Cárcel de Ventas: las presas que no cantaban solas
El mismo año en que se sacan los restos del dictador del mausoleo donde se le ha rendido homenaje durante cinco décadas se cumple el 50º aniversario del cierre de la que llegó a ser la cárcel de mujeres más poblada del franquismo...Y un símbolo de la lucha político-carcelaria de varias generaciones de represaliadas por la dictadura.
Nota de las editoras: en junio de 2022 el Ayuntamiento de Madrid cerró la web sobre la Cárcel de Ventas que se menciona en el artículo y que sirvió como base para publicar este reportaje. En noviembre de 2022, la Fundación Rosa Luxemburg contactó con el investigador del proyecto y lo retomó. Ahora la web con toda la información de la cárcel es https://carceldeventas.org/
Hay canciones que marcan una vida y vidas que encierra una canción.
Durante la tercera detención de Nati Camacho, entre hostias y amenazas de la policía, decenas de sindicalistas como ella cantaban desde los asientos de un autobús Rosas en el Mar, de Massiel.
— Sobre todo la estrofa de “la Libertad, la libertad, derecho de la humanidad”. -Dice frente a un café, décadas más tarde, sonriendo mucho con unos ojos de niña que ninguna dictadura avejentó. Cuenta después que uno de sus compañeros, empleado de banca, sacó de su bolsillo la declaración de la Unesco de los Derechos Humanos y se puso a leer un artículo detrás de otro a voz en cuello.
— ¡La de palos que le llovieron al pobre hombre! Más tarde le preguntamos por qué se le ocurrió hacer eso y él respondió simplemente: “Porque había que hacerlo”.
Moría la primavera de 1968, con todo lo que trajo consigo en medio mundo esa primavera, y Nati, a sus 20 años, era una de las nueve mujeres que había participado en la asamblea clandestina que CCOO celebró en el pueblo de Zarzalejo, en Madrid. A su regreso a la ciudad, de madrugada y poco después de pasar Moncloa, los grises detuvieron los cuatro autocares donde viajaba el centenar de sindicalistas y subieron a los vehículos a repartir estopa. Con la canción de Massiel en sus gargantas, hay quien se apresuraban a dejar escrito en las ventanillas del vehículo el nombre y el teléfono de sus abogados. No sirvió de mucho.
Su destino fue a la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, un edificio que Nati conocía de sus dos detenciones anteriores por participar en marchas y actividades sindicales, en 1965 y 1967, y de las que salió en libertad sin cargos.
— Un edificio que dirigía la Brigada Político Social, una policía educada en la tortura. Las condiciones eran horribles en sus sótanos, donde llegué a ver esposas amarradas a los radiadores…y ahí siguen esos sótanos, sin ni siquiera una placa que recuerde que en ese lugar se torturó.
Al bajar a las personas ocupantes de los vehículos al patio central, las y los sindicalistas se pusieron a chillar y a insultar a la policía.
– Los llamábamos “analfabetos armados”, como en la canción aquella. No se esperaban esa reacción, y hasta el torturador Billy el Niño, que andaba por allí, sacó un revólver y nos amenazó diciendo que iba a matarnos.
Analfabetos armados
defienden al reino gris
usan porras y pistolas
y por supuesto un fusil.
Estuvieron allí 72 horas, y otras 72 más en el Tribunal de Orden Público, donde decretaron la entrada a prisión sin fianza de Nati. La acusaron de ser una de las responsables de los autocares y una cabecilla sindical (no mucho antes había fundado las Juventudes de CCOO).
Pasó dos meses en la cárcel de mujeres que había en el barrio de Ventas, hasta entrado el verano. Una prisión legendaria en el relato de su familia, ya que durante la posguerra su abuela y su madre fueron presas en el mismo lugar, esta última por culpa de otra canción.
Una versión burlona del Cara al Sol que llegó a oídos de quien no debía escucharla.
La mirada de la diosa
Varias generaciones de españolas conocieron desde dentro, para su desgracia, la que se consideró la cárcel femenina más poblada de la dictadura. Y también, durante sus primeros y últimos años, un símbolo de la resistencia política de las represaliadas por el régimen.
