Las fuentes o esas personas que nos cuentan su historia

Las fuentes o esas personas que nos cuentan su historia

Ni V. ni M. querían hablar con Andrea Momoitio sobre su proceso de gestación subrogada. Al final lo hicieron, pero el reportaje final no les gustó, lo que llevó a la autora a replantearse la jerarquía periodística de las fuentes y cómo debemos tratarlas si queremos hacer periodismo feminista.

22/01/2020

Ni V. ni M. tenían muchas ganas de hablar conmigo. Me costó meses que quisieran verme porque tenían miedo a que distorsionase su historia. Acabaron aceptando que nos viéramos. Puse en marcha la grabadora y me contaron cómo había sido el proceso de gestación subrogada de sus criaturas. Aún no habían nacido cuando tomamos juntas un refresco en su pueblo, muy cerca de Bilbao. Su historia fue el hilo conductor de mi reportaje sobre gestación subrogada, que pretendía ser un acercamiento crítico a la práctica que tantos debates genera en el seno del feminismo. Me acerqué a su historia con cariño y dejé de grabar plenamente consciente de que era una pareja que había sufrido mucho por no haber podido cumplir con uno de los principales preceptos del patriarcado: formar una familia de manera biológica, perpetuar la especie. Empaticé mucho con su historia y temí molestarles con mi texto, que revisaron de arriba abajo y no les gustó. Me pidieron que hiciese muchos cambios. Acepté pequeñas modificaciones, que no eran sustanciales para el texto y todas nos quedamos con una sensación agridulce. La historia de V. y M. ilustraba perfectamente la vivencia de una familia que decide marchar a Ucrania para que otra mujer, a cambio de dinero, geste a su criatura. Necesitaba que alguien me ayudase a contextualizar aquella historia porque, hasta el momento, solo tenía el testimonio emocionante de un pareja que trataba de hacerme entender que lo que habían hecho no hacía daño a nadie. Busqué a diferentes expertas, siguiendo así la lógica del periodismo más tradicional, para que me problematizasen esta práctica. Hablé con ellas de estructuras de dominación, de la cosificación a las que se nos somete a las mujeres* o de capitalismo, entre otras muchas cosas interesantísimas para el debate. A ninguna se me ocurrió preguntarles si eran madres o lo que habrían sentido si no hubiesen podido quedarse embarazadas. A V. y a M. no les pregunté por el capitalismo, la cosificación o las estructuras de dominación. Mis fuentes cumplieron con su función en cada caso.

Tú le preguntas a cualquier persona que no sea periodista qué es eso de las fuentes y, probablemente, te describa este lugar donde brota una corriente de agua, ya sea del suelo, de entre las rocas, de un caño o de una llave. En periodismo, sin embargo, cuando hablamos de fuentes hablamos de personas o documentos en los que nos apoyamos para contar nuestras historias. V. y M. me hablaron de sus vivencias y las expertas las cuestionaron. Unas hablaban de grandes estructuras y otras, de su familia. Los reportajes son un diálogo impostado y, en este caso, injusto. Unos meses después, June Fernández me contó que estaba preparando su reportaje sobre menopausia y ella aplicó lo que habíamos aprendido con mi reportaje: las distinción entre fuentes expertas y fuentes testimoniales genera una jerarquía que no nos interesa, una distinción entre saberes que no encaja con nuestra manera de entender el periodismo. Entonces B. y M. se convertían en las mayores expertas en menopausia. Una empezaba a sentir sus efectos y la otra compartió generosamente con nosotras cómo se vive cuando la regla te deja de bajar siendo muy joven..

Mujeres* y fuentes, ¿qué fuentes?

