Cuartillas para la memoria: Colombine, la maestra de todas nosotras
Publicó 10.000 artículos en prensa, 134 novelas y otros tantos ensayos, biografías, libros de viaje y hasta recetarios de cocina. Carmen de Burgos, Colombine, fue la primera periodista mujer en el Estado español, defensora del divorcio y del voto femenino y prohibida por el Franquismo. Su nombre todavía no se incluye en los planes de estudios.
“La figura de Doña Emilia no podía caber, con sus diversos aspectos, en el estrecho marco de un artículo. Esta mujer superior, de talento positivo, que supo en época hostil a la educación femenina demostrar su valer y su esfuerzo; esa polígrafa ilustre, honra de nuestro sexo, necesitaría un libro voluminoso, (…) ¿Quién no conoce y admira a la Pardo Bazán?”.
Con estas palabras presentaba Carmen de Burgos la entrevista que le hizo a la escritora gallega en 1911 para el periódico El Liberal. Un encuentro donde hablaron de literatura, actualidad y feminismo y en el que, cuando la periodista le preguntó a Doña Emilia si esperaba recibir algún día la Cruz de Alfonso XII, destinada a las grandes personalidades del país, Pardo Bazán le respondió con franqueza que prefería una cátedra. “Los honores no valen lo que el trabajo”, le dijo.
Para aquel entonces, apenas 20 años antes de la muerte de Carmen de Burgos Seguí (primera mujer periodista profesional de la historia de España, primera corresponsal de guerra, primera que inicia una campaña pidiendo el voto femenino, primera que plantea un debate sobre el divorcio legal en una sociedad regida por chisteras y sotanas, aquella que se hizo llamar por medio mundo Colombine, que impulsó la primera manifestación feminista, que recorrió la Europa y América del primer tercio del siglo XX entre agasajos de presidentes e intelectuales, la mujer que hablaba con reinas y cigarreras, pontífices y prostitutas) probablemente no sospechaba que su propia trayectoria, como la de la Pardo Bazán, sería incontenible en los pocos miles de caracteres que componen un artículo como éste. Lo intuiría mucho después, cuando en otra entrevista en la que esta vez sería ella la protagonista, tras repasar por encima su obra escrita (más de 10.000 artículos publicados en prensa, 134 novelas y otros tantos ensayos, biografías, libros de viaje y hasta recetarios de cocina) acabaría concluyendo que se trataba de “toda una vida deshojada en miles de cuartillas”.
A continuación se presentan unas pocas de esas cuartillas, recogidas de debajo de una alfombra hecha de 40 años de dictadura y olvido, gracias a la recuperación de cientos de sus artículos periodísticos en la obra Colombine, Periodista Universal (Junta de Andalucía, 2019), de Concepción Núñez Rey.
Cuartilla 561
– Usted debe firmar Colombine.
Se lo propuso el director de Diario Universal, Augusto Sánchez de Figueroa, tras encargarle una columna diaria con el nombre de “Lecturas para la mujer”. Aquel enero de 1903, dos años después de su llegada a Madrid, De Burgos se convertía en la primera periodista profesional española, oficio que aprendió en su Almería natal de su marido, un redactor borracho y mujeriego de cuyos malos tratos huyó con su hija María. Colombine, Colombina, era un personaje de la comedia clásica italiana que representaba el arquetipo de mujer frágil y caprichosa, y la adopción de ese sobrenombre, que nada tenía que ver con ella, fue posiblemente la mayor boutade que brindaría la periodista en su carrera. Años después vendrían más seudónimos (Raquel, Claudine, Marianela, C, Gabriel Luna, Perico el de los Palotes…), pero sería Colombine el único que le acompañaría hasta su muerte; a pesar de que, tal y como reconoció, “la escritora que sueña, piensa y analiza no pueda reír con la alegre despreocupación de la pagana Colombine”.
