Entrañando feminismos: relatos y sentires desde América Latina

Entrañando feminismos: relatos y sentires desde América Latina

Relatos y miradas sobre los feminismos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador y México en los escenarios actuales

18/03/2020
un manifestación de mujeres con la pancarta 'Mujeres contra el fascismo'

Foto del Flickr de Romerito Pontes.

Capas Antipatriarcal, y sus invitadas de Chile y México, hacen un recorrido polifónico en clave de género por los países de la región.

Argentina

Por Paula Kuschnir

Convulso y trágico: así fue el año 2019 para toda la región latinoamericana, y Argentina no quedó exenta de esos movimientos frenéticos.

Mauricio Macri y su gabinete, en su último año de gobierno, se encargaron de multiplicar la deuda económica con el FMI a valores exponenciales, dejando las marcas visibles de su proyecto neoliberal en lxs cuerpxs-territorios de las mujeres y de los varones, llevando la vida cotidiana a costos imposibles, dejando a un 40 por ciento de la población en situación de pobreza. Fue también un año electoral en que las campañas políticas —oficiales tanto como de la oposición (kirchnerista)— levantaron temas de la agenda feminista nacional e internacional. Sobre todo, la lucha por la legalización del aborto fue una bandera fundamental de la fórmula de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, quienes asumieron la presidencia y la vice en diciembre y crearon nada menos que un Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad. Una medida de vanguardia para el feminismo no sólo del país sino de toda la región. Y la otra, la presentación de un nuevo proyecto de ley de IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo) pisando el 8M.

Frente a la feminización de la pobreza —porque las mujeres somos las que pagamos el ajuste— los movimientos feministas (en todas sus expresiones) respondieron en las calles desde donde levantaron sus consignas urgentes frente a las desigualdades cada vez más dolorosas del día a día. Desde las protestas del NiUnaMenos frente a un G20 cooptado por las lideresas del neoliberalismo buscando falsos espacios de poder a finales del año 2018, pasando por las ollas populares casi semanales en Capital Federal durante todo 2019, hasta el Encuentro Plurinacional de Mujeres —que en su 34ª edición reconoce por fin en su nombre las distintas nacionalidades que conviven en territorio argentino pero no se perciben como tales— en octubre, que convocó a más de 100.000 compañeras de todo el país y la región, con la defensa de los territorios y el medioambiente, el fin de la violencia machista y la visibilización de las minorías como ejes centrales, las mujeres protagonizaron el ámbito de lo público y lo hicieron en manada. Fueron precisamente las compañeras de las organizaciones sindicales y sociales, de la economía solidaria junto con compañeras indígenas y campesinas quienes pusieron sus cuerpas como modo de dar cuenta que la crisis no se reduce sólo al ámbito doméstico, dentro del hogar (el universo de los cuidados: no remunerado por no considerarse trabajo) sino que se da también en el ámbito laboral, social, judicial, en los espacios colectivos. Y que la reivindicación de los derechos de las mujeres empieza en las calles, en los cuidados colectivos de todas y todos, desde las redes de colaboración.

La respuesta de ese sistema, una vez más —otra y otra más— fue la violencia en todas sus formas: las represiones brutales, las mil formas de precarización laboral y de los empleos informales invisibilizados por el aparato estatal, la imposibilidad de acceso al sistema de salud, las miles de prácticas discriminatorias y xenófobas a la población “otra”(ya sea indígena, negra, migrante), la justicia clasista, …(la lista es infinita).

Encarnando todas esas violencias juntas, Milagro Sala —militante piquetera del Noroeste argentino que cumple ya su cuarto año de prisión sin condena a prisión efectiva— aparece como ejemplo icónico de la resistencia frente a una justicia patriarcal, burguesa y machista que, además (como si fuera poco), pretende con su caso una suerte de amedrentamiento social. Todos los estigmas juntos para una líder indígena que fue presa fundamentalmente, aunque esto no sea evidente para una gran mayoría, por ser mujer, negra, indígena y por poner en el banquillo a los Blaquier (una familia multimillonaria beneficiada en la última dictadura cívico-militar). Sin embargo, desde las trincheras de su casa ella confía en la democratización del sistema judicial, para que no lo gobierne ninguna bandera partidaria.

