Diario de una pandemia III. Consejos para un encierro

Diario de una pandemia III. Consejos para un encierro

Comienzo de la fase 6, periódica, y combinaciones con las fases anteriores. Algunos consejos para llevar mejor el encierro: hacer ejercicio, organizarse telemáticamente, estar atentas para que esto no se dispare, salud y república.

21/03/2020

Diario de una pandemia

Fase 6, periódica: ira / Fases que combinan en el intervalo: 1, 2, 3, 4 y 5

Miércoles, 18 de marzo 

Es el primer día que hago ejercicio en casa. Los vídeos de entrenamiento me los ha mandado mi gimnasio. Después de años de sedentarismo decidí empezar a hacer ejercicio en diciembre, porque encontré un gimnasio para señoras que iba conmigo. Ha sido coger el ritmo de ir unos tres días a la semana y declararse una pandemia mundial. No soy supersticiosa, pero si eso no es una señal COMO UNA CASA, pues no sé. Pero ignoro los mensajes cosmos, hago ejercicio durante media hora y el oxígeno que hiperventila mi cerebro estos días y da lugar a que escriba todas las bobadas que escribo aquí, viaja hasta mis músculos y me siento el increíble Hulk y la pena se pira. Ya me lo decía mi psicóloga: “Teresa, la ira salva de morir de pena”. Pues ayer morí un poco de pena pero YA HA VUELTO. HA VUELTO LA IRA. 

El martes fue un día flojo y me costó escribir este diario sin sonar derrotista. Era pensar que hay chavales que vinieron a buscarse la vida y no la encontraron y están amontonados en centros como éste, con la que está cayendo; que mi abuela tiene que estar sola y no puedo visitarla porque es población de riesgo; que mi colega D. no puede pasear a su perro, que se ha pasado dos años en una perrera, por la ría, sola, que solo puede hacerlo a 150 metros de casa; que hay gente trabajando en los hospitales sin descanso, exponiéndose, que hay personas ingresadas solas; que en este nuevo orden dependemos de la decisión del policía que te ve en la calle, de la mirada -y de la denuncia- de los vecinos, y me invadía la tristeza. No trato de aplicar la lógica libertaria. Del anarquismo me gusta el apoyo mutuo y la idea clara de que el poder corrompe. Aborrezco el buenismo de que cada una tiene que actuar por responsabilidad individual -¿qué es lo responsable individualmente? ¿educar en diversidad o aplicar el pin parental?-. Del comunismo, me gusta su análisis y método -a esto, mejor lo llamamos marxismo- y su estrategia, porque tiene claro que para destruir el poder primero hay que tomarlo. Desprecio su incapacidad para soltarlo después y su visión de bien común supremo, que antepone una idea a todas las demás, caiga quien caiga. Del feminismo me gusta que cuando es radical -no fanático religioso, sino de raíz- y de izquierdas, tiene un poco de ambas cosas. He hecho un análisis de andar por casa, pero así es todo lo que hago estos días. No hay que hacerme mucho caso. Escribo esto para intentar entenderme a mí también. Con mis vaivenes entre la utopía y sacar los tanques a la calle. Resumiendo, no estoy defendiendo que cada una haga lo que le dé la gana, ni que mi libertad individual es sagrada ni esas mierdas. Solo voy a vomitar en la moral universal. La moral de estos días de encierro dice que no hay que salir de casa. Evita la ética, el contexto de cada acción. Cuando miramos desde la ventana y vemos a los viandantes, desconocemos ese contexto, solo conocemos la Gran Ley, la Ley del Encierro. No quiero sentar cátedra porque no tengo mucha idea de nada, pero -nunca pensé que diría esto- en estos momentos excepcionales, ya están la Policía y el Ejército en la calle y ese es su trabajo, no el nuestro. Nuestra excepcionalidad tiene que ser estar en casa lo máximo posible, mantener la calma todo lo que podamos y estar atentas para que esto no se dispare. Ya sabemos que el poder y los abusos suelen ir de la mano. Muchas lo hemos experimentado antes de la pandemia. Ya sabemos cómo pueden actuar los que dicen protegernos. 

