La escuela rural o volver a los orígenes

La escuela rural o volver a los orígenes

Dice la sabiduría popular que un colegio que se cierra es un pueblo que desaparece. Así de necesaria es la escuela rural, que no solo mantiene la población de las localidades más pequeñas, sino que también vertebra el territorio, convirtiéndose en un referente, tanto en lo educativo como en lo cultural y en lo social.

Imagen: Núria Frago
29/01/2020

Ilustración de Núria Frago. Una escena rural en el que varias mujeres, en círculo, leen libros.

La escuela mantiene vivos los territorios. Bajo este paradigma, el grupo de expertos en educación del G100 del proyecto Terris lleva trabajando algo más de un año en el desarrollo de un prototipo para convertir la escuela rural en un laboratorio de innovación educativa. Pero, ¿por qué se antoja este entorno como el ideal para ello? Analicemos los motivos:

En primer lugar, su tamaño. Formados por un número reducido de aulas (a veces incluso unitario, es decir, una sola clase que aúna a todo el alumnado), y con una cantidad de estudiantes también menor que en el entorno urbano, se postula como un contexto ideal para trabajar con metodologías activas. Además, a ello hay que sumarle que en dichas clases suelen convivir niños y niñas de diferentes edades, con lo que – casi sin querer- surge lo que pedagogos tan relevantes como Piaget o Vigotsky definían como aprendizaje entre pares, es decir, alumnos y alumnas enseñándose entre ellos, y relegando a un segundo plano el rol del docente, el cual, más que instruir, actúa como una especie de director de orquesta, guiando a sus músicos el proceso de enseñanza- aprendizaje.

Incluso, el espacio se convierte en un elemento de facilitación del conocimiento. Recientemente, el panorama educativo aboga por el uso de los espacios como elementos de aprendizaje, habiendo surgido la tendencia de las aulas del futuro, que se caracterizan por espacios flexibles y zonas divididas en entornos que favorecen las diferentes formas de aprender. En el caso de la escuela rural, en el que encontramos salas que en el pasado estuvieron rebosantes de infancia, pero que ahora se encuentran vacías –y en algunos casos infrautilizadas-, la posibilidad de jugar con este uso del espacio es infinita. Esto se antoja imposible en los colegios urbanos, en los que los ratios altos y la sobrepoblación provoca precisamente que la falta de espacio sea uno de sus grandes hándicaps.

En segundo lugar, y retomando lo que comentábamos en el párrafo inicial, la capacidad que tiene la escuela rural de vertebrar el territorio. Porque es en esta realidad educativa en la que el maestro o la maestra sigue siendo una figura relevante. Lo que hace y las decisiones que toma cuentan con ese soporte jerárquico. Se da el caso, incluso, de que los y las docentes se encuentran entre las personas más formadas en entornos pequeños y de población envejecida. Por ello, su actividad traspasa las fronteras del colegio, y se transforman en dinamizadores del medio, con la organización de exposiciones, charlas y otros eventos de los que se pueden beneficiar el total de la ciudadanía local.

En tercer lugar, el contexto juega un rol fundamental. En muchas ocasiones, la escuelita es la única institución de carácter educativo que se encuentra en el pueblo, y ello le otorga un protagonismo fundamental. Para el resto de los habitantes de dicha localidad, se convierte en una referencia y, por tanto, pasan a ser elementos activos de la comunidad educativa. A las clases entra el panadero, que enseña a los niños su profesión y les prepara el almuerzo; el agente forestal, que les lleva a dar un paseo por el entorno más cercano y les explica las diferentes especies que componen la flora local; o, en días especiales, se detiene el bibliobús y la clase se transforma en una fiesta de y por la lectura.