Otras mujeres que encarnan estas violencias sistémicas son las fatales víctimas de los 63 feminicidios que han tenido lugar en la Argentina en lo que va de este 2020. ¡Sesenta y tres en tan sólo dos meses y días! Impotencia y ganas de quemarlo todo, rabia y dolor. Pero no nos asustamos ni paramos, al contrario: nos levantamos —como mujeres e identidades no binaries— con más fuerza por éstas que fueron brutalmente abusadas y asesinadas por los hijos sanos del patriarcado, y nuestra denuncia se vuelve todavía más potente en esa impotencia desesperada que nos atraviesa cada vez que se nos muere una. Cada día más radicalizadas, dispuestas a combatir los límites que el sistema le pone a la vida cotidiana, a subvertir las lógicas de acumulación del capital y los mecanismos que reproducen las desigualdades, dentro y fuera del hogar.

Si algo aprendimos entre tanta furia desatada es que el cambio se da en la reproducción social en todos los lugares por los que transitamos y somos. En el ámbito de lo doméstico, claramente, pero también en la calle, en el trabajo, con nuestras compañeras, en nuestros vínculos estrechos con la naturaleza, donde todas —distintas, cuestionadoras, irreverentes— nos encontramos en la lucha contra un sistema que nos sigue oprimiendo. La creación de instrumentos y marcos legales en la Argentina por parte del actual estado es, sin dudas, indispensable para asegurarnos una protección —aunque sea mínima, aunque quizás no nos represente y haya que discutir la existencia misma de ese derecho burgués— frente a las violencias cotidianas; es el intento de reconocernos en nuestros derechos y garantías como sujetas individuas y como colectivas. No obstante, mientras sigan sucediéndose feminicidios sistemáticos y habiendo abortos clandestinos en distintos rincones del país, está claro que lo que deben transformarse, de manera urgente e inmediata, además de las leyes, son las formas en que tejemos las relaciones y la reproducción de la vida cotidiana.

Este 2020 trae algunas promesas para las mujeres de la Argentina. Pero vamos por más, mucho más, y sobre todo la reivindicación por nuestros derechos laborales —por los cuales hay todavía tanto por hacer— nos abraza como bandera. Y nos abraza sororamente, con la conciencia de que la transformación social, el deseo de romperlo todo para construir otra cosa nueva, trepa desde debajo —embarradas en lo colectivo—, sube por los pies, nos atraviesa y se aloja en estos corazones nuestros dispuestos a cuanta batalla haya que dar por la soberanía sobre nuestros cuerpas y territorios.

 


Brasil

por Rose Barboza

Una parte de Brasil está hecha de miedo. Otra parte, de personas que luchan. #EleNão. El grito de millones de mujeres, identidades no binarias, disidencias, LGTBTQI++, personas negras, indígenas, del campo, de las florestas y de las periferias de los grandes centros urbanos continúa resonando, manteniendo la resistencia que se hace cuerpo, sudor y sangre al enfrentarse a una de las mayores ofensivas del autoritarismo neoliberal en el continente. Nadie le suelta la mano a nadie.

#EleNão

La hoja de vida de Jair Bolsonaro y su desprecio por la vida y la dignidad de sectores enteros de la población brasileña fue el detonante de un movimiento amplio, diverso y poderoso para rechazar su candidatura a la presidencia de Brasil. El movimiento #EleNão, liderado por una multitud de voces, especialmente de mujeres, disidencias y feministas, generó una alianza sin precedentes desde la Campaña por Elecciones Directas, de la década de 1980 en rechazo a la dictadura militar que destrozó el país entre los años de 1964 y 1985.

