Narrarse a sí misma

Narrarse a sí misma

Una de las cosas que hacían y hacen, que llevan haciendo siglos, las personas negras en Estados Unidos es contarse a sí mismas y… aprenderse.

29/04/2020

Imgen de la serie Madam C.J. Walker.

En algunos casos el orgullo es consecuencia de la posición que ocupa un grupo en la sociedad que o bien es mayoritario a nivel cualitativo o bien está en la cima de la pirámide del poder. Se trata de un orgullo, si me apuran, lógico, natural.

Sin embargo, hay demasiados grupos humanos que deben luchar para granjearse el suyo, con el fin de que quienes vengan después no tengan que continuar batallando y puedan permitirse sentirlo sin más. Así pues, no es una consecuencia de la posición heredada sino del trabajo duro que incluye documentar y conocer unos referentes que parecían no existir, pero que siempre estuvieron. Uno de los grandes ardides de los sistemas de opresión ha sido lograr que se hallen excelentemente ocultados y que para poder encontrarlos haya que llevar a cabo excavaciones arqueológicas en los túneles de la Historia.

El orgullo es una carrera de fondo que, a mi modo de ver, pasa, primero, por el autorreconocimiento, por entender lo que tu cuerpo es, lo que significa en el contexto que habita y dotarle de su dimensión política. A partir de ahí, es más fácil sentirse fuera de o parte de las estructuras y de las comunidades que nos expulsan o nos reconocen como “iguales”, a pesar de nuestras individualidades, y asumir que formamos parte de una cadena cuyo primer eslabón se pierde en el tiempo. Tales comunidades, especialmente, por haber sido históricamente subyugadas y amordazadas, necesitan contarse a sí mismas, ya no a las que les miran de reojo o desde arriba, para implorar que les entiendan, se pongan en su piel, les compadezcan o sepan que existen y que no son menos. La época de ese tipo de pedagogía debió haber acabado cuando apareció Google.

He pensado en esto a raíz de ver dos producciones audiovisuales seguidas en Netflix protagonizadas por figuras importantes para la comunidad afroestadounidense y negra global, por extensión, puesto que Estados Unidos no deja de ser el imperio económico y cultural y uno de los faros que, nos guste o no, nos suele guiar.

La primera fue la miniserie Madam C.J. Walker: Una mujer hecha a sí misma. Repasa la vida de una de las primeras multimillonarias negras del país. Hizo su fortuna sacando al mercado productos que “ensalzaban” la belleza de cualquier mujer negra, independientemente de su tono o de su edad. Una de las principales contradicciones del personaje, consecuencia indiscutible de su época, es que asociara dicha belleza a alisarse el cabello. Sin embargo, se observa una constante preocupación por su comunidad racial y genérica, de hecho, fue una de las precursoras de la venta a domicilio y las hasta 20.000 mujeres (casi todas racializadas) que se encargaron de ello gozaron de una independencia económica nada común en su momento.

A continuación, vi la película Marshall, que narra la historia de Thurgood Marshall, antes de convertirse en juez de la Corte Suprema de Estados Unidos. Durante su etapa de abogado, formó parte de la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color), contribuyendo a que se hiciera justicia en su país para una comunidad humillada y bastante tocada a nivel económico que, por no poder permitirse una defensa sólida, empezó a engrosar las filas del ejército de hombres negros que abandonaron las plantaciones y fueron a parar a las cárceles, siendo en muchas ocasiones inocentes.

En las dos producciones audiovisuales aparecen figuras históricas importantes de la comunidad negra, el boxeador Jack Johnson; el educador Booker T Washington; uno de los padres del panafricanismo, Du Bois; o les escritores Zora Neale Hurston y Langston Hughes, personajes que no se detienen a explicar porque dan por hecho que su trayectoria es más que conocida.

Tras verlas, me di cuenta de que una de las cosas que hacían y hacen, que llevan haciendo siglos, de hecho, las personas negras en Estados Unidos es contarse a sí mismas y… aprenderse.

 

Sin duda, contarse, puede ser muy útil para que la gente se reconozca en las páginas de un libro, en el metraje de una película o en la letra de una canción y entienda que lo que ha vivido no es producto de la casualidad sino del sistema que les sitúa en uno u otro lugar. Les lectores o espectadores, de paso, reciben el abrazo que merece quien ha experimentado demasiados males en una profunda soledad que, no obstante, muchas otras almas compartían.

Con todo, también hay una necesidad de promover cambios y reconstruir la Historia con la voz literaria/musical/ cinematográfica de aquelles a quienes creyeron cortar la lengua. Un buen ejemplo de ello sería la literatura de la esclavitud (Frederick Douglass podría considerarse el pionero y Mary Prince la escritora más conocida). En ella, varias personas esclavizadas que pudieron aprender a leer y escribir, sintieron que debían narrar lo que habían pasado y demostrar algo que en su época no era nada obvio: que fueron humanos. En sus libros explicaron que les dolieron los latigazos, que su situación era tan terrible que pertenecían a otras personas a las que debían llamar ama/amo, que las violaron, fueron abusades y que malcomieron, malvivieron y fueron separades de su familia. Estas obras sirvieron para prender la mecha abolicionista entre la población blanca en varias partes del planeta ya que, tras leerlas, muches cayeron en la cuenta de que la esclavitud era una iniquidad con la que debían terminar.