Ilustración de Núria Frago

Y también, dentro de esa cercanía y proximidad, hay que resaltar la relación con las familias, que se implican de una forma mucho más profunda en la práctica diaria del colegio que lo que lo hacen en las ciudades. El personal docente se convierte, casi, en un miembro más de la casa y, como tal, se le cuida, produciéndose además una implicación bidireccional. Aunque, a priori, esto no pueda parecer excesivamente significativo, desde luego el hecho de que todos los miembros de la comunidad educativa remen en la misma dirección facilita enormemente la tarea de enseñar. Los centros que cuentan con un apoyo y una confianza incondicional de padres, madres o tutores tienen mucho ganado al respecto.

Como última referencia al entorno, y ya que anteriormente hablábamos de paseos al aire libre, existe una pedagogía denominada Bosque Escuela que ensalza las bondades de aprender en conexión con la naturaleza. En una escuela rural, donde es este el contexto en el que se encuentra, aprovechar las facilidades que ofrece el medio ambiente para conseguir un aprendizaje experiencial surge casi sin planteárselo. No hay necesidad de emplear los recursos más innovadores para comprender conceptos como el ciclo del agua o el curso de los ríos. Basta con traspasar la entrada del colegio y dar un paseo por sus proximidades.

Los docentes de la escuela rural

En ocasiones, este es el eslabón más débil, por causas puramente estructurales: hoy en día, el mundo está organizado en torno a las ciudades, y optar por vivir en el pueblo es una apuesta arriesgada que no todo el mundo se atreve a emprender. Eso genera que el profesorado que llega hasta los centros educativos de los pueblos tenga –en la mayoría de los casos- un proyecto de vida conectado a una urbe. Lo que significa que suelen estar de paso por estas escuelitas, y en la mayoría de ocasiones ni pernoctan en la misma ubicación en la que desempeñan su tarea educativa. De este modo, la conexión con el entorno suele ser menor, a veces incluso inexistente. Varios de los ponentes de la mesa redonda Nuevos modelos educativos para el mundo rural, enmarcada dentro de la feria Presura que tuvo lugar a comienzos de noviembre en Soria, analizaban esta realidad, destacando que una de las grandes quejas de la ciudadanía de entornos rurales es que los profesores de los centros educativos “corren a llenar sus coches y abandonar el pueblo en cuanto finaliza la jornada escolar”.

Es precisamente esta interinidad de las y los educadores la que se trata de compensar en los últimos tiempos, y una de las principales vías para hacerlo es la puesta en valor de este contexto. De esta manera, la especialización en educación rural está llegando a las universidades, buscando incluso que se convierta en mención (equiparándose a otras menciones que actualmente se pueden estudiar en las facultades de educación, como la de educación física, lengua extranjera o educación musical). Pilar Abós Olivares, de la Universidad de Zaragoza, hablaba en Presura sobre la creación de asignaturas específicas sobre escuela rural (con la idea futura de crear dicha mención), así como de la oferta –esta sí en vigor- de un curso propio de Experto Universitario en Educación en Territorios Rurales.

Como decíamos al comienzo, si hay una palabra que defina la experiencia docente en entornos rurales, esta es cercanía. Próximos están todos los miembros de la comunidad educativa, que suman esfuerzos en pro del alumnado, sin prestar atención a otros parámetros (como pueden ser las calificaciones o los ránquines de los colegios, que tanto quitan el sueño a los urbanitas). Cercano es también el entorno, que juega un papel fundamental a la misma altura de los propios (y, de momento, insustituibles) libros de texto. Integrado está además el medio ambiente, en el que el alumnado aprende a través de la experiencia, aplicando el método científico. Todo ello genera un ambiente cálido, amable, de confianza, del que los estudiantes se sienten protagonistas y disfrutan el proceso de enseñanza- aprendizaje. La escuela de los pueblitos, lejos de quedar relegada a un último plano, debería plantearse como una referencia, un espejo en el que mirarse de buenas praxis. Incluso un paso más del proceso de formación de los estudiantes de magisterio. España tiene un pasado rural, y ahora nos toca a la ciudadanía del siglo XXI volver a confiar en nuestros ancestros.

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