Fue el poder de las redes, los colectivos y las organizaciones feministas y disidencias lo que, con un rotundo #EleNão, lideró la campaña más incisiva contra el avance del autoritarismo neoliberal en Brasil en 2018. Una convergencia sin precedentes basada en una plataforma diversa, rica, vibrante y amplia, aseguró la oposición permanente a las mentiras y las noticias falsas difundidas y capitaneadas por Jair Bolsonaro, un antidemocrático de extrema derecha que gobierna el país desde enero de 2019.

La extrema derecha en el poder 1: donde la revancha y el odio gobiernan

En el país-laboratorio de las políticas de precariedad y de muerte del neoliberalismo autoritario, el anti-presidente de extrema derecha, Jair Bolsonaro, ejerce, día tras día, el odio como método y la venganza como práctica.

El aparato estatal, una máquina colonial-genocida, que encarna toda una experiencia de siglos de exterminio de cuerpos racializados, empobrecidos, generificados y precarizados, apunta su arsenal político autoritario y conservador contra aquelles que tienen poco o casi nada: trabajadores precarizades hasta la médula (por la llamada economía colaborativa y la falacia del emprendedorismo), poblaciones indígenas que luchan por sus territorios, trabajadores rurales que reciben subsidios, mujeres embarazadas, beneficiaries de programas de redistribución de ingresos, jóvenes que no obtienen su primer trabajo, personas mayores sin derecho a la jubilación.

En la revancha de la blanquitud aristocrática-neoliberal contra aquelles que tienen poco o casi nada (junto con sus pequeños derechos, enmarcados en el liberalismo, por los cuales lucharon incansablemente en los trece años anteriores), se erigen con orgullo las cifras de la barbarie instalada en el país desde el golpe misógino-parlamentario de 2016: el quinto país del mundo con el mayor número de feminicidios, el tercer país que más jóvenes negros encarcela y el cuarto con la fuerza militar más letal del planeta.

Tejida en el horror del racismo estructural, la venganza de la blanquitud brasileña expone su anatomía profundamente mezquina en el discurso crudo y explícito del Ministro de Economía. El hijo amado y servil del mismo neoliberalismo que hundió a Chile, Paulo Guedes, heraldo e ingeniero de la devastación, es generoso al explicar la lucha de clases: en Brasil, donde prospera la pedagogía de los sótanos de la dictadura, sofocando y persiguiendo el disenso, la devaluación de la moneda brasileña frente a la estadounidense tiene como objetivo evitar que las trabajadoras domésticas viajen a Disney o en avión, cuando así lo deseen.

Extrema derecha en el poder 2: la evisceración de la democracia y el asalto a la reproducción social

El esfuerzo de confrontación no ha sido fácil. Hacer frente, hoy, es una cuestión de vida o muerte. Literalmente. Los asesinatos de líderes indígenas, defensores de los derechos humanos y jóvenes en las periferias urbanas han crecido en la misma velocidad vertiginosa que la retórica de una guerra declarada contra aquelles que tienen poco o casi nada.

Resistir, en Brasil, a las milicias —económicas, políticas, militares— como programa gubernamental y a la subordinación ciega ante los mandatos de la oficina de política exterior de Estados Unidos, es como tratar de equilibrarse en un movimiento frágil, donde la vida misma está en juego.

Pero es a partir de este movimiento frágil y tenue que se alimenta la resistencia. El grito de los millones de #EleNão continúa resonando frente al avance de la máquina de la muerte del capitalismo imperialista. Como señala la feminista y teórica estadounidense Nancy Fraser: “Ningún movimiento social serio, y mucho menos el feminismo, puede pasar por alto la evisceración de la democracia y el asalto a la reproducción social que ahora está librando el capital financiero”.