Sigo sin ver la tele, entre el teletrabajo y escribir no doy a basto y casi mejor. Por la tarde hablo por teléfono con otra de mis tías. Vive sola, pero lo lleva bien de momento. Me cuenta que ha visto un reportaje en el que los periodistas iban residencia por residencia, contando quién se había muerto en cada una, y que ya no puede más, que ha decidido apagar el aparato. Vuelve la ira ¿Dónde estabais cuando las gerocultoras estaban en pie de guerra? ¿Cuando decían que las empresas privadas que cobran del dinero público estaban recortando en salarios, en recursos, para sacar más beneficio? ¿Cuando contaban como reutilizaban material para cuidar a las personas ancianas? ¿Ahí no veíais el interés humano del asunto? ¿Sí lo veis ahora, que podéis alimentar el morbo? ¿Vais a seguir tratando esto como un suceso en vez de apuntar a los motivos estructurales, políticos y económicos, de toda esta miseria? Luego leo sobre las medidas económicas para el maldito coronavirus. Nada para el alquiler. Claro, si se ha permitido que la vivienda sea un negocio, ahora mejor decimos que es una cosa entre particulares. No estamos en Estado de alarma, solo de alarmita. Tú no puedes salir con un niño, pero el novio de una colega sigue trabajando en la obra del bar Iruña de Bilbao, y encima, sin equipo. Podemos multar a dos que vayan juntas en un coche a trabajar en el envasado en Almería, pero no a los empresarios que siguen manteniendo esos focos de infección abiertos y con la gente currando a destajo sin mantener las medidas de seguridad. Podemos pararlo todo menos la producción. Cuando volváis a decirme que el capitalismo se combate consumiendo menos o de otra manera, acordaos de que hay cosas que nunca se van a dejar de consumir -cuidados, sanidad, comida- y de que la clave está en cómo se producen esos bienes y servicios. Obviamente, no volveré a pisar el bar mencionado si no es para tirarle piedras, pero para pararlo todo, mejor paramos las máquinas. Veo que Berlusconi va a dar dinero en Italia y leo a La laboralista en tuiter, con su escritura afilada que me encanta, hablando sobre la donación de mascarillas de Amancio. Busco en guguel y, efectivamente, al escribir tan rápido para informar de todo en tiempo real, a muchos periodistas se les ha escapado una erratilla. Los verbos donar y dar, no, el verbo devolver, sí. Y ya la guinda. Que para el préstamo de 200.000 millones de euros que se va a utilizar para esta coronacrisis, casi el 20% del PIB, el Estado se pone como avalista. Esto último lo veo en la cuenta de instragram de Jushepe Erreti, que también la recomiendo. La inyección de dinero genial, pero ese Estado avalista al final somos la gente de a pie. Y voy a decir una cosa: YO NO PAGO. Lo digo con la boca pequeña porque si no estamos juntas en esto, sola, poco tengo que hacer. 

Mi olfato periodístico siempre ha sido infalible, así que hubo un verano en que me fui por los Balcanes de viaje con la intención de acabar en Grecia y hacer un reportaje sobre el Estado paralelo que se estaba creando para combatir el austericidio impuesto desde la Unión Europea. Mientras yo hacía mi reportaje superguay estaba estallando la crisis de refugiados y yo, en mi movida y sin ver las noticias, ni leer tuiter, ni redes ni nada, no me enteré casi. Así que cuando volví nadie me compró el reportaje, claro. Me resigné y ya. Pero en aquel viaje conocí a dos chicos del movimiento Den Plirono, que significa “Yo no pago”, y que había empezado a gestarse cuando empezaron a subir desorbitadamente los peajes de las autopistas -detrás estaba el empresario Florentino Pérez, otro grande de España-. Activistas del país decidieron abrir las barreras y desobedecer. Bueno, pues yo considero que los 200.000 euros son nuestros y que no los tenemos que devolver porque bastante nos han robado. Lo dejo por aquí como idea, que estos días tenemos tiempo para conspirar. Habla la ira, sí. Y acordaos de hacer ejercicio, que cuando volvamos a la calle tendremos que estar en forma. 

