Anna Zhekova, periodismo en gagauzo
Tres encuentros recogen la vida y carrera de esta periodista de Gagauzia, que luchó por promover la cultura y lengua de su territorio, ubicado en el sur de Moldavia
La primera vez que escuché Gagauzia me sonó impronunciable. Para memorizar la palabra tuve que compararla con otras como gancho, Gaga o Gaza. Más tarde trencé algunas similitudes entre ambos pueblos y otros muchos que luchan por preservar su cultura, su lengua; que buscan la autodeterminación. Gagauzia es un territorio tan difícil de entender como de localizar en el mapa.
Comrat —Komrat escrito en el idioma gagauzo— es la capital de la región autónoma de Gagauzia, ubicada en el sur de la República de Moldavia y con una población que ronda los 160.000 habitantes. El origen etnológico de la población gagauza sigue siendo foco de análisis debido a su desconocida procedencia y falta de investigación hasta hace poco. Aún sin resolverse el origen, tres teorías divergen sobre las raíces. La primera apunta que los gagauzos eran búlgaros turquificados por el Imperio Otomano; la segunda, que los gagauzos junto con tribus nómadas de Turquía procedentes de Asia Central —cumanos y pechenegos— podrían haber migrado hacia los Balcanes en el siglo X. La última, y la más aceptada por las personas expertas, puntualiza que esta población es aborigen de Anatolia y descendiente de la turca selyúcida asentada en el este de los Balcanes. Posteriormente, adoptó la religión cristiana bajo la influencia del Imperio Bizantino en el siglo XII.
Primer encuentro: la (mi) frustración
En pleno agosto, la humedad desborda la temperatura de los termómetros, el asfalto arde, las caras brillan bañadas en sudoración. En el camino a Comrat, lo más vivo de la carretera son los ejércitos de girasoles y también la casa de Anna Zhekova, cercada por un huerto que ella misma, a sus 79 años, planta, riega y mima. En la mesa de su cocina, también hay un mantel con girasoles, la bandera de Gagauzia, y gente, mucha gente. La casita de Zhekova siempre está repleta de visitantes o familiares. Esta mujer —chiquita, de cabello gris y vivarachos huesos— es periodista desde hace 49 años. La primera periodista en promover el idioma gagauzo está delante de mí y, entre que está ocupada y yo engullida en mi vergüenza y miedo, me voy y pienso: “Volveré otro día”. “Qué penosa reportera”, me digo.
Segundo encuentro: la (su) historia
Al mes y medio regreso, sin menos calor y con más tiempo, aunque esta vez ella tenía los minutos contados a escuadra. Anna Zhekova nació en Comrat el 6 de abril de 1939. “Mi destino ha sido ser periodista, es algo que llevo dentro, la misión de mi vida”. Continúa trabajando en la televisión regional, escribiendo artículos y reportajes. Esta vez me siento en la cocina con ella y con otra joven de Ucrania que me va traduciendo del ruso al inglés y cuyo único pensamiento es abandonar Crimea.
“Empecé a escribir en 1965 en un periódico llamado Las palabras de Lenin. Yo estudié para ser maestra, pero el director del diario me ofreció un mes de prueba para comprobar si tenía talento y luego me contrató”, comienza Zhekova el relato de su vida. En paralelo a su trabajo en la revista, participaba en la tele creando programas de historia y cultura. “Pero lo más importante que hice fue dedicar una página del periódico a escribir en gagauzo e informar sobre nuestros orígenes. Nuestra lengua estaba muerta, ya nadie se preocupaba por hablarla y, en cierto modo, la desenterré”. La lengua gagauza tiene su origen en la rama oghuz, una secundaria de la familia de lenguas turcas, junto con el azerbaiyano, el tártaro de Crimea (del pueblo kipchak en concreto) y el turcomano. Lo que la diferencia de otras lenguas turcas, al igual que sus orígenes, es que los gagauzos siguen la religión ortodoxa cristiana y no la musulmana, de ahí que se asentaran en otros territorios.
Gracias a Zhekova, los habitantes del territorio empezaron a interesarse por su idioma y a recuperar esa lengua. Era el momento de conocer los orígenes del pueblo gagauzo. “Nadie nos conocía y después de aquello, poetas, escritores y pintores introdujeron el idioma en sus creaciones. El talento, la cultura, las banderas; nuestra identidad empezaba a crecer”. El trabajo de Zhekova conectaba a personas que querían mejorar su lengua y saber más sobre su etnología. “Al principio, tenía miedo de escribir en ese idioma porque durante la Unión Soviética el ruso se nos había impuesto en las escuelas y en la vida”.
