Feministas de la igualdad, las mujeres que se avergonzaron de serlo

Feministas de la igualdad, las mujeres que se avergonzaron de serlo

La autora defiende que la historia del feminismo de la igualdad es una historia de ascenso social y de desprecio hacia otras mujeres: sus madres, por analfabetas, y sus hijas, por heterodoxas

Imagen: Emma Gascó
25/09/2019

La traición a tu propia clase social va de la mano del feminismo de la igualdad. Y lo curioso es que fue alimentada por las propias madres de las feministas de la igualdad, que desde el analfabetismo les decían: “Estudia, pa’ que no te pase como a mí” o “no quiero que pases por lo que yo he pasao”. El problema es que las feministas de la igualdad identificaron las violencias capitalistas y patriarcales con quienes las sufrían y se permitieron el lujo de mirar por encima del hombro a sus madres. Una vez licenciadas, terminaban todas las conversaciones intergeneracionales con un: “Tú no entiendes de estas cosas, mamá”. La historia del feminismo de la igualdad es una historia de ascenso social.

Pero el tiempo pone las cosas en su sitio y, esta primera generación de universitarias, minoritarias en su época, pioneras de la emancipación, orgullosas de sus logros académicos y laborales, parió. Y sus hijas crecimos y estudiamos más que ellas y hablamos más idiomas y viajamos más y tuvimos más logros profesionales. Y avanzamos (sin escalar) en las luchas emancipadoras incluyendo las libertades de los cuerpos, saliendo del armario en masa, ocupando el lenguaje, la sexualidad, la menstruación, la masturbación, la transexualidad, poniendo en evidencia que el divorcio fue el escalón donde apoyarnos para seguir adelantando y no el fin mismo de la lucha feminista. Poliamor, cuerpos, orgasmos, masturbación, partos respetados, veganismo, ecología, rebelión, aceptación de la propia agresividad. Fue demasiado para las igualitarias que tampoco comprendieron nuestra necesidad de decrecimiento económico y de consumo: “Con lo que tú podrías haber sido”. Recuerdo un día en que mi madre me dijo: “Con lo bien que cantas y que te subas al escenario nada más que para hacer la gilipollas”. Esa frase me ha hecho llorar y reír a partes iguales.

Queridas madres, sólo hicimos lo que nos indicasteis. Fuimos buenas hijas. Os admirábamos y queríamos que estuvieseis orgullosas de lo que hacíamos, ¿en qué momento os empezasteis a avergonzar de nosotras, vuestras hijas? ¿Y de vuestras madres? La vuestra ha sido la generación del desprecio a otras mujeres.

¿Se os ha olvidado que vuestros estudios lo pagaron billetes de 5.000 pesetas escondidos en sostenes? Fueron las tetas de nuestras abuelas las que apoyaron vuestras carreras. Algunas se jugaron palizas por ahorrar y esconder ese dinero, ¿cómo os atrevéis a renegar de ellas o a pensar que sois mejores?

Todo lo de la generación anterior os pareció mal…

La religión os pareció mal. Os sumergisteis en un laicismo frívolo sólo porque os parecieron más de fiar los compañeros del partido que vuestras madres. Equivocasteis las alianzas. Se puede ser atea, laica y agnóstica, pero lo que no se puede es ser desagradecida. Tampoco se puede pensar que un príncipe azul (rojo en vuestro caso) que llama beatas a las viejas de los pueblos es de fiar. Pero eso ya lo sabéis. A estas alturas ya lo sabéis, os falta sólo reconocerlo ante nosotras, vuestras hijas y vuestras madres, pero lo sabéis de sobra. De hecho muchas de vosotras, tras el trauma del machismo de izquierdas, os precipitasteis de cabeza en el Opus Dei. Todo mal, queridas.

La crianza os pareció mal. Dar el pecho os pareció de una clase social a la que ya no queríais pertenecer. Abrazar, querer, mimar, acariciar, colechar eran debilidades de mujeres sometidas. Ni un te quiero, ni un beso. Había que ser libres como los hombres, libres para abandonar. ¿Por qué nos paristeis? Si de verdad erais tan valientes, ¿por qué no os opusisteis a ser madres? Abristeis caminos mucho más complicados que esos pero la maternidad no la quisisteis enfrentar, ¿por qué? ¿Por qué nos trajisteis al mundo para dejarnos en los brazos de otras mujeres? Las que tuvimos suerte fuimos recogidas por las abuelas, tías abuelas o niñeras amorosas. Otras pasaron su niñez entre colegios internos, comedores escolares, campamentos de verano y viajes al extranjero. Cualquier cosa con tal de no vernos. Nuestra existencia era la evidencia de vuestro fracaso en el intento de ser como un hombre.

No puedo hablar por mi entera generación, pero tengo la sensación de que, desde ella, no os despreciamos ni os odiamos. Tampoco pensamos que tengamos que perdonaros nada. Sencillamente no llegamos a comprender qué os pasa. La situación es grave porque sois las que marcáis las directrices del feminismo institucional. Si no dais marcha atrás, el abrazo y la alianza de las tres generaciones de mujeres vivas no va a ser posible y, tal y como están las cosas, sólo ese abrazo podrá salvarnos como especie.

 

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