Ciudad madre
"La ciudad. La ciudad como concepto es una máquina hostil que nos acecha. Es la ciudad que nunca duerme, no la ciudad que te arropa. La ciudad es una amenaza", escribe la autora.
La ciudad anhela destrucción. ¿Cómo puedo pues impedir que sea destruida? Si Gaballufix fracasa con sus planes, otro hombre surgirá para ayudar a la ciudad a suicidarse. El fuego llegará porque la ciudad lo ansía. Son pocos los que aman la ciudad viviente en vez de tratar de alimentarse de su cadáver.
La memoria de la tierra, Orson Scott Card
La ciudad está paralizada. La ciudad se ahoga. Pero no, nos ahogamos nosotros. Estamos parados y no sabemos vivir sin correr. La ciudad. La ciudad como concepto es una máquina hostil que nos acecha. Es la ciudad que nunca duerme, no la ciudad que te arropa. La ciudad es una amenaza. Es un lugar de miedos y peligros, de calles anchas y rascacielos, de mirar por las esquinas y de mirar antes de cruzar la calle. La ciudad es lugar de coches. La ciudad es hombre. No nos cuida ni nos protege. Tenemos miedo porque la ciudad es un señor banquero que nos acorrala para que le demos nuestro dinero como en Mary Poppins. La ciudad debería ser Mary Poppins.
La ciudad protectora no existe, solo la ciudad drogada, hiperactiva, bulliciosa y estimulada. Cuando te sientes desprotegida, aturullada, expuesta y sobrepasada, emigras al campo, aunque la emigración sea temporal. No encontrarás descanso en la ciudad; en la ciudad solo hay estímulos, que nos encantan y nos enganchan. Nos cansan. La ciudad hostil, la ciudad colega, nunca la ciudad madre. Podría ser el campo madre, la tierra, lo verde, el pan. Lo rural es maternal, lo materno es la tranquilidad y el silencio y la oscuridad uterina. La ciudad hiperiluminada –con luz blanca– solo nos dilata las pupilas.
Elisabeth Badinter decía: “La mujer será una madre más o menos buena según que la sociedad valorice o desprecie a la maternidad”. ¿Se puede extrapolar esto a la ciudad? La ciudad será una madre más o menos buena según que la sociedad valorice o desprecie a la maternidad. La ciudad será amable si la dotamos de amabilidad, cuando la amabilidad vuelva a ser virtud y no debilidad. Que deje de ser un lugar de miedos, que sea cuidadora y protectora de vida. La ciudad es útero. O debería serlo. Pero es útero artificial con paredes de chapa y cordón HDMI umbilical. La ciudad se hace para nosotros, no nosotros para la ciudad. No culpemos a la ciudad del peligro, de las alturas que ves desde tus zapatos; culpemos a los planos, los mapas, los urbanistas, al hombre que planea el mal y la ciudad valorando su movilidad, su productividad, su centro del mundo: el individuo único e invariable, el único viable, la única variable. Toma el terreno comunitario como propiedad, las burbujas de privacidad no existen. No hablemos de privacidad. El hombre privatizado, individualizado. Posmodernidad. Su presencia pública nunca ha tenido más sentido, ha colonizado la ciudad, ha transformado el espacio de todas para ajustarlo a sí mismo. Cuando llueve, se resbala porque la madre –ciudad– no lo lleva de la mano y ha querido asfaltarla de azulejos que deslizan. “El cuerpo masculino se transforma en femenino en sus funciones de dar sustento, o sea, vida –la ciudad. El útero de la mujer es sustituido por el ombligo del hombre” [1]. Dicen.
El paradigma está caduco, en pandemia todo el mundo quiere un jardín. Se cuestiona, quizás por primera vez, el significado de la vivienda, el espacio del entorno, la habitabilidad. Habitabilidad no es lo mismo que comodidad. Lo doméstico es porno. Ahora todos echan en falta a la madre en la ciudad. ¿Dónde está la madre en la ciudad? ¿Dónde está la ciudad en la madre? La madre es un pueblo.
La ciudad es madre. La ciudad no descansa. En eso sí es bastante madre.
[1] Agrest, Diana “Architecture From Without: Body, Logic and Sex” en Muxí, Zaida (2018) Mujeres, casas y ciudades.
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