El patriarcado es solo uno, y es blanco y occidental
Publicamos un extracto del libro 'El pueblo gitano contra el sistema-mundo', de Pastora Filigrana, publicado recientemente por Akal. La autora defiende que han existido prácticas de opresión de género precapitalistas, pero nunca antes con una pretensión de universalidad.
Parto de la idea de que el patriarcado sólo es uno. No existe un patriarcado gitano o andaluz o musulmán. En la actualidad, el patriarcado es un dispositivo de opresión que sitúa al varón en una escala de desarrollo humano superior a la mujer y, basándose en esta jerarquía, organiza el reparto de trabajo y la distribución de riquezas en el mundo. Pero ¿siempre ha sido así?
Históricamente el término patriarcado se ha utilizado para designar un tipo de organización social en que la autoridad la ejerce el varón jefe de familia, dueño del patrimonio, del que formaban parte los hijos, la esposa, los esclavos y los bienes.
La cuestión que plantea esta definición es saber si este tipo de organización social se ha dado en todos los tiempos y lugares. El estudio de todas y cada una de las sociedades humanas a lo largo de la Historia sería inabarcable, pero lo que sí es cierto es que sistemas de dominación masculina sobre las mujeres y los hombres más jóvenes han existido en diferentes momentos y territorios antes del patriarcado actual.
Ahora bien, a partir de determinado momento histórico, que podríamos situar en la expansión del sistema capitalista a través de la colonización, el patriarcado cobra una nueva dimensión y se universaliza. Por primera vez un grupo de varones, occidentales blancos, tienen una situación de superioridad abismal con los varones de las colonias respecto a la situación de poder sobre las mujeres.
A partir de entonces, las formas de dominación masculinas que podían darse en otras sociedades quedan subsumidas y subordinadas a este patriarcado que impone Occidente. Ya no puede hablarse de distintas formas de opresión masculina, sino de un solo sistema universal de ordenación del género sobre el que se construye el orden social y económico en el planeta.
Cuando decimos que el patriarcado es un factor de ordenación de las riquezas en el mundo, queremos decir que, para que exista el modelo socioeconómico actual, millones de mujeres tienen que tener menos derechos que los hombres y su labor valer menos con objeto de que sigan sosteniendo con su trabajo la reproducción de la especie humana, a lo que hay que añadir su actividad en el mercado laboral. Se necesita un discurso que justifique esta doble explotación y naturalice la inferioridad, tal es la ideología patriarcal.
La división jerárquica del trabajo entre hombres y mujeres es parte integral de las relaciones de producción dominantes, es decir, de las relaciones de clase de una época y sociedad específicas y de una más extensa división nacional e internacional del trabajo.
Por tanto, cuando hablamos de patriarcado, al igual que cuando hablamos de colonialidad-racismo, no podemos referirnos a manifestaciones concretas con nombres y apellidos, sino que nos referimos a una estructura socioeconómica global. Por tanto, no existe un patriarcado suscrito a un territorio o a un grupo humano determinado, es decir, no existe un patriarcado musulmán o gitano. Pueden existir prácticas de opresión de género que se den dentro de comunidades gitanas y musulmanas, pero, en todo caso, serán manifestaciones del patriarcado global y no un fenómeno propio diferenciado del orden económico y social occidental-blanco.
Ramón Grosfoguel mantiene que el patriarcado a escala mundial, tal cual existe hoy, es una forma de dominación inventada por Occidente que se impone de manera universal a través de las conquistas coloniales y raciales. De ahí la necesidad de que cualquier forma de definición del patriarcado tenga que hablar de racismo y colonialidad. Insisto, esto no significa que no existieran modos de dominación masculina previos al colonialismo, pero estos operaban con formas de organización diferentes. Cuando el patriarcado occidental se globaliza, se encuentra estos distintos modos de dominación masculina y actúa de manera diversa según el territorio. En algunos lugares, los destruyó e impuso el patriarcado occidental; en otros, afirmó las formas locales y las puso a su disposición, y en otros llegó a formas híbridas. Allí donde no encontró formas de dominación masculina y las sociedades tendían al matriarcado, directamente aniquiló esto último.
En concreto, en este orden global existe por primera vez en la Historia un grupo de mujeres, las occidentales, que van a tener mayor poder, riquezas y recursos que la mayoría de los hombres. Es, por tanto, necesario plantear la cuestión de la dominación patriarcal contextualizada dentro de la dominación colonial.
