Valeria, tus zapatos nos quedan chicos

Valeria, tus zapatos nos quedan chicos

Que Netflix nos la esté intentando colar constantemente no es una sorpresa para nadie. Pero es tal el revuelo que ha causado esta serie, que nos muestra un Madrid veraniego y lleno de terrazas, que aquí estoy, una vez más, para reventar el 'Netflix and chill'.

Imagen promocional de ‘Valeria’.

Valeria (2020) es una serie española de ocho capítulos cortos creada por María López Castaño, quien ha trabajado como guionista en las míticas Los hombres de Paco y Física y Química, entre otras. La dirigen Inma Torrente y Nely Reguera y está basada en las novelas de la valenciana Elísabet Benavent, En los zapatos de Valeria (2013).

A pesar de que el reparto de la serie es mayoritariamente femenino y pasaría el test de Bechdel (lo que viene a demostrar una vez más que se nos queda cortísimo), tiene razón Maxi Iglesias (Víctor, en la serie) cuando afirma en una entrevista lo siguiente: “Ellas nos han entendido a nosotros, hombres. En el equipo hay muchas mujeres que no nos han hecho sentir fuera de lugar y eso, a la inversa, tendría que ser así también. ¿Por qué no nos sorprende que el equipo de waterpolo femenino está liderado por un hombre? Al revés también tendría que ser así y no tendríamos que decir: ‘Ala [sic.], qué gran novedad’. No, tendríamos que decir que tienen la misma capacidad o incluso más”.

Porque, efectivamente, el esfuerzo es de nosotras hacia ellos. Las energías vuelven a ser unidireccionales y las mujeres de la serie evolucionan únicamente guiadas por las acciones de los personajes masculinos. No son entidades en sí mismas que a su vez establezcan relaciones con otros entes, sino que existen y actúan en tanto que son conformadas por el deseo de ellos y sus identidades orbitan en torno a los hombres presentes en sus vidas.

Ted Mosby is back

El acoso sigue de moda, amigxs. El cabreo que me provoca una serie que se ha calificado como feminista en diversos medios, y que hace gala de una romantización del acoso que ya parecía superada, es esencialmente lo que me ha movido a escribir este artículo. Porque ya está bien. No se puede seguir consintiendo que nos vuelvan a vender la idea tedmosbidiana de que insistir, mandar mensajes uno detrás de otro, aunque la otra persona no responda y plantarse en su casa sin avisar, van a hacer que al final cedamos, caigamos en su trampa de amor.

Es curioso, además, cómo en las novelas, Adrián, el marido de la protagonista, es el primero en incurrir en una serie de traiciones hacia ella y esto hace que Valeria, con afán vengativo, centre su atención en Víctor. No así en la serie, en la que Adrián se muestra como un marido afectuoso y atento y ella es la mala-mala que se lía con otro sin ningún motivo más allá de su lujuria. Nos quieren hacer obviar que no solo Víctor, el tentador, sino también Adrián, el buenmarido, se presentan en Valencia desde Madrid, en casa de los padres de Valeria, cuando ella les ha pedido tiempo y espacio a ambos.

La diversidad es anecdótica

Como todo en Valeria, considero que la diversidad se queda muy en la superficie. Aparecen cuerpos e identidades diversas, sí, pero en segundo plano y totalmente eclipsadas por las cuatro protagonistas (algo que no pasaba en las novelas). Sin embargo, sí que son interesantes los papeles de Laura Corbacho o Esperanza Guardado y, como andaluza, valoro muy positivamente que les den cabida a los acentos cordobeses de esta última y de Juanlu González (Borja).

Hay un caso en el que la diversidad tiene más peso en el desarrollo del argumento y es el de la orientación sexual de Nerea en la serie y que, a diferencia de en el libro, aquí es lesbiana, lo que ha levantado muchas ampollas en las redes entre las fans de las novelas. Elísabet Benavent lo justifica diciendo que es una “actualización de la trama”. ¿Sería que en 2013 cuando publicó En los zapatos de Valeria no existían las lesbianas?

Valeria y Víctor.

El pisto poliamoroso

A lo largo de los ocho capítulos se mezclan conceptos como relaciones abiertas, poliamor e infidelidades. Estamos en la misma tesitura de siempre. Por una parte, resulta positiva la visibilización de las no monogamias, pero se hacen, en este caso, a lo first dates: desde la simplificación, el esencialismo y la demonización. Lola, la Samantha madrileña, tiene un discurso a priori interesante acerca de la vivencia de la sexualidad y las relaciones afectivas desde una cierta resistencia contrahegemónica. Sin embargo, al rascar lo que se encuentra es la clásica asociación de las no monogamias con la falta de compromiso, y el discurso revolucionario acaba reducido a una infidelidad clásica vista desde el moralismo puro.