Concebida a comienzos de la II República, el nuevo penal vendría a corregir las miserables condiciones en que se encontraban las cárceles de mujeres, tradicionalmente dirigidas por órdenes religiosas. Tal fue la idea de la, por entonces, directora de prisiones del primer gobierno republicano, Victoria Kent:
— La mujer delinque poco, pero sufre un castigo mil veces más duro que el hombre. Yo he visto cárceles de mujeres y son un espectáculo de horror. Primero hay que arreglar las cárceles para mujeres; mi criterio es de absoluta igualdad.
Kent tenía en la cabeza una cárcel modelo que representara los valores de la nueva República, orientada más a la reinserción de las reclusas que a su castigo, con espacios amplios y luminosos, terrazas diseñadas para que madres y sus criaturas tomaran el sol y funcionarias de prisiones especializadas en lugar de monjas. Una escuela en lugar de un convento.
No duró demasiado.
Con el inicio de la guerra empezó el periodo oscuro de Ventas, que se extendería ya hasta su final, en 1969. El 24 de julio de 1936 la cárcel se vació de presas para albergar a reclusos varones, acusados en su mayoría de desafección al régimen republicano. A los pocos días, cerca de 200 serían asesinados a las afueras de Madrid, como producto de las primeras “sacas” colectivas de presos que algunas milicias perpetraron con la excusa de trasladarlos a otras prisiones.
Tres años más tarde, con las cárceles madrileñas llenas de comunistas tras el golpe de estado del general Casado, se permitió a todos los presos de Madrid salir antes de que las tropas de Franco entraran en la ciudad, dándoles una posibilidad de salvar la vida.
Pero se olvidaron de liberar a las mujeres de Ventas.
Solo tras un plante masivo de las presas se logró que la dirección penitenciaria les concediera la libertad…demasiado tarde: el 27 de marzo de 1939. Un día antes de que las banderas rojigualdas sustituyeran los carteles del “No pasarán” y de que un grupo de soldados sublevados hiciera el saludo fascista ante la mirada pétrea de la diosa Cibeles.
Cuando ya habían cortado la vía de escape hasta Alicante, y no quedaba esperanza para ninguna de ellas.
Una cárcel en ruinas
— La referencia que yo tenía de Ventas antes de entrar es que se trataba de un sitio donde después de la guerra llevaban a las mujeres represaliadas y que, aunque estaban hacinadas allí, consiguieron organizar una actividad cultural y política importante. Mi madre aprendió francés y nociones de árabe, mi abuela enseñó a tejer a otras presas y hasta había una profesora de la Institución Libre de Enseñanza que impartía clases… ¡o tenía una visión de la cárcel absolutamente idílica! Sin embargo, cuando veo que allí no había casi nadie, que estaba todo vacío y que solo había prostitutas… me di cuenta de que la cárcel estaba hundida. Mi sensación fue la de estar en un edificio que se cae, que está en ruinas.
Nati, sus ojos azules y su café.
— Las galerías eran inmensas y allí, hechas con ladrillo, había muchas celdas individuales, hasta una altura de algo más de metro y medio, a partir de la cual se extendía hasta el techo una tela metálica gallinera que separaba unas celdas de otras. Las camas eran de un tubo gris, similar a las que tenía el ejército. Yo me subía a la que había en mi celda a otear el horizonte, como si fuera un búho.
En esa posición, al poco de su llegada, vio entrar a la celda contigua a Pilar Bravo, que era una dirigente estudiantil del Partido Comunista muy conocida y a la que habían detenido en una manifestación y metido presa para cumplir con una multa de 50.000 pesetas. La consigna entre las militantes de izquierda era no pagar nada si eran detenidas, salvo que se pudiera perder el empleo, en cuyo caso se hacían colectas entre las camaradas.
— Nos subimos allí, cada una encaramada a los barrotes de la cama. Ella era un poco mayor que yo, pero poco. Dijo que era del Partido Comunista, de la alta dirección. Yo le dije que también, de las Juventudes, pero que me pasarían al PCE enseguida porque tenía ya 20 años. Hablamos de cómo habían ido las declaraciones, de si habíamos confesado algo. Entonces se tenía mucho interés en recomponer los expedientes y recopilar las declaraciones que habías hecho a la policía… Todo esto era muy importante para nuestros abogados.
