¿El feminismo confinado? Activismo y cuidados en la crisis del coronavirus
Este es un buen momento para que el feminismo se adentre en los hogares, ponga en práctica la premisa de que lo personal es político y apoye las demandas que se hacen desde movimientos que están luchando por los derechos de las grandes cuidadoras, en su mayoría mujeres, y de sus criaturas.
De repente un día no podemos salir de casa. Aceptamos con normalidad que la policía y el ejército recorra las calles, nos identifique e interrogue. No sabemos cómo actuar en sociedad: saludamos de lejos, esquivamos a la gente que se nos acerca demasiado, nos sentimos sospechosas al igual que el resto. Entramos de nuevo en las casas como si de un territorio seguro se tratase, desinfectando todo resto de calle. Quizás confundamos responsabilidad social con un estado policial. Por eso vecinos y vecinas acechan en sus balcones para increpar a quien, según sus parámetros, no cumple con el deber. Algunas madres que salen con sus criaturas sienten que van de la mano del mismo virus encarnado, así se lo hacen ver. En casa, las pantallas lo inundan todo: trabajo, deberes y contacto familiar y social. Al principio, como toda novedad, nos atrapa. Y empezamos a hacer videollamadas grupales con familia y amistades cuando no han pasado ni dos días de encierro, aunque antes del virus lo habitual era estar más tiempo sin verse. Pero cuando pasan los días, nos damos cuenta de la soledad que produce la falta de contacto, y odiamos esas pantallas que se entrecortan, que crean conversaciones forzadas. El mundo se para, parece. Pero la vida continúa detrás de las paredes.
Y, ¿qué pasa con los movimientos sociales? ¿También están confinados? En estos tiempos, gran parte del activismo se desarrolla de forma virtual. Si los colectivos sociales tuvieran que regirse por el ritmo de las asambleas presenciales, el actual confinamiento supondría un parón en sus actividades: encarcelamiento y aislamiento para las ideas críticas. En el movimiento feminista, a pesar de contar con herramientas virtuales para afrontar el confinamiento, no se ha observado demasiada actividad. Al principio quizás pudo deberse a la resaca tras el éxito del 8M, seguida por un enorme bajón por la irrupción del virus. También tenemos que contar con que las activistas confinadas teletrabajan, tienen empleos de primera necesidad, menores a cargo, familiares enfermos, precariedad… aunque muchas veces el activismo se convierte en una vía de escape ante la catástrofe. Pero este parón también puede deberse a que gran parte de los feminismos no saben bien hacia dónde dirigir la mirada. En un primer momento, se organizaron iniciativas contra la violencia machista, por todas esas mujeres que quedarían encerradas en casa con sus maltratadores: poner pañuelos morados en los balcones o pedir mascarillas con nombre en clave en las farmacias, por ejemplo. Pero parece que estas campañas fueron puntuales y no tuvieron un gran seguimiento. También ha sido fundamental hacer un llamamiento por los derechos de las mujeres en situaciones más vulnerables. Es necesario destacar los fondos de emergencia que se han organizado desde el movimiento migrante feminista, los movimientos antirracistas y de gitanas feministas. Sin embargo, el grueso del movimiento feminista ha sufrido un parón, a excepción de aquellos colectivos que hablan sobre los cuidados, que han aumentado su actividad durante la crisis. También es cierto que hemos podido acceder a algunas charlas o conferencias virtuales (de eso sí hemos tenido mucho) sobre la crisis de cuidados, pero nos hemos vuelto a encontrar que únicamente hacían referencia a los empleos (mal) remunerados relacionados con el cuidado. Por supuesto, este sector, con una alta tasa de precariedad y ocupado mayoritariamente por mujeres, debe estar dentro de nuestro campo de acción. Sin embargo, la crianza es todavía la asignatura pendiente de la mayor parte del movimiento feminista, más ahora que no podemos proponer como solución la externalización (medida defendida durante tantos años, inviable durante el estado de alarma). Ni cuando vemos que bajo la supuesta bandera de la “corresponsabilidad”, legislada por ejemplo a través de los permisos iguales e intransferibles, nos vendieron una gran estafa. Descubrimos cómo el tiempo disponible de una pareja no es sinónimo de igualdad si no existe una educación previa. Ya no hacen falta ingenierías sociales, el confinamiento ha sido el mejor experimento: familias con todos sus miembros en casa y, sin embargo, las mujeres siguen siendo las más sobrecargadas. Las consecuencias de invertir los recursos en aquellas supuestas medidas igualitarias son la ausencia de derechos y recursos hoy. La crianza temprana supone además un trabajo a tiempo completo. Ni el teletrabajo ni la reducción de jornada propuestas para la conciliación durante el coronavirus son la solución definitiva para el cuidado de un bebé, cuya necesidad vital es la dependencia de su principal figura de apego. Y si la lactancia materna ya traía grandes beneficios para su salud, en plena pandemia no podría existir mejor defensa. Sin embargo, la ausencia de permisos amplios y remunerados deja a las madres y a sus criaturas desprotegidas, más aún cuando además se recortan los míseros derechos ya adquiridos (como la denegación sistemática de excedencias y permisos por riesgo). El feminismo debe luchar para que la sociedad entera sea corresponsable, pero también por dar derechos a quienes han sido y siguen siendo las principales cuidadoras, especialmente cuando hablamos de familias más vulnerables o familias monomarentales, que se encuentran sin apoyo externo en este encierro.
