‘La trinchera infinita’ de las mujeres
Rosa, protagonista femenina de la película 'La trinchera infinita', vivió consagrada a ser sustento y protección de su marido, atada a un cuidado que mataba el derecho a su propia identidad. Es objeto de violencia salvaje, desconfianza y colonización de su cuerpo, también por parte de su pareja. Atención, esta crítica contiene SPOILERS.
Este texto contiene SPOILERS
Rosa es fiel muestra de la forma en que la historia ignora a las mujeres. Lo vemos en las decisiones narrativas de La trinchera infinita y en la vivencia del personaje. Fue en parte libre, caminaba bajo el sol, pero vivió consagrada a ser sustento y protección de su marido, atada a un cuidado que mataba el derecho a su propia identidad. Es objeto de violencia salvaje, desconfianza y colonización de su cuerpo, también por parte de su pareja.
La cinta recuerda a los espectadores del siglo XXI la figura del topo encarnada en Higinio, protagonista de una amordazada realidad acaecida durante la Guerra Civil. Un homenaje a estos varones represaliados y ocultos durante décadas en sus propios hogares. Sin embargo, Rosa, su pareja, fue básicamente su esclava, su sombra, una ausencia para sí misma. Algo que todavía resuena en la vida actual de las mujeres cuidadoras.
Desentrañamos y resaltamos en esta crítica las violencias machistas en un contexto de creación fílmica que no ha pretendido contemplarlas. El feminismo es una herramienta cargada de irreverencia, donde no cabe el fingimiento ni la miopía. Vamos a poner el foco en el personaje femenino principal del film y en su rol dentro de la narración. Porque venimos de un pasado que aún nos acecha.
Sinopsis violeta
Durante la Guerra Civil española, Higinio y Rosa, un joven matrimonio, luchan por salvar sus vidas. En especial, la vida física de él. Acechado por el llamado bando nacional, se esconde tras una pared en su propia casa y se convierte así en topo durante 33 años. Rosa lo protege, lo defiende, lo cuida, miente por él (su hijo también) y pliega toda su existencia en aras de su supervivencia. Habrá de sobrevivir tanto a la violencia de una guerra, de la sociedad y del Estado, como a la violencia sexual del machismo, incluso en el seno de su propia relación.
Rosa, pareja, no persona
Rosa es un personaje funcional, que explica al verdadero protagonista, su marido Higinio. Le da coherencia, veracidad histórica, sirve como punto de apoyo para mostrar el arco de transformación del personaje desde el punto de vista del deterioro de su estado mental. Pero carece de evolución propia. Tan solo contiene un ligero esbozo evolutivo que viaja a saltos como reacción a los cambios del protagonista. Una decisión de guionistas y directores. No del trabajo interpretativo de la actriz, Belén Cuesta, quien aporta gran profundidad, dignidad y ternura a esta heroína.
A Rosa la vemos casi siempre con los ojos de Higinio o en relación con todo lo que a él le acontece. Sabemos de ella poco más allá de su deseo de tener hijos, de su naturaleza cuidadora, hasta el límite de matar o morir. Y aunque se desvela por terceros que no participa en activismo político, desconocemos sus convicciones sobre la vida o sobre la guerra. Tan solo una idea se presenta como propia del personaje. Para introducir un chiste sobre Franco bastante misógino, puesto en boca de Rosa con la finalidad de que resultara inofensivo. Están ausentes sus pensamientos en privacidad. No sabemos cómo gestiona como ser humano todo lo que le ocurre. Y es demasiado para pasar por encima de puntillas sin mirarlo.
No nos engañamos al afirmar que el protagonista principal es claramente el topo. Para Jon Garaño, uno de los tres realizadores que orquestan el film, junto a José María Goenaga y Aitor Arregi, se pretende dibujar una alegoría del miedo. Y es el personaje masculino con quien nos identificaremos para sentirlo, para comprenderlo. La cámara cumple este papel, subjetiva, trasera, en primeros planos asfixiantes; vibra en mano en una carrera, se ondula con el protagonista en el agua. Cuenta con numerosos reencuadres para escondernos junto a él, para estar privados de información en los fuera de campo como él y, por tanto, estar ligados a sus emociones. Aunque sin Rosa, la supervivencia no hubiera podido materializarse. A pesar de ello, permanece en un segundo plano y su valor narrativo está supeditado al héroe.
Rosa, sin embargo, no está presentada como una heroína, pero podría haber sido diseñada así, y de forma compatible con el protagonismo de Higinio. Es sumamente decidida, desenvuelta en momentos de crisis, su sentido común mantiene viva a su pareja. Pero se ciernen dudas sobre ella en varias ocasiones.