Cuartilla 981
La habían insultado con esa palabra, la primera con la que durante toda la historia el hombre ha insultado a la mujer, y lo habían hecho desde las páginas del diario El Siglo Futuro. El lamentable ataque vino a propósito de la polémica encuesta sobre el divorcio impulsada desde su columna. Colombine fue a las oficinas del periódico conservador y exigió ver al director, pero en su lugar se presentó un redactor jefe, a quien le exigió una rectificación. “Se negó a ello y le di dos bofetadas… Muy poco después, Nocedal, director del periódico, rectificaba extensa y absolutamente”, contaba ella, satisfecha, en una entrevista de 1931.
La campaña sobre el divorcio, que le valió durante un tiempo el apelativo de La Divorciadora por parte de los sectores más conservadores, la inició en 1904, cuando, con la excusa de informar de un supuesto club de matrimonios mal avenidos que había surgido en Madrid, planteó a incontables personalidades de su tiempo que opinaran sobre la regulación de la ruptura matrimonial. Las respuestas recibidas, junto con otras muchas que no llegaron a ser publicadas en Diario Universal por culpa de las presiones, fueron recogidas poco después en El Divorcio en España, el primer libro que desde el periodismo abordó esta cuestión. Una obra con la que De Burgos pretendía atacar “la gazmoñería, mojigatería y beatería ambiente”.
Cuartilla 6.719
Hay quien lo celebró como el triunfo de una nueva generación de mujeres modernas, con hambre de justicia y libertad, pero hubo quien recordó a la mujer que puso la primera semilla. El periódico cubano Diario de la Marina, el 10 de octubre de 1931, publicaba junto con la noticia a toda página de la concesión del voto a las mujeres españolas, el rostro de Carmen de Burgos entre los de Victoria Kent y Clara Campoamor. Después de todo, fue ella la primera que planteó un debate público en España sobre el sufragio femenino, con otra encuesta en 1906 lanzada desde las páginas de El Heraldo y similar a la que dos años antes abordó el tema del divorcio.
El resultado de aquel sondeo (4962 votos emitidos por los lectores, de los cuales 922 estaban a favor del voto y 3640 en contra) se acompañaba de la opinión de intelectuales de su tiempo – los hermanos Quintero preferían que no pudieran votar las mujeres, “porque lo que hay en ellas de bueno se echaría a perder”; por su parte, el progresista José Ferrandiz, convencido de la necesidad de educar antes a la población femenina, sostenía que “si hoy diésemos el voto a la mujer la Inquisición estaría reestablecida antes de un año”-. Desde ese momento, el voto femenino y la lucha por la igualdad política entre hombres y mujeres sería uno de los principales caballos de batalla de Colombine… y solo por un inesperado giro del destino se borró su nombre en aquel capítulo de la Historia en la que el Congreso aprobó el sufragio universal en el primer año de la II República: el Partido Republicano Radical Socialista, entre cuyos cuadros figuraba Carmen de Burgos, decidió no presentar diputados a las elecciones constituyentes. Un hecho que impediría su presencia en el histórico debate que enfrentó a Kent y Campoamor en el Parlamento.
Cuartilla 19.689
La fotografía fue tomada en agosto de 1909, en Melilla. Colombine está en el centro, con un vestido claro y un enorme sombrero adornado con flores. Al contrario que el resto de las figuras que aparecen -decenas de soldados españoles mirando a cámara, como desafiando al futuro incierto que les espera-, Carmen se encuentra de perfil. Casi distraída. Su atención estaba en otra parte…
El Heraldo de Madrid la había enviado poco antes a Málaga para que mandara artículos sobre los campamentos que la Cruz Roja había establecido allí para tratar a los miles de combatientes heridos por las cabilas rifeñas. Como la censura militar apenas le permitía criticar la falta de recursos con que eran atendidos los soldados, consiguió cruzar el Estrecho en un barco de vapor para reportajear la guerra desde primera línea. Esta decisión la convirtió en la primera corresponsal de conflictos española. Solía acompañar sus crónicas con la lista de nombres de heridos y fallecidos, para el conocimiento de sus seres queridos en España. A su regreso a la península, escribiría otro de los artículos que consagrarían la firma de Colombine, Guerra a la guerra, un manifiesto pacifista en el que llamaba a la legalización de la objeción de conciencia y a la supresión del servicio militar obligatorio.
