Periodismo situado y otros aprendizajes colectivos
Celebro el décimo aniversario de Pikara Magazine publicando en formato libro una colección de mis reportajes y entrevistas, especialmente aquellos que plantean debates feministas incómodos o visibilizan a referentes contrahegemónicos. Os comparto el epílogo, a modo de autobiografía periodística.
La editora ya tenía la maqueta preparada cuando empecé a leer Como vaya yo y lo encuentre. Feminismo andaluz y otras prendas que no veías. Mar Gallego abre su libro con una contextualización autobiográfica en la que explica las crisis y los aprendizajes que le han llevado de ser una trabajadora del grupo Prisa a iniciar por libre un camino periodístico basado en cuestionar las formas de hacer y de contar. Eso incluye contar su historia para explicar por qué escribe ese libro. Me ha animado a hacer otro tanto, a contar algunas cosas del camino recorrido, porque creo que no es un lugar común sino una verdad como un piano que el proceso es tan importante como el resultado.
Mar cita a una pensadora feminista de referencia, Donna Haraway, y su noción de “pensamiento situado”, es decir, la pertinencia de explicitar el contexto en la producción académica para huir del universalismo. Yo no he leído a Haraway, pero cuando estaba en segundo de Periodismo tuve la suerte de poder ir a una presentación del periódico Diagonal en mi universidad. Este medio alternativo tomó prestado ese concepto y definió su apuesta editorial como “periodismo situado”. Lo explicaban así en su web: “No pretendemos que exista el periodismo objetivo y equidistante, sino que tomamos posición ante lo que contamos y tratamos de explicar de manera honesta qué vemos y por qué lo estamos mirando. Nuestra agenda va unida a la de los movimientos sociales con los que caminamos. Pensamos que la mejor manera de contribuir a ellos es ofrecer un periodismo riguroso y veraz”.
Diagonal influyó mucho en mi forma de entender y practicar el periodismo, así como en el proceso de montar Pikara Magazine; nos inspiramos en sus secciones, tomamos como referencia (citándoles, claro) su política de publicidad y seguimos su ejemplo decidiendo en un momento dado pasar de un organigrama jerárquico a una coordinación colectiva (sí, hace años que no soy directora de Pikara). Nos sentíamos tan cómplices que en 2016 escenificamos una boda entre Diagonal y Pikara en Lavapiés, con unas novias vestidas de marciana y de pollo. Pronto nos quedamos viudas, porque Diagonal se refundó junto con otros medios como El Salto, con el que Pikara sigue colaborando. Por los criterios de selección de textos, en este libro solo hay dos contenidos publicados en las páginas de Pikara en El Salto en papel, pero tengo mucho cariño a mis colaboraciones con Diagonal. Fue el primer medio en el que publiqué, cuando todavía era estudiante, y en el que alojé uno de mis blogs, y sigo siendo orgullosa socia de El Salto.
Me gustaría contaros cómo llegué a practicar un periodismo feminista, antirracista y LGTBI, y también mencionar algunas intrahistorias de los reportajes, porque una de las lecciones del feminismo es precisamente poner en valor la producción colectiva del pensamiento. Como dice Justa Montero en su entrevista, el feminismo no es una suma de individualidades. De la misma manera que el arte feminista cuestiona el arquetipo del artista solitario que crea inspirado solo por sus musas, en el periodismo son muchas las personas que intervienen en que a una se le ocurran un tema, un enfoque, unas fuentes.
De niña y adolescente tuve un contexto propicio para crecer como protofeminista. Tuve un madre y un padre progres que no respondían a roles de género tradicionales, una profesora en el instituto que daba clases de latín con perspectiva feminista (os lo juro), y tuve la suerte de leer (eskerrik asko, Karmele) la Guía para chicas de María José Urruzola —una feminista vasca experta en coeducación que sufrió campañas de desprestigio por parte de sectores conservadores porque en esa publicación de 1992 explicaba a las niñas y jóvenes cómo enfrentarse a las agresiones sexistas, las animaba a aceptar sus cuerpos y explorar su sexualidad y sus afectos—.
Aún así, mi vinculación con el feminismo fue algo tardía. Fui sola a mi primera manifestación del 8 de marzo, con unos veinte años. Vi a esas mujeres gritar “Abajo las Barbies, arriba Barriguitas” y quise ser una de ellas. Tres caminos paralelos me llevaron al movimiento feminista y los tres son clave en mi desarrollo como periodista también.
