Vivir de la prostitución sin ser puta
La compañera Andrea Liba escribía en La Directa a raíz de la polémica sobre las Jornadas sobre Trabajo Sexual que finalmente fueron canceladas en la Universidad de Coruña tras una campaña abolicionista en redes sociales bajo el lema #UniversidadSinProstitución. Sobre putoexplainings.
Hace dos domingos una amiga me daba los buenos días preguntándome si soy abolicionista de la prostitución. Empezamos fuertecito. Lo primero que le digo es que lo que tengo clarísimo es que estoy en contra de la penalización y de la persecución institucional y policial de las prostitutas. “Es que he visto que le has dado me gusta a un tweet”, me dice. Entro a Twitter, porque no entiendo exactamente por qué me formula esta pregunta ahora y veo que la polémica estaba servida: #UniversidadSinProstitución. Lo primero que pienso es: “Ya están. ¿Qué habrá pasado ahora?”. Y, efectivamente, ya estaba toda la maquinaria abolicionista puesta en marcha para intentar que se vetaran unas Jornadas sobre Trabajo Sexual impulsadas por una alumna de la Universidade da Coruña, en la Facultad de Sociología. Decían que con esas jornadas la universidad estaba legitimando la explotación de las mujeres y apoyando a los proxenetas.
Voy a la página de la facultad en busca del cartel de las jornadas para ver quién interviene. En las mesas redondas participa alguna profesora de la facultad pero, sobre todo, sindicatos, colectivos y asociaciones de prostitutas como OTRAS, CPS, AFEMTRAS O CATS. Las charlas iban sobre violencias hacia las personas que ejercen la prostitución, violencia institucional, sindicación, derechos, condiciones de trabajo en un polígono concreto de Madrid, inmigración, derechos humanos… Levanto las cejas y pienso “joder, pero si las que hablan son las putas. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué hay quienes, en el debate sobre prostitución, no quieren que participen las personas que la ejercen?”. Recuerdo entonces una anécdota que Itziar Ziga contaba en su libro Devenir perra. Recordaba que una trabajadora sexual, en una tertulia sobre prostitución en la televisión, trataba de poner sobre la mesa su experiencia como prostituta y las otras dos mujeres que participaban (que no se sabe bien qué pintaban allí) se le echaron encima para decirle que ella no era representativa de las prostitutas. La hicieron callar. Tócate las narices. Dos señoras completamente ajenas al día a día del ejercicio de la prostitución haciéndole un putoexplaining a una puta. Es para reírse.
Volviendo al tema: Una alumna plantea una jornadas sobre trabajo sexual en la universidad. La universidad acepta y las pone en agenda, de la misma forma que pone en agenda otras jornadas sobre la misma temática pero con otra perspectiva, en las que participan Amelia Tiganus, superviviente de prostitución forzada, y Mabel Lozano, directora de un documental sobre trata, entre otras. Las abolicionistas articulan una estrategia de acoso contra la universidad para que cancelen las jornadas, a través del hashtag #UniversidadSinProstitución. La universidad lanza un comunicado justificándose, remarcando que son abolicionistas, y reiterando su apoyo a las jornadas en nombre de la libertad de expresión y la apuesta de la universidad por el debate.
Aquí es donde la polémica debería tocar su fin. Pero no. La guerra ya estaba declarada. Twitter hierve y más de 100 profesoras y profesores de diferentes universidades de todo el Estado español responden firmando un manifiesto llamado #UniversidadSinCensura: “La universidad debe ser un espacio abierto a recoger debates que se están produciendo en la sociedad y en el movimiento feminista, […] debe ser un bastión que permita discutir en condiciones cuestiones que pueden resultar polémicas pero sobre las que no hay un consenso social asentado y sobre las que, por tanto, es imprescindible la producción de conocimiento”. Las firmantes reivindican la pluralidad dentro del movimiento feminista mientras las abolicionistas más mediáticas plantean, sin más ni más, que quienes no sean abolicionistas directamente no serán feministas. Lo de siempre, repartiendo carnés y retirándolos.
Entretanto, la alumna que impulsó las jornadas, se pronuncia en su Facebook: “Yo defiendo el modelo de Nueva Zelanda. Una despenalización de los trabajadores del sexo, no una legalización a favor del empresario”. Resulta que esta alumna, además de Psicóloga y Máster en Políticas Sociales e Intervención Sociocomunitaria, con la especialidad en Género y Políticas de Igualdad, es trabajadora sexual, según cuenta La Voz de Galicia. “Me parece muy vergonzoso que unas mujeres intenten callar a otras. Dentro del feminismo no existe un único discurso. Estamos hartas de que nos digan que no somos feministas”, escribe. Pero da igual. Es que les da exactamente igual que sea una persona migrada bajo continua amenaza de deportación o hija de una familia acomodada, que no tenga estudios o que sea Máster en Género, que viva en el barrio de Salamanca o en la Cañada Real, que sea antropóloga, prostituta o ambas cosas. Les da igual porque no las quieren escuchar. Les da igual porque todo aquello que ponga en duda su discurso moralista y en riesgo su posición les sobra y lo único por lo que trabajan es por mantenerlo. Total, que han conseguido que la Universidade da Coruña cancele las jornadas.
