Sexo y género, una perspectiva compleja

Sexo y género, una perspectiva compleja

Este artículo nace de una pregunta básica que las personas trans recibimos a menudo, y no porque nuestro conocimiento sea elogiado y reconocido, sino todo lo contrario. Se nos exige justificar los aspectos más básicos de nuestra existencia: ¿Qué significa ser un hombre, ser una mujer? En realidad, no se suele preguntar qué significa ser un hombre, pero tampoco qué significa ser no binarie.

15/07/2020
Ilustración de señora Milton para el texto 'Sexo y género, una perspectiva compleja'

 

 

La motivación de este texto no es negar debates, sino todo lo contrario: quiero que sirva para dar un punto de partida firme y adecuado, necesario para reflexionar sobre el modo en que nos entendemos y la forma en que organizamos nuestras ideas a la hora de hacer frente a estos debates. Habrá debates falsos, debates útiles y debates necesarios. Ni las motivaciones éticas ni los supuestos de base sobre los que se asientan cada uno de ellos son inocentes: toda idea responde a creencias previas. Lo que espero es que, al terminar de leer con atención este artículo, cada lectora esté en posición de poner en orden sus ideas en relación al tema del sexo y el género.

Las preguntas sobre el sexo y el género no son nuevas, pero en el fondo condensan una idea anterior: qué significa ser una mujer –históricamente, las preguntas sobre otros sexos-géneros son posteriores–. Pero «mujer» y «hombre», como categorías, no son simples (me permito la limitación al binarismo por simplificar la cuestión). Es decir, que cuando se usa la palabra, se puede estar usando de formas diferentes: para referirse a la fisiología, para cuestiones legales, para hacer referencia a expectativas sociales, etc. En realidad, hablando con rigor, no se puede decir que «hombre» y «mujer» sean términos definibles en uno solo de esos ámbitos.

Voy a proponer que sexo y género son dos realidades relacionadas de formas complejas –que no voy a detallar por cuestiones de formato–, que no se dan en el vacío, sino que están siempre situadas en términos sociales e históricos. Voy a dar algunas referencias importantes y terminaré dibujando una perspectiva de conjunto que permite darle un sentido más realista a este planteamiento.

Sexo biológico, sexo social

«Los sexos son hombre y mujer: lo dice la biología». En estas dos afirmaciones hay mucho más a analizar de lo que podría parecer a simple vista. Voy a tratar de ir paso a paso.

¿Qué dice la biología? La biología es la ciencia que estudia los organismos vivos en los procesos por los cuales se constituyen como tales. En esencia, la biología se dedica a describir estos procesos de forma que se ajuste a la realidad. Vamos a aceptar esta idea por ahora, pero volveré sobre ella más adelante. Está claro que uno de los procesos fundamentales por el que los organismos se constituyen es la reproducción genética, es decir, la producción de nuevos individuos, siempre basada (de una forma o de otra) en el/ los individuos anteriores.

En realidad, el estudio biológico del sexo se limita a la descripción de los factores que conforman la sexuación de los individuos, pero esta sexuación se extiende a distintos niveles de complejidad estructural (genético, cromosómico, gonadal, ductal, genital externo y caracteres secundarios, por simplificar) y solo se puede entender en sí mismo como parte de un desarrollo determinado por la historia evolutiva de la especie, y de la organización de la reproducción en una sociedad dada. Solari recuerda en su Genética humana. Fundamentos y aplicaciones en medicina que «es conveniente despojar al tema científico de la determinación sexual de las connotaciones extracientíficas que frecuentemente lo distorsionan frente al público no informado». [Imagen 1]

Simone De Beauvoir dedica el primer capítulo de El segundo sexo a analizar desde una perspectiva filosófica Los datos de la biología (así se titula el capítulo), estudiando el rol que se asumía que juega la sexuación en la opresión de las mujeres. «La mujer», esa entidad abstracta, «es una matriz, un ovario; y basta esa palabra para definirla» en el ideario de los hombres. Sin embargo, «el sentido mismo de la sección de las especies en dos sexos no está claro. En la naturaleza, no es un hecho universal»; no siempre hay una separación de este tipo cuando la reproducción es sexual, es decir, mediante gametos diferenciados. «La separación de los individuos en machos y hembras se presenta como irreductible y contingente». ¿Este planteamiento es suficiente para hablar de las mujeres en su realidad, en sus vidas situadas en contextos sociales e históricos? De Beauvoir afirma que no, y el razonamiento es totalmente filosófico: «Cuando aceptamos una perspectiva humana, que define el cuerpo a partir de la existencia, la biología se convierte en una ciencia abstracta».

Tabla de niveles de asingación del fenotipo sexual y el sexo génico en la especie humana.

Imagen 1. Niveles de asignación del fenotipo sexual y del sexo génico en la especie humana. Cuadro de Solari, “Genética humana”, 2a edición.

