Les George Floyd de mi barrio
No solo la policía estadounidense es racista y actúa en consecuencia. Y no solo la policía es racista. George Floyd no podía respirar y aquí, en mi barrio, tampoco les dejan hacerlo.
Ayer salí a pasear y me dejé la cartera en casa. No llevaba DNI ni carnet de conducir. Por supuesto, pasaporte tampoco. No sé ni dónde lo tengo. No hace falta decir que soy más blanca que la nieve. Vivo y trabajo en el barrio de Bilbao con mayor densidad de población migrante, y también con mayor presencia policial. No es casualidad. No he mirado los datos oficiales, pero cualquiera que haya pasado alguna vez entre Dr. Fleming y La Viña o entre el Gaspy y el Nervión sabrá que es cierto lo que escribo. Cada día, decenas de coches de hasta al menos dos cuerpos policiales diferentes recorren las calles del barrio, que no son tantas. A veces, el cuadro es el siguiente: entre tres y seis coches de agentes se congregan durante un buen rato, a veces horas, en una esquina de la calle principal y todos o casi todos sus integrantes permanecen fuera de ellos observando y parando a la gente. La misma estampa podemos encontrar en calles aledañas.
Durante la cuarentena por Covid19, la tensión y el miedo a ser parada por la policía ha crecido en el conjunto de la población. Al principio, igual hasta te esperaban en la esquina para comprobar que habías comprado lo que habías dicho que ibas a comprar o te daban una hostia que te dejaban en el suelo por bajar a pedirles a los agentes que no detuvieran a tu hijo con problemas de salud mental. Pero seguía habiendo un aspecto diferenciador notablemente visible. Durante los dos meses que ha durado la parte más estricta del confinamiento, he visto desde el balcón cómo paraban a decenas y decenas de personas racializadas. A las que pasaban por allí y a las que no. A veces, incluso, iban con el coche en marcha y echaban el freno de mano adrede para interceptar a alguna persona. Nunca blanca. Podías ver cómo, mientras cinco o seis policías interrogaban a un chaval racializado en una esquina, por al lado pasaban varias personas blancas y ni se las miraba. Esto ha ocurrido durante el confinamiento, pero también antes. Y también después.
Habrá quién diga “¿y por qué cuentas esto ahora? ¿Qué tendrá eso que ver con el asesinato a George Floyd?” Habrá quien contribuya a la patologización de la violencia y diga que ese policía en concreto, el que mató a Floyd, es un “descerebrado” o un “psicópata”, uno de esos polis malos, una manzana podrida en el cesto frutal de los guardianes de nuestra seguridad. Habrá quien esté de acuerdo con la acusación al policía de asesinato en tercer grado o de homicidio imprudente. La feminista islámica Wadia N Duhni escribía hace unos días en su muro de Facebook un detalle al respecto: “Ocho minutos”. El policía mantuvo su rodilla sobre el cuello de George Floyd durante ocho minutos. Floyd gritó durante seis de esos ocho minutos diciendo que no podía respirar. De no ser por las protestas, Derek Chauvin continuaría su vida con tranquilidad como había hecho hasta el momento. Presuntamente, este agente ya había cometido otros abusos de poder y acumulaba hasta 18 quejas. Wadia N Duhni recordaba en su post que nunca hay que subestimar “el poder de la rabia legítima organizada”.
