La txispa de Bego

La txispa de Bego

Hablamos con Bego, La Txispas, sobre cómo ha cambiado el barrio bilbaíno de San Francisco en los últimos años. Inquieta por naturaleza y muy cañera, Bego nos ofrece su mirada feminista sobre este barrio en el que caben muchos, pero no cabemos todas

Bego

Ilustración de Zuriñe Burgoa

Bego lleva más de 25 años viviendo en el barrio, pero nació en Santurtzi. Primero, entre la calle Bailén y Lamana, una travesía pequeñita donde está ahora la redacción de Pikara Magazine. Ha cambiado tanto en estos años como el barrio, pero esta zona de Bilbo mantiene la ilusión y la rebeldía que también afloran en ella. Habla rápido porque tiene prisa, pero, sobre todo, porque tiene mucho que contar. Estrenamos con ella ‘Vecinas’, una sección que lanzamos con la colaboración de Histeria Kolektiboa para acercarnos a las mujeres de nuestro barrio. Aterrizamos hace algo más de un año en esta zona de la ciudad donde la visión capitalista del urbanismo se impone entre conflictos sociales sin resolver, bares hipsters y vecinas de toda la vida.

En este barrio, el distrito 5 de Bilbo, la zona de San Francisco, Bilbao La Vieja y Zabala, hay muchos barrios. En el mapa de la ciudad grande, para las instituciones pasa desapercibido. A unos minutos del centro, aquí están las calles por las que, aún hoy, muchas personas evitan pasar y no recomiendan en las guías turísticas. En parte de la calle San Francisco y un pequeño tramo de Dos de Mayo la presencia de hombres del norte de África es apabullante; en la plaza Corazón de María confluyen espacios como Sarean, que pretende ser un lugar de encuentro, con población inmigrante y gitana; entre Conde Mirasol y un poco Bilbao La Vieja, los hipsters han encontrado su espacio con restaurantes de comida fusión, cerveza artesana y cupcakes caros; ya en Bilbi, los vecinos y las vecinas siguen organizándose para reactivar la zona; Las Cortes es la calle de la prostitución; en Zabala, la población gitana es numerosa y está acomodada. Entre todas, modernas precarias como nosotras, galerías de arte, estudios de arquitectura, tiendas de segunda mano, trapicheos, robos menores, oportunistas, actividades culturales y una presencia policial apabullante e inútil.

Bego forma parte de Galtzagorri, un colectivo feminista que está trabajando para exigir al Ayuntamiento un espacio para mujeres en la zona. Han organizado ya varias jornadas de trabajo en las que logran aglutinar a vecinas de distintas culturas para soñar juntas con ‘Koloretxe’, el nombre que le han puesto ya al proyecto que aún tienen entre manos. Los espacios de encuentro que ya han generado son, en sí mismos, un éxito para este barrio lleno de barrios, pero aislados entre ellos y del resto de Bilbao por cuestiones políticas, económicas y sociales.

El grupo Galtzagorri nace en 1992 para impulsar el asociacionismo de las mujeres del barrio y, desde entonces, forma parte de la historia de esta zona en sus diferentes etapas. Entre 1992 y 1995 estuvieron especialmente vinculadas a ‘La Kultur’, un espacio en el que organizaron charlas y talleres dirigidas a las mujeres del barrio. En su perfil de Facebook cuentan que aquellas actividades “contribuyeron tanto a la formación individual como de grupo en el ideario feminista y supuso un elemento clave en los procesos de emancipación de las mujeres del colectivo gitano”. Ahí es nada. Más tarde, hasta 2006, Galtzagorri formó parte activa también de ‘Txakur Berde Sarea’, la red solidaria de San Francisco, donde siguieron en su empeño por proponer formaciones feministas a las vecinas del barrio y al resto de los habitantes. Especialmente, dentro de los colectivos mixtos en los que participaban. “Las mujeres de Galtzagorri de aquella época acabaron agotadas”, cuenta Bego. Entre sus principales logros, la guardería de la Plaza Corazón de María de San Francisco, que abrió sus puertas en 1999. Sin embargo, no fue suficiente para lograr la tan ansiada conciliación de las mujeres y Galtzagorri desapareció, por las circunstancias personales de sus miembras, en 2006. En 2015, alrededor de una veintena de mujeres, retoman la actividad del grupo con ‘Koloretxe’ en la cabeza.

Tras la reaparición de Galtzagorri en la vida del barrio, ¿cómo fueron esas primeras jornadas que organizasteis para contar vuestras intenciones al barrio?

Fue la bomba. Me sigo emocionando cuando lo digo: hicimos un trabajo que te cagas. Primero, escribimos una carta contando quiénes éramos y nos fuimos a varios espacios de asociaciones los días que tenían reuniones para contarles quiénes somos y qué queremos para el barrio. Dibujamos en papel de embalar una casa e íbamos pegando dentro las necesidades que nos planteaba cada colectivo. Todo muy básico, pero didáctico. Nos lo curramos y funcionó.

¿Qué cosas salían?

Mira, algunas mujeres, por ejemplo, pedían que hubiera dos mandos para la tele. Claro, tú escuchas eso y te sorprende, pero algunas eran mujeres que viven en espacios multitudinarios en los que comparten tele y, probablemente, sea un tío el que elija qué se ve y qué no. Entonces supimos que en ese espacio lo que queremos es que nos organicemos entre todas para proponer actividades culturales. ¿Por ejemplo? Para poner películas, series, programas… y que todas tengamos el mando alguna vez. En las primeras jornadas, las blanquitas éramos minoría. Fue maravilloso. Las compañeras gitanas del colectivo Nevipen Ijito Elkartea, en el que trabajan varias mujeres, y hacen talleres para niños y niñas, decían que veían el proyecto como una puerta para que las mujeres de su etnia se relacionasen con otras.

