Animales o personas: el falso dilema del feminismo
“Una compa se pregunta por qué parte del feminismo está más preocupado por los animales que por las personas que están siendo asesinadas en otros territorios". Catia Faria responde a este tweet sobre el debate antiespecista en las Jornadas Feministas de Euskal Herria.
Recientemente, en el marco de las V Jornadas Feministas de Euskal Herria, un tweet de Pikara Magazine incendió, de nuevo, las redes. Decía: “Una compa se pregunta por qué parte del feminismo está más preocupado por los animales que por las personas que están siendo asesinadas en otros territorios.”* Debo admitir que cuando leí el tweet solté un profundo suspiro de pesar. No sólo por el tweet en sí, sino por las reacciones que anticipé se seguirían y escalarían en su contra. Hace tiempo que ansío que las redes incorporen algún mecanismo de señalización de falacias de este tipo, así en luz de neón parpadeante, que nos permitiera descartar, sin más, los múltiples engaños del razonamiento. Pero hace tiempo también que soy escéptica respecto a los procesos inflamatorios que hacen confluir erróneamente conflictos normativos con amenazas, que justificarían, por tanto, el contraataque y, a menudo, la crueldad hacia nuestres interlocutores. Ejemplo de ello es el inaceptable machaque (vale ya, joder) que recibieron nuestres compañeres de Pikara por osar cubrir todo el espectro del debate sobre prostitución en aquellas mismas jornadas. Según lo entiendo yo, y suscribiendo las palabras de Laboria Cuboniks, el activismo feminista debería orquestar “no una orgía autofágica de indignidad y furia, sino una emancipatoria y igualitaria comunidad apuntalada por nuevas formas de solidaridad no egoísta”. Con esa idea en mente, escribo, pues, este texto.
El falso dilema
El tweet, como tantos otros razonamientos expresos en el lenguaje cotidiano, suprime una de las premisas en la que está basado. En particular, la idea de que si eres feminista, o bien te preocupas por los animales o bien te preocupas por las personas asesinadas en otros territorios. Solo a partir de esto se puede inferir lógicamente que, si estás preocupada por los animales, entonces no te preocupan las personas asesinadas en otros territorios. Pero, de esta manera, se oculta una falacia. Es decir, un argumento incorrecto con la ‘virtud’ de aparentar no serlo. En este caso, un falso dilema. Un falso dilema ocurre cuando se presenta una situación con solo dos posibilidades mutuamente excluyentes, cuando, en realidad, existe, por lo menos, una tercera opción. El tweet encierra un falso dilema porque no es cierto que, siendo feministas, solo exista la opción de preocuparse por los animales o la opción de preocuparse por las personas asesinadas en otros territorios. Existe también, entre otras, la opción de preocuparse por los animales y por las personas asesinadas en otros territorios. Esta es, de hecho, a mi entender, la única opción éticamente razonable y por la que muches trabajan firmemente.
La prioridad humana
Otra técnica retórica empleada en el tweet es lo que se conoce como reducción al absurdo. Consiste en suponer como punto de partida algo tenido como cierto – que debemos preocuparnos más por las personas que por los animales – y mostrar que su contrario – que algunas personas se preocupen más o igual por los animales que por las personas – es absurdo. Hay varios problemas aquí. En primer lugar, no es obvio, por lo menos no sin un argumento, que debamos preocuparnos más por las personas que por los animales. Hay circunstancias en las que preocuparse más por las personas puede estar justificado y otras en las que lo más ético será preocuparse más por los animales, todo depende de la fuerza de los intereses en juego. Por ejemplo, si hay una persona pegando a un perro en la calle, su interés en obtener un placer derivado del maltrato animal no es suficientemente fuerte como para primar sobre el interés en no sufrir del perro. En tales circunstancias estaría pues justificado preocuparse más por el animal que por la persona. De forma similar, el interés de una persona en disfrutar de un determinado placer gastronómico, perfectamente sustituible, salvo raras excepciones, por alternativas vegetales, no debería priorizar sobre el interés en vivir y en no sufrir de un animal.
En segundo lugar, no preocuparse más por las personas no implica preocuparse necesariamente más por los animales, ya que queda la opción de preocuparse igual por ambos. De hecho, en los ejemplos de arriba, no se trata, en rigor, de preocuparse más por el animal que por la persona, sino de preocuparse igual por ambos en cuanto sujetos merecedores de consideración y respeto que pueden sufrir y disfrutar de sus vidas y, dada la situación de conflicto, sopesar qué intereses son más fuertes. Esto no debería resultar sorprendente, ya que esa es justamente la forma como procedemos cuando hay un conflicto de intereses entre seres humanos. Impedir que tu hije empuje por diversión a su prime por las escaleras no es preocuparse más por tu sobrine que por tu hije, sino preocuparse igual por ambes y determinar que el interés en divertirse de tu hije es más débil que el interés en no sufrir, y potencialmente vivir, de su prime. Asumir como obvio que siempre debemos preocuparnos más por las personas que por los animales es reproducir acriticamente el supremacismo humano sobre las demás especies, siguiendo la misma lógica de otros supremacismos de naturalizar allegadas diferencias entre individuos y retratar a quienes se enfrentan a ellos como involucrades en una batalla absurda contra el ‘curso natural de las cosas’.
