“En la sexualidad humana no todo es poder y opresión de unos hacia otras”
Lucía González Mediondo es muy crítica con los estudios de género y con la institucionalización del feminismo. En su último libro, 'El género y los sexos: Repensar la lucha feminista', cuestiona que el género sea "el marco desde el que expliquemos toda interacción entre los sujetos sexuados porque, en la sexualidad humana, no todo es poder y opresión de unos hacia otras"
Lucía González Mediondo (Madrid 1979) es sexóloga, psicóloga, feminista, libertaria y la sexta de siete hermanas. En 2007, terminó su tesis sobre teoría y crítica feminista en la Universidad de Zaragoza. Ahora trabaja como Responsable del Servicio de Prevención y Asesoramiento Sexológico de Huesca. Crítica con los estudios de género y con la institucionalización del feminismo, charla con nosotras sobre su último libro El género y los sexos: Repensar la lucha feminista, en el que propone un marco sexológico para el análisis de las relaciones entre los sexos. Los puntos de encuentro y desencuentro pueden plantear debates muy interesantes.
¿Por qué crees necesario repensar la lucha feminista?
Porque el feminismo se ha convertido en un cajón desastre donde cabe cualquier cosa. El feminismo hegemónico ha llegado a su límite. Ya no sirve como marco desde el que articular la lucha antipatriarcal. En su institucionalización y universalización, ha perdido de vista sus principales objetivos.
En tu libro planteas la necesidad de abandonar el género como marco explicativo, ¿qué marco propones para el análisis de las relaciones entre los sexos?
Un marco sexológico que permita la comprensión de los sexos y sus relaciones a todos los niveles partiendo de un modelo teórico concreto: El Hecho Sexual Humano. Lo que digo es que el género es un discurso que explica cómo funciona el poder y sirve para evidenciar muchas cosas sobre la desigualdad entre los sexos. Pero el género no puede ser el marco desde el que expliquemos toda interacción entre los sujetos sexuados porque, en la sexualidad humana, no todo es poder y opresión de unos hacia otras.
¿No es el sexológico un marco binarista?
No. La idea de sexo que manejamos las sexólogas es la de sexo como proceso, un individuo sexuado que va construyéndose a sí mismo dentro de un continuo intersexual. Hablar de hombres y mujeres, de cómo éstos se construyen en un momento determinado como sujetos biográficos, no implica binarismo. Reconocerme e identificarme como mujer o como hombre no supone caer en el binarismo. El problema es que, hoy, la misma idea de identidad es puesta en jaque por las teorías de corte postmoderno que consideran que la propia identidad, el saberte y reconocerte como mujer o como hombre, ya es en sí misma opresiva.
¿Explica el género las relaciones entre hombres y mujeres?
Explica el poder entre hombres y mujeres; y sirve para entender cómo se articula y mantiene el Patriarcado. En este sentido, el género es muy útil para identificar los roles y expectativas a los que mujeres y hombres nos vemos sometidos, analizar la construcción de la masculinidad y feminidad y reformularla. Nos permite repensarnos y repensar nuestras relaciones, construir identidades y relaciones más igualitarias. Pero da una visión dicotómica de las relaciones entre unas y otros, presentando a los hombres como opresores y a las mujeres como víctimas. Las relaciones entre hombres y mujeres no son sólo un asunto de poder. Ambas partes son sujetos activos en la construcción de esas relaciones.
¿Y la sexología cómo las explica?
La sexología, al menos aquella por la que yo apuesto, entiende que la solución a los conflictos entre los sexos pasa por la comprensión de su diferencia. El género reinterpreta esa diferencia como desigualdad y trata de suprimirla. Entendemos el deseo como fuente de placer y encuentro con la persona deseada, el deseo es lo que lleva a los sujetos sexuados a encontrarse y compartirse. Desde el género ese deseo queda definido en términos de agresión. Entendemos la importancia de vivir en un cuerpo sexuado, la importancia de nuestra biología a la hora de construirnos como hombres o como mujeres. Comprendemos que naturaleza y cultura están en constante interacción, se modelan una a la otra y hacen de cada individuo este hombre o esta mujer en concreto. La construcción de la identidad sexual es, por lo tanto, un proceso biográfico. Para el género, la biología carece de valor. La identidad es sólo un proceso de construcción cultural.