Aquí destaco el aspecto de la abstracción porque el conocimiento sobre el cuerpo no se ha planteado de la misma forma siempre. Laqueur destaca en La construcción del sexo que «el sexo tal y como lo conocemos fue inventado en el siglo XVIII»; antes de nuestras ideas contemporáneas sobre los sexos, regía un «modelo de sexo único». Han sido necesarias diferentes revoluciones científicas y sociales para llegar a los esquemas con los que hoy entendemos la sexuación y los cuerpos mismos. Nuestro trabajo de abstracción sigue una lógica distinta. Esta evidencia histórica nos permite entender que el sexo es, en buena medida, una realidad social que va mucho más allá de la reproducción de la especie humana, hasta el punto de que no se pueden dividir más que en este sentido abstracto. Si en la vida práctica, cotidiana, el sexo juega un papel más allá del desarrollo como parte de los individuos y la reproducción, es porque es social y hay reglas que marcan su política.

Para concluir estos apuntes sobre el sexo, dos notas:

  1. La biología es un campo de estudio con un dominio delimitado. No define qué es un hombre o una mujer porque no puede hacerlo. Esto tampoco significa que no pueda hacer generalizaciones sobre los cuerpos, que pueden funcionar y tener también sus límites. Aunque idealmente no tenga una motivación social o ideológica, lo cierto es que la biología es, al mismo tiempo, una práctica de producción de conocimiento, y por tanto es de naturaleza social. Esta valoración tiene implicaciones de toda clase. Una de ellas es que le queda mucho camino para dejar de ser prescriptiva y ser simplemente descriptiva, como se ha descrito idealmente. Sin embargo, donde las ideas sobre los cuerpos se ven como algo claramente prescriptivo, definiendo no cómo son sino cómo deberían ser, es en la medicina. La mutilación genital en niñas y en bebés intersexuales son dos ejemplos.
  2. Dentro de la abstracción en la que estudia la biología, el «sexo» en términos de grupos de individuos productores de gametos es una composición de desarrollos biológicos asociados a la reproducción en términos evolutivos, históricos. No hay una verdad esencial en el sexo, porque no viene a desvelar nada oculto: el «sexo real» no está en los cromosomas, ni en las gónadas, ni en los genitales externos. Lo real del sexo está en su desarrollo histórico y biográfico, y este se puede transformar. El desarrollo de tratamientos anti-conceptivos y los “bloqueadores” que se le dan a niñes al comenzar su desarrollo adolescente antes de lo previsto, son dos ejemplos.

Género y política sexual

Cuando los feminismos post-68 retomaron la idea de «género», lo hicieron desde fuentes muy variadas. Kate Millet, por ejemplo, se inspiró en las teorías de Money y Stoller, que querían distinguir el «sexo biológico» de la interiorización de la idea de ser un hombre o una mujer ─el «género»─, que pensaban que podía moldearse en la primera infancia. Hay que recordar que detrás de esta idea hay vidas rotas y suicidios: así son las torturas de conversión para moldear el género de una persona. También se inspiró en otra idea con antecedentes algo más filosóficos, como en De Beauvoir al destacar la «situación» en que vive el cuerpo, todo ese entramado simbólico ─material, de hecho─ que lo dota de un sentido y limita sus significados posibles. En realidad, esta idea está en el origen de las ciencias sociales y la fenomenología, una línea filosófica de comienzos del siglo XX, y que las pensadoras feministas han tomado hasta Teresa de Lauretis y Judith Butler, dos figuras clave del pensamiento queer.

En todo caso, una parte importante de los esfuerzos feministas han estado guiados por la pretensión de desnaturalizar o “deshacer” el sexo vivido, como forma de mostrar que el hecho de ser mujer ha estado marcado, ha sido interiorizado, a través de ciertas dinámicas de poder bien establecidas, como la violencia sexual o los trabajos feminizados. Así, se abriría paso a una perspectiva nueva: ser un «género» es algo específico a una sociedad concreta, es un campo determinado de la vida social humana, enlazado estructuralmente a él. Gayle Rubin desgrana en El tráfico de mujeres: notas sobre la “economía política” del sexo lo que ella denomina el sistema de sexo/género:

«El reino del sexo, el género y la procreación humanos ha estado sometido a, y ha sido modificado por, una incesante actividad humana durante milenios. El sexo tal como lo conocemos ─identidad de géneros, deseo y fantasías sexuales, conceptos de la infancia─ es en sí un producto social. Necesitamos entender las relaciones de su producción…»

Así, mientras que «sexo» pretendía designar un hecho aparentemente natural , evolutivo, «género» se comenzó a reservar para hablar del hecho de que las expectativas y normas sociales también construyen lo que pensamos como hombres y mujeres. Por supuesto, en ningún momento de todo este debate feminista, que abarca todas las ciencias sociales, se estaba pensando en nadie que cupiera en la categoría «trans». Sin embargo, esto no evita que Rubin, en el mismo texto citado, ponga en duda el propio binarismo: «… la idea de que hombres y mujeres son dos categorías mutuamente excluyentes debe surgir de otra cosa que una inexistente oposición “natural”. Lejos de ser una expresión de diferencias naturales, la identidad de género exclusiva es la supresión de semejanzas naturales. Requiere represión…».