En el tráiler, se nos insinúa que causa el atrincheramiento permanente de Higinio: “Prométeme que no vas a salir si yo no estoy en casa”. Las palabra de Rosa se convierten en el primer punto de giro del guion para que el protagonista asuma ser un topo de forma permanente. Y él se lo reprochará años más tarde. No se puede cargar sobre Rosa la responsabilidad de tal decisión. Sobre todo, porque sus palabras son verbalizadas en un contexto de reencuentro tras un largo arresto. El de ella, donde se la ha torturado y apaleado en interrogatorios.
Y es que solo vemos a través de los ojos del personaje masculino, por eso, cuando siente celos y desconfía de su mujer, el público también sospechará. Higinio duda de si el hijo de ambos es suyo. La acusación patriarcal por excelencia que más castiga socialmente a la mujer y más hiere la masculinidad tóxica. Una decisión completamente estratégica para generar expectación y para que sintamos compasión por él. Al margen de lo que Rosa pudiera haber hecho, o no, en el machismo actual aún se exige a las esposas no caer en la bajeza de la infidelidad, mientras que se considera una osadía en el universo cultural masculino.
Inversión de roles sexistas, semilla de efervescencia de machismos
En apariencia, cuando la pareja todavía es joven, podemos intuir una relación basada en unos términos bastante igualitarios, para una acción situada en la España de 1936. Aunque con el tiempo, este estatus cambiará. En principio, de puertas para adentro los dos argumentan, discuten y deciden de igual a igual. De puertas para afuera, Rosa miente a los vecinos, desafía a la autoridad, recibe represalias, se enfrenta a los conflictos. El mundo al revés, parece. Ella defiende, él es el protegido. Un cambio de roles que sembrará, en el sexismo de aquellos años, hoy aún vigente, la semilla de los celos y conflictos de poder machista entre ambos.
Rosa se pone en peligro por él cada día. Hace todo aquello que estaba bien visto que los varones hicieran. Higinio está vivo por ella. Y él lo sabe. Esto le crea miedo, culpa y vergüenza. La socialización de la masculinidad en aquellos años emite mensajes de protección sobre las mujeres. El varón debía ser proveedor de recursos y seguridad, enfrentarse a los peligros. Pero fue mantenido y protegido. El hecho de esconderse se traduce como miedo y cobardía en la lectura social de la época, los topos causaron desprecio público en periódicos adscritos al régimen cuando se descubrieron. Lucio del Álamo, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid los llama: “Gontos de a pie”.
El patriarcado que Rosa soporta
Cuando no está de acuerdo con ella, Higinio trata a Rosa como si fuera un ser carente de razón. Frases como, “hay que pensar con cabeza, Rosa”, ante la propuesta de tener un hijo, refrendan este detalle. Sin embargo, asume la negativa de Higinio, a pesar de desear ser madre, algo aceptado como destino natural de las mujeres de la época.
Celos
Entra en escena otro varón. Un cliente de Rosa. Un soldado que le lleva los arreglos de la compañía a la costurera. Y un día le hace un cumplido. Y Rosa sonríe. E Higinio la observa escondido. Permanece a la expectativa, la vigila como a una propiedad. Vigila su fidelidad. La mira como un macho poseedor, no como compañero solidario atento a una posible agresión o abuso sexual. Este cliente la visitará hasta en tres ocasiones en espiral hacia una violación. Y se masca la tensión. Pero él no la percibe. Y el público solo entiende la mirada de Higinio.
No sabemos cuáles son los pensamientos de Rosa. Solo vemos su sonrisa tras el piropo. Quizás podría estar asustada. Tener miedo de que descubrieran a su marido. Miedo de que él la malinterpretase. Miedo quizás de haber sonreído con gusto. Porque ella tampoco es libre. Es la esclava de un preso sin derechos.
Rosa le reprochará a Higinio que no esté atento y presto a ayudarla. Que no esté en la realidad de su vida. Que no participe, y así se lo dice: “Ni como hombre, ni como padre, ni como nada”. Que se encuentra sola con todo lo que supone salvarlo y vivir. Pero su protesta es más que cansancio. También denuncia de forma no explícita los celos que soporta. Es un grito de desesperación contra el patriarcado de su relación, que da por sentado que ella debe estar ahí, cumpliendo su función sin preguntarse quién es, qué necesita y qué desea. Pero esto no llega a entenderse así si no estamos pertrechadas con alguna lectura feminista como espectadoras. No se ha pretendido decir esto desde el film, tristemente. Esta escena busca en realidad hacernos sentir la vergüenza del escondido como cobarde, la acusación social ejecutada por Rosa. Pero no vemos la perspectiva de los peligros que acechan a Rosa.
Violaciones en el matrimonio
Higinio se cobrará la deuda de no estar, macerada por la vergüenza sexista de no ser lo que se le pedía a un varón en la España franquista. Hace uso del débito conyugal protegido por ley, del privilegio del marido al uso sexual del cuerpo de su esposa sin su consentimiento, por celos.
