Mujeres invisibles frente a la igualdad

Mujeres invisibles frente a la igualdad

¿Se ha reapropiado el patriarcado de la palabra 'igualdad'? Julia Cañero Ruiz ofrece su punto de vista sobre algunos de los debates más presentes en el movimiento feminista

15/01/2020

 

Ilustración de un parto.- e.maldomado

 

El patriarcado tiene muchas formas de ejercer su poder y una de ellas, la más invisible, es la apropiación de la palabra igualdad. Por eso no nos ha de extrañar que algunos hombres salgan a defender su igualdad: custodias compartidas impuestas, contra la ley de violencia machista, exponiendo que la violencia no tiene género, contra leyes de cuotas, llamando feminazis o ideología de género al feminismo, etc., en definitiva, contra todo lo que pueda otorgar ciertos derechos a las mujeres. El problema es que también un determinado feminismo se ha centrado en la igualación, con el hombre como referencia (dentro de un sistema patriarcal y capitalista). Incluso en ocasiones han sido mujeres las que han luchado por una ampliación del derecho de los hombres (como en el reciente caso de ampliación del permiso paterno). La palabra igualdad, sin más matices, es peligrosa, por ese motivo hay que tener en cuenta que, incluso en una supuesta igualdad de derechos, de oportunidades y de trato, somos diferentes. Si ignoramos estas diferencias estaremos ocultando las experiencias de las mujeres (como colectivo oprimido) bajo una capa de falsa uniformidad (masculina). Voy a hacer un pequeño y rápido análisis de cómo afecta esta igualación a los procesos sexuales de las mujeres.

En la infancia aún se reprime el despertar sexual femenino o directamente se ignora, como si fuera un proceso por el que solo pasan los niños. Cuando comenzamos a hablar de sexualidad en claves igualitarias se vuelve a poner de referencia el modelo masculino. De esta manera, lo que nunca se ha nombrado queda fagocitado. Por eso, muchas familias son conscientes de la masturbación masculina (mi hijo se mete mucho en el baño y ha empezado a cerrar la puerta…) pero ni siquiera se plantean que sus hijas se masturben (igual porque sus métodos y tiempos son otros y sus progenitores los desconocen). Y no necesariamente deben ser familias machistas. No nos ha de extrañar por lo tanto, que las relaciones sexuales heterosexuales posteriores sean predominantemente falocéntricas, que obvian y desconocen los placeres femeninos y donde las mujeres nos vemos envueltas en una educación pornográfica machista que nos cosifica, donde la única finalidad es ser cuerpos que proporcionen placer. Por eso es necesario que la educación sexual, como ya llevan años trabajando algunas profesionales, sea feminista. Y que la experiencia sexual de las mujeres en todos sus ámbitos y desde la infancia no sea reprimida, como expone bien en sus textos Casilda Rodigáñez.

Por otro lado, no se fomenta el autoconomiento y la escucha de los ciclos de las mujeres para que seamos conscientes de nuestros procesos y de nuestros tiempos. Tampoco salen estos procesos a la esfera social y política. En una sociedad matrística los ciclos de las mujeres se deberían tener en cuenta para la organización de la vida (productiva y reproductiva, aunque preferiría no hacer tal dicotomía). Además, debemos ser soberanas de nuestros procesos reproductivos y eso no pasa por la utilización indiscriminada de métodos anticonceptivos hormonales que tienen graves repercusiones para la salud de muchas mujeres. Ya encontramos incluso ginecólogos que empiezan a recomendar tratamientos para retirar el periodo, como algo molesto, sucio, una enfermedad, un hándicap que tenemos las mujeres. De aquí a la “envidia del pene” argumentada por Freud no hay ni un paso. Tampoco podemos olvidarnos de la cantidad de esterilizaciones forzadas que se han realizado a mujeres como argumento a un control de la natalidad selectivo, misógino y patriarcal, sobre todo a mujeres pobres, migrantes o racializadas.

Y con estos antecedentes no nos ha de extrañar que aquellas que desean ser madres, donde los procesos sexuales se encuentran en su máxima expresión (embarazo, parto, lactancia, puerperio), se encuentren con una evidente invisibilización, desvalorización, paternalismo, violencia, etc. El embarazo es un hándicap para el sistema de producción capitalista y muchas mujeres son sometidas a un estrés laboral que afecta directamente sobre su salud y la salud de su futura criatura. Los permisos por riesgo de embarazo exigen unos requisitos tan estrictos que pocas mujeres pueden acceder a ellos, debiendo permanecer en el trabajo (algunas incluso conduciendo grandes distancias) más allá de los ocho meses de embarazo. Además del bienestar físico de la madre, se ignora su bienestar emocional y todos los sentimientos se infantilizan. Así nos llaman histéricas cuando, sin tiempo para nosotras, nos sobreviene el que llaman síndrome del nido y nos volvemos hiperactivas para poder tener todo bajo control antes del nacimiento. También nos infantilizan en las consultas del ginecólogo o de pediatría: si no estamos informadas ejercen su paternalismo y si estamos informadas juzgan nuestras decisiones. Que el consejo cuando entras en consulta cerca de la fecha probable de parto deba ser “no te bajes las bragas”, para evitar que te hagan maniobras que no has autorizado, es indignante. Frases como: “No gritabas tanto cuando lo estabas haciendo”, “voy a dejarte la vagina perfecta para tu marido”, “cállate”, “no eres menos mujer si te pones epidural”, “esto es un parto, no un capricho tuyo”, “no sabes empujar”, “hay muchos bebés que mueren sin saber por qué (por una decisión que la madre ha tomado)”. Que te impidan el movimiento, que hablen entre ellos sin explicarte nada, que no pidan permiso antes de tocar tu cuerpo, etc. Todo esto demuestra que cuando se unen dos sistemas de poder (patriarcado y autoridad sanitaria) las mujeres no valemos nada. El “mi cuerpo” va íntimamente ligado a “mi parto” y la violencia obstétrica es violencia machista.