Evidentemente, hay un castigo para esta Lola-Lilith, ya que se acaba enamorando del hombre casado con el que mantenía una relación exclusivamente sexual (según ambos), lo que conlleva el rechazo de él, el abandono y la rápida sustitución por otra amante más joven.

La posibilidad que plantean Valeria y Adrián de abrir la pareja tampoco se basa en un diálogo real, sino que se usa como arma arrojadiza para medir el amor de la otra persona y la insatisfacción sexual a partir de los celos. La serie se revela incapaz de mostrar a una Valeria que se vincula afectivamente tanto con Adrián como con Víctor, ya que tiene que hacer que el matrimonio se derrumbe para justificar su atracción por otra persona. La simultaneidad de afectos parece no tener cabida en los vínculos de pareja.

La asociación feminista

Ya quisiera encontrarme con el tipo de infraestructuras que aparecen en la serie en los espacios de militancia feminista que conozco. Me habría conformado con que al menos consultasen a personas que verdaderamente transitan estos espacios, para mostrar una imagen un poco más realista. A quien conoce ese tipo de asociaciones, también le habrá chirriado que una persona como Nerea, que carece de experiencia política o de conciencia de clase, se haga con el control de la asamblea tras un par de reuniones cuando, en principio, ella se une para ampliar su círculo social y no por motivaciones políticas. Aunque el cabreo va en aumento tras ese slut shaming en toda regla, que se produce dentro de la misma asociación. En absoluto pretendo caer en una romantización de las dinámicas que se desarrollan en estos espacios porque parto del hecho de que no están exentos de violencias, pero no es el tratamiento que me gustaría que se le hubiese dado en el caso de elegir representarlo.

Por otra parte, no acabo de entender eso de llevar a cabo una acción directa borracha. A este tipo de actitudes tan descuidadas y poco planificadas solo se puede arriesgar alguien que no teme a las consecuencias de una sanción económica. A esto se le suma que a Nerea se le permita la licencia de dibujar un pene junto con la pintada sin ningún tipo de justificación política, y sin que haya ningún tipo de consecuencia más que un leve reproche de su compañera.

El pisito de Malasaña

Si las instalaciones de la asociación feminista son ostentosas, todavía más lo son los pisos de las protagonistas. Aunque es difícil explicar cómo Valeria teniendo 25 euros en el banco se puede permitir ese piso en Malasaña. Igual debería hacer como su amiga Lola y recurrir a convertir algunas de las habitaciones en un Airbnb para guiris. Al final, Lola se termina cansando de esta convivencia y aquí la serie hubiese tenido un momento perfecto para ahondar en cómo el turismo ahoga a nuestras ciudades. No obstante, tanto esa subtrama, como en aquella en la que se representa la polémica actual entre los taxis y los Uber, se hace de manera jocosa y acrítica. Difícilmente conseguimos conectar con las vidas y los conflictos de las protagonistas cuando se alejan tantísimo de la realidad precaria que hubiesen tenido oportunidad de mostrar más allá ciertos clichés.

El síndrome de la impostora

Se hace bastante referencia a lo largo de la serie al síndrome del impostor (siempre en masculino, aunque se aplique únicamente a Valeria), fenómeno acuñado por las psicólogas clínicas Pauline Clance y Suzanne Imes a finales de los 70 y cuyo título del artículo original era The Impostor Phenomenon Among High Achieving Women: Dynamics and Therapeutic Intervention*. Este fenómeno se utiliza en la serie de manera errónea para describir el bloqueo creativo de la protagonista, cuando en realidad estos síntomas sociales se referirían al cuestionamiento constante y la sensación de no estar a la altura o no cumplir las expectativas que sienten muchas personas. Especialmente en el ámbito laboral y en profesiones que tradicionalmente han estado ocupadas por hombres blancos occidentales y cishetero.

Lo que es verdaderamente impostado es el feminismo que intenta vender Valeria y que no consigue, ni de lejos, representar a una generación de treintañeras marcadas por la precariedad y los pisos compartidos en las periferias sin ventanas al exterior.

*El fenómeno de la impostora en las mujeres con éxito profesional: dinámicas e intervención terapéutica. [Traducción de la autora]


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