La primavera feminista negra brasileña: el grito más poderoso contra el avance de la extrema-derecha

Las feministas se han puesto a la vanguardia de la confrontación más acalorada experimentada hoy por toda la sociedad brasileña: de un lado, las políticas de muerte del neoliberalismo y el capitalismo y, de otro, el reclamo y la afirmación de la vida en toda su pluralidad, diferencia y diversidad.

Enfrentando la mentira neoliberal de un mundo de recursos ilimitados e inequidades necesarias, es el movimiento feminista negro brasileño el que ha asegurado la denuncia incansable de cómo la intersección de clase, raza y género constituye los ejes centrales de la vulnerabilidad que garantiza la expansión del capitalismo financiero. Son las diferencias de clase, raza, etnia, género, sexualidad (entre otras) lo que, transformadas en desigualdades, alimenta la máquina voraz del capitalismo financiero en la era de la acumulación desenfrenada y de los derechos precarizados que estamos experimentando.

Al denunciar el arsenal de muerte del capitalismo financiero, en la fase del neoliberalismo autoritario, las mujeres negras brasileñas reclaman la vida. Su propia vida y la de los suyos. Esto se debe a que las mujeres negras empobrecidas forman la base precarizada de cualquier indicador socioeconómico, político o cultural (ya sea nacional, regional o internacional).

Son a las mujeres negras a quienes se les niega el acceso a la salud, la educación y de carreras profesionales cuatro veces más que a las mujeres blancas. Son las mujeres negras las que reciben la peor remuneración por un trabajo o las que mueren tres veces más por enfermedades curables como la presión arterial alta o la diabetes. También son las mujeres negras empobrecidas las que más lloran la muerte prematura de sus parejas, hijos y nietos o quienes los visitan en las cárceles. También son las que terminan siendo responsables y soportan cargas económicas adicionales por ser las principales jefas de las familias monoparentales.

Blanco de la furia y la revancha de la blanquitud aristocrática neoliberal, el feminismo negro brasileño se ha consolidado como un movimiento social que, más allá de la identidad, exige reconocimiento, redistribución, representación y justicia social. Molecular, orgánica y potente, esta expresión del feminismo ha alcanzado una audiencia amplia, capilarizada y significativa a través de redes sociales como Twitter, Facebook y Youtube. Y su mensaje, de afirmación de dignidad, resuena fuerte desde el mismo suelo que se da la lucha: nuestros pasos vienen de lejos. Resistimos, resistiremos.

El 8M y la red de significados creada y accionada por las feministas: solidaridad contra el autoritarismo

El campo semántico, la red de significados creados y accionados por las feministas, es un campo donde la lucha por la vida es central. La solidaridad se hace en presencia. Y la acción es cuerpo, territorio y continuidad. Estar donde necesitas estar. Construir a partir del dolor, de la ira, subvirtiendo los sentidos y los mandatos del miedo. Estar con les demás.

Sabiendo que hay con quién contar. Y tener a alguien con quien contar, para saber que es posible organizar la resistencia. Unirse a espacios donde las necesidades son concretas. Reunirse para transformar y sacudir las estructuras. Es una queja, sin duda. Pero también es creación, subversión. Nadie le suelta la mano a nadie. La solidaridad feminista superará una vez más el miedo y el autoritarismo. Eso es lo que prometemos. Eso es lo que estamos haciendo hoy.

una mujer negra de perfil, con pañuelo en la cabeza, gafas de sol y un cartel en la cara que pone Ele Nao

Foto del Flickr de Caco Argemi CPERS Sindicato


 

Colombia

Por Jone Bilbao

¿A quién reclamarle justicia si la misma ley que mata es la que levanta los muertos? ¿Dónde poner el denuncio si toda autoridad está untada de sangre? Es el lenguaje que dota de razón y trascendencia el llanto de una mujer que acaba de perder a su hijo de la forma más despiadada; la sentencia que delata la conciencia de Osiris en un entorno no demasiado propicio para dar excesivas muestras de lucidez. Ella, mujer antioqueña (de Dabeiba, Antioquia), aguerrida, resuelta y desafiante sobreviviente de los peores años de la violencia, nos entregó, a través del compendio de crónicas Desterrados, crónicas del desarraigo, del difunto escritor y sociólogo Alfredo Molano, la revelación de lo que allá (en Colombia) a finales del siglo XX fue un secreto a voces; y, hoy, una norma enquistada que recala cual veneno letal en las entrañas de una sociedad donde la gente de a pie se levanta cada día pidiéndole a Dios que otorgue a su lastimada tierra el milagro de la serenidad.