«Género» se convirtió en una herramienta analítica para estudiar el establecimiento y las variaciones de las normas sociales que definían lo que es ser un hombre o una mujer en un contexto dado. En este sentido, ya tenemos una palabra que designa en nuestro vocabulario cotidiano las normas a las que se sujeta la existencia social de hombres y mujeres: «masculinidad» y «feminidad». Así, el pensamiento feminista dio origen a los llamados estudios de género, en los que se trata de plantear no sólo la realidad social e histórica de las mujeres, sino de todo el mundo.

También se usó «género» de forma más simplista para designar exclusivamente al grupo de las mujeres, en un esfuerzo por lo que alguno llamaría “corrección política”, para recordar que no es un «sexo» específico lo que determina la situación de las mujeres, sino un contexto dado. En realidad, esta definición llevaba implícita la idea de que «mujer» es un «sexo», es decir, conllevaba una despolitización de la categoría mujer, bien adaptada ahora a las políticas tipo de los estados liberales y de las organizaciones, nacionales e internacionales. Aceptaron que «mujer» es una categoría corporal, no compleja; que «mujer» supone una serie de problemas específicos asociados a formas de dominación y violencia masculinas universales. Esto tiene un sentido en la medida en que ofrece una idea preliminar con la que trabajar: el trabajo de las organizaciones y los estados liberales no es problematizar y politizar el género en todas sus dimensiones, sino establecer unos objetivos bien definidos con los que poder solucionar determinados problemas. El marco liberal y el «feminismo de la igualdad» que pretende darle forma, entonces, asumió una perspectiva decididamente conservadora en relación a la politización del género.

Concepciones en conflicto y una perspectiva para pensarlas

Nos encontramos entonces con dos concepciones en conflicto: una asume una perspectiva politizadora, compleja, y fundamentalmente comprehensiva; otra es, en comparación, pragmática y conservadora, y fundamentalmente institucional. Este conflicto enmarca también dos ideas de la posible relación entre «sexo» y «género». Para la primera, «sexo» designa una abstracción que deviene social por razones complejas, y «género» un constructo teórico que abarca tanto la producción social del sexo como las atribuciones que se le hacen y los esquemas dentro de los cuales adquiere significados específicos, que pueden ser reelaborados. Para la segunda, el «sexo» divide a las personas en dos clases naturales ─hombres y mujeres─, y el «género» abarca exclusivamente las relaciones de dominación que jerarquizan esas dos clases.

Por supuesto, estas descripciones son simplistas, pero son estas simplificaciones las que suelen circular como ejemplo paradigmático de dos concepciones enfrentadas. Habría que comentar el rol del feminismo de la igualdad en la España post-franquista y en el boom del feminismo institucional en las últimas décadas; habría que comentar el rol hegemónico de las perspectivas procedentes de EEUU y Francia; habría que mencionar la tensión entre el marco jurídico-político liberal y la politización producida por la acción e investigación feminista. En todo caso, estas concepciones siguen teniendo implicaciones en muchas discusiones.

Propongo una perspectiva que pueda dar cuenta de la complejidad del problema y abrir la cuestión política: el materialismo histórico.

Primero, el materialismo histórico pone sobre la mesa la idea radical de que la vida práctica siempre excede en complejidad y riqueza a las cuestiones teóricas o a las creencias e ideas que nos hacemos sobre ella; por tanto, la comprensión y politización de los fenómenos sociales es prioritaria a los dogmas que los invisibilizan o niegan.

Segundo, la «materialidad» de la «vida práctica» no reside en un corporalismo, esa doctrina superada desde hace siglos, sino en las relaciones sociales que la conforman, que la sitúan y le dan un sentido específico en un denso entramado estructural. La sociedad es por entero «material» en este aspecto.

Tercero, el materialismo histórico sitúa las «clases naturales» como productos sociales complejos. No niega en ningún caso la “naturalidad” de la sexuación, pero la sitúa dentro de un entramado de historias: evolutivas, corporales, sociales e incluso biográficas. Todas estas historias tienen lugar como modos específicos de ser en un continuo dado, y la individualidad y sus posibilidades son parte de ella. Igualmente, y recuperando el primer punto, el hecho de la sexuación es «material» en cuanto que es un producto de estas historias, y no solo de una parte de ellas.

En este sentido, se pueden plantear los sexos/géneros de manera comprensiva: «mujer» y «hombre», las dos categorías binarias, son entidades complejas, construidas y no definitivas. Son dos constructos históricamente definidos de manera jerárquica, y opresivos en la medida en que son relacionales. Existen realidades en sus grietas y márgenes; existen constructos por definir en el barro de la acción social.

Desde esta perspectiva, las realidades trans, las realidades no binarias en su pluralidad, las “orientaciones sexuales” ─en sí mismas abstracciones modernas─ tienen entidad propia. Esta perspectiva propone que la objetividad existe como parte de la relacionalidad que caracteriza la existencia social. Permite complejizar y transformar debates conceptuales y políticos. Es un arma histórica contra la explotación, la opresión y el odio.

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