Infancia Confinada: “No se pueden construir sociedades, espacios, políticas… preguntando y aprendiendo solo del mundo adulto”

Infancia Confinada: “No se pueden construir sociedades, espacios, políticas… preguntando y aprendiendo solo del mundo adulto”

El trato habitual que se da a la infancia supone quitarles voz, usurpar su discurso en aras de una supuesta mayor protección, condenar a la invisibilización social y la falta de credibilidad, y asumir sin siquiera denuncia social la vulneración cotidiana de sus derechos individuales y colectivos.

Texto: Marta Plaza
Imagen: Emma Gascó
17/06/2020

Ilustración para el artículo ‘El espíritu de la golosina’.

Uno de los retos en los que seguimos avanzando en los feminismos es en integrar mejor, sin ausencias, los cruces de opresiones necesarios en la mirada feminista interseccional con la que deberíamos interpretar y estar en el mundo. Con esta idea como telón de fondo, hace tiempo que vengo pensando en la infancia como uno de los colectivos que olvidamos en esta sociedad adultocéntrica que hemos construido. Desde mi propia vivencia como mujer psiquiatrizada empiezo a ver también alianzas posibles entre activismos locos y la infancia. Es demoledor ver cuántos peques se patologizan (con la etiqueta de TDAH y derivados) y medicalizan (con anfetaminas, entre otras) para encajar en los requisitos de un sistema escolar rígido que les pretende productivos y rindiendo a niveles prácticamente laborales desde sus primeros años de vida. O ver cómo igual que las palabras que tienen que ver con diagnósticos psiquiátricos se utilizan para desprestigiar o menospreciar cualquier discurso (desde organizaciones antiestigma tuvieron que sacar un comunicado ante la insistencia en hablar de la situación esquizofrénica en Catalunya), también se hace eso con la palabra “infantil” (que no tendría por qué asociarse a conceptos como simple, irresponsable, inadecuado… pero lo seguimos encontrando con esa función en titulares y declaraciones).

También me hago consciente de que cuando desde el activismo loco criticamos que se nos infantilice o se nos trate como a niños, no acabamos de reparar en lo que implican estas palabras: que el trato que se da a la infancia supone (como nos hacen a las personas psiquiatrizadas) quitarles voz, usurpar su discurso en aras de una supuesta mayor protección, condenar a la invisibilización social y la falta de credibilidad, y asumir sin siquiera denuncia social la vulneración cotidiana de sus derechos individuales y colectivos. La sociedad en la que yo quiero vivir no permitiría que esto pase con ningún colectivo, ni la infancia, ni las psiquiatrizadas, ni nadie.

Desde aquí, creo que empecé a acercarme al trabajo de entidades que recuerdan la necesidad de abrir cauces para la participación infantil en la sociedad, que hablan de niños, niñas, adolescentes… no ya como objeto de derechos sino como sujetos políticos. Que recuerdan que la clave no es “darles voz” (ya la tienen, como la tenemos también las locas, me vuelve a resonar fuerte la similitud), sino elegir pararse a escucharla en vez de seguir ignorándola. Y que hablan de ñiñeces, de infancias, utilizando el plural porque a menudo el singular crea un imaginario homogéneo que no existe: la infancia tiene también innumerables expresiones, facetas y voces (“no podemos estudiar o entender los problemas que afectan a la niñez sin cruzarlos con otros sistemas de dominio como pueden ser el patriarcado, el capitalismo, las clases, desde luego que el racismo, y yo añadiría, siempre, el territorio”, decía Marta Martínez Muñoz en esta entrevista).

Precisamente Marta Martínez, socióloga especializada en políticas sociales de infancia y en el estudio y promoción de sus derechos, su participación y protagonismo, es una de las tres personas que han llevado a cabo recientemente el estudio Infancia Confinada. Junto a ella han trabajado Iván Rodríguez Pascual, también sociólogo, aunque más ligado al ámbito académico (es profesor en la Universidad de Huelva y preside el Comité Investigador dedicado a la Sociología de la Infancia dentro de la Federación Española de Sociología), y la abogada e investigadora Gabriela Velásquez Crespo (actualmente haciendo su tesis sobre el derecho a la participación de niñas y niños en movimientos sociales como defensores de los derechos humanos).

Una de las pocas cosas buenas de la pandemia ha sido poder saltarnos los límites geográficos al haber transformado muchas presentaciones antes presenciales en virtuales, como fue el caso de ‘Infancia Confinada’, investigación presentada el pasado 4 de julio en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. La presentación pudo (y puede aún) verse en las redes sociales del Núcleo de Estudios Interdisciplinarios en Infancias de la mencionada Facultad. Esa intervención es (junto con la necesidad de alianzas y la conciencia de invisibilización compartida que mencionaba al principio) el segundo detonante en la base de este texto.