Con el legado de las desterradas de ayer y hoy, con la sabiduría enterrada y las confidencias engullidas por el silencio forzoso de quienes quisieron y no pudieron decir, ni revelar ni reconocer, ni siquiera iniciar, poco a poco, la siembra clandestina de granitos de humanidad y buen vivir en medio de los cultivos arrasados por la violencia, nuestro pequeño relato trata de posar sobre los pensamientos de todes, con un poco de tinta negra y vehemencia, la visión y condición de las mujeres en nuestro hermano país donde la gente ya, desde hace tiempo, dejó de morir de enfermedad.

Normalmente fueron ellos, hombres, indígenas, afros, comuneros, líderes y defensores de derechos, quienes figuraron públicamente en las causas, gestas y luchas, pero también en las crónicas de acontecimientos funestos que azotaron, histórica y sistemáticamente, los territorios disputados de Colombia. Ellas, que siempre fueron madres, hermanas, hijas, novias, amantes, alcahuetas, incluso acompañantes o fulanas, portan aún en silencio las heridas abiertas de un conflicto que se ensañó y continúa encarnizándose con ellas. Porque ellas son también, más allá de todo aquello que les vino dado “por la gracia de Dios”, contra todo pronóstico y relato implantado, las organizadoras de procesos sociales en sus territorios; las vigiladas, perseguidas y cuestionadas reivindicadoras de derechos; las que mil y una veces pusieron sus cuerpas en primera línea de batalla a pesar de los golpes y vejámenes; las que elaboraron los informes públicos que luego ellos firmaron; las que sobrevivieron (o no) a los secuestros y ataques que siguieron sucediendo a pesar de los esquemas de protección y ese supuesto afán por las garantías de seguridad de un Estado que nunca investigó, ni esclareció, ni proveyó justicia, ni reparó.

Por ellas, por todas las redes que tejieron y remendaron, y los tallos muertos que hicieron retoñar; por el cuidado y la regeneración de las experiencias vividas que arden desde el sigilo del exilio y la ausencia; en honor a las músicas de los recuerdos y por calmar de algún modo los vacíos que jamás, de ninguna manera, podrán volverse a llenar, hoy prendemos las velas y las farolas en este gélido invierno donde cada día nos siguen matando por el mero hecho de ser mujeres. También por ser negras indígenas o mestizas, por ser lideresas, por amar la vida y defenderla, por ser semilla de cambio, por ser semilla de paz. Prendemos las candelas y antorchas, no por orar ni por rogar milagros a ningún ser supremo sino por alumbrar nomás, en la memoria de nuestra América Latina, los dolores y los desafíos pero, también, las hazañas y grandes tareas emprendidas que recibimos de ellas para seguir guiándonos, juntas, en la senda salvaje en la que venimos avanzando, apartando las zarzas de las violencias patriarcales y erradicando el matorral donde crece, abigarrado, el capitalismo y el feudo de la voracidad.

