Las mujeres del 98 en la esfera pública: el caso de Carmen Baroja
Descubrimos la historia del Lyceum Club femenino, de finales del siglo XIX, a través de Carmen Baroja y Nessi.
Carmen Baroja y Nessi (Pamplona 1883- Madrid 1950) fue una mujer intelectual de la Edad de Plata española que murió ensombrecida y bajo la soledad del tiempo. Su figura, pese haber crecido en un ambiente familiar y social burgués, no consiguió traspasar la barrera de la eternidad histórica. Incluso, hoy, nos resulta complicado encontrar referencias en las memorias de sus hijos (el historiador y etnógrafo Julio Caro Baroja y el documentalista Pío Caro Baroja) y en las de sus hermanos (el novelista Pío Baroja y el documentalista Pío Caro Baroja).
Desde este punto de vista, el análisis de su obra literaria y sus memorias llaman la atención al arrojar luz sobre la consolidación de la mujer moderna en España. Al mismo tiempo, el Lyceum Club femenino, organización feminista situada en Madrid y en el que participó Carmen Baroja, se convirtió en un espacio crucial en el telar de la conciencia femenina colectiva. Y es precisamente en su obra literaria donde hallamos ese paso entre la mujer tradicional y moderna.
En esta perspectiva, la vida de Carmen Baroja representa también el de muchas mujeres que buscaban encontrar su habitación propia. Casos como este requieren cambiar la óptica para que se otorgue a las mujeres el papel que sus creaciones artísticas merecen. En este sentido, las redes de sociabilidad abren el campo de trabajo hacia nuevos lenguajes comunicativos que tratan de reconstruir el discurso de las mujeres dentro de la sociedad actual. Efectivamente, el estudio de los diferentes espacios donde existía una praxis social fortalece la afirmación de que las mujeres eran también un agente social que creaba historia.
Su vida, pues, fue el ejemplo de tantas mujeres que, en sus primeros años de vida, tuvo que vivir cercada por los sustratos de una comunidad emocional que imponían patrones de conducta ante la sociedad. La familia y el espacio privado se convirtieron en los lugares de mayor proliferación del ideal tradicional. Sin embargo, a principios del siglo XX estos ideales se fueron diluyendo hasta crear espacios dialectales nuevos donde las mujeres pudieron consolidar su conciencia identitaria. Un nuevo lenguaje que entrelazaba lo privado y lo público, lo intimo y lo colectivo. Y es a través de su participación en el Lyceum Club femenino donde encontramos la consolidación de la mujer moderna (o mujeres modernas).
El Lyceum Club
No es de extrañar que la consolidación del espíritu colectivo feminista no arraigara en España hasta mediados de los años 20. Entre tanto, aunque podemos encontrar en el siglo XIX algunos casos aislados de mujeres emancipadas, no podemos encontrar un movimiento feminista organizado, como sí los hubo en Estados Unidos y otros países europeos. Esto no quiere decir que no existiera un debate entre la sociedad española en torno al feminismo en la prensa y los foros intelectuales. De hecho, en España, era común definir el movimiento feminista como “el problema feminista”. En este sentido, el feminismo europeo, visto a ojos españoles, era considerado como todo aquello que rompía con los valores patriarcales tanto desde el punto de vista religioso como social. Al mismo tiempo, la situación política (pérdida de las colonias americanas, el malestar entre la intelectualidad del 98 o la no participación en la Primera Guerra Mundial) agudizó el sentimiento de protección del ideal del hombre, hecho que impedía la participación de la mujer en la esfera pública. De ahí que no fuera hasta la inauguración del Lyceum Club femenino cuando las redes de sociabilidad se conectaran e irguieran el despertar del feminismo.
En semejante escenario, la inauguración del Lyceum Club era definido y entendido por sus componentes, citando a María Lejarraga, como un hogar intelectual.
Fue el 4 de noviembre de 1926 en la calle de las Siete Chimeneas cuando se inauguró el Lyceum. Su apertura había implicado todo un esfuerzo previo. De hecho, Carmen Baroja en sus memorias afirma que “por entonces veníamos reuniéndonos unas cuantas mujeres con la idea, ya muy antigua en nosotras, de formar un club de señoras. Esta idea resultaba un poco exótica en Madrid y la mayoría de las ideas que teníamos era por haber estado en Londres, donde eran, y supongo que siguen siendo, tan abundantes”. No cabe duda de que el contacto europeo de las integrantes del grupo fue centro de inteligencia social. Sin ir más lejos, como se relata en su autobiografía, fue la propia Carmen Baroja la que viajó con su cuñada, Carmen Monné, en 1925 a Londres y se hospedaron en el mismo Lyceum Club. Fue decisivo que muchas socias del club intercambiaran experiencias y opiniones, lo que ya que ayudó a que se tomara conciencia de que, en la mayoría de los casos, los problemas derivaban de la situación colectiva y no tanto de su personalidad, como les habían hecho creer.
