Miedo, incertidumbre y pandemia

Miedo, incertidumbre y pandemia

Anthony Giddens, pensador británico, sostiene que estamos inmersas en un periodo de "alta modernidad" en el que las tendencias anteriores se radicalizan y universalizan. Hablamos de riesgo y de la Covid-19

06/05/2020

 

Nota: Este artículo es una adaptación de un trabajo académico para la asignatura ‘Comportamiento político’, impartida por Igor Ahedo, en la Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea

El coronavirus ha puesto en evidencia muchos miedos y riesgos de carácter global y universal. La aparición de este virus ha generado cambios sustanciales en el tablero y ha evidenciado quiénes están aguantando y manteniendo al sistema social. Nos ha hecho mirarnos a las vecinas a la cara e identificarnos las unas a las otras, apoyarnos desde las ventanas y ponernos en el lugar de la otra; ponernos y visualizar el confinamiento de las centenares de mujeres que están sobreviviendo al confinamiento con su maltratador, a las personas que están teniendo que cuidar personas dependientes; en el lado de las niñas, de las personas que sufren diferentes problemas de salud mental, del lado de las personas que viven en pequeños pisos oscuros, de aquellas que no puedan llegar a fin de mes, que pueden perder su única fuente de ingresos. El coronavirus nos ha hecho a todas ser más conscientes de las desigualdades que genera el reparto inequitativo de la riqueza y ver cómo la clase es un eje que atraviesa y divide estructuralmente a las personas. Nunca ha sido tan evidente como ahora.

El riesgo

Anthony Giddens es un pensador británico  escasamente conocido que lleva desarrollando una interesante interpretación de la modernidad desde los años 70. Giddens sostiene que estamos inmersas en un periodo de ‘’alta modernidad’’ en el que las tendencias anteriores se radicalizan y universalizan. 

El riesgo  es una característica propia de la modernidad. El riesgo significa incertidumbre y es inherente a la existencia humana, a la vida, pero en la modernidad este rasgo adquiere una nueva magnitud y mayor presencia. Vivir implica asumir ciertos riesgos. Los riesgos amenazan la vida de las personas. El autor distingue dos tipos de riesgos: los objetivos y los subjetivos. La crisis del coronavirus tiene mucho que ver con la universalización del riesgo. El coronavirus es una pandemia global, que aparentemente no entiende de fronteras, de etnias, de género, de edad, de apariencia o de clase. La manera de protegerse y sobrevivir a la enfermedad sí que entiende de todos estos ejes. El coronavirus entra en tu sistema inmunológico y lo coloniza, pero no deja de ser un virus. No es un enemigo externo que se puede combatir en los términos dialécticos de guerra. 

El coronavirus es también un ejemplo paradigmático de globalización del riesgo. En el mundo globalizado en el que vivimos, en el que el capital está interconectado y no deja de haber flujos de materias de un lado al otro del planeta, la enfermedad se expande y llega hasta los rincones más inhóspitos. El peligro de la Covid-19 reside en el consecuente colapso del sistema sanitario que puede generar y en el colapso de una sociedad entera. El virus deja en evidencia la fragilidad del sistema que se ve desnudo ante esta emergencia sanitaria debido al desmantelamientos neoliberal de lo público-estatal y la necesidad de poner la vida en el centro frente al capital y la economía del mercado.

En cuanto a la reflexividad del riesgo esta se puede observar en la agudización de los problemas de salud mental. Muchos de ellos, causados por el sistema capitalista neoliberal y sus formas de vida. En una situación de miedo, riesgo, confinamiento e incertidumbre se hacen más palpables. Muchas personas que no tienen ningún diagnóstico están sufriendo estrés y ansiedad, provocados por la incertidumbre, por la pérdida de trabajo y del salario, por el aumento de la carga laboral o de trabajos en casa, por convivencias problemáticas. Por no hablar de las niñas y los niños, que han estado más de un mes encerrados sin tomar el aire. Esta situación para las menores va a traer distintos problemas de conducta. No nos olvidemos de ello. A las personas que tenían una patología previa el confinamiento, esta situación les está afectando de manera más intensa y negativa que a las demás personas. Por un lado, no pueden acudir a sus citas psicológicas o psiquiátricas. Por otro, el estar confinados en casa agrava el malestar, la ansiedad y el miedo retroalimenta la patología previa. 

En cuanto  a los factores subjetivos del riesgo, se ha propagado una sensación generalizada de no control ante las enfermedades, una incertidumbre permanente. Por otro lado, está muy presente el miedo: miedo a la enfermedad, miedo porque no hay respuestas claras, miedo porque no se sabe ni cuándo ni cómo se puede acabar con esta situación. ¿Viviremos en un estado de alarma permanente?