Una vida deshojada en miles de cuartillas
En otra de sus páginas relataría cómo le sorprendió la I Guerra Mundial en la frontera sueco-alemana mientras regresaba de un viaje por el norte de Europa. Allí contaría el estado de sospecha y terror al que los alemanes sometieron a todas las personas extranjeras que tenían el pelo negro o cómo ella misma golpeó a un soldado que la confundió por su fuerza con “un ruso vestido de mujer”.
Si pudiéramos recoger más cuartillas de su vida encontraríamos la denuncia que hizo sobre una venta de pinturas de El Greco en Toledo, y cómo gracias a sus informaciones se decidió crear el museo dedicado a este pintor que ahora corona orgullosa esta ciudad. O la primera marcha feminista en España, que encabezó en 1921 hasta el Congreso y en donde repartió a sus señorías un manifiesto exigiendo, entre otras cuestiones, la igualdad política de hombres y mujeres y la equiparación de ambos en los códigos civil y penal (el artículo 438 de este último, combatido por Colombine durante años, establecía un eximente de la pena si el marido asesinaba a la mujer por razones de adulterio). Más páginas mostrarían sus eruditas crónicas de viaje por medio mundo; o la publicación de la que hoy sigue siendo la biografía de referencia de su admirado Larra; o relatarían su relación de más de dos décadas con Ramón Gómez de la Serna y cómo éste acabó traicionándola con su propia hija, agravando el problema cardíaco que sufría y que acabó quitándole la vida; o cómo su mirada infalible predijo mucho antes de que ocurriera el desastre de la II Guerra Mundial, el turismo de sol y playa español o el timo generalizado de los contratos en prácticas; o recordarían el que se puede considerar el primer libro de ciencia feminista publicado en España, La Mujer Moderna y sus Derechos, en 1927…
El fuego…
En otra cuartilla de su vida deshojada, referente a uno de sus últimos libros (una biografía sobre Rafael de Riego, cuyo himno fue adoptado por la II República gracias en parte a su labor), lamentaría la manipulación histórica y la destrucción de fuentes documentales por parte de aquellos que han pretendido ofrecer una versión limitada y conveniente de nuestro pasado: “Se puede asegurar que las llamas de las hogueras españolas han significado un atraso para la civilización del mundo”.
Precisamente, bajo las llamas, se perdió su memoria.
Según la periodista Asunción Valdés, cientos de libros de Colombine pudieron ser quemados por orden del Gobierno Civil de Almería después de que el franquismo incluyera a Carmen de Burgos en una lista de autores prohibidos, junto con nombres como Gorki, Zola o Sénder. La conservación de su obra en bibliotecas y librerías o su reedición serían así fuertemente perseguidas por la dictadura durante décadas.
¿La razón? La también periodista y experta en la figura de Carmen de Burgos, Mar Abad no tiene duda: “Por ser mujer, socialista, laica, republicana…y masona. Ella formó parte de una de las primeras logias exclusivamente femeninas del país, la Logia Amor”.
…Y la memoria
Desde los actos por el 150 aniversario del nacimiento de Colombine, en 2017, y gracias en parte a la Fundación Carmen de Burgos que preside María Serrano y a la Asociación de Periodistas de Almería, se está recuperando en la conciencia colectiva el lugar de absoluta relevancia que ocupó Colombine en la España del primer tercio del siglo XX y en la historia del feminismo ibérico y el periodismo español en general.
De momento, la memoria urbana (unas pocas calles con su nombre, una placa en el último lugar donde vivió, una biblioteca en el Instituto Cervantes en Brasil y algún que otro instituto público) aún le debe mucho a Carmen de Burgos. Entre los proyectos de la Fundación a medio plazo, explica Serrano, se encuentra el proponer a los gobiernos autonómicos que incluyan el estudio de su vida y obra en los planes educativos, de la misma manera que ya están autores como Azorín (seudónimo de José Martínez Ruiz), Miguel de Unamuno o Emilia Pardo Bazán.
En una entrevista de 1916, la periodista afirmó que esperaba “resucitar por la fuerza del libro que no habré podido escribir o por hacer alguna información que se le escape a los futuros reporteros y que exija inaplazablemente la actualidad”.
Larga vida sea, pues, a Colombine.