¿Crees que las feministas entendemos el deseo?
Al feminismo de género no le interesa el deseo, ni entenderlo. En la erótica también se dan jerarquías y se usa el poder, pero el deseo no puede explicarse sólo desde el poder. En tanto que el género es un discurso sobre el poder, hay muchas cuestiones del deseo erótico que no puede abarcar. Explicar el deseo erótico desde el género no es sólo insuficiente, sino que resulta engañoso. El deseo erótico es uno de los terrenos en los que la diferencia entre los sexos y la diversidad entre los individuos se nos muestran de manera impetuosa. El género parte de la igualdad como desiderátum absoluto, por lo que se muestra incapaz de entender la diferencia y se limita a interpretarla en términos de poder.
¿Por qué la teoría queer anula el valor de la identidad?
Eso pregúntaselo a Judith Butler (Risas). Ella pone en tela de juicio los conceptos de hombre, mujer y naturaleza humana, en tanto que considera que la identidad sexual es una construcción social. Como teoría postmoderna anula el valor de la identidad, en este caso sexual, y, por lo tanto, invalida cualquier lucha feminista en la que tal identidad, en este caso la de las mujeres como colectivo frente a los varones, es necesaria.
¿Y la capacidad de acción que propone?
Creo que resulta atractiva por su potencial subversivo. Cuando nació lo queer supuso una transgresión absoluta de las normas, roles y estereotipos. Puso en valor la realidad trans y de las llamadas minorías eróticas, revolucionó el género. Pero de ahí a negar la identidad sexual creo que hay un trecho. Además, en su intento por suprimir la identidad, lo que hizo es crear nuevas identidades y mezclar cuestiones como la identidad y la orientación del deseo. Lo queer señala las limitaciones de la teoría de género, pero no creo que traiga la “salvación” que nos prometía en los primeros dosmil.
Hay quienes dicen no sentirse ni hombres ni mujeres…
El no-binarismo es un fenómeno muy reciente. No creo que tenga más de diez años y es fruto de la asimilación de las teorías postfeministas, en concreto de lo queer, a nivel social o por ciertos colectivos. Es un fenómeno demasiado minoritario y reciente como para atreverme a teorizar demasiado al respecto.
“Ambos sexos conviven dentro de cada individuo”. ¿Qué quieres decir?
Somos intersexuales a todos los niveles, los sexos compartimos el mundo y ambos sexos conviven dentro de cada individuo, no solo porque las mujeres también tengamos testosterona o los hombres posean la capacidad de segregar, en determinadas circunstancias, prolactina, sino porque nos sexuamos a lo largo de toda nuestra vida, tenemos modelos masculinos y femeninos, características de ambos sexos. Eso no impide que el resultado sea un hombre o una mujer en concreto.
¿Se puede ser heterosexual y feminista?
Pues claro. Lo que yo me planteo como feminista y heterosexual es hasta qué punto el actual discurso hegemónico de la cultura de la violación, que se asienta en las aportaciones del sector lesbiano del feminismo cultural de los años 80 y 90, es válido para las mujeres heterosexuales. No me gusta que se defina mi deseo desde la cosificación y dando a entender que lo que busco, como hetero, es agradar o complacer el deseo masculino.
Cuando afirmo que el feminismo lesbiano me parece mucho más coherente, lo hago porque creo que, si el punto de partida del actual discurso de género es la consideración de los hombres como opresores/verdugos frente a las mujeres como oprimidas/víctimas, la única opción sensata es la de aquellas mujeres que deciden tener sólo relaciones lésbicas, en tanto que es absurdo mantener ese discurso y acostarse con tu verdugo/opresor. Por eso creo que el feminismo heterosexual es el que debería profundizar en la cuestión del deseo y sus, a veces, nefastas consecuencias. Porque las mujeres que nos sentimos atraídas por los hombres y la erótica masculina somos las que más disonancias encontramos entre nuestro propio deseo y ese discurso imperante de la cultura de la violación.
