Y llegó la pandemia
Hacer relatos inclusivos se ha convertido en una necesidad ética y también práctica, pues permite hacer diagnósticos más precisos y veraces sobre lo que la sociedad está viviendo. Por eso, desde Lore More Talde Feminista hemos querido plasmar nuestras visiones del Covid-19 desde una mirada joven feminista.
Hacer relatos inclusivos se ha convertido en una necesidad ética y también práctica, pues permite hacer diagnósticos más precisos y veraces sobre lo que la sociedad está viviendo. Es imprescindible que todas las voces sean narradas, siempre. Se habla mucho de cómo viven algunos colectivos esta pandemia: personal sanitario, intelectuales, matemáticos, filósofas…gente con acceso al poder y discurso. Pero poco de cómo lo hacen las mujeres o las personas jóvenes, y en concreto, las mujeres jóvenes feministas. Por eso, desde Lore More Talde Feminista hemos querido plasmar nuestras visiones, vivencias y percepciones en un artículo que pretende ser humano y político; el covid-19 desde una mirada joven feminista.
Ninguna de las allí presentes podíamos imaginar que pocos días después del 8 de marzo nuestras vidas fueran a quedar patas arriba. Como si el destino nos permitiera una despedida, reímos, nos abrazamos, gritamos, reivindicamos y comimos juntas en una comida organizada, colectiva y comunitaria en el Merkatu, el centro autogestionado de nuestro pueblo. Todos los 8 de marzos son de lucha y de festejo. Todos los días deberían ser así, en realidad.
La nueva consigna, el nuevo orden casi mundial se resume en estar a más de dos metros de cualquier ser humano, guantes, mascarilla, nada de contacto, nada de quedar en el bar de siempre, ni en la lonja, estudios en stand by pero mucha exigencia online, trabajos precarios perdidos y un futuro incierto. Una vida suspendida. Y no nos engañemos, hay días de bajón, de esos que por mucho que mires tik-tok no te animas. Es increíble como todo se puede desvanecer en segundos, es como una película. Aun así, me siento afortunada por vivir con mi madre, en una casa de 50 metros cuadrados, interior, pero que dispone de dos habitaciones, sala, cocina y baño. No entiendo cómo la gente que vive en pisos pequeños, ciento y la madre, se puede centrar en estudiar. Me parece injusto que se exija mantener el nivel de estudios cuando hay compañeras que no tienen ordenador o no tienen internet. Este sistema no está preparado para un confinamiento, la brecha formativa existe y ahora se ve claramente.
El confinamiento, en general, creo que no lo llevo ni tan mal, lo peor de todo es tener que pasarme más horas de las que suelo estar siempre delante del ordenador. Sé que hay compañeras que viven los estudios como un caos, el profesorado manda más trabajos de los que suele mandar y la mayoría son grupales y nos lleva muchísimo más tiempo hacerlo cada una desde su casa.
Todos los días son iguales: levantarme, desayunar, hacer ejercicio (cuando estoy sola me sigue costando más), sacar al perro y sentarme frente al ordenador; los correos me aturullan la cabeza…eso es lo más cotidiano que tengo. Y no pensar mucho en esto. Al principio era más caótico y me generaba más ansiedad pero con los días me he obligado a tener una mini rutina compaginando temas de estudio con cosas que me dan calma. Al principio creo que era peor que ahora, estoy más o menos acostumbrándome a la rutina, también ayudo a mi amama con las compras y las cosas que necesite. Y ayudo en casa, sobre todo apoyando a mi ama que es sanitaria y está viviendo esto muy expuesta. He empezado a hacer yoga, he vuelto a tocar el ukelele y voy viendo cómo cumplo mis objetivos y cómo me voy sintiendo con ello. El tiempo libre lo empleo en tejer, cocinar y cuidar a la familia. Estoy reorganizando mi cuarto, moviendo muebles y pintándolos. Me he apuntado a la red de cuidados del barrio. Algunos días estoy tranquila y con ganas de salir a luchar. En resumen: a veces estoy bien, y otras muy mal, intento seguir mis tareas a pesar de la poca concentración. Me gustaría tener más tiempo libre sin tener que estar todo el día pendiente del móvil. Y estoy viendo series. Muchas series. También me he puesto el domingo como día de hacer “lo que me salga del coño”.
Y aplaudo, aplaudo mucho, salgo cada día a la ventana y después me junto con las vecinas, me encanta ese ratito de compartir y charlar, de reconocernos y apoyarnos. Ahora más que nunca la comunidad es imprescindible. Pero no entiendo la hipocresía de esa gente que sale a la ventana y el resto del año no hace nada, ni va a manifestaciones ni lucha por que las cosas cambien, Ahora bien que aplauden y seguro que alguno incluso vota a partidos de derechas, que recortan en sanidad universal, pública y gratuita. Cosas de la pandemia serán.
Me acuerdo mucho de mis compañeras de militancia, seguimos haciendo reuniones cada viernes por Skype y es reconfortante y divertido. El feminismo no para, no puede parar. Estamos haciendo un reto en redes sociales, se trata de compartir cada día una letra del abecedario junto a una palabra que contenga esa letra y tenga que ver con el confinamiento. Queremos visibilizar diferentes experiencias desde una mirada crítica y feminista al mismo tiempo que dar herramientas, es una oportunidad para hablar de ciertos temas. Nos han salido:
A. Ana Frank. B. Brecha formativa. C. Confinamiento. D. Derechos. E. Explotación. F. Feminicidios- Feminizidioak. G. Guerra. H. Hezkidetza. I. Indibidualitatea. K. Komunitatea. L. Lore More. M. Medios de comunicación. N. Narraciones. O. Okupazio militarra. P. Precariedad. R. Resiliencia. S. Saberes. T. Telaraña. U. Universal (Salud). V. Vulnerabilidad. Z. Zaintzak.