Cuando terminé la carrera, en 2006, mi profesora Lucía Martínez Odriozola me animó a montar un blog. Seguí su consejo, lo llamé Puntos suspensivos y en él canalicé mis inquietudes sociales y políticas: antirracistas, ecologistas, antitaurinas… y también feministas. El blog me sirvió para curtirme como articulista pero también para conocer virtualmente a otras feministas vascas, incluido un emocionante reencuentro con Make Irigoien, mi profesora de Latín, que luego fue una de las primeras socias de Pikara Magazine. A través de los blogs conocí a colectivos y autoras queer como Medeak e Itziar Ziga, que me marcaron mucho durante unos años. De ahí surgió mi interés hacia las identidades trans y los cuerpos intersexuales o el acercamiento al posporno, que están presentes en este libro.
Lucía también me invitó a participar en la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género y después fundamos juntas la red vasca, Kazetarion Berdinsarea, en la que se gestó Pikara. Ese fue el segundo camino. Aprendimos de las compañeras mexicanas, catalanas, argentinas y suecas (sobre todo), en una época en la que el feminismo no solo no estaba de moda sino que su desprestigio nos llevaba a emplear el eufemismo “visión de género” pensando que así llegaríamos a más gente. En la RIPVG, por cierto, conocí a referentes como Juana Gallego o Nuria Varela y a compañeras de mi quinta como Ana Requena Aguilar, la primera redactora jefa de género de un medio de comunicación español, eldiario.es.
Mi primer trabajo regular como periodista fue en la edición del País Vasco del diario El País. Entré para escribir una página semanal sobre universidad y ciencias, pero poco a poco fui proponiendo más temas: mis preferidos eran los que tenían que ver con género y migraciones. Escribí sobre trabajadoras del hogar migradas, sobre hombres transexuales (muy invisibles en ese momento), cubrí las Jornadas Feministas de Euskal Herria de 2008 (las primeras en las que participé también como militante), entrevisté a Annie Sprinkle, la precursora del posporno, realicé un reportaje sobre los grupos de hombres por la igualdad…
Con motivo de una campaña electoral, propuse un reportaje en el que distintas organizaciones sociales —feministas, antirracistas y ecologistas— planteaban sus reivindicaciones políticas. En ese momento yo tenía claro que quería militar en algún movimiento social pero me sentía sola y perdida. La entrevista con SOS Racismo-Bizkaia fue en persona, en su local, y me encantó el discurso de Diego Jauregi, uno de sus liberados entonces. Así que me animé a ir a sus asambleas y ahí conocí a varias integrantes con las que montamos una comisión feminista. Creo que haber llegado al feminismo de esta forma indirecta fue determinante para que mi mirada no se limitase a las realidades de las mujeres autóctonas y blancas. Mis primeras lecturas feministas fueron Angela Davis y María Galindo, no Simone de Beauvoir y Amelia Valcárcel.
Cuando empezaron los recortes de personal en El País y nos cerraron el grifo a las colaboradoras fijas, rompí la relación laboral con el periódico y trabajé dos años como liberada en SOS Racismo-Bizkaia. En ese periodo empecé a colaborar con revistas feministas que estaban mucho antes que Pikara. En mis currículos breves rara vez las menciono y sin embargo fueron espacios de formación y desarrollo como periodista feminista fundamentales para mí: Revista Emakunde (editada por el instituto vasco de la mujer, Emakunde), Emeki (editada por el área de igualdad de Getxo) y Frida. El reportaje “Yo quería sexo pero no así” nace de uno anterior sobre violencia sexual que escribí para Emeki.
Así que, como le ocurrió a Mar, en mi caso también la doble crisis en los medios de comunicación fue una oportunidad para iniciar un camino periodístico distinto. Soy de las que cree, aunque suene a autoayuda barata, que todo en la vida ocurre por algo, y me gusta mirar hacia atrás y ver cómo las piezas encajan. Disfrutaba de mi trabajo de comunicación en SOS Racismo pero echaba de menos dedicarme de lleno al periodismo. Le conté a Lucía (de nuevo Lucía, mi maestra, mi pepita grilla) esa añoranza y me dijo la frase con la que sembró la simiente de la que brotó Pikara: “¿Y por qué no montas tu propia publicación?”. En el momento me pareció un disparate, pero esa noche empecé a darle forma a la idea y unas horas o días después, no recuerdo, mandé un email a un puñado de amigas, colegas de profesión y blogueras a las que les dije lo siguiente:
“Yo estoy pensando en una revista digital abierta, transgresora e incluso un poco caótica. Llena de amigas, o sea de vosotras, que aportéis lo que os apetezca. En principio me gustaría hablar de lo que tiene que ver con sociedad y cultura contemporánea, pero siempre con mirada de género y buscando un equilibrio entre temas ligeritos y resultones con reportajes en profundidad, hechos con sosiego. (…) En el peor de los casos, si antes tenía un blog, ahora tendría algo más elaborado en lo que escribir de lo que quiera, con vuestra participación y que me sirva también como escaparate de otros proyectos. No supone mucha más inversión que tiempo e ilusión, y no tengo grandes expectativas”.
