Tender la mano y no el tuit. (Pafuera telarañas)
Elijamos no ser trofeo en esta miserable caza de rojos, maricones, trans* y feministas. Tomemos la decisión de abrazar el valor combativo en la vida real. Hagamos acopio de likes, retuits y favs en nuestra cotidianidad y junto a las personas a las que podamos sostener.
Lasciate ogni speranza voi ch’entrate [1], rezaba una leyenda a las puertas del infierno. Una buena advertencia también para aquellas que nos acercamos a las redes sociales, redes que acaban trocando en telarañas, con su viscosa capacidad de atraer presas dejándolas a merced de la carnívora hostilidad imperante. No sé vosotras, pero yo en estas últimas semanas siento escalofríos al leer las aportaciones de los aracnoides que habitan en ese infierno de opiniones. Continúo con Dante, que describe muy bien qué nos encontramos al abrir Twitter en los últimos tiempos:
Allí, bajo un cielo sin estrellas, resonaban suspiros, quejas y profundos gemidos, de suerte que al escucharlos comencé a llorar. Diversas lenguas, horribles blasfemias, palabras de dolor, acentos de ira. Voces altas y roncas acompañadas de palmadas, producían un tumulto que va rodando siempre por aquel espacio eternamente oscuro, como la arena impelida por un torbellino. [2]
Constatamos que no es necesario un gran discurso o una estrategia concreta para dañar y devorar vidas. Solo es preciso rellenar 280 caracteres con una infame concisión. Tramar mensajes de exquisita crueldad, cargarlos de odio y lanzarlos a bocajarro. Se han desdibujado también las fronteras del trollerío común, y ahora son personajes públicos, o adalides de esto y de aquello, los que dirigen el cotarro cibernético de la difamación. Pocas autoras han conseguido conformar microrrelatos de terror tan impecables como estos seres oscuros que utilizan un pajarete azul a modo de escudo. Después, hordas de depredadores de las libertades personales se apresuran a participar en la rapiña moral.
En estas últimas semanas la tónica agresiva ha ido en aumento, quizás porque se han ido desconfinando las inquinas acumuladas y se han multiplicado los frentes arácnidos. Campa a sus anchas una libertad de expresión grosera que ha alcanzado a múltiples personas y colectivos. Estamos asistiendo a un goteo constante de ataques frontales y descarnados a las diversidades. Se simplifican, patologizan y pulverizan los relatos personales y las luchas sociales. Es terrorífico comprobar cómo un sector autodenominado feminista se está alineando con rancias ideologías. La antediluviana caterva se permite debatir la vivencia trans* desde un cretinismo binario y genitalista, cuestionando su validez. Negando existencias sin piedad, arrojan a las bestias del fascismo infancias, experiencias y decisiones vitales. Y no, otra vez no. Muchas activistas dejaron la piel para que podamos disfrutar del privilegio de pelear por memeces on line. Basta de violentar y exponer a nuestras hermanas, a nuestrxs hermanxs.
La identidad es inobjetable, las elecciones de vida no pueden ser reprendidas, sancionadas o gobernadas por ninguna ideología o grupo social externo. Asignar un lugar arbitrario o producto de nuestras creencias a las personas con otras vivencias es maquiavélico, manipulador y cruel. Así funciona la transfobia. Y también el racismo, el especismo, el machismo, el capacitismo y el clasismo. En todos los casos, una oligarquía sociocultural categoriza, define y otorga un lugar concreto al resto social. Siempre al margen de sus necesidades y derechos. Consigue así designar pequeños grupos de control de individualidades. El viejo y venenoso término de “minoría” nos mantiene alejadas del poder y nos imbuye indefensión aprendida. El psicólogo Joshua Green desarrolla el concepto moral tribes para visualizar esta ordenación: los diferentes grupos comparten un sistema moral común que tenderán a globalizar, rechazando agresivamente el ajeno (reduccionismo kantiano) para no perder su filiación y reforzar su pertenencia. Nosotras versus ellas, en vez de buscar de un bien común irreprochable y en crecimiento (meta-moral), como es la búsqueda de la felicidad colectiva. Y esta perversidad del constructo social es muy palpable en redes, donde es más imparable y muy dañina, sobre todo para personas jóvenes o sin una red afectiva sólida.
Es por esta masa informe de aspereza y hostilidad digital que deberíamos mantener un perfil bajo, que no inactivo, en las telarañas. Elijamos no ser trofeo en esta miserable caza de rojos, maricones, trans* y feministas. Tomemos la decisión de abrazar el valor combativo en la vida real. Hagamos acopio de likes, retuits y favs en nuestra cotidianidad y junto a las personas a las que podamos sostener. Seamos valiosas para las otras sin testigos ni parabienes. No permitas que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha. Recordemos que ya lo hicimos antes, que sabemos hacerlo. Como comunidad podemos crear iniciativas auténticas que transformen las estructuras tóxicas más cercanas. Somos capaces de revertir situaciones de soledad o desamparo y luchar juntas contra las opresiones que se nos permitan detectar y acompañar. Tender la mano y no el tuit. Aunque de vez en cuando nos asomemos a ese infierno para decir basta, o compartir un poco de esperanza, ternura o intimidad con aquellas que nos merecen. Porque así lo determinemos, sin juicios ni obligaciones.
Epicuro nombraba a esta actitud “vivir oculto”, ser más y parecer menos. Actuar como un ninja velado para aumentar la eficacia de la defensa. Huir de la ira, del dolor y del canibalismo de los medios virtuales, de la tiranía proyectada y de la polarización de discursos. Cuando un tema no nos atraviese o lo desconozcamos, la respuesta es silencio acompañado de escucha activa. Busquemos información contrastada y apoyemos o difundamos solo si es útil o sirve de altavoz. Y no ocupemos espacio, si es oportuno ya caminaremos al lado. Se trata de evitar el sufrimiento, los enfrentamientos huecos o infértiles. No responder a provocaciones ni a amenazas. No nombrar ni compartir publicaciones para no darles relevancia en el algoritmo y así disminuir su visibilidad. No amplifiquemos sus hashtags. Contra el hostigamiento, interacción cero, piedra gris. Evitemos desgastarnos con aquellos que no quieren escucharnos ni van a ceder un milímetro por pura necedad. Hay que desoír el chantaje: conmigo o contra mí, defínete y (nos) pertenecerás. Cordón sanitario a la vida trolleada, alimento de bots y negocio de plataformas.
El espacio virtual no es un buen escenario para tomar decisiones políticas basadas en el consenso. No permite resolver conflictos que involucren temas personales, ni favorece la argumentación serena sobre temas relevantes. Prioricemos nuestra salud informativa, discursiva, emocional. Practiquemos el SDBA: Silenciar, Denunciar, Bloquear, Apagar. En suma, aprovechemos que no hay ruido arácnido en la telaraña para reforzar complicidades, favoreciendo el sentido del humor, la autocrítica y la escucha activa. Pongamos entre todas los cimientos para construir algo nuevo, lejos del ruido. Y tomemos hoy ese café que tanta belleza y conocimiento puede traernos, para que no quede eternamente pendiente.
[1] “Vosotros que entráis, abandonad toda esperanza”. La Divina Comedia, Dante Alighieri (s.XIV)[2] Op. Cit. Infierno, Canto III.
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