Paso la mañana y parte de la tarde trabajando. Luego hago conexión de Skype con amigas. Una cuenta que tenía previsto mudarse el 27 de marzo, que a ver cómo lo hace si aparece la persona que va a ocupar su lugar, aunque no creemos que ocurra. La otra se rompió la pierna hace un tiempo y le han retrasado su cita en el hospital, así que ni idea de cómo va el progreso, de si puede empezar a andar ya e ir ganando musculatura otra vez. Ella lleva en encierro forzoso desde febrero. Todas las vidas han quedado en suspenso por ahora. Mi calle es bastante aburrida. La gente casi no sale a los balcones y en la perpendicular montan un griterío del copón. Lo oigo pero no veo nada, me siento un poco marginada. Al principio. yo tampoco salía, pero ya sí. El miércoles es mi sexto día de encierro y el cuarto para muchas y hay gente que ha empezado a asomarse. A las nueve de la noche es la cacerolada contra el rey y mi vecino me saluda con la cabeza sonriendo y le da al culo de la cazuela fuerte con un cucharón. Por la calle vacía veo cruzar en bici a un repartidor de Glovo. El estruendo es tremendo por todo el barrio. La expresión cobra todo su sentido: salud y república. Quiero hacer un pancarta y colgarla en el balcón. A última hora leo que el Estado de alarma se ha adaptado para que los niños con diversidad funcional puedan salir a la calle a dar un paseo, siguiendo las recomendaciones sanitarias. Se lo paso a una de mis tías porque es el caso de uno de sus hijos y al menos puedo dormir un rato. 

Jueves, 19 de marzo

Tengo muy mala memoria para los cumpleaños. Pero el de mi padre coincide con su santo y su día, así que lo tengo fácil. Le llamo y hablamos un rato. Por el pueblo, que tiene unos 200 habitantes y alrededor de 300 en verano, las cosas siguen como siempre. El ritmo es tranquilo, se puede dar un paseo sin cruzarte con un alma. “Yo me tiré cinco meses en casa cuando estudiaba la carrera en Madrid”, me dice para darme ánimos. “¿Y quién hacía la compra?”, “Ah, bueno, me la traían. Y también iba a El Retiro a dar paseos de vez en cuando, eso es verdad”. Me cuenta que en casa están bien, nos reímos un rato de la conspiración del cosmos para evitar que me ponga en forma y cuelgo con una sonrisa. Aunque es festivo hacemos una reunión de Pikara Magazine, porque tampoco tenemos grandes planes para el día. Y sobre todo porque, como casi todo el mundo ahora, tenemos que ver cómo afrontar esta crisis y lo que venga después. Como tengo que escribir otra cosa para publicar el viernes y estoy saturada de tres días de trabajo, lectura y escritura, decido tomarme el resto del día libre de este diario.  S. y yo montamos un aperitivo en el balcón de mi cuarto, con media mesa de estudio fuera, cogiendo los rayos de sol como podemos y poniendo música en el atavoz de M. Música de la que hace barrio, de nuestro barrio. Un poco de Belako, algo de Zea Mays, y un tema de Platero y tú. Algunas personas empiezan a hacer vida en los balcones también. Lectura, charlas por teléfono. Una tía me manda un mensaje de su prima -ya os lo advertí, familia extensa- que vive en el Casco Viejo. Es un vídeo. Un tipo pincha música en un balcón a todo volumen: “Un vecino DJ y de los buenos. Ha venido la poli. Le han hecho parar. Ha protestado toda la calle y… seguimos con música. Casco viejo de Bilbao. Resistireeee”.  A las nueve de la noche la convocatoria es por la primera enfermera de Euskadi que ha muerto por coronavirus. Esta vez salgo al balcón del salón porque en el edificio de al lado están dando un concierto de violín. Luego uno de trompeta. En las ventanas de algunas casas brillan las velas o las linternas de los móviles. Hay quien apaga y enciende la luz. Veo sus ventanas a lo lejos, porque frente a mi salón no hay casas, solo edificios bajos y luego las vías del tren. Cada vez que termina una canción, la calle aplaude. 

Después veo con S. una peli de Cronenberg, ‘Vinieron de dentro de…’. La peli va de un complejo de apartamentos de lujo con todas las comodidades que se ve infectado por unos parásitos que habitan el cuerpo de sus inquilinos y les llenan de lascivia. El argumento sirve de excusa para justificar una serie de violaciones a mujeres durante los primeros minutos del metraje. 

