Siglo XXI: era de la revolución digital… y del feminismo inclusivo e interseccional

Siglo XXI: era de la revolución digital… y del feminismo inclusivo e interseccional

Durante demasiado tiempo se ha ignorado la situación de desventaja social en la que se encuentran las mujeres con diversidad funcional manifiesta.

22/04/2020

Cuadro de Alejandro Domínguez Rolong.

“Mientras exista ante nosotras un camino en el que podamos practicar el bien y dar un gran ejemplo, conviene no abandonarlo; el valor consiste en recorrerlo a pesar de la desdicha”.
Madame Roland. Memorias privadas

 

Considero necesario iniciar este artículo especificando que el feminismo a lo largo de la historia ha olvidado o invisibilizado a mujeres con determinadas realidades sociopolíticas; es decir, el movimiento feminista como movimiento político y social que es, en su lucha por lograr una verdadera igualdad de sexos ha marginalizado a ciertas identidades. Lo anterior debido a que han sido menos trabajadas, priorizadas o reconocidas en su lucha contra el sistema patriarcal, capitalista y capacitista. Por decirlo llanamente, se ha desconocido por completo que son mujeres que han luchado desde el pensamiento y la acción por sus derechos, por incluirse e integrarse verdaderamente en la sociedad.

Debido a que la idea es visibilizar la condición humana de esas mujeres y sobre todo no olvidarlas se debe destacar que en este caso se hace referencia a las mujeres con diversidad funcional manifiesta (en adelante DFM*). Las mujeres con esta característica no han sido prioridad en la agenda política feminista (proceso que se puede calificar de “olvido construido”). En tal sentido, el siglo XXI debe ser considerado el siglo en el que el feminismo se convierte en inclusivo e interseccional; como movimiento que repercute en lo social debe asumir el compromiso de “apropiarse” que la construcción de género también juega un papel importante sobre las mujeres con DFM y la construcción de la DFM presenta, de igual modo, una gran influencia en el colectivo y cuando se entrelazan ambos factores -género y DFM- se generan situaciones discriminatorias.

Lo precedente nos lleva a poder afirmar, sin ningún género de duda, que durante demasiado tiempo se ha ignorado la situación de desventaja social en la que se encuentran las mujeres con DFM puesto que al no encajar en el estereotipo de “cuerpo perfecto” se les niega la oportunidad de ser esposa, compañera, suministradora de alimentos y gestora del hogar. Por consiguiente, encuentran más obstáculos, hándicaps y estereotipos que los hombres con DFM y ello se ve reflejado en una mayor tasa de inactividad, salarios inferiores, menor acceso a los servicios de salud, mayores privaciones educativas y/o informáticas y un mayor riesgo de padecer abuso sexual, físico y psíquico, lo cual trae como resultado el enfoque de la de la que va aunado al sentimiento de compasión que aparece como la reacción más habitual ante este colectivo. Frente a dicha situación el movimiento feminista debe asumir la labor de comprometerse con la responsabilidad de cambiar la perspectiva que hasta el momento impera socialmente.

No se puede jerarquizar las luchas políticas y, además, las mujeres con DFM también son sujeto político feminista. Por eso, llegado a este punto y con el fin de lograr una autoestima colectiva, una construcción de mirada de futuro conjunta y rescatar del silencio el status de las mujeres a las que se hace referencia, la situación de ellas no debe interpretarse como un problema personal sino que hay que asumirlo como una lucha más del movimiento la cual se debe llevar a cabo en el campo discursivo, ideológico y político que conduzca a que obtengan un verdadero reconocimiento social y político.

El fin de estas líneas es concienciar para que el feminismo asuma una estrategia positiva de desarrollo en la que se redimensione en lo social el tema de la DFM, que se extienda a lo largo y ancho de la sociedad que la DFM es una situación inherente a la vulnerabilidad del cuerpo humano que puede ser de carácter transitorio o no; y que, de forma indirecta o directa, alcanza a todos los seres humanos. El trabajo debe ir dirigido a desmitificar el concepto de “normalidad”, así como se trabaja el de género.

Sobre la base de lo antes mencionado, es imposible empatizar con esta realidad desde fuera de la misma; por lo tanto, es imprescindible que haya un “pacto solidario” entre mujeres que conduzca a trabajar de manera intervinculada, para que se obtenga más y mejor información técnica sobre el impacto de la discriminación y desigualdad en la vida de estas mujeres. Lo que debe interpretarse que se piense en la discriminación múltiple por las desigualdades de género, edad, religión, raza, etnia, clase social, condición sexual, conducta social y cultural, y por los estereotipos que socialmente se han atribuido a la DFM; o sea, que se piense en las consecuencias devastadoras que la sexualidad normativa, la dominación sexista, el capitalismo, racismo y capacitimismo ejercen sobre las mujeres con DFM que pertenecen a minorías étnicas, con escasos recursos económicos, con preferencia sexual diferente a la heterosexual…

Avanzando en nuestro razonamiento, el objetivo es que las mujeres más oprimidas no queden excluidas, o tengan un papel secundario dentro del movimiento, como si tuviesen que estar supeditadas a las más privilegiadas. En consecuencia, es preciso que el movimiento feminista se ocupe del colectivo de mujeres con DF prestando atención a las características peculiares que presentan y que exigen actuaciones específicas, y que lo aborde desde una posición que supere actitudes compasivas y paternalistas.

Desde ese ángulo la integración debe ser bidireccional trabajando de manera mancomunada por transformar una demanda feminista en una demanda ciudadana. Con esa línea de argumentación podríamos decir que la palabra clave es “oportunidad”. Realidad que se ve reflejada en que los espacios protegidos donde se lleven a cabo las reuniones del movimiento sean accesibles para todas las mujeres con DFM ya que la falta de accesibilidad implica marginación y pérdida de calidad de vida para cualquier persona; pero no existe la menor duda, que, en este caso, serán las mujeres con DFM las más afectadas ante su ausencia o inaccesibilidad.

Atendiendo a las anteriores consideraciones se debe concienciar de que la exclusión de las mujeres con DFM significa que las descripciones de las experiencias de las mujeres son incompletas; por lo tanto, no se puede continuar “silenciando las voces de las hermanas con DFM”, por lo cual tenemos que encontrar un modo donde puedan expresar sus experiencias, donde las pongan en común con las demás.

En definitiva, se tiene que procurar una accesibilidad integral que comprenda aspectos urbanísticos, de transporte, de comunicación. En otras palabras, que los espacios estén libres de barreras arquitectónicas, que la lengua de signos esté siempre presente, que el material utilizado sea entendido por mujeres con dificultades lectoras, para lo cual se requiere que sea en lectura fácil o en sistemas pictográficos de comunicación; asimismo para mujeres con diversidad funcional visual, en cuyo caso debe ser en sistema braille. Porque el lema debe ser: “Llegó la era del feminismo inclusivo e interseccional”.


*Cabe anotar que aunque jurídica y socialmente se utilice el término “discapacidad” para hacer alusión a la DFM, considero conveniente la utilización del nuevo término debido a que denota una mayor neutralidad en relación con los conceptos utilizados hasta el momento; además, porque supone en sí misma una manera diferente de mirar la DFM. Se incluye el vocablo “manifiesta” con el fin de hacer alusión a esa parte de la población que tiene una diversidad funcional que es perceptible o visible (física, auditiva, visual, psíquica), que es la que puede generar cualquier tipo de discriminación. De esa manera lo diferenciamos de la población cuya diversidad funcional no es visible (problemas cardíacos, hepáticos, etc.).

 


 

 

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