La presentación de Iván Rodríguez y Marta Martínez comenzó explicando las motivaciones que les llevaron a iniciar la investigación. Las resumieron en tres: el compromiso ético y político de ambos con los derechos de la infancia; la curiosidad de escuchar y entender la percepción y vivencia infantil de una situación nueva para todas (y aprender de esa visión); y la voluntad de dar respuesta a los derechos de niños, niñas y adolescentes (porque como sociedad tendemos a olvidar sus derechos, especialmente los civiles y políticos, que incluyen ser escuchados).

“El tradicional carácter adultocéntrico de la sociedad española se ha visto acentuado en el contexto de una pandemia donde los niños y niñas han sido señalados demasiadas veces como vectores de transmisión”, señalaba Iván durante la presentación. No se han defendido sus derechos ni escuchado sus necesidades, ideas y sentires; en su lugar ha habido un discurso bastante culpabilizador hacia ellos.

El otro discurso presente en cuanto a la infancia ha sido una preocupación prepatologizadora desde la que se corre el peligro de anular a las personas, que somos siempre más allá de lo que sufrimos (aquí vuelvo a sentir la conexión con mi propio colectivo: desde los activismos en salud mental defendemos que no somos un diagnóstico con patas, que somos mucho más que las etiquetas diagnósticas que nos cuelgan, mucho más que un conjunto de síntomas y dificultades). Para Iván, esta prepatologización tiene que ver con las reticencias a ver a niños y niñas como ciudadanas y a que existan en el imaginario como sujetos con derechos y voz propia: “No se les ve como personas sino como prepatológicos o como organismos necesitados de cierta dirección”. Los investigadores aclaran que no han pretendido conocer el impacto psicológico del confinamiento en la infancia sino escuchar cómo lo estaban viviendo más desde un punto de vista sociológico que psicológico. Marta explica también en la presentación que cuando se generan los canales para que niñas y niños puedan ser escuchados llegamos a cosmovisiones del mundo muy diversas, diferentes del mundo adulto, pero no narraciones infantiles (entendiendo infantil como asuntos específicos de la infancia; su universo temático es mucho más amplio de lo que cree el imaginario adulto común).

En la presentación también explicaron parte de la metodología de trabajo empleada. Me llama especialmente la atención lo que cuentan sobre el modelo SMAT (que Marta Martínez había empleado ya en investigaciones previas como la que trabajó sobre el binomio infancia y desahucios: ‘Te quedarás en la oscuridad. Desahucios, familias e infancia desde un enfoque de derechos’). Siguiendo ese modelo (que de alguna manera adapta al mundo infantil los DAFOs en los que se trabaja en otros proyectos para analizar Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades) participantes en la investigación Infancia Confinada tuvieron oportunidad de hablar sobre sus Sueños, Miedos, Alegrías y Tristezas. Es en esa parte del estudio donde se volcaron frases espontáneas como “¡que toda esta situación se acabe!” (como sueño o deseo compartido en un 60 por ciento de las respuestas); el miedo a que sus seres queridos, especialmente abuelas y abuelos, enfermasen o incluso muriesen por el coronavirus; la alegría por estar compartiendo más tiempo con sus padres y madres en las semanas de confinamiento; y la tristeza por no poder salir de casa, ver a sus amistades o, de nuevo, no poder ver ni ayudar a sus abuelos.

Dentro de la explicación sobre las metodologías también destacaron el esfuerzo en realizar un informe legible, comprensible, que pudiera tener recorrido (de ahí también la opción de facilitar su difusión desde la web del proyecto) y no fuera simplemente para autoconsumo dentro de espacios académicos. El informe reúne además muchas frases textuales que recogieron en los cuestionarios que contestaban niñas, niños y adolescentes, respetando así su discurso y narrativa desde la literalidad.

Sobre los resultados que ambos investigadores compartieron durante esta presentación, podemos destacar varios aspectos. Niños, niñas y adolescentes que respondieron a las preguntas del estudio Infancia Confinada han entendido y apoyado las medidas de confinamiento en una inmensa mayoría (un 94 por ciento), pero siendo conscientes de que habían implicado una cesión de derechos por su parte en aras de prevenir los contagios (la restricción de movimientos, el no poder salir y otras carencias: sin amigos, sin andar, sin, sin… está muy presente en sus respuestas). También es destacable lo conscientes que han sido de las aristas e implicaciones de una pandemia como esta (de nuevo dinamitando las expectativas de muchos adultos sobre las preocupaciones infantiles). En sus contestaciones están presentes desde la preocupación por los efectos económicos o la posible pérdida de empleo de sus padres y madres, el señalamiento de la falta de medios que han tenido muchos profesionales sanitarios, la crítica al sistema educativo y la sobrecarga de tareas escolares que han sentido, especialmente acusada estas semanas de enseñanza a través de medios virtuales, o la fraternidad intergeneracional que implica la conciencia de que quedarse en casa era una manera no solo de autocuidado sino especialmente de cuidados hacia terceros. La preocupación por sí mismos y por otros (que tienen que trabajar, profesionales “en primera línea”, abuelos y demás mayores) habla de la solidaridad como valor y rasgo muy presente en niños, niñas y adolescentes.