 


Chile

Por Katia Sepúlveda

Dedicado a Alicia Maldonado

Como la desfinanciación de la vida cotidiana, nos lleva a habitar un territorio otro, llamado zona cero o plaza de la dignidad, en donde la memoria de la resistencia se hace tangible en los cuerpos ultrajados por el poder, llámese: gobierno, partido, patrón, marido, hermano e hijos. Asistimos a este despertar desde la conciencia de que somos ficciones políticas vivas (Preciado), esta crisis de subjetividades vulnerables, potencian un sin-futuro, es decir, la comprensión de un tiempo condensado en todos los tiempos a la vez, de esta forma se abren todos los ejes temporales y se devela la fractura de la matriz-colonial, en su devenir hetero-cis-patriarcal-blanco, neoliberal y racista; en otras palabras, la idea de Estado-Nación es cuestionada con dos elementos iniciales, el alzamiento y el fuego: estos son la materia prima que nos lleva a co-crear la agenda de la calle, un nuevo habitar que se hace posible bajo la premisa del anonimato, la acción es más importante que la episteme, de tal modo le damos un giro a la razón occidental, de un pensamiento que lo único que ha deseado es la colonialidad del ser, saber, sentir, poder y del ver.

un selfi de cuatro personas con la cara tapada

Manifestación en Chile. / Foto: Alicia Maldonado, Plaza de la dignidad 31 de enero 2020

Bajo este cuerpo social que busca la desburocratización de los espacios, alrededor de un biocentrismo (Taylor), que teje de sentido un horizonte dentro de un contexto micropolítico, en el cual la ética energiza los afectos —sin pretensiones de poder—, este movimiento se hace reversible a la historicidad. Del mismo modo —le damos el habla a nuestras ancestras— que revitalizamos la memoria de los afectos vaciados por el sistema moderno-colonial y comenzamos a reparar nuestra existencia a través de les otres, se extienden las redes de cuidados que se interseccionan con antiguos métodos —como lo fue la olla común, indispensable para la sustentabilidad de la vida, en la época de la dictadura militar de Pinochet.

La primera línea nace para proteger a los manifestantes de las fuerzas desmedidas de los aparatos ideológicos del estado-hetero-cis-patriarcal-blanco. Esta cadena de cuidados podría ayudar a pensar en la extensión de la familia, más allá de la consanguineidad, este conducto de cariño, se puede traducir como una ruptura que desafía cualquier control y que se encuentra con la comprensión y contención de miradas desconocidas: así funciona el efecto-afecto-capucha. En este tiempo Antropoceno, la respuesta terrícola del perro negro matapacos, icono de la revuelta diría: el 18 de octubre de 2019 comenzó la era del kiltroceno [1] . Así cambia el paradigma de los afectos en Chile, por un 8M que senti-piense con el corazón.

 

[1] Es un neologismo que  juega por un lado con  la etimología mapuche de la palabra quiltro que significa perro mestizo, al mismo tiempo,  es una cita al manifiesto Chthuluceno de Donna Haraway, en la cual  nos informa de otro espacio-tiempo, en donde el poder de la terra es el centro y no todo lo humano activa la fuerza  vital, con esto deseo señalar como el perro negro mata-pacos forma parte de la identificación estratégica de lucha central en esta revuelta del 18 de octubre, que también marca un acontecimiento porque en este movimiento en especial, no existe una cabeza que juegue a la representación de un pueblo, lo que marca un hito y  para recalcar este nuevo  tiempo- espacio-político le denomino, Kiltroceno.

 


Ecuador

por Gabriela Montalvo Armas

El 8 de marzo, antes de ser “Día de la mujer” fue el “Día Internacional de la Mujer Trabajadora”. En esa fecha se conmemoran hechos trágicos relacionados con condiciones no sólo precarias sino inhumanas de trabajo que, quizás porque sucedieron en el denominado Primer Mundo (Nueva York), conmovieron y provocaron cambios importantes en la legislación laboral estadounidense. Digo esto porque las condiciones de precariedad (en algunos casos, de verdadera esclavitud), siguen vigentes en otras partes del mundo, entre ellas, el mismo Ecuador.