Con un reglamento organizativo basado en el Lyceum europeo, se constituyó el nuevo espacio social. En él participaron mujeres tan conocidas como María de Maeztu, Zenobía Camprubi, Victoria Kent, Ella Palencia o Amalia Salverría. Dentro de este marco, Carmen Baroja se ocupó de la organización de la sección de Arte. Fueron, sin duda, los primeros años del Lyceum los más cultivadores.
A medida que el contexto histórico avanzaba, las perspectivas de actuación del Lyceum se encauzaban hacia un escenario más político. Así, el periodo de entreguerras español, marcado por la politización de la sociedad, la consolidación de la clase obrera, la cultura republicana y la llegada de la Segunda República, afianzó nuevas comunidades emocionales. En semejante escenario, algunas mujeres del Club empezaron a tomar una vía más política. Una vía que empezó a resquebrajar la cohesión del club. Y es que el carácter político de la organización fue mal visto por algunas socias, entre ellas Carmen Baroja.
Cuando estalló la Guerra Civil, el avance social femenino se frenó completamente. De hecho, fue en este período cuando las actividades del Lyceum cesaron por completo. Durante este período muchas socias del Club dejaron Madrid, unas hacia el exilio y otras hacia zonas más seguras. Carmen Baroja, tras finalizar la guerra y volver a Madrid, recuerda que “[ Nieves Pi, amiga del Lyceum] me comentó que durante la Guerra había quedado todo intacto, no faltaba ni una cucharilla. Vinieron los nacionales y el señor creo que Serrano Suñer obligó a entregarlo todo a una delegada de la Falange”. Una vez que las tropas falangistas habían tomado Madrid y se había proclamado el nuevo régimen franquista, el Lyceum se convirtió en una amenaza.
Se empezó a derribar, a partir de aquí, el andamio de la modernidad y la democracia. Se quiso, con ello, volver a implantar estructuras sociales de carácter tradicional y conservador. Unos ideales que implicaban que la mujer volviera a su “hogar natural” y se convirtiese, de nuevo, en el ángel del hogar. El mismo camino sufrió el Lyceum Club que acabó convirtiéndose en el Club Medina, espacio dentro de la Sección Femenina.
Las voces de las mujeres volvieron a ser encerradas y desterradas de los ámbitos públicos. Anochecían las ideas de libertad y emancipación mientras sus voces se hundían en ecos lejanos. Muchas se exiliaron del país, otras se quedaron en España. Un exilio interior que tomó como reivindicación la palabra. En este camino, en 1942, Carmen Baroja, en uno de sus artículos inéditos titulado ‘Mis amigas las hilanderas‘, expresa a través de la palabra metamorfoseada, el exilio interior que les tocó vivir a muchas mujeres. Sin embargo, nos recuerda que la memoria es imborrable. “Nosotras seguiremos hilando sus lanas blancas y esponjosas como unas pobres chicas bastante estúpidas. Mis amigas y yo tendremos la enorme ventaja de que, en nuestra tumba, en la lápida sepulcral que se coloque sobre los pobres despojos, haya una leyenda, una inscripción grabada en la piedra que diga, como decían las mujeres romanas: ‘Cuidó de su casa, hiló’. Alguien puede añadir esta vulgarísima y poco clásica coletilla: ‘Hizo calcetines'”.
En conclusión, a través de las memorias, del rescate de la voz singular, podemos comprender la evolución de la presencia de las mujeres en la esfera pública. Su rescate afianza la presencia de todas aquellas mujeres que, aún habiendo sido silenciadas, sus ecos han conseguido permanecer ensordecedores en los hilos de la memoria. Una memoria que vuela por encima de los limites de la temporalidad y que sigue construyendo, hoy, la lucha feminista.
Bibliografía
Baroja Nessi, Carmen. Prólogo y edición de Amparo Hurtado. (1998). Recuerdos de una mujer de la generación del 98. Barcelona: Tusquets.
Baroja Nessi, Carmen. Prólogo y edición de Carmen Caro Baroja. (2018). Con voz propia: colaboraciones en prensa. Madrid: Caro Raggio.
Descubre estas otras historias.