Conquistar la vejez

Conquistar la vejez

Debemos ser capaces de proporcionar y proporcionarnos otras maneras de ancianidad, porque la muerte y el envejecimiento son, sobre todo, una cuestión de género. No basta con vivir diferente, hay que envejecer y también morir de otra manera.

Texto: Diana Eguía
30/09/2020
Ilustración: Zuriñe Burgoa.

Ilustración: Zuriñe Burgoa

Los intentos de las feministas de los 60 y 70 por vivir de otra manera son hoy posibilidades asentadas y estables en la sociedad: divorcio, madres solas, mujeres sin hijos, parejas del mismo sexo. Sin embargo, en cuanto a estilos de vida para la vejez, lo personal no se ha convertido en político. ¿Por qué ellas, las nacidas en torno a los años 40, no han envejecido de otra manera a pesar de que lucharon tanto por vivir una juventud distinta? O, dicho de otra manera, ¿por qué nuestras abuelas feministas están muriendo en residencias neoliberales?

Fue durante los años 70 del siglo XX cuando el movimiento feminista se consolidó en los imaginarios como algo propio de una generación de mujeres jóvenes. Algunas autoras, como Valerie C. Saiving, llegaron a preguntarse dentro del clásico Nuestros cuerpos, nuestras vidas, publicado en 1970, por qué el feminismo era un movimiento por y para gente joven. Roberta Rubenstein, 2001, planteaba otra cuestión: “¿Acaso el movimiento que empoderó a toda una generación de mujeres permanece como algo sólo para jóvenes?” Todos los feminismos coinciden en hacer notar que cumplir años es un factor de precarización para la vida de todas las mujeres y personas con identidades no binarias. No solo envejecer, también cuidar. Cuando una mujer cuida de otras personas, ancianas o niñas, pone en peligro su futuro, porque la mayoría de los sistemas de seguridad social públicos se calculan en función de los años de trabajo capitalista.

Se ha prestado escasa atención hasta hoy a cómo la sociedad patriarcal ha moldeado el trabajo concreto con la enfermedad y la muerte de las mujeres, así como con su propio envejecimiento. Al tiempo, se ha canonizado como universal y estático cualquier pensamiento de varón sobre el final de la vida: desde Cicerón a Derrida pasando por el Marqués de Santillana o Heidegger. No ha sido hasta el ecofeminismo —entendido como el movimiento que conecta el feminismo con las luchas postcoloniales, ecologistas, de raza y de clase— cuando las trabajadoras de cuidados y las mujeres ancianas han reclamado su lugar en el discurso hegemónico. Algunas de las protagonistas de la Segunda y Tercera Ola han repensado su propia lucha desde la posición de ancianidad. En este camino destaca por su aportación Lynne Segal, australiana nacida en 1944 y afincada en Londres desde los 70, con dos obras: Making Trouble: Life and Politics (2007) y Out of time. The Pleasures and Perils of Ageing (2013). Recurrentemente propongo a distintas editoriales traducir sus libros infructuosamente. En una ocasión, un editor me comentó que, aunque los títulos eran buenos, la muerte no traía beneficios. Sin embargo, la muerte es uno de los grandes temas universales, por tanto, quizá lo que trataba de decirme es que lo que no da dinero es la muerte de las mujeres.

En Out of time, Segal expone la paradoja frente a la que se han encontrado muchas de sus compañeras de generación. Pese a haber clamado con vehemencia durante su juventud contra los lazos familiares que nos confinan en una estructura injusta y cruel, la necesidad de cuidar o ser cuidadas, al convertirse ellas mismas o sus seres queridos en dependientes, las ha obligado a reconsiderar cómo trazar y mantener lazos entre individuos al final de la vida sin renunciar a su militancia feminista. En Making trouble, Segal declara: “Los intentos que una vez hicieron algunas feministas para vivir de otra manera, buscando otros caminos de intimidad doméstica, apenas han sobrevivido el paso del tiempo”. Aquí, cuenta la historia de Vivian Gornick, que convocó a una reunión a sus antiguas amigas feministas en Manhattan para discutir alternativas de futuro una vez que habían alcanzado la vejez. A pesar de las múltiples diferencias entre ellas, todas estuvieron de acuerdo en que el aislamiento era su mayor temor. Así nació THEA (The House of Elder Artists), el bloque de apartamentos autogestionado donde artistas y activistas pueden mudarse con el fin de compartir su madurez como una vez compartieron su juventud.

Quizá las amigas malagueñas que inauguraron el primer cohousing de jubiladas en el Estado español no pasaron su juventud con la sofisticación neoyorkina de Gornick, pero el mismo deseo de vida cooperativa les llevó a fundar el Residencial Santa Clara, en el barrio de la Victoria, hace treinta años. Hoy no son un caso aislado, pero estamos lejos de haber afianzado una opción accesible al negocio del envejecimiento neoliberal, el modelo tecno-médico capitalista y la privatización de la atención a mayores. La crisis de cuidados provocada por el coronavirus y el escándalo de las condiciones de vida en residencias han puesto de manifiesto la necesidad de que las alternativas feministas al envejecimiento y la muerte dejen de ser minoritarias.

Debemos ser capaces de proporcionar y proporcionarnos otras maneras de ancianidad porque la muerte y el envejecimiento son, sobre todo, una cuestión de género. Por un lado, las mujeres viven estadísticamente más que los hombres; por otro, los cuidados de las personas ancianas y enfermas están en su mayoría feminizados y precarizados. Así como nuestras abuelas normalizaron, entre otras muchas luchas, la equiparación salarial o el divorcio, nosotres les debemos el apoyo, la visibilidad y la búsqueda de recursos necesarias para la autogestión feminista de la vejez. No basta con vivir diferente, hay que envejecer y también morir de otra manera. Personalmente, me considero aún una mujer relativamente joven (37 años) con buena salud y, por circunstancias, rodeada de niños, niñas y adolescentes. La ancianidad no me da miedo ni repulsión. El arquetipo de la mujer anciana con todo su desprecio histórico (pienso, por ejemplo, en los innumerables insultos hacia la vieja en el imaginario barroco) me atrae como fuente de sabiduría y poder. Una vez una amiga me dijo que lo mejor que le había pasado en la vida había sido cumplir años. Aunque parece una reflexión obvia, casi una constatación del seguimiento de la vida, su forma de expresarlo fue una invitación a honrar el envejecimiento. No es fácil anclar cada cumpleaños en el asidero adecuado, que en el caso de mi amiga era el feminismo, la consciencia de los límites de la vida y la generosidad. Con ella y con amigas como ella es con quien deseo compartir mi vejez como estoy compartiendo mi madurez.


No te marches, que tenemos más cosas para ti:

 

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