Esta es, sin duda, una fecha propicia para pensar en uno de los peores tipos de violencia: la violencia económica, que, a diferencia de la violencia física o sexual, no suele ser evidente, sino sutil y por eso mismo, especialmente cruel. Esa sutileza además ha estado fuertemente resguardada por los supuestos de neutralidad de las ciencias. Bajo esta idea, la economía y sus principales postulados se han mostrado como técnicos, desconociendo la subjetividad implícita en su formulación. Este modelo de economía se ha concentrado en el funcionamiento de los mercados, asumiendo una asignación de recursos eficiente y una producción óptima.

Bajo ese modelo, basado en un sesgo androcéntrico, dicotómico, se identifica a lo productivo, y por tanto valioso, con la masculinidad, mientras se desvaloriza a lo que se considera femenino, porque lo asocia con lo doméstico, con la improductividad. La división sexual del trabajo se sustenta y se naturaliza en este paradigma.

En el Ecuador, la Ley Orgánica Integral para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres, emitida en 2018 , la define como “…toda acción u omisión que se dirija a ocasionar un menoscabo en los recursos económicos y patrimoniales de las mujeres…”. Este menoscabo puede provenir de la pareja, de la sociedad conyugal, del grupo familiar o social, pero también puede ser el resultado de acciones u omisiones por parte del mismo Estado.

Estas construcciones culturales se expresan en realidades concretas, materiales, económicas diferenciadas, discriminatorias e incluso violentas, porque efectivamente, ocasionan un menoscabo en los recursos económicos y patrimoniales de las mujeres. De acuerdo al Instituto Nacional de Estadísticas y Censos – INEC (2018 y 2019), la brecha salarial entre hombres y mujeres se mantiene en aproximadamente 18 por ciento, la tasa de desempleo es de 4,6 por ciento en las mujeres y de 3,3 en los varones, mientras que el empleo adecuado pleno, es de 67,1 por ciento para los hombres frente a un 32,9 para las mujeres y el total de horas de trabajo semanal de las mujeres (77:39) es de más de 17 horas superior al de los hombres (59:57) .

En gran parte, las tareas de las mujeres son parte del trabajo no remunerado. Trabajo que paradójicamente es el que permite que se realice el trabajo considerado productivo. Trabajo que además genera valor agregado equivalente al 19,1 por ciento del PIB (la Agricultura representa cerca del 8 por ciento, la refinación de petróleo cerca del 9 y el Comercio algo más de 10).

A pesar de la mejora de los indicadores globales de empleo femenino en cuanto a participación y, aunque menos, también en cuanto a brechas, esto no refleja un verdadero cambio cultural. Las mujeres siguen siendo la gran mayoría en actividades que se derivan del cuidado. Actividades como enseñanza y salud (principalmente Enfermería y Fisioterapia) están fuertemente feminizadas, con un 67 y 66 por ciento de mujeres en cada una. Estas son las actividades que los gobiernos clasifican dentro de lo que consideran el “sector social”, siempre subsidiario de los sectores considerados productivos y estratégicos.

Mientras tanto, las políticas públicas orientadas al crecimiento económico y al incremento del empleo se dirigen típicamente hacia ramas de actividad económica como la construcción, en la que la presencia femenina es de apenas el 6 por ciento. De igual manera, las mujeres se concentran en actividades con menores niveles de remuneración, como el servicio doméstico (94 por ciento), mientras que su presencia es minoritaria (15% por ciento en actividades mejor pagadas, como la explotación de minas y canteras.

Otra forma en la que se expresa la violencia económica está en el acceso a los recursos productivos y financieros, entre ellos, al crédito. Según un estudio del Consejo de Igualdad de Género y de la AECID (2015), del total de receptores de créditos, el 54,7 por ciento son hombres, frente a un 45,3 de mujeres. Esta diferencia es aún más grave si se analiza la entrega de créditos según el saldo, que se dirige en un 64,8 por ciento a los hombres.

En algunos espacios, se sostiene que estas diferencias son consecuencia de una serie de elecciones libres. Para nosotras, estas elecciones son el resultado de varias circunstancias y condiciones previas y entendemos que la violencia económica está ligada a las formas más evidentes, y brutales, de violencia. Estas diferencias, además, se acentúan con la pobreza y se agravan en mujeres racializadas.

