Una crítica al antimaternalismo
"Las maternidades feministas no es si son o no buenas madres, sino que muchas de estas mujeres podrían haber vivido una experiencia de la maternidad libre y más satisfactoria para ellas y para sus hijes", escribe la autora.
Actualmente, la maternidad en nuestra sociedad es mayoritariamente elegida y, dado que la retrasamos cada vez más (en determinados sectores sociales o culturales), puede ser enormemente deseada y, quizás, fruto de una larga espera. Uno de los motivos para retrasarla es dar prioridad a otras experiencias vitales en un entorno social y laboral precario. Nunca parece ser un buen momento para tener hijes, por eso, cuando algunas mujeres toman la decisión y nace su criatura se produce una fuerte ruptura. Sin previo aviso empieza a fluir por sus cuerpos un deseo materno (Casilda Rodrigañez) que choca contra todo mandato cultural. La escucha de ese deseo (la sexualidad primaria) puede liberarnos de aquella maternidad históricamente fagocitada por el patriarcado, llena de carencias, límites, normas y abusos de poder. Por eso, la lucha contra la represión de este deseo es un reto que debería defender el feminismo.
Si las madres feministas somos capaces de entender cierta maternofobia de algunas corrientes feministas (de épocas pasadas, la maternofobia actual es fruto del poco interés por renovarse) es porque antes de ser madres, no lo éramos. Es cierto que la sociedad sigue empujando a las mujeres a tener descendencia, pero nos empuja a una maternidad ficticia (idealizada cual anuncio publicitario), precaria (sin recursos, sin derechos) y patriarcal (reprimida y doblegada a los derechos del padre) donde el único objetivo es el aumento de la tasa de natalidad, no la vivencia del maternaje. Por lo tanto, nos infantilizan y nos dirigen en los embarazos y en los partos y después, entramos en un modelo de crianza hegemónico, del que generalmente solo escapa quien después de haber sido madre (o padre) decide subvertirlo.
“El porqué las mujeres siempre estamos expuestas a la crítica es otro debate feminista que afecta especialmente a las madres”
Prácticamente la totalidad de las madres que he entrevistado tenían una idea muy diferente sobre la maternidad antes de ser madres. Me contaban cómo incluso habían dado consejos: “Déjalo llorar, no ves que no le pasa nada”, “tu bebé es demasiado dependiente”, “tienes que dejarlo un poco y hacer tu vida”, “debes retomar tu relación de pareja normal”, “vaya niña más maleducada y malcriada que no es capaz de estar sentada y callada”, “no dejes que te use de chupete”, “te está tomando el pelo”, “no le va a pasar nada si no estás con él/ella, no se va a morir”, “si dormís con ellos es que ya no tenéis relaciones sexuales”, “si lo acostumbras a los brazos no aprenderá otra cosa”. Y el mejor: “Yo cuando sea madre no voy a cambiar nada de mi vida, le enseñaré pronto a ser independiente”. Una vez que se convirtieron en madres, su opinión fue la contraria: “Tuve que tragarme mis palabras e incluso pedir perdón”. El porqué las mujeres siempre estamos expuestas a la crítica es otro debate feminista que afecta especialmente a las madres. Y es que los mandatos de crianza chocan de frente con nuestros bebés y con nosotras mismas, por eso estamos continuamente saboteando el sistema, incluso sin quererlo. Es importante ser conscientes de este modelo hegemónico para deconstruirlo y adaptarlo a nuestras necesidades y a las de las criaturas. Pero también es imprescindible, como en todo movimiento social, tener aliadas, por ejemplo una pareja que comparta criterios sobre la crianza y, si es hombre, que sea además corresponsable, feminista y respetuosa, una familia no patriarcal o esos espacios de contracultura que son los grupos de apoyo a la lactancia materna o redes de crianza. Cuando se sale de esos entornos seguros y compartimos nuestra experiencia con otras madres comprendemos la ausencia generalizada de redes, recursos y contrainformación. La mayoría de mujeres que no dieron el pecho no fue por una una libre elección. Aquellas que pasaban noches sin dormir habrían querido meter a sus hijes en la cama, pero estaba prohibido, muchas confiesan haberlo hecho en secreto. Aquellas que quitaron el pañal, pusieron a andar cuando tocaba y alimentaron por prescripción facultativa sufrieron la frustración de un camino lento, tortuoso, lleno de retrocesos y conflictos. Aquellas que intentaron conseguir más independencia de sus bebés, sufrieron llantos, peleas, despertares y en ocasiones se crearon inseguridades y dependencias a destiempo.
