La estrecha relación entre suicidio y masculinidad
Las expectativas sociales relacionadas con la masculinidad, junto a sus atributos emocionales limitantes, explicarían las altas cifras de suicidio entre hombres
Los colectivos y personas activistas en salud mental están haciendo un trabajo continuado por visibilizar los condicionantes sociales que influyen en el sufrimiento psíquico. La consecuencia más extrema de ese sufrimiento es el suicidio, un tema aún tabú a nivel social pero que poco a poco se va abriendo hueco en la vorágine informativa y sociopolítica estatal. Las cifras lo reclaman: una media de diez personas se suicidan diariamente en el Estado español, más de 3.600 el pasado año. Dos tercios eran hombres.
La tasa de suicidio masculino es cuatro veces mayor que la femenina en todos los países de la Unión Europea, aunque el número de tentativas de mujeres es muy superior. ¿Se pueden analizar estos datos desde un enfoque de género? Distintas organizaciones y asociaciones ya lo están haciendo. Es comprensible suponer que si en cualquier otro ámbito esta perspectiva se vuelve necesaria, no podría ser diferente en salud mental. En este caso también habría que escarbar hasta las raíces. Los orígenes.
El aprendizaje de valores, expectativas y costumbres y, con él, el de la masculinidad y la feminidad, es innegable. La psicóloga Mónica Sánchez lo explica: “Se fomentan actitudes que se consideran adecuadas para cada sexo y se reprimen aquellas que no se ajustan a los roles o estereotipos establecidos”. Estaríamos hablando de la tradicional socialización de género, que repercute también en cómo hombres y mujeres viven los problemas vinculados al cuerpo, y en que busquen o rechacen apoyo emocional en determinadas situaciones.
La masculinidad hegemónica identifica a los hombres con la actividad y el control. “Se da una necesidad y presión constante para demostrar que se está ajustado al modelo: joven, adulto, heterosexual, blanco, fuerte, con éxito económico, social profesional y sexual”, explica Sánchez. Estas creencias, actitudes y estereotipos, reforzados a través de canciones, películas, libros y el propio entorno, legitiman el poder y la autoridad de los hombres.
Pero si esta orientación hacia lo exterior, la racionalidad, lo competitivo y la dominación de espacios otorga privilegios, también deja grandes huecos. “Hay un gran vacío respecto a la conciencia de sus necesidades emocionales, de la capacidad de mirar en su interior, del manejo de habilidades emocionales, y de acompañarse a sí mismos en momentos de dificultad sin tapar o reprimir emociones y pidiendo ayuda”, comenta Sánchez. En el estudio El suicidio masculino: una cuestión de género, publicado en la revista Prisma social de la Fundación para la investigación social avanzada (IS+D), se exponen varias líneas de investigación sobre esta temática. Aquí se indican algunas de las desventajas de la masculinidad dominante, según algunos autores: “por un lado, la opresión que experimentan aquellos hombres que por diversas razones no encajan en el modelo; por otro, la ausencia de recursos económicos, emocionales, de autoayuda, etc., destinados a los hombres cuando se les presentan problemas que les tornan vulnerables, pues la vulnerabilidad es un tema tabú para la masculinidad”.
En este sentido, el mencionado estudio también refleja “el silencio de los hombres cuando se sienten vulnerables por el incumplimiento de rol de género, como la falta de trabajo, el no poder suministrar recursos económicos a la familia, su falta de autoestima por un sentimiento de inferioridad ante otros hombres, o alguna causa que les haga sentirse débiles”. Esas expectativas que presuponen a la masculinidad como proveedora de recursos “hace que la pérdida de un trabajo o la disminución de ingresos influya en el estado de ánimo de los hombres”. Leo Sher, psiquiatra especializado en conductas autolíticas masculinas, afirma que la conducta suicida de los hombres se encuentra influenciada por factores socioeconómicos tales como los ingresos, la riqueza y el estatus en el entorno laboral.
Mónica Sánchez explica que los mandatos y expectativas de género provocan un gran sufrimiento en los hombres cuando no se logran cumplir. “En función de su carácter, antecedentes biográficos y familiares o la exposición previa a la violencia, los hombres tendrían tendencia a la depresión, a la agresividad o a la violencia cuando se sienten cuestionados o no cumplen las expectativas sociales”. Dicha violencia la dirigirían hacia otras personas (hombres o mujeres) o hacia sí mismos. Según comenta Sánchez, el hecho de demostrar o defender su masculinidad también conllevaría más conductas de riesgo como el consumo de alcohol o drogas. Con esta idea de fuerza, control y riesgo de la masculinidad se vincularía también la elección de métodos más letales para materializar la decisión de suicidio; por ello habría menos intentos no consumados.
Esta fractura en cuanto a la expresión de emociones, a la petición de ayuda o a la capacidad de escucharse a sí mismos, tiene un impacto en la autoestima y la el autoconcepto. Llevar al límite su sufrimiento emocional provoca severas consecuencias. Además, Sánchez apunta que el personal experto en salud implementa también su propio sesgo machista. “Cuando los hombres van a su consulta médica y expresan malestar se tiende a animarlos, a apelar a su fuerza, su valentía…, y se tiende a medicalizar mucho menos sus síntomas”.
Un asunto, en cualquier caso, complejo, de naturaleza multidimensional e interseccional. Y muy desconocido, como casi todo lo que compete a la salud mental.