y con esto dejo claro que defiendo abiertamente que los hombres puedan presentarse y ser elegidos por sorteo como cantineros (una posibilidad que ha sido utilizada en clave homófoba y tránsfoba para parodiar el planteamiento del alarde mixto).

Las tradiciones nos muestran quiénes hemos sido hasta ahora pero, a partir del momento en el que otras realidades más justas son identificadas como posibles, es nuestra responsabilidad trabajar para mejorar nuestro sistema social y hacer que las generaciones futuras se sientan orgullosas de sus tradiciones.


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