En 1918, Besarabia, nombre con el que el Imperio Ruso bautizó a la parte Oriental de Moldavia en la que habita el pueblo gagauzo declaró la independencia de Rusia y se unió con Rumanía. La unificación fue reconocida en el Tratado de París en 1920 e incluía también la región húngara de Transilvania y la Bucovina austriaca. Esta incorporación complicó las relaciones entre Bucarest y Moscú hasta 1940. En 1944, la Unión Soviética, bajo el Pacto Molotov-Ribbentrop, volvió a tomar el control sobre Besarabia. Las autoridades soviéticas habían percibido que la población gagauza había sido sometida a un proceso de culturización influenciado por Rumanía. Por este ápice, contrario a las intenciones del Kremlin soviético, los gagauzos fueron incentivados a rusificar su cultura o a preservar la gagauza. Al aceptar la última opción, el sóviet de Moscú reconoció el derecho de Gagauzia a expresarse, expandirse y celebrar su cultura en contra de la centralización de las políticas moldavas. En momentos marcados por el intento de la URSS de impedir una implosión y su temor ante el movimiento nacionalista moldavo, que estaba en contra de la autonomía del territorio, Gagauzia crea durante 1989 una organización política propia para proclamar su autonomía. La idea surgió antes de la Perestroika y en respuesta al nacionalismo moldavo.
El 30 de agosto de 1989, la Constitución de la República Soviética de Moldavia fue enmendada para introducir el moldavo, escrito con el alfabeto latino, como lengua estatal. El ruso obtuvo la concesión de estatus de lengua franca para una comunicación interétnica, mientras que el idioma gagauzo debía ser protegido. A pesar de la nueva ley sobre el uso de lenguas, el miedo de que Moldavia volviera a ser parte de Rumanía estaba presente entre los gagauzos. El pueblo, junto con los líderes políticos, decide reclamar su independencia y en 1990 los delegados gagauzos proclaman la República Socialista Soviética de Gagauzia sin el apoyo de Moldavia. Las calles se llenaron de protestas apoyando la independencia y Zhekova estaba allí para documentarlo: “’¡Gagauzia ha comenzado!’, gritábamos. Yo fui al centro de las protestas para hacer entrevistas. No queríamos ser los étnicos, queríamos nuestra autonomía”.
—¿Cómo era el trato por parte del Gobierno de Chisináu [la capital moldava]?
—Se referían a nosotros como “esa gente”, de manera despectiva. No éramos considerados como una nación. Después de 23 años de lucha, conseguimos nuestra autonomía. En ese proceso, no murió ninguna persona, todo ocurrió de manera pacífica. Se creó un grupo de mediación entre los gagauzos y el Gobierno de Chisináu en el que se trabajó durante cuatro años. La autonomía se produjo de manera diplomática, sin violencia, no como en Transnistria.
Anna Zhekova también cubrió este conflicto: “Yo iba subida en el camión con los militares”. Transnistria es un estado no reconocido ubicado en Moldavia entre el río Dniester y la frontera oriental limítrofe con Ucrania. Con la caída de la URSS, las tensiones entre el Gobierno de Moldavia y este estado separatista desembocaron en un conflicto militar que duró hasta 1992 durante el que murieron unas 1.500 personas.
A Anna se le llenan los ojos de un brillo traído de recuerdos al hablar de una lucha pacífica, sin sangre. Sin embargo, existen guerras personales en las que, de alguna manera, la sangre se esparce, pero las palabras hacen que la herida no se desborde. Una lucha implica otras batallas. Cuando empezó la guerra en Afganistán en 1978 apoyada por el Ejército soviético, su hijo fue enviado a combate y desapareció como prisionero. “Recuerdo cuando llegó la carta a mis manos de que mi hijo había desaparecido, el dolor no me cabía dentro”. Y para trabajar con el dolor, creó un proyecto llamado Páginas de Historia, en el que escribía reportajes sobre la guerra de Afganistán, pero también sobre Siberia, Chernóbil y la Segunda Guerra Mundial. Lo que hacía era conectar a familias, combatientes; conectar historias de personas que habían muerto. Ella ayudaba a la gente que había perdido familiares en la guerra, buscaba dónde estaban los cuerpos y organizaba ceremonias. En la actualidad, sigue reuniendo a familias y mejorando sus investigaciones y artículos. “No puedo vivir sin esto porque forma parte de mi vida. Todo lo que escribo pasa por mi alma y mis tripas, mi corazón. Detesto la información superficial”. Anna recorrió la mayoría de los países que formaban la Unión Soviética y, hoy, sigue visitando a sus familiares desde Comrat hasta Moscú en autobús, lo que se traduce en dos días de viaje.
Con prisas termina la entrevista: Anna se tiene que ir y me quedo con otras tantas preguntas sin resolver. Me voy y pienso: “Volveré otro día”.