Y aquí surge entonces otro discurso derivado del supremacismo blanco capitalista. Ese típico señor de mediana edad o joven pijo que va de progre y opina que sí, que qué pena y qué injusticia la muerte de George Floyd pero que tampoco hace falta ponerse a destrozar la propiedad privada. Se trata del fruto de no haber entendido nada. De no haber comprendido que la violencia sufrida por la población racializada y por la población migrante es, además de sistemática, sistémica. Que es una estructura opresiva que, desde todos los ámbitos, ejerce violencia sobre los cuerpos que no son blancos. Pero vamos, que no voy a ponerme yo a explicar nada que no puedan, podamos, leer, escuchar, aprender de organizaciones, colectivos y personas individuales racializadas y migrantes que llevan toda su jodida vida haciendo pedagogía y poniendo el cuerpo en la lucha antirracista y decolonial. El racismo está presente en todos los ámbitos y de múltiples formas, y no solo en Estados Unidos, y no solo ahora que está en la Casa Blanca un tipo con actitudes nazis blanquísimo tirando a naranja. Lo cuenta mejor que yo en Sindicato de Manteros de Madrid: “George Floyd sufrió la misma violencia que cada día sufrimos los cuerpos negros y racializados por parte del privilegio blanco, por parte de unas instituciones que nos agreden y nos asesinan. En las calles, en los CIE, en los centros de salud, en las fronteras. Basta ya de impunidad. Exigimos justicia y reparación hacia las personas migrantes”.
Claro que está justificado quemar Louis Vuitton y los cuarteles policiales que haga falta. No es violencia, es autodefensa. Igual que cuando las mujeres blanquitas decimos en las manis que “vamos a quemar la Conferencia Episcopal por machista y patriarcal”. Igual que cuando decimos las obreras blanquitas que hay que reventar los escaparates de empresas que sabemos que producen a costa de la explotación de personas y animales. Igual que cuando las y los blanquitos organizamos marchas a Madrid con intención de okupar el Congreso porque tenemos hambre. Igual que cuando nos defendemos de la policía cuando nos están echando a hostias de nuestras casas. “Hemos sido pacíficos por más de 300 años y hay sangre en estas calles”, decía una mujer joven en las protestas de Minneapolis hace unos días: “¿Por qué vamos a seguir siendo pacíficos, si están matando a mis hermanos y hermanas? Estoy cansada de ser pacífica, he perdido a tres hermanos por esto. ¡Tres!”. El colectivo Afroféminas compartía en su perfil de Instagram un texto de una mujer llamada Farah: “Parece que solo veis racismo en los trending topics, solo hay llanto cuando se comparte el vídeo de una persona agonizando. Las injusticias existen solo si se comparten, supongo que por eso hemos estado siempre tan silenciados, porque no teníamos a nuestros compis blancos compartiendo abusos por redes. Pasará una semana, un mes, un año y las muertes injustas, la discriminación racial, el racismo institucional, la islamofobia, los abusos sexuales, las miradas vacías, las preguntas ridículas, la opresión que saben que sufrimos sin siquiera preguntarnos, los abusos policiales… todo esto pasará día a día, pero no lo veréis, porque no se habla sobre ello, porque nadie lo habrá grabado, porque vuestros privilegios no os dejan ver más allá de vuestras narices”.
No solo la policía estadounidense es racista y actúa en consecuencia. George Floyd no podía respirar y aquí, en mi barrio, tampoco les dejan hacerlo. Y no solo la policía es racista. La violencia racista la ejercemos todas aquellas personas que permanecemos acomodadas en los privilegios que nos da el sistema supremacista blanco capitalista y eurocéntrico en el que vivimos. Por no entrar a hablar de una acumulación mayor de opresiones. Angela Davis dice que, “en una sociedad machista, no basta con no ser racista. Hay que ser antirracista”.
Ayer salí a pasear y me dejé el DNI en casa. Cuando me di cuenta, todavía estaba en mi calle, pero no di marcha atrás para cogerlo, porque sé que es muy poco probable que me paren y que, de hacerlo, lo peor que me puede pasar -si no estoy en una manifestación y empiezan a disparar pelotas de goma- es que me envíen a casa a por la documentación y me pongan una pequeña multa. Resultaría interesante, si es que tomar consciencia de lo que está pasando delante de nuestros ojos sin que lo veamos se nos hace un poco cuesta arriba, intentar empatizar, aunque sea, haciendo sobre nosotros y nosotras mismas la misma lectura que hacemos, por ejemplo, sobre los hombres o sobre el sistema heteropatriarcal. Ah, y callarnos la boca y escuchar. Como dicen las abuelas: si escuece, es que está curando. Y, de ahí, a quemarlo todo juntes.