A los pocos días, Pilar y Nati se encontraron en uno de los patios de la cárcel con Pilar Pérez Benito y Encarnación Formentí, Pili y Cani, a las que detuvieron por ser del PCE (m-l), pro-chino; y, más tarde, se les unió Natalia Calamai.
— A Natalia la detuvieron en una manifestación frente a la embajada americana. Ella venía de la aristocracia y enseguida empezó a quejarse por detalles como que el café estaba imbebible. Más tarde me cruzaría en Ventas con otra aristócrata represaliada, la duquesa de Media Sidonia, con la que se daban situaciones como que encargase el menú a un restaurante de fuera… La cárcel también era un sitio donde el espejo te ofrecía imágenes de distintas formas.
Nati, las dos Pilares, Cani y Natalia formaron un pequeño grupo de resistencia, en los estertores de la cárcel que había acogido en los años 40 la que probablemente se tratara de la mayor escuela de presas políticas de la historia de España.
Hotel maravilloso
Otra vez 1939. Otra canción.
La de la liturgia del Corpus Cristi celebrada por el nuevo régimen en el patio de la cárcel para purificar un espacio “manchado por la barbarie roja”. Se congregaron decenas de presas, la mayor parte de negro riguroso, arrodilladas en el barro -es decir, obligadas a estar arrodilladas-, con muecas indescifrables en el rostro, al paso solemne de sacerdotes, militares y falangistas.
Así lo recoge una serie fotográfica tomada por Santos Yubero. Una veintena de instantáneas que documentan la procesión -escoltada por un grupo de niñas con mantilla y ramos de rosas y que transcurre desde el patio hacia la enfermería y la capilla interior de la cárcel, donde decenas de brazos en alto hacen el saludo fascista-, y que pueden verse en la web carceldeventas.madrid.es, uno de los pocos proyectos de recuperación de la memoria que hay sobre la historia de esta prisión. Su co-responsable, el historiador Fernando Hernández Holgado -autor del libro Mujeres encarceladas: La prisión de Ventas, de la República al Franquismo 1931-1941 y de una tesis sobre esta prisión y la de Les Corts, en Barcelona-, afirma que “el muro de silencio levantado en torno a las cárceles del franquismo parece duplicarse en el caso de las presas. No se trata de un olvido casual: sufrieron un doble proceso de exclusión, en tanto presas y en tanto mujeres, lo cual las descartó a su vez como “objeto de historia”.
A falta de documentación oficial sobre la historia de la cárcel -hoy se conserva una ínfima parte del archivo original y se limita exclusivamente a los expedientes penitenciarios de las reclusas, muchos en mal estado-, la lucha contra el olvido futuro la fueron construyendo las mismas presas, a través de canciones y relatos que forjarían su memoria colectiva y que todavía perduran.
Como aquella canción que, según la antigua presa Ángeles Ortega García -cuyo testimonio recoge Hernández Holgado en la web y autora del libro Réquien por la libertad (Copiasol, 1982), sobre su experiencia en Ventas-, algunas de las llamadas 13 Rosas cantaban en el patio de la cárcel poco antes de ser fusiladas:
Cárcel de ventas
Hotel maravilloso
donde se come y se vive a tó confort
donde no hay ni cama ni reposo
y en el infierno se está mucho mejor.
— Yo las veía tan sonrientes, cantando…si tenían algo en su conciencia no se pueden hacer unos cantares tan jocosos.
Hay colas hasta en los retretes
rico cemento dan por pan
lentejas único alimento
un plato al día te darán.
En un archivo de sonido publicado en la web del proyecto se escucha a Ángeles relatar la conversación que dos de las 13 Rosas, Virtudes González y Julia Conesa, tuvieron la noche antes de ser fusiladas.
—Oímos a Virtudes preguntar a Julia “¿Crees de verdad que nos van a fusilar?”. Julia le dijo “¡Tú eres tonta! ¡Ni mucho menos, tú tranquila!”. Pero esa noche las sacaron y las llevaron a la capilla. Y la enfermera que las atendió allí, que era muy amiga mía, del PSOE, me contó a la mañana siguiente que pasó el peor rato de su vida. Me dijo que las habían dejado escribir una carta de despedida a sus familiares y que le parecían unas colegialas haciendo los deberes.