Viernes, 20 de marzo

Mensaje de mi prima, fisioterapeuta. Vive en Navarra. “He leído tu diario, la primera parte. Te hablo de mi colectivo, que es lo que conozco. Muchos hemos parado nuestra actividad y no se nos ha reubicado. Nosotros no podemos intubar o dar medicación, pero el personal de limpieza está saturado y no llega a desinfectar todo en planta. Hay gente que conoce el funcionamiento de la UCI que podría ir, y nosotros también podríamos dar la comida a pacientes de menos complicación, llevar muestras de urgencias a laboratorio… En otras comundiades como Madrid, se está haciendo. Pero a nosotros nos han mandado a casa y a trabajar por turnos. Me dicen mis amigos de primaria y de urgencias que hay profesionales que están ayudando y dándolo todo, pero algunos también piden la baja. Aunque se quiera contratar a veces no hay personal disponible. Hay recursos que no se están utilizando y se debería. Ahora mismo no hay pruebas disponibles, ni de las coreanas ni de las que se estaban haciendo antes. En Cantabria -ella es de allí-, con solo 58 casos confirmados ya no quedan pruebas. No porque no se quieran comprar. No hay. Es una vulnerabilidad para quien está trabajando. Como todo, esta es mi opinión y todo el mundo tendrá la suya”. 

Parece que se ha quedado buen día para invadir otro planeta así que S. y yo ponemos la ópera ‘El holandés errante’ a todo trapo, que eso es un chute. Yo trabajo y ella cocina musaka y luego nos pasamos al tecno y bailamos como locas por la cocina. Nos servimos una comida opípara, la mesa está llena. Con la de escenarios apocalípticos y distópicos que hemos imaginado, la realidad de Occidente está siendo el encierro en su propio exceso. Comida, bebida, calefacción y netflix hasta por las orejas. Con la gente en pijama en los balcones y tiempo para hacer croquetas. Nos extinguiremos explotando de lujo. “Es que esto… yo estoy todavía en sok. Esto es una mezcla de Philip K. Dick y Berlanga”, dice S. Y nos reímos a carcajadas. 

Por la tarde leo en algún lado que el movimiento maker se está organizando para imprimir mascarillas y otros materiales preventivos con sus impresoras 3D. Entro en el grupo que han habilitado. La información corre como la pólvora, entra gente nueva cada dos segundos diciendo lo que tiene, lo que puede ofrecer. En cuanto aparecen unas cuantas personas nuevas, se vuelve a pegar el mensaje anclado para que quienes no están habituadas a Telegram puedan ver cómo funciona. Se les deriva a los grupos hechos por comunidades. Alguien pide gente de Oviedo y alrededores que tenga sensores barométricos del tipo BMP280 o similar. Se lo paso a Señora Milton, la diseñadora de Pikara, que vive allí. Un par de amigos suyos tienen de esas historias. No entiendo nada, pero entiendo que la tecnología es crucial en la organización colectiva, como dice el xenofeminismo. Y la interdisciplinariedad: “Mi hermana es médica en el hospital tal, puede organizar el reparto allí”, escribe alguien. Estoy viendo a la resistencia organizarse en directo. Si esto lo hace la gente desde su casa y por su cuenta, imaginemos un mundo así a gran escala. También pienso que menos mal que la distopía me ha pillado con acceso a internet y a electricidad, porque yo no sabría hacer nada útil en un mundo a lo gualkin dez. Como mucho, andar rápida para arengar a las masas y que me proclamen lideresa. 

Salimos al balcón S. y yo. Los vecinos de enfrente, un piso más abajo, están en el suyo: “¿Escuchastéis el concierto de violín de ayer?”, “Sí”, “¿Qué tal? ¿Bien?”, “Claro”. Nos sonreímos. 

