Debates a pecho descubierto
Conocer nuestro propia memoria, entender el legado (trans)feminista que tenemos, es clave para situarnos ante los problemas feministas actuales.
Miro las fotos de las jornadas feministas de Granada, las de 2009, con cierta nostalgia. ¡Nunca fuimos tan jóvenes! En esas fotos, veo muchas caras que siguen presentes en los debates trans y feministas de hoy. ¡Ya han pasado diez años! Reconozco en estas jornadas muchos de los debates que nos han ayudado a crecer como movimiento. Pusimos en el punto de mira un feminismo binarista que necesitaba repensar su lugar con respecto a la sexualidad, la transexualidad, migración, empleo, capacidad, consumo, medio ambiente y otros lugares dicotómicos. A ese momento le llamamos transfeminismo, un salto al feminismo de la tercera ola, que plantea serios retos a una comprensión simplificada del sujeto político del feminismo, que trae debates nada fáciles, pero necesarios: invitar a la participación de los varones o mujeres trabajadoras del sexo.
En Granada, se habló mucho de transexualidad, pero también de otros deslizamientos trans, que tienen que ver con ir más allá de un lugar esencialista de las mujeres y sus necesidades. Aunque a posteriori no a todo el mundo le funcionó este término, transfeminismo, supuso un cambio potente con respecto a jornadas feministas estatales anteriores, abriendo puertas a nuevos debates. A nadie le quedó duda de esto. Desde la presentación, con el monólogo de Isabel Franc en el que daba voz a dos generaciones de feministas, madres e hijas, que leían a Simone de Beauvoir o a Paul B. Preciado. Ese espacio lúdico fue el que ayudó a situar un presente para quienes tenían una vida de militancia feminista y poder acoger a las muchas jóvenes que acudieron.
Y mesa tras mesa, ponencia tras ponencia, contenía un debate relevante de lo que llamamos hoy interseccionalidad, de saberse un colectivo feminista plural, polifacético y no ausente de conflicto. Con importantes críticas decoloniales, racializadas y migrantes. Protagonizado por mujeres de todas partes con críticas a una visión estrecha del feminismo que las excluye.
Participé en este evento, ya histórico, en una mesa redonda sobre la memoria sexual en el franquismo, con la historia de M. Elena N.H, que luego conté en ‘Por un chato de vino’. También me interesó hablar de masculinidad porque nuestros cuerpos ejercían como evidencias de las trasgresiones de las que hablábamos. En esta mesa, que compartí con Mari Luz Esteban y Cristina Garaizabal, sentí que se movilizaban muchas emociones, no sólo muchas ideas, ya que todas abordábamos, de una manera u otra, la sexualidad. Sentí el calor de una necesidad colectiva de abordar la sexualidad, la identidad y las necesidades de transitar desde donde nos habían posicionado.
Hubo quien me dio las gracias desde el público y compartió el doloroso momento en el que dejó de ser “¡eh tú, muchacho!”, para ser “¡eh, señora!” en el imaginario colectivo de la calle. “¿Cómo se envejece teniendo pluma?”, decía ella, aludiendo a necesidad de una representación social y la incomodidad de habitar el lugar de señora. Hablamos de la asociación entre pluma masculina, juventud, deseo y cuestionamiento de nuestra competencia en lo profesional. ¿Cómo encarnar la masculinidad en cuerpos asignados como mujeres en el nacimiento? ¿Qué peso tiene esa masculinidad en la representación social? Teníamos aún en mente el caso de Dolores Vázquez, acusada falsamente de asesinato en el caso Wanninkhof, y la presencia en el programa de TV Gran Hermano de dos lesbianas, una de ellas masculina. También hubo quien se acercó para decirme que había “traicionado al feminismo con esta deriva”, aludiendo a la transición que estaba haciendo. Fueron las menos. He decir que han sido más las voces de apoyo y agradecimiento por traer este tema al debate público.
Escuchar a Yayo Herrero, Amaia Pérez Orozco, Verna Stolke, Justa Montero, Kim Pérez, Miriam Solá, Raquel Osborne, Elvira Burgos, Juana Ramos, Dolores Juliano, Tere Maldonado, Eli Vasquez, Beatriz Suarez, Dau García, Llum Quiñonero, Mª José Belbel, Azucena Vietes, Ochy Curiel, Montse Pineda, Amets Suess, Laura Bugalho…. y muchas más que estuvieron allí, te cambia la vida. Me cambió la vida.
Volviendo de este viaje nostálgico, quizás el debate que me interesa hoy ya no sea tanto este enfoque de la masculinidad femenina que necesita afirmarse, que sigue siendo necesario. Ahora me surge resituarlo en plantear qué supone salirse del sexo asignado en el nacimiento. ¿Qué implica no ser una mujer y ser (trans)feminista hoy? ¿Es posible hacer una transición y no ser exactamente un hombre, pero tampoco una mujer, tras una vida de activismo feminista lesbiano? ¿Qué puede un cuerpo trans? ¿Quién se puede permitir hacer una transición? ¿Transitar hacia dónde y cómo? ¿Alejarse de dónde? ¿Para qué? ¿Con qué medios? ¿A costa de qué? Estas son preguntas para rumiar despacio.
Algo que me marcó de esas jornadas son los debates sobre el no binarismo. Y aún resuenan en mi. Son las palabras de Miquel Missé en esas mismas jornadas, cuando señalaba en un aula abarrotada de la Universidad de Granada y a pecho descubierto que hemos tenido ausencia de referentes de mujeres masculinas, referentes que pudiéramos apreciar y en los que nos pudiéramos ver. Señalaba que quizás, en ese imaginado pasado posible y alternativo con referentes positivos de mujeres masculinas, él hubiera podido ser una mujer masculina y no un varón trans.
¡Zas!
Esta idea provocadora nos atravesó como un huracán.
Una afirmación que hizo palpitar mi corazón y me interpelaba directamente.
¿Qué nos llevaba a movernos de ese lugar cómodo y ya conocido, en mi caso el activismo feminista lesbiano? ¿Qué implica romper con los vínculos, los hábitos y el lenguaje que nos sitúa en lo familiar, seguro y posible? Desde luego, en mi caso, una necesidad imperiosa de hacer la vida vivible. Esta reflexión me llevó a tener conciencia de estar tomando decisiones, y hacerlo en un mundo que prescribe un guion estrecho y rígido para cada cual. Una conciencia que me ha acompañado desde estas jornadas de Granada. De hecho, la interlocución con sus protagonistas sigue siendo vital hasta el día de hoy, de manera literal o simbólica. Me hace tomar conciencia de la necesidad de embarcarnos en debates que pueden ser a priori difíciles, pero necesarios y que nos atraviesan el cuerpo y la vida. Debates en los que a menudo entramos con recelo, pero que suponen apostar por la vulnerabilidad y una sinceridad radical de reconocernos en otras personas, algunas que aún ni conocemos.
Saber que tomamos decisiones, que tenemos un legado (trans)feminista me ayuda a situarme algo mejor en los problemas feministas actuales. Problemas como precariedad, el feminicidio, el pseudofeminismo tránsfobo, el cambio climático machista, el racismo de género, el capacitismo de clase, la migración forzosa y tantos otros… Problemas para los que deseo formar parte de un tejido de amistades, de puentes que se encuentran para construir soluciones a problemas que puede que aún no conozcamos bien.
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