Por WhatsApp y confinada, pero fóllame
La tecnología nos permite explorar otros lenguajes, más allá de los sentidos, en las prácticas sexuales y puede favorecer la comunicación. Estos días de encierro pueden ser una buena oportunidad para explorar sus ventajas. Si te apetece, claro.
Acaban de conocerse. Todo el subidón de las hormonas y más de 400 kilómetros de distancia entre una y otra. Los planes para verse, cancelados hasta nuevo aviso. Evitar que las ganas de tocarse se conviertan en frustración es, ahora, el reto más urgente entre ellas. “Qué mierda”; “Qué pena”; “No me lo puedo creer”; “Qué rabia”; “Me muero de ganas de olerte”; “Ojalá no se te pase”. Los mensajes se suceden mientras el Gobierno decreta el estado de alarma y el miedo se apodera de la ciudadanía. La responsabilidad no es incompatible con el ardor y las ganas de verse chocan con el pánico que provoca el coronavirus. Las relaciones eróticas a través de las tecnologías se presentan como un escenario lleno de posibilidades para entender el sexo y el contacto de una manera distinta a lo habitual. “Dime qué llevas puesto”. “Mándame una foto”. “A ver, quítate la camiseta”. La tecnología nos ofrece infinidad de oportunidades para follarnos mientras llega el ansiado momento de salir de casa. No es baladí cómo va a afectar esta situación sociopolítica a muchas parejas que no conviven juntas ni a los encuentros eróticos que ahora quedan suspendidos en el aire.
Oihana está recluida en su casa por un problema de salud y su móvil echa fuego. Mantiene encuentros con una pareja hetero. Ha podido encontrarse físicamente con él, pero todavía no ha tenido oportunidad de verse con ella: “Es raro porque le he visto comerse una polla antes que tomarse un café”. Llevan un tiempito hablándose por WhatsApp y han generado una relación de confianza en la que se siente segura. A él le pone que ella se chupe el dedo gordo del pie y, a cambio, se graba vídeos masturbándose. Oihana tiene otros amantes con los que comparte sesiones de sado virtuales y reconoce estar disfrutando como una perra de su vida sexual a través de la red. “Lo que más me gusta es que puedo ponerme en modo exhibicionista, que es algo que me encanta, pero en la calle me da mucho palo”. La red desdibuja los límites y abre infinidad de oportunidades. Eso sí, el cibersexo se enfrenta, cómo no, al pudor de una sociedad que aún se ruboriza al hablar de deseo.
Pitu Aparicio es educadora social especializada en género, sexualidad y drogodependencias. “Mucha de la educación sexoafectiva que estamos recibiendo es, precisamente, para romper con los tabúes. Si nos cuesta masturbarnos solas y decir que lo hacemos, imagínate lo que nos cuesta todavía hablar de masturbación en pareja. Para promover el cibersexo, habría que romper con ese tabú”. No es fácil, claro, pero la tecnología podría propiciar la comunicación entre parejas y amantes. Aparicio propone jugar a hacernos preguntas en estos días de cuarentena: ¿Qué es lo que más te gusta que te hagan? ¿Qué es lo que más te gusta hacer a ti? ¿Cuáles son tus puntos erógenos? ¿Qué te encantaría hacer, pero nunca te has atrevido? ¿Te gusta hablar en la cama? “Hay cosas que da mucha vergüenza decir en la cama, pero en un contexto de juego, desde una perspectiva más lúdica y divertida, quizá sea más fácil: ‘Oye, odio que me toquen la vagina sin que me hayan tocado el clítoris antes’ o ‘Me me encanta llamar puta a mi pareja en la cama’. Estas cosas hay que consensuarlas. Si no se hace en un contexto comunicativo y se lleva directamente a la cama puede resultar violento”.
Fantasía por WhatsApp
Jara Barrero, sexóloga de Desmontando a la Pili, entiende que la fantasía es un elemento imprescindible en el cibersexo y ésta se fundamenta en tres elementos: las sensaciones, la imaginación y la memoria. “En cuanto a las sensaciones, hablamos del olor; del tacto de la piel, de la sensación de nuestra propia ropa o de nuestro cuerpo sobre una superficie, de las caricias que nos estamos dando nosotras mismas. La imaginación sirve para darnos el contexto: el lugar, la conversación, las prácticas concretas. La memoria nos trae los recuerdos de otros encuentros eróticos, esos que podemos emplear en nuestra fantasía: lugares, emociones, gestos concretos”. La tecnología puede servir para construir una fantasía erótica con otra persona, pero Barrero insiste en algo: la fantasía es una realidad en sí misma y es importante que entendamos que no tenemos que llevar a la práctica inevitablemente para que tenga sentido. Oihana, sin embargo, tiene claro que sus prácticas de cibersexo son lal antesala de un encuentro físico que espera ansioso que acabe la cuarentena.