Junto a las 13 Rosas, entre 1939 y 1943 fueron fusiladas otras 65 mujeres procedentes de Ventas en las tapias exteriores del cementerio de la Almudena, según los expedientes conservados actualmente en el Archivo General del Ministerio del Interior (AGMI).
Algunas, no demasiadas, lograron salvarse gracias a la labor de una de las muchas mujeres que ejerció firmemente su militancia en prisión y que alimentaría la leyenda de Ventas como una “escuela de presas políticas” durante los años de la posguerra.
Fue Matilde Landa, destacada militante del PCE, quien en la prisión organizó una “oficina de penadas” desde la que trató de lograr que se conmutara la pena de muerte dictada contra muchas de las reclusas. Según Hernández Holgado:
— La efectividad de esa oficina seguramente fuese muy poca, pero el recuerdo de esta labor de Landa fue atesorado por las mujeres de Ventas, que la recordaban con mucho cariño y admiración. Igual que el recuerdo de las 13 Rosas, que es un símbolo importante de presos y presas comunistas.
Landa, cuya pena de muerte se acabó conmutando por 30 años de cárcel, fue trasladada en el verano de 1940 a la prisión central de Palma -Ventas, en esos primeros años de posguerra, funcionaba como un almacén central de presas que bombeaba reclusas al resto de penales del país-. Allí fue sometida a fuertes presiones para que se bautizase y abrazara el credo del Movimiento. El mismo día en que estaba prevista la ceremonia de su bautizo decidió arrojarse al patio de la cárcel desde una galería.
Otra canción, del grupo Barricada -que en 2009 protagonizó en el jardín que ahora ocupa parte de la antigua prisión uno de los pocos homenajes públicos que se han hecho a la memoria de estas mujeres-, recuerda a la comunista:
Matilde landa, republicana,
No pudieron colgar de tu pecho ni crucifijos ni sotanas
Matilde landa, republicana,
No pudieron colgar de tu pecho señales amargas.
Landa, las 13 Rosas o la científica María Teresa Toral son solo algunas de las más de 2000 mujeres comprometidas con la causa republicana que, según Fernández Holgado, sufrieron la represión de la dictadura en la cárcel madrileña durante los primeros años de la década de los 40.
Un castigo que también padecieron sus hijas e hijos.
En 1945 se estableció en el recinto de la prisión un hospital penitenciario y la cárcel de madres lactantes de San Isidro, que establecía la separación entre las madres e sus criaturas durante todo el día, salvo una hora por la mañana y otra por la tarde. El capellán mercedario de Ventas, Gumersindo de Placer, justificaba así esta medida:
— Ni todo el día están juntos hijos y madres, ni sería conveniente tal convivencia. A fe de observador y pedagogo, que saldrían ganando las criaturas si muchas veces sólo viesen a sus madres a través de un cristal, para conocerlas, quererlas y mandarlas besos, pero no para sufrir su influencia moral o física.
Ya desde antes de la instalación del Maternal, era habitual que algunas presas lo estuvieran junto con sus hijos, muchos de los cuáles acababan muriendo dadas las condiciones de la cárcel. Cuenta Ángeles Ortega, en otro archivo de audio recogido por Fernández Holgado:
— Como siempre la mujer ha sido la que ha perdido en esta vida, cuando detenían a un matrimonio y tenía hijos menores de cuatro años, si no tenían quién se los llevara se lo dejaban a la madre. Y hubo una epidemia de disentería en la cárcel, era una cosa horrible. Todo eso lo pasaba la madre, meses y meses viendo morir a su hijo. Luego al padre se le decía que había muerto, y luego lloraba o no lloraba. Pero el trance lo pasaba la mujer.
El regreso de las presas políticas
La década siguiente, la de los 50, Ventas perdió el aura legendaria de prisión de represaliadas políticas -la mayoría de estas fueron trasladadas a la cárcel de Segovia- para llenarse de las llamadas presas comunes: prostitutas, ladronas, practicantas de abortos clandestinos, gitanas condenadas por la ley de Vagos y Maleantes, lesbianas… Mujeres que, aunque no militaban en ninguna organización clandestina, también padecieron en sus carnes los efectos de un régimen encorsetado que no toleraba la diversidad.