Fueron muchas las que se ilusionaron y fuimos cuatro (Lucía, Itziar, Maite y yo) las que pusimos algo menos de 4.000 euros, con los que pagamos el diseño web y las primeras colaboraciones. En seguida aparecieron, a través de amigas en común, algunas de las compañeras que llevan el peso del proyecto en la actualidad. Como Andrea Momoitio, que se convirtió en mi comadre, con su ojo crítico y una energía desmedida para dar forma a hitos en la historia de Pikara Magazine, como el paso de distribuir directamente la revista en papel, la mencionada boda con Diagonal o las retransmisiones de las campanadas en Nochevieja. Otra de las coordinadoras actuales, Mª Ángeles Fernández, fue también de las primeras colaboradoras, a la que le debemos haber introducido en nuestra agenda temas tan vitales (aunque no sean virales) como la soberanía alimentaria, la defensa del territorio o los derechos de las agricultoras y ganaderas.
Pikara Magazine es, diez años después, un medio con una redacción física, una plantilla de seis trabajadoras, una red maravillosa de colaboradoras y más de dos mil suscriptoras. Pikara es mi hija pero también ha sido mi escuela y una plataforma. A través de ella es que me han conocido editores y editoras de otros medios con los que he colaborado, como eldiario.es, Argia, Altaïr Magazine, Crític, Revista 5W, Frontera D… Pero, además, pronto nos empezaron a invitar a un sinfín de eventos y de proyectos en los que nos formamos más y más, y en los que conocí, por cierto, a varias de las protagonistas de 10 ingobernables. Y ya puestas a contarlo todo, también a Susanna Martín, mi compañera de vida.
Durante estos diez años me ha frustrado que el ingente trabajo de coordinar una revista, sumado a los trabajos de formación y consultoría que asumíamos para sostener una estructura que iba creciendo, apenas me dejase tiempo para escribir. Sin embargo, lo cierto es que varias de las entrevistas que incluyen este libro se realizaron con público dentro de la programación de jornadas organizadas por ayuntamientos o asociaciones.
Las trepidantes y agotadoras giras para presentar Pikara Magazine por toda la península ibérica y más allá, en librerías, bares, okupas y plazas, también nos quitó tiempo para escribir y editar pero nos brindó la oportunidad de poner cara a lectoras y escuchar también sus críticas. Un reproche recurrente era el de las mujeres mayores, porque entonces definíamos Pikara Magazine como una revista joven y, aunque nos leían, no encontraban temas que conectasen con sus experiencias vitales actuales. Así fue cuando empecé a pensar en escribir sobre la menopausia. Otras veces he canalizado mis propias inquietudes y vivencias en forma de reportajes, como es el caso del dedicado a la reproducción asistida.
Mar Gallego señala en su libro la importancia de los silencios, y también quería citar aquí algunos que pesan en este libro. Por un lado, no he incluido nada de periodismo internacional ni de feminismo latinoamericano, porque casi todo lo escrito desde Cuba y Centroamérica está presente de alguna manera en 10 ingobernables. De la misma forma que una gesta y pare periodismo, a veces también hay abortos, y en algunos casos éstos se viven con culpa. Paula Vilella y yo dedicamos muchas horas a un reportaje sobre los clientes de la prostitución. Era muy interesante pero en algún punto me bloqueé, se me hizo bola, y un error informático en el que perdí mi parte hizo el resto. Mis compañeras todavía me toman el pelo con ese reportaje que flota en el limbo. Me sabe fatal, así que lo mismo que escribo agradecimientos, también quiero escribir esta disculpa. Por otro lado, los temas que incluye este libro no se corresponden del todo con la agenda feminista que para mí es importante, ya que hay cuestiones como la atención a la de dependencia o la soberanía alimentaria, por citar dos temas que me mueven ahora mismo, que han trabajado otras compañeras.
En estos diez años de periodismo feminista han ocurrido muchas cosas, empezando por que ya no usamos eufemismos porque en 2020 hasta los grandes medios patriarcales lanzan secciones y proyectos dedicados al feminismo con mayúsculas. Otro cambio desconcertante es que hemos pasado de los desvelos por ataques de machistas organizados que intentaban tumbarnos la web a que nos angustien más los ataques de feministas que discrepan con algunos de nuestros contenidos o con la línea editorial que nos atribuyen. Pikara nació presentándose como un espacio para el encuentro y el debate entre feministas diversas, pero de alguna manera terminaron posicionándonos quienes necesitan atrincherarse en sus dogmas.