Así mismo, la autonarrativa no se conforma con visibilizar la experiencia intersubjetiva, sino que busca glorificar y recordar, en todos los formatos posibles, a aquellas personas que se dejaron la piel para que el grupo en su totalidad avanzara. Hacerlo es como levantar los cimientos de una autoestima que podía parecer volar, pero a la que le faltaba base y, al tiempo, el impulso para pensar que se pueden alcanzar metas que, a priori, parecen demasiado lejanas, dado que otres ya lo hicieron. Es una acción de justicia y reparación que parte de les propies agraviades, puesto que, salvo excepciones, difícilmente lo van a hacer (o quizá no lo hagan de la forma apropiada) quienes les abocaron a su situación actual. Su aprendizaje es una de las maneras de que toda la comunidad pueda reconstruirse.

Sin embargo, y creo que ahí radica parte de un éxito relativo, no se conformaron con contar, comprendieron que debían generar vías de producción, publicación y distribución, como editoriales, productoras, sellos discográficos… con el doble objetivo de que los mensajes no se quedaran en meros susurros y de evitar rogar que les hicieran un hueco en parrillas en las que solo serían el anexo del final al que nadie llega. Como no se conformaron con las sobras, en la actualidad, hasta cuentan con canales de televisión propios.

Antes de continuar me gustaría insistir en lo de “éxito relativo” del párrafo anterior, ya que, tal y como explicó la académica, activista y escritora Keeanga-Yamahtta Taylor cuando estuvo en España, la pequeña élite negra está sobreexpuesta y ejerce una gran influencia, sin embargo, el grueso de la población afroestadounidense continúa viviendo en unas condiciones pésimas. La pandemia que nos está sacudiendo en ámbito global ha evidenciado la desigualdad que aún hoy existe en Estados Unidos: a mediados de abril, se calculaba que el 70 por ciento de los fallecidos eran personas negras.

Vamos, que no deberíamos deslumbrarnos con el paradigma estadounidense pero sí seguir la senda de contar y apoyar la producción cultural y entender que, además de crear, necesitamos el resto de piezas del engranaje de creación y de divulgación de conocimientos. La finalidad de esto es que los escritos no se queden encerrados en cuadernos, las canciones ahogadas en la garganta y los cuadros tapados con sábanas.

Que la labor de un montón de artistas continúe y crezca está dependiendo de su tenacidad, de las redes sociales (ahora bien, eso implica contar con un tiempo y unos medios de los que no todo el mundo dispone) y de un circuito de producción cultural negro que se compone de editoriales propiedad de personas negras como Mey, puesta en marcha por la activista afrofeminista y escritora Remei Sipi; o Wanafrika de Oumar Diallo, que están apostando por publicar las obras de africanes y afrodescendientes residentes en el Estado español y por traducir aquellas que llegan de fuera. En el ámbito audiovisual, destacan la productora New Voices y New Futures en las que se junta un equipo multidisciplinar del cual forman parte Aida Bueno Sarduy, Karo Moret Miranda, Heidi Ramírez, Damián Sainz y Sally Fenaux Barleycom; TRM, del afrocubano Tony Romero; e iniciativas como la de Beatriz Mbula, que ha creado una serie piloto fantástica llamada Asunto Casting. Sobre las tablas es reseñable la compañía de teatro No es país para Negras, detrás de la cual está la espléndida Sílvia Albert y mezclando todo en un espacio en el que la cultura afro se sitúa en el centro, no podía faltar United Minds, dirigido por Déborah Ekoka y Ken Province.

Quién sabe si gracias a toda esta gente y a las personas que les sucederán pronto veremos más películas, oiremos más grandes éxitos en las radios y nos pasaremos de parada en el metro ensimismades con más libros protagonizados por quienes estuvieron, desde hace siglos, en esto que hoy se llama España, contribuyendo con su labor no suficientemente reconocida y sin saberlo a fortalecer nuestro orgullo. Ojalá, Sor Chicaba, que fue eslavizada y, tiempo después, monja en un convento en Salamanca, desde donde se convirtió en la primera escritora afrohispánica (siglo XVII), Eleno de Céspedes, un hombre trans afrodescendiente que fue cirujano en el siglo XVI; Juan de Pareja, un excelente pintor barroco; Juan Latino, quien comenzó su vida esclavizado y acabó siendo catedrático en la Universidad de Granada; la primera presentadora negra de la tele nacional, Roxane Dupré; o el payaso Rafael Padilla, más conocido como Monsieur Chocolat, sean nombres que manejemos en lo cotidiano y que, al igual que en las series de Netlix que vemos ahora, no haga falta explicar quiénes son.

Lo considero fundamental y, desde luego, no para que las personas blancas puedan entender nuestro arraigo en la península, aplaudan nuestros logros o nos crean dignes de su respeto. A estas alturas, debería darnos igual. Si lo hacemos tendría que ser por nosotres, ya que merecemos no tener que hacer minería para poder encontrarnos.

 


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