Un ejemplo de la necesidad que tuvo el capitalismo de globalizar el patriarcado occidental lo encontramos en el libro de María Míes Patriarcado y acumulación a escala mundial. Míes rescata el testimonio de Fielding Hall, quien fuera consejero político en la colonia británica de Birmania entre 1887 y 1891. Hall considera abiertamente que la independencia de las mujeres birmanas y la igualdad existente entre los sexos en esta comunidad son un obstáculo para el progreso. En su libro A People at School, Hall plantea lo siguiente:
1. A los hombres se les debe enseñar a matar y a luchar por los colonizadores británicos. “No puedo imaginar nada que pudiera hacerles mejor a los birmanos que el tener su propio regimiento, para así poder sobresalir en nuestras guerras. Les abrirá los ojos a nuevas formas de vida”.
2. Las mujeres deben someter su libertad a los intereses de los hombres.
Como método para la sumisión de las mujeres que lleve al progreso, propone que se cambien las leyes del matrimonio y la herencia: “Junto con su capacidad independiente, desaparecerán también su libre voluntad y su influencia. Cuando la mujer depende de su marido, deja de poder dictar al hombre. Cuando es él el que la alimenta, ella ya no puede hacer que su voz se escuche como la de él. Es inevitable que se retire […]. Las naciones que tienen éxito no son las naciones femeninas sino las masculinas. La influencia de la mujer es buena si no va muy lejos. Y aquí ha ido demasiado lejos. Esto ha sido malo para el hombre, malo para la mujer. Nunca ha sido bueno para las mujeres ser demasiado independientes, les ha robado demasiadas virtudes. Que un hombre tenga que trabajar para su esposa y su familia le hace mejor, le hace un hombre de verdad. Es desmoralizador para ambos que la mujer se pueda mantener por sí misma y, si fuese necesario, también a su marido”.
Otro ejemplo es el que Hazel V. Carby rescata en su Mujeres blancas, ¡escuchad! El feminismo negro y los límites de la hermandad femenina. Se trata del relato de Judith Van Allen sobre la resistencia de las mujeres igbo en el sur de Nigeria. La conocida como “guerra de las mujeres” fue un levantamiento político organizado frente a la Administración colonial en defensa de la autonomía organizativa de las mujeres igbo: “En noviembre de 1929, miles de mujeres igbo se reunieron en los centros de ‘administración nativa’. Corearon, bailaron, entonaron canciones de burla y demandaron placas identificativas de los llamados jefes de garantías, los igbo elegidos por los británicos como miembros de las Cortes Nativas. En algunos lugares las mujeres irrumpieron en las prisiones y liberaron a los detenidos”.
Una de estas estructuras organizativas que las mujeres igbo vieron peligrar por la colonización fueron las llamadas mirkis, reuniones que “dotaron a las mujeres de un foro en el que desarrollar sus capacidades políticas, así como un medio para proteger sus intereses como comerciantes, granjeras, esposas y madres”.
Según Hazel V. Carby, los colonizadores británicos en Nigeria consideraron una “anarquía organizada” las tradicionales formas de organización social e impusieron un modelo de administración que ignoró las estructuras políticas femeninas y negó a las mujeres igbo cualquier forma de representación, de toma de decisiones o de gobierno en el poder instituido. El progreso y desarrollo de Nigeria pasaron necesariamente por la anulación política de las mujeres.
Sirvan estos dos ejemplos para concluir que la globalización de la desigualdad entre hombres y mujeres es un invento del capitalismo. El capitalismo no ha creado estas desigualdades, o al menos no siempre, pero sí las ha institucionalizado y universalizado su sostenimiento y desarrollo. Han existido prácticas de opresión de género precapitalistas, pero nunca antes con una pretensión de universalidad. Hablar, por tanto, de distintos patriarcados o de grados de patriarcalidad es una falacia que nos lleva a invisibilizar lo obvio: el patriarcado es sólo uno, un modelo de ordenación de la economía y la sociedad capitalista ideado en el Occidente blanco y universalizado a través de la colonización.
Extracto del libro El pueblo gitano contra el sistema-mundo, de Pastora Filigrana, publicado recientemente por Akal.
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