Pero es que nace el bebé y en demasiadas ocasiones es separado de la madre. Una mujer que acaba de parir necesita a su criatura, necesita generar ese vínculo, que toda la oxitocina que se ha generado produzca el mayor de los enamoramientos. Todo está conectado. Pero en esta sociedad no se tiene en cuenta la interconexión y comenten fallos en un eslabón que puede romper toda una cadena. La separación del bebé (junto con partos traumáticos) puede repercutir en el vínculo, en el establecimiento de la lactancia materna, en posteriores tristezas y depresiones postparto, incluso en el rechazo del bebé.

La lactancia materna también es un derecho de las mujeres. En los grupos de apoyo a la lactancia materna observan cómo el sistema sanitario promueve la lactancia materna a través de campañas mediáticas, pero todo queda en papel mojado cuando entramos en los hospitales y los centros de salud: la mayoría de los y las profesionales no están actualizadas. Tampoco ayuda un sistema capitalista que promueve la cultura del biberón, porque la teta está fuera del mercado y no tiene comerciales ni visitadores médicos. Así nos encontramos con madres frustradas, que desean dar el pecho pero no tienen el soporte necesario para superar posibles dificultades. Y vienen los mitos: no tienes leche, no te subió la leche (el primer día), tu leche no alimenta, etc. Por respeto a todas esas madres que han luchado sin descanso por sus lactancias, no podemos decir que no pasa nada. Por respeto a todas aquellas que no pudieron más. De nuevo la infantilización de la madre primeriza: no sabes. Y la infravaloración de nuestras capacidades: no puedes. La eterna culpa cristiana para las mujeres.

Si no tuvieron bastante con robarnos el parto y la lactancia, el patriarcado decidió un bonito destino para las madres: ser trabajadoras sin descanso en este sistema capitalista. No tener en cuenta los ciclos de las mujeres para la organización de la vida es ya pecata minuta en comparación con no tener en cuenta una recuperación del parto, el puerperio y el periodo de exterogestación. Así que deciden que: para aquellas que no tienen empleo o a quienes echaron al quedarse embarazadas, no habrá recursos, así que criarán desde lo precario. Y aquellas que tengan un buen empleo deberán estar recuperadas a las 16 semanas. Qué importa que no descanses, que las tetas te revienten, que te arranquen una parte de ti: hay que ser productiva. Si decides escuchar tu cuerpo y coger una excedencia, algunas personas dirán que estás acabando con la igualdad en el empleo, porque tus derechos joden sus estructuras igualitarias.

Así que nos cuelan un Decreto Ley que habla de permisos iguales e intransferibles. Y leyendo el Decreto nos damos cuenta de que el progenitor distinto a la madre biológica “tendrá una duración de 16 semanas de las cuales seis semanas inmediatas posteriores al hecho causante serán en todo caso de descanso obligatorio”. Y nos preguntamos por qué llaman “hecho causante” a un parto. Igual que la Plataforma PETRA descubrió cómo en el texto se sustituye en demasiadas ocasiones la palabra “parto” por “nacimiento”, como si los y las bebés naciesen de úteros artificales. Todo tiene una explicación: la invisibilización de nuestros procesos. Pero es que además este “hecho causante” dará al padre seis semanas de “descanso obligatorio”. Porque sabemos que ese enorme esfuerzo paterno en el parto y en la lactancia requiere de un descanso en condiciones. Las palabras lo dicen todo: es descanso y no acompañamiento a la madre y al bebé, porque la realidad es que no se puede obligar a cuidar, ni por todo el 100% de la base reguladora del mundo. En una sociedad feminista, la corresponsabilidad es educación y no imposición. Un padre corresponsable es consciente de las necesidades del bebé y de la diada que se genera con la madre, respetándola y sosteniendo. Y si la otra progenitora es una mujer, la corresponsabilidad seguramente estará asegurada sin tener que hacer experimentos de ingeniería social. En la misma línea, se está debatiendo el cambio de la palabra “mujer” por “progenitor que figure como gestante” en cierto artículo del Código Civil. Invisibilizar los procesos reproductivos de las mujeres usando un masculino genérico directamente podría considerarse misógino. Aunque el objetivo pretenda ser la inclusión de la diversidad, el hecho es que este constructivismo feroz está obviando la perspectiva biocultural de la maternidad y que nuestras luchas podrían verse diluidas si no podemos poner nombre a nuestras demandas.

Y en esas estamos, viendo cómo además de seguir invisibilizando todos nuestros procesos, las leyes se amparan en una igualdad que nos exclaviza. Porque, en palabras de Patricia Merino, “pretender que una ley que regula el periodo postparto y las primeras semanas de vida de las criaturas humanas sea la vía para luchar contra una ‘concepción biologicista de la mujer’ e identificar la maternidad como ‘condición femenina’ negativa y lastrante en vez de señalar que es precisamente la falta de reconocimiento lo que lastra la experiencia es una operación que refuerza la jerarquía patriarcal”. El feminismo aquí tiene mucho que decir y mucha autocrítica que hacer. Y hoy las madres feministas hemos venido para quedarnos.

 


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