Es importante hablar de los procesos porque, sobre todo en estos primeros años de improvisación y caos, gran parte de los contenidos publicados en Pikara y de los escritos por mí, así como de los no publicados ni escritos, se explican más por razones coyunturales que por decisiones editoriales. La entrevista por la que hemos sido más atacadas ha sido la de Amarna Miller, incluidas acusaciones imperdonables de promover la explotación sexual de mujeres. Esa entrevista surgió sin buscarla, porque Miller me quiso entrevistar para Vice por 10 ingobernables y me pareció que tenía sentido entrevistarla yo también por su innegable interés mediático y mi curiosidad, que es uno de mis motores como periodista. La incluyo en este libro precisamente por el revuelo que causó y porque me parece una buena entrevista. Sí que son referentes para mí Dolores Juliano, Cony Carranza y Justa Montero, así como otras tantas que espero poder entrevistar durante los próximos años ahora que me he salido de la vorágine pikara.
Recomiendo la “Carta a las lectoras de Pikara Magazine” que escribió entonces Andrea Momoitio, en la que advirtió: “No confiéis en ningún medio de comunicación con el que estéis siempre completamente de acuerdo porque será un panfleto disfrazado de periodismo”.
Me apenan las guerras entre feministas, que no son algo nuevo pero sí algo propiciado y hecho muy público debido a las dinámicas de las redes sociales. Personalmente, no dejaré de poner en valor que Pikara fue fundada y sigue siendo sostenida por mujeres con posiciones muy dispares en cuanto a debates históricos como la prostitución pero también en cuanto a ideologías políticas o sentimientos de pertenencia nacional.
Solemos guardar como oro en paño los comentarios que nos dejan las amigas de Pikara Magazine y que son una caricia cuando los ataques o nuestros propios cuestionamientos hacen mella. Uno que siempre recuerdo decía algo así como que Pikara es para ella un medio al que recurre para reafirmarse pero que al mismo tiempo la saca de su zona de confort. Ese es otro rasgo que creo que surgió sobre la marcha y del que me enorgullezco: ser un medio que a veces escuece, también a nosotras mismas, albergar discursos incómodos e impopulares, aunque a veces suponga perder seguidoras y suscriptoras. Algunas se enfadaron con nosotras en 2011 por publicar los discursos antimaternales de Beatriz Gimeno —su recordado “Estoy en contra de la lactancia materna” fue el primero con el que subió el pan— y otras se enfadaron con nosotras en 2019 por publicar un podcast a favor de los partos sin intervención médica.
El título de este libro responde a una frase recurrente en nuestra redacción cuando nos disponemos a abordar algún debate peliagudo: “Qué, ¿abrimos el melón?”. Otro de los aprendizajes de estos años es la humildad, porque ese melón que nos parece tan novedoso casi siempre lo abrieron otras antes. Recuerdo lo osadas que nos sentimos por publicar en 2013 un especial sobre violencia entre lesbianas y la cara que se nos quedó cuando supimos que ese era un tema muy presente en las revistas de lesbianas feministas en los años ochenta y noventa. Fue una buena lección para comprender la importancia de poner en valor la producción colectiva de pensamiento y la transmisión de conocimientos entre feministas de distintas edades y lugares.
Cerramos 2019 organizando unas jornadas de periodismo feminista para hablar con compañeras de otros medios hermanos sobre retos como la memoria, la sostenibilidad económica o el desconcierto ante esto de que el feminismo sea tendencia. Yo salía de cuentas la semana siguiente y bromeábamos con lo que molaría que rompiera aguas en plena mesa redonda. En 2020, aprovechando una excedencia de maternidad, he soltado a la hija mayor para dedicarme a la pequeña y a escribir más, también para Pikara, claro. Está siendo curioso para mí leer sus actualizaciones semanales como una lectora más, desde fuera, sin conocer muchos de los procesos e intrahistorias detrás de cada contenido.
Esta semana mis compañeras han publicado en Facebook este comentario de una lectora: “Cuando os conocí con veintipocos yo no sabía ponerle nombre a aquello que me indignaba y que me parecía injusto. Ahora que tengo 30 siento que he crecido gracias a vosotras”. Me emociona porque hemos crecido juntas, porque yo puedo decir lo mismo. He crecido gracias a tantas y tantas compañeras que es imposible nombrar a todas en los agradecimientos.
¡Larga vida al periodismo feminista y larga vida a Pikara!