La globalización

Otro de los rasgos que describe Giddens es la globalización, que es la aceleración de la modernidad y la hiperconexión de relaciones países y flujos. Se puede decir que el coronavirus es una enfermedad de un planeta globalizado que está lleno de flujos y movimientos de un lado al otro del globo. El sociólogo alemán Ulrich Beck explica que en la modernidad avanzada, la producción social de riqueza va acompañada sistemáticamente por la producción social de riesgos en la medida que las fuerzas de producción evolucionan y aumenta el nivel de riqueza. De forma proporcional aumenta la producción social de riesgos. A mayor desarrollo económico, mayor desarrollo tecnológico, pero este desarrollo va acompañado de mayor riesgo, es decir: a mayor avance, mayor riesgo.

Los conflictos en la modernidad avanzada son conflictos de reparto, redistribución, pero también de la redistribución de los efectos del riesgo. Los avances tecnológicos y los bienes no se socializan ni se distribuyen de manera equitativa, pero, sin embargo los riesgos que producen esos avances, sí. A partir de este momento histórico, el problema no va a ser solo la redistribución de la riqueza (Beck,1986). Por lo tanto, los riesgos (la enfermedad en este caso) provoca un efecto boomerang  y se expande por todo el planeta indiscriminadamente.

La opacidad

La opacidad es otro de los rasgos fundamentales de la Alta Modernidad. La opacidad está íntimamente ligada con la complejidad, que es uno de los rasgos elementales de la modernidad. Cuando más complejos son los sistemas y el funcionamiento de estos, más probabilidad de fallos hay y también más complicado se tornara resolverlos. Giddens enumera una serie de rasgos dentro de la opacidad: fallos de sistema o fallos del operador, por ejemplo. Un ejemplo de fallo de sistema que se puede observar en la crisis del coronavirus podría ser lo difícil que está siendo evitar su rápida propagación. Aun tomándose en los hospitales todas las medidas preventivas posibles es inevitable evitar más contagios y el número de contagiados dentro del personal sanitario es muy elevado. Otro ejemplo es que aun habiendo decretado el estado de alarma y confinamiento, el sistema actual de producción no puede e porque eso se traduciría en el posterior suicidio de la economía de mercado. Mucha gente tiene que seguir acudiendo a sus puestos de trabajo asumiendo riesgos. La sociedad en la que vivimos conforma un sistema de vida y producción que es compleja y muy grande. Los fallos de operador se refieren a que, en cualquier actividad en la que participan personas, está inherentemente presente el error humano. 

La confianza o la pérdida de confianza

La confianza es un rasgo indispensable para la existencia social. La crisis del coronavirus ha traído la una pérdida de confianza en los gobiernos. Giddens recoge una serie de reacciones de las ciudadanía para adaptarse a la incertidumbre provocada por el nuevo ciclo histórico. La primera sería la aceptación pragmática. Es decir, aceptar lo que hay y centrarse en sobrevivir preocupándose de los quehaceres cotidianos y no pensando demasiado en el problema. Esta es la reacción que pudo tener el Gobierno español cuando la pandemia se desarrolló en China y se extendió a Italia y no tomó ninguna medida preventiva para evitar su propagación. La segunda sería la de un optimismo sostenido: una persistencia de las actitudes e ideales en los valores de la Ilustración. Esta respuesta se puede ver al principio de la crisis del coronavirus cuando para nosotras, desde la distancia, nos parecía una gripe que se daba en China y que se extendió a Italia, pero nada más. Se decía que era un poco más dura de pasar que la gripe, pero que moría mucha más gente por una gripe común. Al principio hubo una fe ciega en que no era más que una gripe, que solo moría muy mayor y con patologías previas. A medida que fueron pasando los días, esta fe se fue mitigando viendo que la situación era más grave y complicada de lo que parecía.

Otra posible reacción es la del cínico pesimismo, que es la tendencia a gestionar la ansiedad provocada por los peligros de la crisis del coronavirus y de las diferentes consecuencias que puede traer esta. El cinismo no significa indiferencia. Es una manera de gestionar la crisis y el malestar provocado de una manera humorística. Uno de los ejemplos más claros es la respuesta es Boris Johnson. Dijo en unas declaraciones que no se iban a tomar medidas de aislamiento y protección contra el coronavirus que  su estrategia pasaba por que la mayoría de la población se contagiara y desarrolla una inmunidad frente al virus con el fin de evitar así el colapso del sistema sanitario y, por tanto, de la economía británica. 

La última serie del compromiso radical. Esta respuesta supone una actitud de contestación frente a lo que se percibe como peligro, que está estrechamente vinculada con el papel del los movimientos sociales. Ante esta crisis, ejemplos de este tipo de respuesta son las redes voluntarias de vecinos, el gran número de personas voluntarias para hacer la compra y repartirla a domicilio o la iniciativa de las Mascarillas 19. Este tipo de respuesta puede parecer complicada, pero, hoy en día, aunque estamos físicamente separadas, podemos estar más cerca que nunca.

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