A muchas madres feministas nos alegró encontrarnos con iniciativas como la Mesa de Coordinación de Cuidados del Movimiento Feminista de Euskal Herria, aunando el feminismo con la crisis de cuidados. En esta Mesa se incluían a las trabajadoras del hogar, las AMPAS y las trabajadoras de residencias, pero no a las madres organizadas fuera del ámbito escolar, que de nuevo permanecemos invisibles dentro del movimiento feminista. Madres que además están en colectivos y, por lo tanto, hubiera sido fácil contar con su representación. Hay otras iniciativas de asociaciones realmente interesantes, como el manifiesto que ha impulsado PETRA Maternidades Feministas, por los derechos de las madres y la infancia durante el coronavirus. Este manifiesto denuncia la vulneración de derechos ya adquiridos, como el permiso de maternidad, excedencias y permisos por riesgo de embarazo y lactancia, derechos en el parto, la atención a las familias más vulnerables, medidas para las mujeres víctimas de violencia machista y sus criaturas y las necesidades de la infancia en general. Dentro del activismo por el respeto a los procesos sexuales de las mujeres, encontramos a colectivos como EPEN defendiendo los derechos en el embarazo y parto en medio de esta pandemia. Y el apoyo a la lactancia materna en tiempos de coronavirus, donde los grupos de apoyo a la lactancia materna están teniendo un papel imprescindible, gestionando un gran número de llamadas de madres lactantes y manteniendo sus reuniones de forma virtual.
No se puede hablar de poner la vida en el centro si los diferentes activismos no incluyen también a la infancia en sus demandas. Destaca la red “Por amor a la infancia”, iniciada por la psicóloga y filósofa Heike Freire y el pediatra Jose María Paricio, que aúna familias, profesionales de diversos ámbitos y colectivos con el objetivo de defender los derechos de las criaturas en esta crisis. Hemos podido comprobar cómo la principal preocupación social y política para la infancia ha sido el rendimiento académico. Sin embargo, estos parámetros productivistas no respetan las necesidades reales de niñas y niños, ni de las principales personas cuidadoras (en su mayoría madres), quienes siguen sosteniendo en situaciones muy difíciles, de aislamiento, sobrecarga, ausencia de espacios propios, falta de recursos. Una ausencia que no se soluciona con el envío masivo de métodos, cuentos electrónicos, vídeos, fichas o programación educativa en “horario escolar”, que incluso puede producir estrés y culpa por no llegar a todo. En primer lugar, el juego infantil no tiene que estar siempre dirigido ni permanecer apartado de la actividades cotidianas de la vida familiar. En segundo lugar, la gran mayoría de familias ya criaba a sus hijos e hijas y tenían sus propios recursos, aunque la sociedad parece que acaba de descubrirlo. La crianza siempre ha estado invisibilizada –como todas aquellas actividades que han sido realizadas mayoritariamente por mujeres– y continua estándolo incluso cuando es producto de una libre elección, se realiza en solitario o con pareja corresponsable. Por eso, cuando el confinamiento ha hecho de los hogares el espacio principal, similar a lo público, mucha gente empieza a preguntarse cómo se pueden gestionar los cuidados, como si partiésemos de cero (obvian que ese espacio siempre estuvo gestionado). Y mandan manuales profesionales que dirijan sus acciones, de nuevo la sabiduría de expertos sobre las madres. Pero nadie les pregunta sus necesidades. Porque no son métodos lo que necesitan las familias, sino derechos y recursos. Para que la crianza no sea incompatible con la vida tenemos que cambiar la organización social, laboral y económica. Sin embargo, nos encontramos de nuevo con la ausencia de estudios serios, de un activismo feminista que incluya la crianza y de políticas innovadoras que escuchen a la sociedad. Por eso seguimos pensando en una única solución, la de siempre: externalización forzosa y amplia para que la infancia no perjudique al sistema. Se pide una rápida apertura de guarderías y colegios, a pesar de no ser lo más recomendable para su salud, ni física ni mental (no se le puede pedir a la infancia abstenerse de contacto físico y seguir directrices casi militares); delegar en las abuelas (gran parte pertenecen a la población de riesgo frente al coronavirus) o la contratación precaria de mujeres. Y cuando se han concedido reducciones de jornada o permisos para cuidados, se hace de forma no remunerada, produciendo una gran pérdida económica, mayoritariamente en las mujeres.
En una crisis como esta, los movimientos sociales son más necesarios que nunca. Por un lado, para garantizar las demandas y ser altavoces de los distintos colectivos y, por otro, para sentar las bases de este futuro incierto, haciendo hincapié en que este sistema patriarcapitalista es y siempre ha sido insostenible. Además, como espacios seguros y de ayuda mutua, mantienen una red de confianza para muchas personas dentro del confinamiento. Somos conscientes de la excepcionalidad de esta crisis y de la gran pérdida humana (en muchas ocasiones nuestros propios seres queridos). Pero no podemos permitir que se silencie cualquier iniciativa activista tachándola de inoportuna y haciendo que toda una sociedad permanezca callada y en un luto sumiso, sin más actitud crítica que aplaudir a las ocho, lanzar improperios ante el telediario o compartir imágenes y vídeos de dudosa procedencia a través del móvil. Este es un buen momento para que el feminismo se adentre en los hogares, ponga en práctica la premisa de que lo personal es político y apoye las demandas que se hacen desde movimientos que están luchando por los derechos de las grandes cuidadoras, en su mayoría mujeres, y de sus criaturas. Ahora es el momento de que todos los colectivos sociales mantengan su actividad, exijan la garantía de los Derechos Humanos y sean el nuevo germen para una sociedad más justa aún por construir.