Ni la mira, ni le habla. Su marido llega a la cama de Rosa y aunque ella dice que no en repetidas ocasiones, ejerce su derecho de pernada en una violación legalizada y naturalizada. Nuestras abuelas y madres lo han tenido que vivir. No se le podía decir que no al marido. Era lo normal. Lo natural. Rosa aguanta. Mira a la nada. Espera que acabe. Lo mira con desagrado cuando se va, pero no dice nada. Higinio se ha vengado con el uso de sus privilegios. Ha colonizado su cuerpo. La ha poseído. Es suya. Se lo ha demostrado. Quizás haya pretendido dejarla embarazada, pero bajo sus condiciones, utiliza el sexo como venganza, como recurso de poder y dominación. Los planos de las visitas del soldado y la reacción de Higinio tras la discusión con Rosa están editados muy próximos. Y es obvio que están relacionados.
Lo cierto, es que les hemos visto hacer el amor antes. Y hemos visto a Rosa tener sexo con deseo. Esto evidencia, sin ser una intención fílmica, que en esta ocasión ella no ha participado. Los hechos suceden sin destacar su vivencia y quedan en una anécdota. La violación resulta muy patente, es sórdida y al mismo tiempo llena de intimidad. Podemos ver a Higinio en planos distintos, de forma muy descriptiva. Desconocemos por qué parece tan prioritario para los realizadores varones en la historia del cine filmar violaciones, y además hacerlo de forma explícita, sin ahorrarse un plano.
Por cualquier hombre
Rosa se ganaba la vida como costurera. Recibía a sus clientes en su casa. Debía soportar situaciones de tensión sexual no deseada con un desconocido. El cliente es militar, ostenta cierto poder, se toma libertades, piensa que no tiene marido. Trae a Rosa los arreglos de los uniformes de los soldados. Está casado y aun así tontea con ella.
Higinio lo observa escondido en su trinchera, como sabemos. Rosa sabe que él mira. La socialización patriarcal del cuerpo de las mujeres entiende que es un objeto que se toma cuando se quiere, que se usa sin pudor. Las mujeres luchan contra las violencias evitando el enfrentamiento. Bromean, hacen como si nada, intentan seguir la corriente de manera que esto les permita salvar la vida sin tener que pagar demasiado a cambio. Esas son las opciones en las relaciones desiguales. Y el soldado la viola. E Higinio sale de su trinchera.
El montaje de la película genera dudas intencionadas en los espectadores sobre la fidelidad de Rosa. Sobre la paternidad del protagonista debido a la violación. Vivimos los hechos a través de Higinio. Sabemos que ella quiere tener hijos y que él no. Sabemos que siente celos, que Rosa se ríe, que ella escucha al soldado con aparente complicidad, pero no vemos su rostro en los fuera de campo. No vemos la historia completa que late dentro de ella, y por tanto, quien ve la película también siente las mismas dudas que Higinio. Como resultado, se obtiene enjuiciamiento y culpabilización de una víctima utilizada argumentalmente en favor del héroe.
Resulta de pésimo gusto que sea precisamente el personaje violador quien comunique al protagonista el núcleo duro conceptual del film. Que Higinio es también una víctima y que a pesar de estar escondido en realidad es valiente, no cobarde.
Conclusión
Si la película contiene un intento de saldar una deuda histórica con los topos, ¿por qué no se ha permitido también un relato íntimo para las mujeres que soportaron las ausencias y les salvaron la vida? Sin ellas la supervivencia hubiera sido del todo imposible. Por tanto, por qué hacer de Rosa solo un personaje funcional. Por qué no uno que veamos por dentro. ¿Puede que esto ensuciara el relato de asfixia y miedo que querían contarnos los realizadores? ¿Que le restara fuerza al elogio de los topos? Creemos que hubiera sido del todo compatible y más justo con la historia y con la huella del papel de la mujer en el torrente de lo simbólico.
Por otra parte, nos parece un film muy masculinizado, tanto en la producción como en el elenco, lo cual se permea en una concepción que mantiene en segundo plano la experiencia de las mujeres. Se ha utilizado al personaje de Rosa sin concederle el mismo reconocimiento histórico que obtienen los topos. Porque las mujeres reales que vivieron estas calamitosas situaciones, y nos ceñimos al libro referencial de la película, Los Topos, de Jesús Torbado y Manu Leguineche, fueron informadoras, aliadas, cómplices, proveedoras de alimento, emprendedoras, cuidadoras, mintieron durante años a los poderes de su entorno, a sus familias, a los vecinos, fueron sororas entre ellas, crearon alianzas, lenguajes gestuales secretos, transportaron durante kilómetros pesados sacos de harina, mendigaron en la calle, fueron encarceladas, molidas a palos en incontables ocasiones, sorprendidas de noche, vejadas, interrogadas, torturadas y en suma, mantuvieron secretos durante toda su vida exponiendo sus cuerpos a la muerte.
Para que sigas leyendo.