¿Hay espacios en el barrio para que eso ocurra?
Hay muchas actividades, pero siempre estamos las mismas. Luego, hay personas sencillas, llanas, que no están metidas en ningún rollo cultural, que algún día vienen y te ayudan, pero ya está. Y para esa gente, muchas veces, lo que hacemos son cosas de modernos y modernas. A Sarean —una red social y cultural que programa actividades desde el barrio—, por ejemplo, va gente, pero no creo que sea un espacio aglutinador del todo. El anterior Sarean [Hubo otro espacio cultural con las mismas características unos años antes, que tuvo que cerrar por una deuda que adquirió con el Ayuntamiento de Bilbo] era distinto porque era un bar como cualquier otro, muy de barrio, en el que la de la barra cuando decía: “¡Ay, tengo que ir a comprar!” y alguien siempre se ofrecía: “Pues tráeme medio kilo de limones”. Otras veces Mariví, que trabajaba allí, se iba a hacer los recados y dejaba a alguien cercano y de confianza para que entrase a la barra a servir. Luego, pagaban. El bar era de todo el mundo, ahí estábamos todas dando la murga, era como estar en casa, pero, claro, el rollo era muy deficitario. Se dejó mucho pufo al Ayuntamiento y empezaron a decir que el nuevo Sarean tendría que ser rentable económicamente. Ahora, y me refiero a la parte del bar, funciona como un negocio, ¿y cómo son hoy en día todos los negocios? Modernos, con pintxos que no sabes ni lo que son y, ¿los precios? Actualizados también a la modernidad. Es un sitio agradable, pero no familiar.

La presencia policial en el barrio es brutal. ¿Cómo lo vives tú?
La gente mayor se siente más segura, pero yo creo que lo único que hacen es mantener la situación como está. Creo que la clave está en que no quieren que las gentes con vidas problemáticas se queden en el barrio. En algún sitio tendrá que estar lo oscuro de la vida, ¿no? Ya que no lo reparamos y no ponemos ninguna solución sociocultural, política ni económica para arreglarlo, pues que se queden en este gueto y no molesten en las zonas más pudientes. Lo de la policía es una invasión, un control absoluto. En el barrio ha habido un código no escrito para que las vecinas y los vecinos nos quedemos mirando cuando hay ciertas intervenciones policiales porque hubo una época de mucha violencia. A los marroquíes les tiraban al suelo cada cinco minutos. No sé cuál sería la razón, quizá conseguir chivatos o asegurarse de que nada se hacía sin control o… ¿Qué sabe nadie? Esto es un gueto también a nivel urbanístico. Por un lado, las vías y, al otro lado, Miribilla, que es un muro y, de frente, la ría. La gente pensaba que con Miribilla —un barrio relativamente nuevo— cambiaría un poco la situación, pero nada de eso. Una de las principales preocupaciones de las mujeres feministas es tejer estrategias para poder ocupar el espacio público, que, en algunas zonas, está totalmente masculinizado.

¿Cómo puede atajarse el problema del uso del espacio público de las mujeres sin caer en discursos racistas? La calle está llena, sobre todo, de hombres del norte de África y, a lo largo de los años, se han sucedido las denuncias de acoso verbal y físico contra las mujeres.
Hay que ocupar la calle. Nosotras, por ejemplo, la tomamos para contar qué queremos con Koloretxe, la Casa de las Mujeres. Tú imagínate que todos los fines de semana salimos para pedir un espacio así, para contar a nuestras vecinas cuál es el proyecto. Este o cualquier otro, vaya. Tenemos que estar más en la calle. No sólo en iniciativas de ‘estudios de experiencias’, de reuniones en espacios cerrados, de trabajos de interior, estudios y máster…, ni rollos de esos, que se hacen ahora mucho por aquí. No es una cuestión solo de experimentar sino de aportar para que el barrio sea de todas. Somos gentes que sufrimos circunstancias duras de pobreza, discriminaciones, urbanismo deshumanizado o presiones, de todo tipo. ¿Y las mujeres? En grado sumo. Todo aporta, pero la cercanía con la realidad del día a día de las vecinas es fundamental para que llegue el mensaje y las ganas de cambiar a mejor que tenemos por aquí.

Bego es lesbiana. Hasta hace unos años, la mayoría de los bares de ambiente de la ciudad estaban en el barrio, pero han cerrado casi todos. Apenas quedan espacios así en Bilbo y los que resisten aguantan en pleno Casco Viejo, tomado por el turismo. Recuerda cuando salían por el barrio y, al cerrar, subían a Las Cortes, la calle de la prostitución, a seguir tomando copas: “Nosotras éramos parte del puterio, éramos putas de otra manera. Mi madre cuando era joven y no sabía cómo llamarme me llamó puta. Mi hermano era maricón, pero a mí me llamó puta. No sabía cómo llamarme porque las mujeres no tenemos sexualidad. Por tanto, no tenemos nombre, sólo putas, como siempre nos han definido a las mujeres en este mundo machista y heteropatriarcal. Entonces el rollo de la homosexualidad era marginal y nuestros bares estaban en las zonas marginales, la gente no iba a permitir que un garito de lesbianas estuviera en la zona bien de Bilbo”.

El barrio ha cambiado mucho desde que Bego salía hasta las tantas, pero sigue aquí, observando cada detalle y trabajando, sin descanso, para mejorar las condiciones de vida las vecinas y los vecinos de este barrio lleno de barrios.


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