“El discurso de género sobre la sexualidad utiliza los ejemplos más atroces en su descripción de los encuentros eróticos”. ¿Con qué fin crees que se toma la violencia como modelo?
Porque tratan de justificar que, en efecto, vivimos en la cultura de la violación. Y, por supuesto, pretenden el loable objetivo de acabar con las agresiones y violencias más atroces. Lo que pasa es que considerar que estos ejemplos son la punta del iceberg y que toda relación se basa en la misma idea de dominación del hombre hacia la mujer llevando la erótica a su extremo es perverso.
Afirmas que las agresiones sexuales no son una manifestación de las violencias machistas….
No me hagas trampas, yo no afirmo eso de forma tan rotunda. Lo que trato de expresar es que no todas las agresiones sexuales responden a ese motivo o que no siempre es tan obvio. Pongo distintos ejemplos en los que la motivación machista es muy cuestionable o, al menos, matizable. Creo que las agresiones sexuales no pueden explicarse sólo desde el machismo, del mismo modo que la violencia en pareja no puede entenderse atendiendo sólo a las tesis machistas. La realidad humana y las relaciones, también las indeseadas y las violentas, son mucho más complejas. El machismo implícito en nuestras sociedades patriarcales es un ingrediente más, un factor a tener en cuenta, que, en muchísimos casos tendrá un gran peso. Pero no es el único, ni podemos afirmar que sea siempre el más importante.
¿Y cuál es la fórmula, entonces, para recoger a quien se ha sentido agredida sin llamar a nadie agresor?
Hay que escuchar, recoger, y ofrecer estrategias. Que yo me sienta agredida no te convierte a ti necesariamente en agresor. Ni tenemos por qué convertir a terceras personas en jueces de nuestra relación. Hay muchos motivos por los que podemos sentirnos agredidas y muchas situaciones que nos violentan o pueden violentar, pero eso no convierte a los hombres en agresores. Si yo no quiero hacer ciertas cosas, no quiero entrar en determinado tipo de relación o no estoy cómoda con ciertas actitudes de mi pareja, lo primero que tengo que saber hacer es hablarlo con él, plantear mi punto de vista, explicar por qué esa situación me desagrada o me violenta. Reconocer mi parte activa en la construcción de esa relación chunga. No porque sea culpa mía, ni mucho menos, sino porque ambas partes somos corresponsables.
¿Es la victimización una estrategia de poder? ¿Somos víctimas por defecto?
En nuestra sociedad ser víctima o considerarte una víctima te da acceso a una serie de recursos. Te permite, además, delegar tu responsabilidad en otros. Yo no creo que eso empodere a nadie, pero me parece que desde cierto sector feminista y desde otras luchas identitarias, el victimismo, el presentarse como víctima, se utiliza como una estrategia para alcanzar cierto reconocimiento y cierto poder.
¿Cómo ves en un futuro las relaciones entre los sexos?
Como siempre. Apasionantes, complicadas, llenas de debates muy interesantes, de enfrentamientos poco deseables y de puntos de encuentro y desencuentro. Me gustaría pensar en un futuro en que los sexos y sus relaciones sean libres. Esto es, que nuestra sexualidad y nuestra erótica sean cosa de cada cual, fuente de libertad, placer y realización y no objeto de litigio. Pero lo veo lejano. Desde el actual planteamiento del feminismo hegemónico, la “guerra entre los sexos” me parece irresoluble. Y, mientras, hay quienes ya han comenzado una nueva batalla “contra los sexos”, lo que no hace sino complicar aún más las cosas.
¿Tiene sentido ser feminista hoy?
Ser feminista o considerarse feminista tiene el sentido que cada una le encuentre. El feminismo, como cualquier lucha social, debe partir y asentarse en la práctica cotidiana. El anhelo de igualdad surge cuando se sufre la discriminación y la desigualdad en primera persona. La lucha feminista actual ha perdido su carácter combativo, parte de la academia y de las instituciones, se distancia de la realidad que pretende entender y transformar.