El viernes pasado discutimos sobre los privilegios. Estamos de acuerdo en que ahora se habla mucho sobre ello. ¿Qué son los privilegios?, pregunta una. “Son cosas que tú tienes a base de quitárselo a los demás”, dijo otra. Entonces, dijo la primera, “mi casa y mis cinco platos de comida al día no son privilegios” son derechos, porque es algo básico y necesario para vivir. Tenemos la sensación de que la palabra privilegio se confunde con sentirse afortunada, y llegamos a la conclusión de que somos precisamente las clases trabajadoras las que más usamos este término en estos días. ¿Quién tiene cinco chalets se plantea que tiene privilegios? ¿O se lo plantea quien tiene una casa donde refugiarse? Se está pervirtiendo el relato/discurso.
Es preocupante las violencias machistas que están viviendo millones de mujeres en sus casas. Por un lado, ha quedado demostrado que las tareas domésticas y de cuidados están recayendo sobre las mujeres. Por otro lado, hay una gran cantidad de mujeres que están sufriendo violencia de manera directa o indirecta: la soledad, los insultos y el acoso. Y hay muchas, demasiadas, que tienen que convivir con sus agresores…
Las relaciones tóxicas están encontrando el aliado perfecto en el control de las parejas por redes sociales. Somos conscientes del acoso que tienen que estar viviendo muchas chavalas jóvenes por parte de los novios agresores. En estos días puede estar siendo más visible ese amor romántico. Hay chavalas que seguro creen que tienen la obligación de mandar las fotos a quien se las pide. Pero el hecho de estar encerradas en nuestras casas no significa que tengamos que estar todo el día conectadas o que nuestra pareja nos pueda estar controlando lo que estamos haciendo. Es un problema social el hecho de que la sociedad no tenga claro el buen uso de los aparatos tecnológicos y lo que conlleva mandar una foto, el peligro que eso puede tener.
Al final como en todas las crisis, siempre salen perdiendo más las personas oprimidas, y además de la clase obrera en general, salimos perdiendo las mujeres por la doble opresión de obreras y mujeres.
Aún y todo esta crisis puede ser un buen momento para aprender y salir reforzadas como mujeres y como sociedad. Creemos que puede ser un buen momento para romper con la monogamia heteronormativa y el amor romántico, permitirnos ser nosotras mismas, aprender a disfrutar de ello e indagar en nuestros deseos, ideales, placeres…e ir pensando con quienes queremos compartirlos una vez que termine este encierro.
Es una oportunidad para darnos cuenta de las violencias que sufrimos. Para aprender, también, a saber dónde están nuestros límites y saber hasta dónde somos capaces de llegar en esta situación. Es momento para darnos cuenta de que tenemos muchísima independencia, de que podemos hacer las cosas solas y que no necesitamos a nadie más que a nosotras mismas para conseguir lo que nos proponemos. Este es momento de reflexionar y darnos cuenta; ver qué nos rodea, ver si hay algo que cambiar. Aprender a convivir con nosotras mismas, conocernos mejor y querernos más.
Y que sirva también para visibilizar los cuidados, tanto de las personas trabajadoras de los hogares como los propios cuidados que nos damos entre las personas, que la mayor parte del tiempo recaen en las mujeres. A lo mejor ya es hora de hacer un reparto equitativo de las tareas domésticas.
Hemos tenido la oportunidad de conocer a gente de nuestro vecindario que antes nos eran insignificantes pero que en estos momentos son las personas más importantes que tenemos y con las que nos comunicamos. Por eso, podemos aprovechar para dar continuidad a las redes solidarias que se han creado tanto en ciudades o pueblos como en las propias comunidades de vecinos y vecinas. Es una oportunidad para unirse a los colectivos más oprimidos. Lo que nos ocurre no es individual, sino que es colectivo.
Lo personal es político. Y por eso hemos querido escribir este texto, porque a pesar de haber sido narrado en primera persona en algún fragmento, es un relato hecho con más de veinte voces de mujeres con distintas experiencias e interpretaciones, y ahí está su gracia. Algo tenemos en común; son distintas vivencias que comparten una misma raíz, el patriarcado y el capitalismo que nos necesita sumisas y aplastadas. Como si de una flor de tratara: el tronco son las estructuras de poder existentes y cada pétalo las vivencias individuales. Como nuestra flor, el símbolo de Lore More.
Quizás el origen de esta pandemia no se pueda explicar con teorías feministas, o quizás sí, pero desde luego las soluciones sí que lo son y sí deben serlo. Ha tenido que venir una pandemia mundial para que espabilemos. Y así, llegó la pandemia para aprender a poner las vidas en el centro, para decrecer en actividad, en generación de residuos y en producción. Y llegó la pandemia para revisar este sistema depredador. Y llegó la pandemia para revalorizar los cuidados, lo colectivo y aquellas cosas necesarias para sobrevivir. Y llegó la pandemia para recordarnos lo frágiles, vulnerables e interdependientes que somos.
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