Si bien los debates en Pikara Magazine ahora giran en torno a la necesidad de romper con esa dicotomía entre fuentes expertas y fuentes testimoniales, en el mundo grande el reto aún es otro. Entre las periodistas feministas una de las preocupaciones más recurrentes es la falta de mujeres* expertas en los medios de comunicación. Según los datos del último Monitoreo Global de Medios, publicado en 2015, las mujeres* solo aparecemos en un 28 por ciento de las informaciones que se publican en prensa, radio y televisión. En los diarios digitales, la cifra es un poquito mejor: 33 por ciento. Las mujeres* somos minoría en todas las informaciones excepto en las relacionadas con crimen y violencia donde representamos el 51 por ciento de las informaciones que se publican. Nuestro rol de víctimas es evidente en los medios. Salimos poco en los medios, vale, pero cuando nos dejan asomarnos por allí, ¿en calidad de qué cuentan con nosotras? En calidad de expertas solo en un 9 por ciento. Las razones, muchas.

La falta de legitimidad de las mujeres* es innegable. Todas hemos vivido en alguna ocasión cómo se ignoran nuestras opiniones, cómo se nos manda callar, de qué manera se entiende que los hombres siempre tienen más autoridad. Además, la manera en la que nos han educado, eso que llamamos socialización de género, también facilita que los hombres se acerquen con más tranquilidad y menos miedo a los medios de comunicación. Están acostumbrados a opinar, a ser escuchados, y las resistencias que pueden sentir a la hora de exponerse ante la prensa son mucho más pequeñas. Las mujeres* vivimos condenadas al síndrome de la eterna impostora, esa sensación con la que convivimos, que nos hace creer que nunca estamos lo suficientemente preparadas para ser una voz autorizada. Las mujeres* que asumen este rol, que se ponen en primera línea y deciden opinar libremente, se exponen a sufrir escarnios públicos con grandes consecuencias. La forma en la que se trabaja en los medios de comunicación, desde los horarios de los periódicos que trabajan hasta tarde a las prisas de las televisión, son también elementos que hay que tener en cuenta para analizar la falta de participación de las mujeres* en los medios. Es habitual que la prensa necesite unas declaraciones a última hora de la tarde, por ejemplo, cuando muchas mujeres* han dejado de lado el trabajo productivo para dedicarse a los cuidados de sus familias, que siguen recayendo sobre nosotras mayoritariamente.

Los y las periodistas tenemos que ser conscientes de las desigualdades estructurales que aún sufrimos las mujeres* para tratar de salvarlas, en la medida de lo posible. No sirve con entender que las mujeres* están infrarrepresentadas en la prensa, se trata de cambiar las dinámicas para que los espacios de participación en la prensa sean más proclives a que se escuchen nuestras voces. Exigir que los ritmos de trabajo se adapten a la vida, por ejemplo, presionar para que las prisas y las inercias no nos dejen fuera. Buscar expertas en todos los ámbitos, aprovechar las iniciativas que ya existen como bases de datos de expertas, insistir si no tienen tiempo o ganas, buscar otro momento, cuidar sus historias, contarlas con cariño, respetar sus ritmos; en el caso de las editoras, exigir su presencia en todos los temas; generar dinámicas de trabajo que acerquen a las mujeres a la prensa.

Más allá del hilo conductor

Es habitual que desde los departamentos de comunicación de mucha organizaciones, por ejemplo, se quejen de que las y los periodistas llamemos a preguntar por perfiles que nos vienen bien para nuestros arranques. ¿Qué mejor que la historia de una lesbiana en situación de refugio para un reportaje sobre el derecho al asilo? La falta de empatía con la que muchos y muchas periodistas tratan a las personas que nos cuentan sus historias es evidente. Igual de evidente es que muchas organizaciones se blindan a la prensa sin entender que necesitamos también conocer historias de personas para poder explicar con claridad algunas estructuras de dominación. Es evidente que es mucho más fácil narrar lo terrible que es la crisis de refugio si conocemos la historia de una persona en particular que si nos centramos únicamente en datos y leyes. En el equilibrio está el reto, pero desde la perspectiva del periodismo feminista es inaceptable contar con testimonios de usar y tirar. Por eso, mantener una relación estable con las fuentes y hacer seguimiento de los casos que se denuncian debería ser imprescindible. El compromiso de los medios de comunicación con las lectoras y los lectores tendría que pasar también por un compromiso de los y las periodistas por sus fuentes. Son ellas quienes calman nuestra sed.

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