Destacaba además Marta durante la presentación del estudio algo que quiero recoger aquí también: la solidaridad intergeneracional entre la infancia, a quienes aún no reconocemos como miembros capaces de la sociedad ni ciudadanía de pleno derecho, y la tercera edad a quienes ya tampoco reconocemos como capaces ni útiles para el sistema en esta sociedad definida por quienes son productivos para el mercado de trabajo. Para Iván, esta pandemia ha puesto de manifiesto las lógicas edadistas bajo las que funcionamos, que tienen bastante que ver en haber unido en el olvido institucional a estos dos grupos sociales (infancia y vejez) también juntos en su supuesto carácter “no productivo”.

Mientras escuchaba me resonaban otras ideas relacionadas con el capacitismo, también ferozmente arraigado en nuestra mentalidad social, la fuerte discriminación según en qué lado quedamos tras marcar una línea que separa quién es y quién no es capaz. Capaz entendiendo como productivo al sistema capitalista y su visión bastante reducidita de lo que es producir, claro; cuidarnos, sostenernos unas a otras, reírnos, querernos, hacer del mundo un lugar menos hostil, habitable y hasta disfrutable, nada de eso es “productivo”. Me resuena también el “no es país para viejas… ni para cojas, ni para locas” que podíamos leer en El Salto semanas atrás.

Volviendo a la presentación del estudio, hubo también oportunidad de recordar que España lidera las estadísticas europeas en pobreza infantil, y que las condiciones materiales de los y las peques han sido también muy determinantes a la hora de establecer su sensación de bienestar: el confinamiento ha sido especialmente difícil para quienes tenían menos espacio, menos luz natural, peor conexión a internet… También las situaciones familiares y relacionales son aquí determinantes, de nuevo aumentando la insatisfacción vital entre quienes tenían menor apoyo de adultos para hacer las tareas escolares, peor ambiente familiar o menos red y más sensación de aislamiento.

Además, es llamativo como “una institución de referencia como la escuela ha sido uno de los principales factores estresores” para los niños y las niñas, cuya voz recoge el informe. Iván ahondó en esto durante la presentación, señalando cómo ha desaparecido mucho de lo bueno de los centros escolares (las relaciones con amistades y pares y la posibilidad de tener al profesorado como figura de referencia), quedando solo la carga de trabajo y de tareas. “La relación con el proceso educativo no debería ser un factor estresante para niños y niñas, debería ser un factor de apoyo, una riqueza dentro del confinamiento”, resumía.

Ya terminando, ambos especialistas en sociología compartieron que la investigación también ha recogido demandas e interpelaciones que niños y niñas hacían a los agentes sociales en las últimas preguntas abiertas, que usaron para pedir mejoras en la sanidad y educación o más justicia social. “Mientras los adultos estaban tratándoles como vectores de contagio y transmisores silentes, ellos nos estaban interpelando para construir una sociedad más justa”, destacaba Marta en el video.

El trabajo realizado no queda, o no debería, quedar aquí, subraya también Iván. Está abierta (materializándose ya en algunos casos) la opción de colaborar para desarrollar similares estudios en otros países. Iván defiende también que este podría ser un contexto de oportunidad para redefinir los espacios educativos más allá de contenidos o de organización de los centros escolares: poder pensar qué clase de espacios son y si son habitables y amables para la infancia o, al contrario, son monótonos y hostiles. Hasta ahora en las distintas leyes educativas que se turnan según cambian los gobiernos, la ausencia de la voz de niños y niñas ha sido una constante. “No se pueden construir sociedades, espacios, entornos, políticas… preguntando y aprendiendo solo del mundo adulto”, afirma Marta. Es como si para saber qué necesita cualquier colectivo, mujeres, migrantes… en vez de preguntarles a ellas, preguntásemos a otros sobre las necesidades de ellas. Con esta afirmación, de nuevo me vuelve fuerte la necesidad de alianzas, las semejanzas desde el silenciamiento de nuestros sentipensares: cuántas veces como mujer psiquiatrizada me habré encontrado con que mi voz no se oía, sepultada bajo las de profesionales y familiares que siempre hablaban en nuestro nombre y que hoy en día siguen teniendo infinito más peso que nosotras y nuestros propios colectivos a la hora de definir políticas y prácticas en salud mental.

“Hay algo que solo niños y niñas nos pueden decir, por más portavoces adultos buena onda o buena gente que tengan. Son ellos y ellas quienes deben ser protagonistas principales de cómo construyen su manera de estar en el mundo”, terminaba Marta su intervención.

Aprender a escuchar no viene dado y requiere un trabajo desde las personas adultas para no rellenar lo que no sabemos con lo que suponemos, intuimos, nos han dicho… Pero con tanto como hay por escuchar, aprender y construir juntas, mano a mano con tantas voces injustamente silenciadas, a mí me suena esperanzador. ¿Empezamos?

 

 

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