Y yo me pregunto por qué son abolicionistas las abolicionistas. Para qué y, sobre todo, por quién. ¿Por las putas? Me van a permitir que lo dude. Si fuera por las putas, en vez de tratar de censurarlas, se inscribirían en las Jornadas sobre Trabajo Sexual de la Universidad da Coruña para ir a escuchar sus historias de vida, sus experiencias, su trabajo en los colectivos y sindicatos que representan y sus necesidades. Si fuera por las putas, en vez de teorizar y vivir de dar charlas y talleres por la abolición por todo el Estado, acudirían a asambleas abiertas de colectivos de prostitutas o de sindicatos que trabajan el tema. Si fuera por las putas, articularían acciones violentas contra aquellas personas que crean que las están explotando sexual y laboralmente. Si fuera por las putas, no vivirían de la prostitución sin ser una de ellas.
Y si es por todas las mujeres, por entender que la prostitución es una pieza clave del engranaje patriarcal que perpetúa la desigualdad, no parece una estrategia ideal seguir replicando la historia de siempre, la de las “buenas mujeres” contra las malas, las señoras decentes contra las cuestionables, las santas contra las brujas, las buenas esposas contra las desviadas. Las abolicionistas contra las putas. Ya lo decía Despentes en su Teoría King Kong: “Las prostitutas forman el único proletariado cuya condición conmueve a la burguesía. Hasta el punto de que a menudo, mujeres a las que nunca les ha faltado nada están convencidas de esta evidencia: eso no hay que legalizarlo […]. La venta del sexo, eso le concierne a todo el mundo, y las mujeres “respetables” tienen algo que decir al respecto”. Contaba que varias veces se había encontrado en un bonito salón, “en compañía de mujeres mantenidas a través de un contrato matrimonial, a menudo mujeres divorciadas que han obtenido una pensión vitalicia digna de ese nombre” y que, sin dudarlo, le habían explicado que la prostitución es algo “intrínsecamente denigrante para las mujeres. De forma intrínseca. No en circunstancias particulares, sino en sí mismo […] Intercambiar un servicio sexual por dinero, incluso en buenas condiciones, incluso voluntariamente, es un ataque a la dignidad de la mujer”. Eso lo saben las abolicionistas casi como si les hubiera caído la sabiduría del cielo. Y como con todo mandato divino, creen que tienen pleno derecho para imponerlo. Hasta se atreven a llevar pancartas sobre prostitución en las manis feministas sin ser ellas nada de eso.
Las académicas, por ejemplo, sí pueden hablar de lo malo malísimo que es ser puta en cualquier circunstancia y tratar de convencer a su público de que todas las prostitutas están explotadas y que, aunque no lo estén, es denigrante para todas las mujeres (las cis, claro, por otra parte, porque ellas luchan solo por la protección de “mujeres y niñas”). Pueden articular discursos, estrategias e incluso influir en la redacción de leyes al respecto de la prostitución. Pero que no se atrevan las putas a articular discursos y estrategias y a organizarse por sus derechos, por sus vidas. Recuerdo una vez que una compañera comentó: “Si de verdad pensáramos que todas las putas de la calle Cortes están atadas a la cama y explotadas, no sé cómo no estamos todos los días encadenadas a las puertas de los clubs y quemando las habitaciones”. Hace unos días comentaba también con una amiga que a las abolicionistas se les está yendo de las manos este asunto y me decía: “Yo no querría que se regulara. Si en la base estamos de acuerdo. ¿Cómo no? Si yo considero que todos los hombres son violadores”. Pero (porque a esa frase le siguió irremediablemente un pero) hay un aspecto sangrante en toda esta historia: una vez más, y como siempre, hay gente liderando luchas que no son suyas y, lo que es peor, desoyendo a las protagonistas. ¿Qué sentido tiene debatir sobre prostitución sin las putas? O, mejor dicho, ¿qué hostias tenemos que debatir sobre las putas las que no lo somos? Yo no tengo muchas respuestas, pero sí sé que hay preguntas que no me toca a mí formular y tengo claras un par de cosas: cada una en su lucha y todas contra el heteropatriarcado. Dejad a las putas en paz, dejad de vivir a su costa.