Tercer encuentro: la actualidad
Después de cuatro meses y medio, volví a visitarla y con suerte. A finales de febrero, no paraba de nevar y los copos, como mazacotes de algodón, dificultaban el tráfico. Esta vez contacté con Anna a través de su sobrina, Olga. Cuando llegué a Comrat me dijo que no estaba segura de si Anna podría hacer la entrevista porque estaba enferma. Sin embargo, aceptó hablar conmigo. De nuevo estaba en su cocina. Cuando me vio, me recibió con un abrazo que me acercó a mi abuela, con una sonrisa mientras me vacilaba testándome cuánto ruso llevaba ya aprendido. Empezamos a conversar mientras su sobrina traducía.
—Y, ¿ahora, qué está pasando en Gagauzia?
—Ahora tenemos la autonomía, pero la vida aquí es muy dura.
La economía de Gagauzia es bastante débil y sólo representa una pequeña parte de la riqueza de Moldavia. La producción industrial, principalmente basada en la agricultura y vino, representa sólo el 3,1% del total de la capacidad industrial de Moldavia. La falta de recursos hace que esta región sea una de las más pobres en Moldavia, considerado el país más pobre de Europa. Este factor produce un efecto migratorio cada vez mayor y la población busca otras salidas en países como Rusia, con el que existen más vínculos por la influencia histórica, o Turquía y, en menor medida, en países europeos.
“Actualmente el flujo de migración es cada vez mayor. La población huye para conseguir un trabajo mejor, pero la vida de nuestro territorio pende de un hilo y el mayor miedo es que dejemos de existir. Nuestra lengua también peligra, aunque creo que en las zonas rurales se mantendrá”. Cuando le pregunto sobre cómo percibe el futuro, explica que la juventud actual es más infantil, que ha perdido la conexión con la realidad y vive en un mundo online donde no se hace cargo de sus responsabilidades. “En mi generación teníamos más esperanza de cambio; ahora han perdido el interés por todo. Todos se van, son muy pocos los que vuelven y quieren cambiar las cosas. Las esperanzas son nimias”.
Cuando en 1991 Gagauzia se autodenominó independiente, el Gobierno de Moldavia les prometió la autonomía territorial tres años después, pero no la completa independencia. En 1994, el Parlamento de Moldavia, al aprobar la Ley de Estatus Especial Gagauzo, concedió al territorio la unidad autónoma nacional-territorial. Actualmente, en la región se hablan tres lenguas oficiales: gagauzo, ruso y rumano. A pesar de esto, el ruso es el predominante en toda el área.
—¿Sigue habiendo algún tipo de discriminación por parte del Gobierno de Moldavia hacia el territorio gagauzo?
— Sí, en la vida política. Cuando se estableció la Constitución de Gagauzia, se dejó por escrito que, si por casualidad, Moldavia formase parte de Rumanía, nosotros tendríamos que reconstruir todo y ser independientes. Sin embargo, en la Constitución de Moldavia no hay nada escrito, nos excluyeron de ese capítulo y no tendríamos derecho a decidir. Ahora mismo, han centralizado todo el sistema sanitario, cuando antes lo teníamos regionalizado. Todo está subordinado a Chisinau y poco a poco se nos va quitando la autoridad, sólo nos sostiene una autonomía cultural.
Su sobrina Olga también interviene en la conversación:
— Si en algún caso esa unión se produjera, no queremos un conflicto como el de Transnistria. En dos días han cambiado nuestro sistema y no está escrita la oportunidad de referéndum, lo que significa que si Moldavia se une a Rumanía, ellos tomarían nuestro territorioi. Aquí no creo que surjan protestas como en Catalunya [risas]. La gente aquí tiene miedo. No hay futuro, sólo queremos abandonar el país.
Anna me dice que coma un par de mandarinas después de haber terminado el té y bromea: “Devushka, come; quién sabe, igual proceden de España”. Y se ríe. Olga me cuenta después de la conversación que, seguramente, se vaya a trabajar a Estambul. Antes de irme, Anna me enseña algunas fotos, entre ellas, una en la que sostiene unas flores y un pañuelo cubre su cabello. “Aquel día fui galardonada por mi labor como periodista”. El 24 de febrero del 2018, fue la última vez que vi a Anna. Hoy aún sigo pensando en volver otro día.
El miedo de que Moldavia llegue a formar parte de Rumanía sigue latente en la población gagauza desde los años 90, temor que se ha incrementado en los últimos años porque Moldavia ha ido estrechando relaciones con la Unión Europea. En este punto, Rusia juega un papel importante, ya que la influencia de la Unión Soviética y del Imperio Ruso en este territorio fue mucho más fuerte y ayudó también a los gagauzos a luchar contra el proceso de asimilación de la cultura rumana. En 2014, se celebró un referéndum local en Gagauzia —considerado ilegal para Modavia y nulo para Bruselas—. En los resultados se observaron que los gagauzos en un 97,2% estaban en contra de la integración en la Unión Europea y un 98,4% estaba de acuerdo en acercar las relaciones con la Unión Aduanera Euroasiática.