Fue la generación de Nati, en los 60 -cuando, en sus palabras, “la nueva juventud veía claro que la dictadura ya no se sostenía”-, la que volvió a pisar Ventas por su actividad política. Compartieron el espacio con decenas de presas comunes, que no entendían muy bien la lucha obrera.
— No es que nos admiraran, porque yo creo que entendernos no nos entendían. Para ellas eso de la política era como una pérdida de tiempo. Pero les gustaba cómo les hablábamos. Se daban cuenta de que teníamos otras maneras: les pedíamos las cosas por favor, no nos peleábamos entre nosotras, no había conflictos… cosa que en la cárcel era muy habitual, pelearse hasta por una pinza de la ropa. Yo creo que la población reclusa de ese momento era gente que estaba muy tocada psicológicamente. Nos veían en general como gente extraña. Tampoco nuestros libros los entendían.
Porque leían, y se empezaron a organizar igual que 30 años atrás lo habían hecho en el mismo lugar sus madres y abuelas.
— Con Cani y con las dos Pilares organizamos clases. No nos cedieron el espacio, pero conseguimos que una de nuestras celdas se quedara abierta. Pilar nos dio lecciones de Economía (allí conocimos a los clásicos, Adam Smith, Keynes…). La otra Pilar nos daba chino, porque se empeñó… hasta que nos dimos cuenta de que había como 50 maneras de pronunciar una ‘í’, con lo que el chino fue lo primero que dejamos. Hicimos yoga también porque Cani era muy elástica y sabía yoga.
También lograron alguna mejora de las condiciones carcelarias, sobre todo respecto a la limpieza, que corría a cargo de las reclusas.
— Había gente que pagaba a otras presas para hacer la limpieza. Nosotros nos propusimos hacer lo nuestro, así fueran las letrinas, el patio, las duchas…lo que fuera. El problema era que no nos daban nada para limpiar. Por supuesto no había guantes, estropajos, ni fregonas… y había que fregar de rodillas. Nos organizamos para pedir material de limpieza, aunque lo máximo que conseguimos era que nos dieran lejía. Pero no teníamos guantes. Solo había unos estropajos de esparto.
El regreso de las presas políticas a Ventas lo marcó otra canción. A primeros de mayo de 1968, Nati y sus cuatro compañeras cantaron la Internacional Comunista en el patio de la cárcel, tal y como lo habían hecho las presas de la posguerra. Y, según cuenta, tal como lo haría al año siguiente la última generación de reclusas políticas, sufriendo por ello el castigo de las autoridades penitenciarias.
— Ellas la cantaron después de la guerra. Nosotras teníamos que hacerlo también.
El silencio
La última canción de Ventas fue la que silba el olvido y la especulación inmobiliaria.
En verano de 1969 las últimas reclusas fueron desalojadas de un edificio que se caía a pedazos y que, tres años más tarde, fue demolido. El Boletín Oficial del Estado publica el 30 de enero de 1973 el decreto por el cual se acordó la enajenación del solar, que fue adjudicado tras dos subastas públicas fallidas a la Unión Nacional de Cooperativas de Crédito, una patronal de entidades financieras, por 195 millones de pesetas.
Poco después, un estudio de arquitectura vinculado al franquismo lanzó una promoción de viviendas unifamiliares de lujo en el lugar que había ocupado la prisión, limitante con las calles Marqués de Mondéjar y Rufino Blanco. Dejaron un espacio para un pequeño parque público en la parte de atrás, renombrado en 2015 por el Ayuntamiento como Jardines de las Mujeres de Ventas.
En noviembre de 1974 un anuncio del nuevo parque residencial construido, publicado en las páginas de un diario de tirada nacional, predicaba las bondades del inmueble: “¡Pisos de lujo con cuatro dormitorios!, ¡Cocina totalmente amueblada!, ¡Mármol, madera y cerámica en portales!”.
Arriba, en letra muy grande, se indicaba lo principal:
“20.000 metros cuadrados aislados por el silencio”.
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