El concepto de cibersexo no deja de ser confuso. Si bien tenemos claro a qué nos referimos cuando hablamos de ‘ciber’, no tenemos tan claro qué significa eso de ‘sexo’. Las tecnologías sirven de medio para expresar o comunicar nuestros deseos hacia otras personas, pero es importante tener en cuenta que también en estas prácticas, el deseo se expresa de maneras muy diversas. ¿Cibersexo es grabarte mientras te masturbas? ¿Es tratar de poner cachonda a tu novia por WhatsApp? ¿Es una foto en la ducha? ¿Una imagen sugerente? ¿Un audio susurrando que te follen? ¿Ver porno por internet? Preguntas al aire que no tiene una única respuesta. Pero, ¿cuáles son los límites? “Los mismos que podemos encontrar –dice Jara Barrero– en un encuentro erótico cuerpo a cuerpo: no hagas nada que no quieras y no dejes de hacer nada que quieras hacer”.
La tecnología nos permite explorar otros lenguajes, más allá de los sentidos, en las prácticas sexuales. Nos ofrece la oportunidad de usar el lenguaje y el relato como métodos para generar excitación en otras personas. Oihana tiene claro que esa es precisamente una de las ventajas: la posibilidad de controlar la narrativa: “Te puedes poner muy macarra y muy cerda mientras creas el clima adecuado. Además, cuentas con la imaginación calenturienta de las otras personas. Te puedes soltar más la melena vía mensaje porque, es verdad, no es lo mismo decirle a alguien que le vas a meter un guante por el culo y que te va a lamer las botas, que hacerlo de verdad”
La pantalla nos protege de nuestros miedos y resulta mucho más sencillo ser clara y directa por WhatsApp que ante el cuerpo desnudo de alguien. GRGioia lleva practicando cibersexo desde que estalló el boom de internet en los 90, en los incipientes chats IRC (Internet Relay Chat): “Para personas introvertidas y con mil complejos, creo que favorece la confianza en una misma mientras facilita el placer”. El límite, en este caso, la seguridad y la preservación de la intimidad. Para practicar cibersexo, bien en pareja bien con personas desconocidas, resulta indispensable conocer algunas pautas de seguridad. En el envío de fotos o vídeos, por ejemplo, siempre se aconseja que el rostro o las tatuajes no sean reconocibles.
El sexo en tiempos de coronavirus
Desde que se decretó el estado de alarma, las redes arden llenas de mensajes que abogan por aprovechar la cuarentena para mantener más encuentros eróticos, pero resulta imprescindible recordar que no es una obligación. Jara Barrero lamenta que “muchas veces se genera cierta exigencia: propia y social. ¿Tenemos tiempo libre? Pues a follar. A veces no es posible por los deberes de cuidados y, otras muchas veces, no encaja en los deseos. Hay que tener cuidado con la frustración, la culpa, la sensación de estar fallando”. Flor Arriola, sexóloga, habla de la espera erotizante, un concepto que se maneja en sexología para promover el deseo entre dos personas que no pueden verse. Es un práctica que aviva las ganas de encontrarse y que puede resultar altamente erótica, pero también advierte de algo: “Puede que en el momento del encuentro no ocurra lo que creíamos que iba a pasar o, incluso, que no nos guste. No pasa nada, podemos seguir recreando la fantasía y pasarlo bien de esa manera. Lo importante es no sentir el follar como una obligación, ni en cuarentena ni sin ella, ni online ni offline. El sentimiento de ‘tengo que follar’ por mandato es lo que más desencuentros genera”.
Esto del cibersexo no tiene que ver exclusivamente con el coronavirus, claro. Martina tuvo una relación a distancia durante dos años y medio: “Podíamos estar hasta cinco meses sin vernos. Nos conocimos sexualmente mucho más online que en persona. Hacíamos rol play, fantaseábamos y charlábamos mucho sobre qué nos gustaba y qué no. Mucho más que en persona. Y sí, luego casi nada se cumplía cuando estábamos juntas. De hecho, ahora diría que tanta ciberrelación anulaba parte de la relación carnal. En nuestros encuentros siempre había mucha “pasión”, mucha “chispa”, mucho contacto físico cada minuto, pero no necesariamente tanto sexo como habíamos fantaseado. No conectábamos tanto en persona como sí que funcionaba en ese rol play”.
Estos días de encierro, además, están sirviendo también de lamento para muchas personas que tienen lejos a sus parejas y encuentran en la tecnología una herramienta para mantenerse cerca. Acompañar en la distancia la ansiedad y acompañar, por qué no, los orgasmos. Entre expectativas, distancias, virus, confinamiento y miedos, al menos, nos quedan las videollamadas de WhatsApp.
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