“El feminismo debe acabar con esos juicios a la maternidad”
Si el feminismo debe romper las normas del patriarcado, ¿por qué no se preocupa por romper estas? Madres con estrés, viviendo la maternidad como una amenaza para su salud, criaturas que no están recibiendo lo que necesitan a pesar de que sus madres son, por supuesto, buenas madres. En ocasiones, algunas intentan seguir su intuición -o incluso formarse intuitivamente-, pero se encuentran con una pareja guardiana del modelo de crianza hegemónico y un entorno familiar inquisidor y patriarcal. Ejemplos hay muchos, aquella familia que aplicó -o lo intentó- el método Estivill se había informado sobre crianza, con la mala suerte de dar con un libro cuyo autor debería estar condenado por delito contra la salud pública. En general, no hay malas madres y también el feminismo debe acabar con esos juicios a la maternidad, ya que suponen una forma de violencia hacia la mujer. Sobre todo, desterrar la culpa. Pero la cuestión para las maternidades feministas no es si son o no buenas madres, sino que muchas de estas mujeres podrían haber vivido una experiencia de la maternidad libre y más satisfactoria para ellas y para sus hijes.
Si la maternidad es tan experiencial, ¿por qué dentro del feminismo no se prioriza a las madres para hablar de ella, y a ser posible a las madres que están intentando subvertir estos modelos de crianza hegemónicos y patriarcales? Igual que es inadmisible encontrar feministas liberales, racistas, homófobas, etc. tampoco se puede consentir que haya antimaternalistas, como otra forma de discriminación. En la historia del feminismo cierto antimaternalismo era justificable (Simone de Beauvoir, Betty Friedan, Sulamith Firestone…) porque era la respuesta a las maternidades secuestradas y patriarcales (Victoria Sau). Kate Miller ya nos habló de la usurpación de la maternidad a través de la mitología, pero fue Adrienne Rich quien hizo por fin la diferencia entre maternidad como experiencia y maternidad institucional. Las feministas radicales nos hicieron ver que “lo personal es político”. Y las feministas de la diferencia y algunas ecofeministas por fin hablan de la reapropiación de la maternidad. Sin embargo, la crítica al esencialismo de algunas corrientes nos hizo volver a un constructivismo feroz que obviaba entre otras cosas los aspectos biosociales de la maternidad. De nuevo las feministas de la igualdad actuales mantienen la lucha por los derechos de las mujeres dentro de un sistema capitalista y patriarcal, sin tener en cuenta que el feminismo debe ser por definición anticapitalista (Silvia Federici, Nancy Fraser). En la actualidad algunas pensadoras, a pesar de sus muchas aportaciones al feminismo, mantienen esta crítica a la maternidad (entrañada) centrándose en una igualdad neoliberal donde la maternidad es un hándicap.
Recapacité mucho antes de hacer esta crítica porque el patriarcado nos gana terreno si luchamos entre nosotras. Pero creo que es necesario que abramos debates y ser respetuosas con todas las opciones dentro del feminismo. No fue precisamente sororidad lo que tuvo Pilar Aguilar, haciendo estallar las redes con su crítica feroz a las madres lactantes (rebatida por autoras como Patricia Merino o Mónica Felipe-Larralde). Beatriz Gimeno, implacable contra la lactancia materna o contra lo que ella llama “maternidad intensiva”. María Pazos y otras compañeras, defendiendo leyes que ignoran a las madres, como los Permisos Iguales e Intransferibles. Encontramos también algunas torpezas como las de Amelia Varcárcel, mofándose de la crianza respetuosa, de la lactancia a demanda y haciendo que toda una sala se ría de la idea de que una madre pueda querer cuidar a su criatura (más habiendo guarderías para ello). Este hecho inconcebible lo explica bien Badinter (la gurú de todo antimaternalismo) quien habla de hijas e hijos como una carga que nos doblega, un trofeo que la mujer acepta por la ausencia de otras opciones o aspiraciones, negando la existencia de un deseo materno y llamando naturalización de la maternidad a lo que sería una necesaria perspectiva biocultural. Y como es tan inconcebible que algunas madres deseemos criar, Valcárcel busca explicaciones en un mercado laboral que no nos satisface: resulta que “preferimos ser una buena madre antes que una cajera de supermercado”. Desde su posición privilegiada lanza ese insulto a las madres y a las cajeras de supermercado. Ignora (porque no hay estudios que la avalen) el perfil profesional de las madres que optan por la crianza con apego -seguro- o respetuosa. Prefiere mantener una perspectiva economicista, tristemente compartida por otras autoras como Celia Amorós quien, siguiendo a Badinter, nos dice que si tuviéramos trabajos con buenos salarios, jamás los dejaríamos para criar (por supuesto no contempla la ausencia de derechos, como un permiso de maternidad mínimo, que nos obliga a elegir entre empleo y crianza). Otras autoras pertenecientes a la teoría queer también hacen una crítica a la maternidad, como Butler, sin embargo soy consciente de que no necesariamente debe existir ese conflicto y que pueden ser corrientes complementarias. En definitiva, quiero expresar que a pesar del enorme desconocimiento que la mayoría de estas autoras tienen sobre maternidad, infancia, crianza, opiniones de las madres, etc. muchas se atreven a dictar sentencias paternalistas, cuanto menos, ausentes de sororidad. Como antropóloga, lo asemejo a escribir sobre la cultura de un pueblo al que solo visité un fin de semana y sin quitarme de encima mi etnocentrismo. El feminismo necesita unidad dentro de la diversidad y solo se puede conseguir abriendo mentes y dialogando, no podemos encontrar al enemigo dentro de nuestro propio activismo.