Ello explica que la defensa de los animales se represente como una amenaza a la defensa de las personas cuando, como en el caso que nos ocupa, no hay siquiera un conflicto entre los intereses de los animales y los de las personas. Para que ello fuera así, tendría que existir alguna relación causal entre una cosa y la otra, de manera que dejaríamos de movilizarnos por las personas asesinadas en otros territorios porque estamos atendiendo a los demás animales. Claramente, eso no es así. Quienes no se movilizan por las personas que se están muriendo en otros territorios, no se movilizan porque no les importan las personas que se están muriendo en otros territorios, no les importan lo suficiente o están sesgadas por prejuicios de todo tipo y no porque les importen los animales.
Finalmente, habría que medir todavía si, en realidad, ese sector del feminismo al que hace referencia el tweet efectivamente se preocupa más o igual por los animales que las personas, y no menos, aunque se preocupe algo. No dispongo de datos, pero es mi fuerte convicción, después de años de activismo que, dado lo enraizado que se encuentra el especismo en el ámbito individual, social e institucional, seguimos, a pesar de los esfuerzos, irremediablemente especistas, manteniéndonos, por lo general, impasibles ante la magnitud de la masacre perpetrada hacia les demás animales. Lo que sí ocurre en un cierto sector del feminismo, ese diminuto espacio ocupado por les feministas antiespecistas, es que nos preocupamos algo por los animales. Y hacerlo, en un mundo marcado por la más profunda objetificación y desconsideración del bienestar de las demás criaturas, nos enfrenta a un status quo opresivo y discriminatorio, situándonos desproporcionadamente en su punto de mira. También, admitamos, dentro del feminismo.
Una vez ha quedado claro que el feminismo antiespecista se preocupa igual o incluso menos por los animales que por las personas, ello es compatible, por razones estratégicas, con dedicar esfuerzos a trabajar por la defensa de los animales. Hay tres razones fundamentales para hacerlo: la escala y la gravedad de los daños en juego y, sobre todo, la desatención a la cuestión. Se estima que cada año son criados, confinados, torturados y matados en torno a dos billones de animales para la obtención de bienes y servicios de origen animal (FAO, 2019). Ante esto, la amplia mayoría del activismo se dirige hacia la defensa de los intereses de los seres humanos. Incluso dentro del activismo ‘animalista’, solo una pequeña parte invierte sus esfuerzos en los animales bajo explotación, a pesar de que sean la aplastante mayoría de animales matados y usados para beneficio humano. Así, dada la escasez de recursos depositados en el activismo en defensa de los animales y la magnitud del sufrimiento y de la muerte en cuestión, incluso si nos preocupan menos los animales que las personas, incluso si nos preocupan muchísimo menos, hay fuertes razones para dedicar esfuerzos en mejorar su situación.
El vínculo entre la violencia interpersonal y la violencia interespecies
Es ampliamente sabido que participar de la explotación animal no solo daña a los animales, sino también a los seres humanos, sobre todo a los más vulnerables. Más allá de esto, múltiples estudios sugieren la existencia de una conexión más amplia y directa entre la violencia entre seres humanos y hacia los demás animales. Por ejemplo, hace tiempo que la violencia infantil contra los animales considerados de compañía ha sido identificada como un fuerte indicador de conducta adulta criminal. Es también conocida la correlación entre la violencia de género y el maltrato animal, donde la violencia, ya sea en forma de amenaza o concreción, es utilizada como mecanismo efectivo de dominación y control de mujeres y niñes. Varios estudios han demostrado también que un alto porcentaje de mujeres maltratadas de distintos backgrounds socioeconómicos han sufrido maltrato de animales de compañía a manos de sus parejas. Desde el ámbito de la psicología, se ha demostrado recientemente la existencia de un fuerte vínculo entre las actitudes especistas y otras formas de prejuicio como el racismo, el sexismo y la homofobia. Asimismo, se ha identificado que el especismo no sólo suele ir acompañado de otras formas de actitudes discriminatorias, sino que se constituye como una instancia de un modelo general de prejuicio, que permite predecir en quienes lo albergan una mayor probabilidad de deshumanización de otros grupos humanos marginados. Otros estudios sobre percepciones sociales sugieren que, de hecho, las personas parecen, en general, intuitivamente conscientes de la conexión entre el especismo y las formas “tradicionales” de discriminación, infiriendo rasgos de personalidad similares entre una persona especista y una racista, sexista u homófoba. ¿Por qué es relevante esto? Porque incluso si no tuviéramos razones para rechazar la violencia infligida sobre los demás animales basadas en sus intereses fundamentales, los datos sugieren que un verdadero compromiso con la no violencia dentro de la esfera humana necesariamente conduce, aunque indirectamente, a defender la no violencia más allá de nuestra especie.
Solidaridad no egoísta
Para el activismo antiespecista lo anterior no resulta, evidentemente, novedoso, ya que somos conscientes que defender a los animales no es limitar la consideración y el respeto hacia los animales, retirándola a las personas, sino ampliar, desde la consistencia, la consideración y el respeto hacia todos los seres que quieren vivir, no sufrir y disfrutar de sus vidas, incluidos los seres humanos. Por tanto, en lugar de enfatizar supuestas diferencias entre “animales y personas”, legitimando falsos dilemas al servicio de arreglos sociales supremacistas que nos dañan a todes, deberíamos promover, como feministas, una mayor solidaridad entre especies y abogar por un mundo más compasivo y justo para todos los seres sintientes. También, no olvidemos, entre nosotres.
*Nota de la autora: Utilizaré aquí la expresión “animales y personas” para seguir la misma línea lingüística del tweet, aunque la propia dicotomía entre animales y personas es cuestionable desde un punto de vista especista. Dejaré, por motivos de espacio, la cuestión pendiente para futuras reflexiones.
Y otras polémicas de Twitter….