La violencia económica es perversa y asumir que resulta de una cuestión de elección constituye en sí misma una agresión que evidencia si no misoginia, por lo menos un grave desconocimiento de las condiciones de vida de las mujeres.

 


 

México (Ciudad Guzmán, Jalisco)

Por Norma Helen Juárez

Ante las múltiples desapariciones y feminicidios, mujeres y hombres han salido a manifestarse en distintas ciudades de México. Cientos de mujeres han ocupado las plazas, han quemado, pintado en las calles para sacar la rabia, la impotencia. Las voces detractoras de esas acciones las describen como un comportamiento “inapropiado”. Vídeos circulan en las redes alegando que “las mujeres también matan”, como una forma de desacreditar los movimientos feministas y lo que consideran un supuesto victimismo de la mujer.

Es cierto, las mujeres también matan, pero alguien se ha preguntado ¿por qué una mujer puede llegar a matar? Cuando Flor era una niña, recuerda que su padrastro abusaba sexualmente de ella, su madre nunca la defendió. Ella misma —su madre— le pedía que no se resistiera, su pareja la podría abandonar. Durante su infancia y adolescencia, Flor fue continuamente lastimada y penetrada con objetos. Flor creció desprotegida, violentada, su interior y autoestima fueron destruidos. ¿Qué pasa cuando la niñez y la inocencia no son protegidos? ¿Cuántos supieron de esta situación y no hicieron nada?

Cuántas niñas se convierten en mujer pasando por sus cuerpos la violencia de una sociedad donde hombres y mujeres naturalizan y se vuelven cómplices del abuso. Como sociedad damos la espalda, así se vuelve problema del otro. Al olvidarnos que somos un solo cuerpo social pagamos todos un precio muy alto. Hoy Flor se encuentra en un reclusorio, paga una condena por homicidio. Muchos pueden señalarla como asesina, sin embargo, hace tiempo que Flor se sabía muerta. En casa mataron su inocencia, después la sociedad le negó la posibilidad de un futuro distinto. Flor más muerta que viva perpetuó un ciclo de violencia que “quizás” se pudo evitar si por su alma herida una sociedad amorosa la hubiese rescatado. Nunca sabremos si las cosas hubieran podido ser distintas. Lo que sí sabemos es que hoy día esa sociedad amorosa no existe. Construirla es urgente para que casos como el de Flor no continúen.

Hoy salimos a la calle y pedimos justicia por las mujeres a las que les han arrebatado la vida, por las mujeres que desaparecieron sin dejar rastro. Sin embargo, ellas sólo son la punta del iceberg. Sin duda, es urgente frenar la barbarie y tendremos que seguir saliendo a la calle, hasta que el sistema de justicia patriarcal en toda su estructura se resquebraje. Al mismo tiempo, tendremos que generar alternativas y estrategias para desnaturalizar todo tipo de violencia; sin embargo, la lucha será estéril si no va nutrida de amor y esperanza.

Nuestros movimientos feministas no pueden quedarse en la digna rabia, ni en libros o en círculos de mujeres y charlas de café. Urgen acciones amorosas, hombres y mujeres organizados, habremos de salir a la calle, a las colonias marginales, a las escuelas y reclusorios. Urgen las acciones ahí en donde la violencia destruye a nuestros niños y niñas, adolescentes y jóvenes. Necesitamos apoyar a las madres para que la violencia y el crimen no nos arrebaten a sus hijos e hijas, en elles está la semilla de otro futuro posible.

Hoy nos toca sanar heridas profundas, heridas milenarias. Si bien urge la emancipación de nuestro pensamiento y acciones patriarcales, más urgente es hacerlo por la vía del amor. Seamos parte entonces de un movimiento social de mujeres y hombres amorosamente combativos.

 


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