Desde hace un tiempo, más del que creemos (redes de crianza, encuentros sobre maternidad y activismo, grupos de crianza y lactancia materna -GALM-, etc), la maternidad está saliendo a la luz y surgen maternidades diversas y diferentes tipos de activismos: maternidades feministas (destaco a Patricia Merino y otras grandes compañeras, reunidas hoy en la Plataforma PETRA, también el gran podcast de Marta Busquets, la matriactivista Jesusa Ricoy y una serie de autoras que ya mencioné en otro artículo). Maternidades racializadas (lo expone bien Silvia Agüero o Desireé Bela-Lobedde). Maternidades por una crianza entrañada o respetuosa (que defiende la etnopediatría, por ejemplo María José Garrido; profesionales de la salud perinatal y todas las madres reunidas en GALM y grupos de crianza). Lactivismo (Ester Massó). Experiencias maternales que nos devuelven la sexualidad robada (Casilda Rodrigañez). Las luchas por un parto respetado (El Parto es Nuestro y numerosas autoras). Cuerpos sostenedores en contextos postidentitarios (Luisa Fuentes Guaza). Maternidades feministas artísticas (Ana Álvarez-Errecalde, Alicia Murillo, Pamela Palenciano…). Activismo por la infancia, contra el adultocentrismo (disfruto con la FanPage @infantivistas). Maternidades reunidas en torno a proyectos educativos alternativos. Etcétera. Una gran cantidad de madres, autoras y activistas, que no se pueden enumerar en un único artículo (disfrutaría elaborando un listado infinito).
“Sacar del armario patriarcal la maternidad ha dado lugar al reconocimiento de modelos familiares diversos”
Sacar del armario patriarcal la maternidad ha dado lugar al reconocimiento de modelos familiares diversos (madres solas, madres lesbianas…), de modelos de crianza y de evidencia científica. Esta gran diversidad nos ayuda a enterrar por fin aquella maternidad sumisa y patriarcal que ha sido el modelo hegemónico durante mucho tiempo y lo hace desde un feminismo poscolonial. En la academia también se está abriendo debate y, aunque los estudios de género suelen seguir la línea hegemónica, de vez en cuando se escuchan voces disidentes que están empezando a encontrarse. A modo de ejemplo, tuve la suerte de participar recientemente en el panel “Nuevos horizontes feministas: a propósito de la diversidad en las formas de parir, criar y maternar” (dirigido por Virginia Murialdo en el V Congreso Internacional de Antropología AIBR). Por respeto a todas esas madres y a todas esas mujeres que estudian -pero ante todo que viven- la maternidad, algunas personas deberían informarse antes de hablar. Sobre todo si esas personas están en esferas de poder, crean opinión pública, pueden promover leyes y tienen nuestra conciliación y nuestros recursos en sus manos. Es una vergüenza que se hable de las madres sin la opinión de las madres (en su amplia diversidad). Y peor aún es que se legisle sobre las madres sin ellas. No es necesario que seamos expertas en todo, el feminismo tiene muchos frentes abiertos y todas somos necesarias. Y con todas me refiero también a las nuevas incorporaciones, a ese feminismo del 8M joven, que es cuestionado por ser supuestamente inexperto, activistas criticadas porque “no han tenido que ganarse su libertad y ahora desvirtúan los logros del feminismo”. Incluso parece que se les exige un máster de género para ser escuchadas, obviando la enorme fuente de conocimientos y experiencias que aportan. De hecho, la mayoría de discursos antimaternalistas provienen de la vieja escuela, encontrando feministas jóvenes (y no me refiero necesariamente a la edad) mucho más abiertas al debate, algunas sin haber sido madres, otras siendo incluso abuelas.
La solución a todo esto: el feminismo debe ser obligatoriamente un movimiento social horizontal e interseccional. No podemos permitir que ciertas corrientes se adentren en esferas de poder patriarcapitalista y se institucionalicen, dando lugar a un feminismo hegemónico euroblanco que, además, no respeta la diversidad e intenta imponer una única visión del mundo. Muchas madres me contaban cómo han comenzado a ser activamente feministas tras la maternidad: para ellas, más que un hándicap para su liberación, fue la liberación en sí misma. Se cuestionaron el sistema porque era incompatible con la crianza, con las madres y con la infancia, y se hicieron activistas. Yo espero que mis palabras estén lejos de considerarse una ofensa para ciertos sectores. Intento escribir desde la sororidad, a pesar del profundo rechazo que me provocan algunas actitudes, porque también soy consciente de la gran cantidad de experiencias que, como activistas feministas, nos unen, y son demasiadas como para que no pueda existir el diálogo entre iguales.
Las madres feministas comprendemos cierta maternofobia pasada, ahora esperamos que cierta maternofobia actual comience a comprendernos.