Sábado, 21 de marzo

En Bilbao ha salido el sol y llevo toda la mañana revisando mis notas de los días anteriores para escribir este diario. S. ha ido a la compra: “Ya todas las trabajadaras llevan mascarillas y guantes. Por la calle también se ve a cada vez más gente -de la poca que hay- con mascarilla. He ido a la licorería de abajo. Me dice que no sabe cuánto aguantará porque los bares y los restaurantes, claro, no compran, pero que hoy sí ha ido mucha gente a por vino. Ya le he dicho, en una semana vendrán a por ginebra y güiski. Y al final, no pensaba comprar vermut, pero he comprado”. Me parece perfecto, mis amigas han organizado una llamada masiva y yo estoy aquí, tiranizada por la hoja en blanco y el teclado y solo quiero reirme con ellas y luego leer un libro que no tenga nada que ver con todo esto. Parece que Italia va a seguir el modelo coreano ante la catastrófica situación de Lombardia. Brindemos. Al entrar, S. deja los zapatos en la habitación de los trastos barra invitadas, que está justo en frente de la puerta. Ahora los guardamos ahí.

Llaman al timbre. I., un vecino, viene a ver si tenemos una llave inglesa porque se les ha roto la ducha y se asean con el chorro directamente. En su piso viven tres. Abro la puerta y le digo que pase. “Bueno, si quieres”, “Sí, yo de momento estoy tranquilo”, me dice. Le sacamos la caja de herramientas y le decimos que se la puede subir y que ya nos la devolverá, pero dice que no, que rebusca y que si eso ya vuelve. Dar un paseo entre pisos el sábado por la tarde puede ser un plan. Nos cuenta que ya se ha pasado por el sexto a pedirles herramientas, que se ha tomado una cerveza con ellos en la terraza. Nosotras les conocemos, son muy majos. Ahora que recordamos que tienen terraza, comento en broma que me van a caer mejor todavía. Una amiga que vive junto al Ayuntamiento de Bilbao manda una foto en la que se ven varios coches de la policía: “Tenemos movimientos en frente de casa. Están con drones”. Una colega de S. le manda un audio. Trabaja en la Comisión Ciudadana Antisida de Bizkaia y su móvil hecha humo, pero dice que se están organizando y poniendo los recursos que pueden. “Hoy he estado hablando con Askabide -organización sin ánimo de lucro que da asistencia a mujeres que ejercen la prostitución-, les llaman muchas chicas que no están trabajando estos días. Hemos conseguido que nos repartan menús a la comi, de los que dan en los albergues. Nos traen bastantes y estoy hablando con chicas de [la calle] Cortes para que bajen tupers. Como dice mi jefa, en estos tiempos se ve quién responde y quién no. Está habiendo una buena respuesta de asociaciones y hay una coordinación estupenda. Esta es la parte de mi curro que más me gusta, cuando estamos todas a una. Soy idealista a ratos, y a ratos no”. 

Entro en el enlace que me han dado mis amigas y no hay nadie. Solo un tal Eneko que no sé quién es. Pregunto por guasap a ver dónde están. Me pasan un enlace nuevo. “¡Os habéis cambiado de bar si avisar!”. En la conversación por Jitsi hay nueve pantallas simultáneas. E. hace ejercicio, M. y J.K. cocinan y comen. En la casa de M.P. también hay tres personas sentadas a la mesa. O. y D. están en la terraza.  “Mirad a E., que sigue con sus ejercicios”, nos reímos. M. intenta compartir un vídeo de Jane Fonda, pero no va. Otra amiga, investigadora y bióloga, que tuvo que dejar Bilbao porque no encontraba trabajo después de acabar su doctorado concatenando contratos precarios en la Universidad del País Vasco, está con su compañera de piso en Barcelona: “Pero, ¿quién es Jane Fonda? -pregunta- ¿Es un virus?”, “Otro no, por favor”. D. dice que el otro día en Televisión Española pusieron a Eva Nasarre primero y luego, ‘Con las manos en la masa’. “Retrocedieron 40 años, como si no nos hubiéramos dado cuenta”. Las risas metálicas y entrecortadas de todas las pantallas suenan a distintos tiempos. La conexión de internet no va muy bien en la cocina, donde estoy haciendo la comida. Breve pausa para comer con S., que ha estado leyendo en su balcón para aprovechar los rayos de sol. Mientras termino de escribir, por el patio de la cocina oigo a una mujer cantar: “Para bailar la bamba se necesita una poca de gracia”. Un hombre le hace los coros. En Jitsi aún quedan algunas personas. Ahora ven vídeos compartidos por yutuf. Bailamos desde nuestras pequeñas pantallas individuales. Suena un remix de Guats goin on

 

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