Desobediencia, de nombre Antígona
Antígona es un clásico que aúna la voz de muchas mujeres reclamando la justicia robada. En el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida se inauguró un montaje dirigido por David Gaitán.
Siempre es pertinente evocar a Antígona. Aunque este año ya traía detrás la tragedia. Y el verano asomaba con el mismo olor. Menos mal que los personajes lidian bien con todo tipo de situaciones. Y eso que el regreso parecía complejo. Qué difícil ensayar, actuar, con la incertidumbre en el costado, manteniendo las distancias, reprimiendo el contacto físico e intentando tener a raya los afectos que emanan del cuerpo. No es posible. El teatro siempre se impone. Porque es cuerpo en escena, emoción, presencia. Vida en movimiento.
Antígona inauguró el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Irene Arcos, Fernando Cayo, Clara Sanchís, Isabel Moreno, Elías González y Jorge Mayor fue el elenco elegido. Algunas caras más televisivas y comerciales, otras trayectorias vinculadas al teatro, algún debut. En su bienvenida contó con el rey y con la reina. Y no me refiero a personajes de la puesta en escena sino a las figuras reales. Felipe y Letizia asistieron al estreno de una obra en la que, entre otras cuestiones, se habla de democracia, se cuestiona la monarquía, se evidencia la insensatez del poder de Creonte. Y en un momento tan crítico para la monarquía española, que un personaje diga “Ser rey es rechazar ser humano”, delante del rey, de entrada, emana interés.
Para hablar de Antígona conviene resumir lo que nos cuenta la mitología griega, que Sófocles recogió allá por el 400 a. C . Antígona es hija del matrimonio formado por Yocasta y Edipo (rey de Tebas, hijo de Yocasta sin saberlo). Estuvo junto a su padre en el exilio y regresó a Tebas cuando él murió. Es hermana de Ismene, Eteocles y Polinices. Estos dos se enfrentan el uno contra el otro por el trono de Tebas (las luchas masculinas por el poder vienen de lejos). Ambos mueren pero Creonte, proclamado rey de Tebas, rinde honores a Eteocles mientras que ordena que el cuerpo de Polinices permanezca insepulto. El objetivo de Antígona es enterrar a su hermano. Que su cuerpo esté donde merece y su alma, en reposo. Pero Creonte no está dispuesto. Y estos dos impulsos que parecen tan sencillos se proyectan en dos fuerzas antagonistas que encarnan contradicciones muy vigentes. Dos fuerzas que beben de ideologías, valores y convicciones inyectadas en voraces argumentos. Porque si hay algo que destaca en esta versión es eso: una dialéctica impecable, el tránsito permanente a través del lenguaje hacia lugares más habitables y luminosos, cuerpos enfundados en su oratoria insólita.
En Antígona hay grietas y herida. Hay dudas, aunque Antígona no se plantee en ningún momento hacer algo distinto a lo que pretende desde el inicio. El cuerpo de su hermano la está llamando desde el espacio informe y está reclamando que continúe. Y ante esto se sugieren los dilemas morales: ¿Hay que acatar una ley, sabiendo que es injusta, solo porque es ley? Quizá el problema en sí no sea cumplirla o no, ser o no una ciudadana ‘correcta’, sino las consecuencias de la decisión tomada. Saber que el propio cuerpo corre peligro. Saber que la supervivencia está en juego. Y, pese a todo, hacer lo que se considera éticamente acertado. Esa es la grandeza de Antígona. O una de ellas.
Un vestuario sencillo y atractivo, acordes eléctricos en los cambios de escena y algo de rap en boca de la protagonista, guiños de humor a situaciones políticas de actualidad. En esta versión contemporánea de Antígona se subvierte el sentido inicial del mito para alejarlo de esa confrontación entre lo divino y lo humano y estrecharlo entre el poder y sus fisuras. El director y dramaturgo de la obra, el mexicano David Gaitán, ya puso en pie esta obra en su país natal tras la desaparición forzada de 43 estudiantes en Ayotzinapa (México) por parte del Gobierno en 2014 tras una cruda represión policial, a la que después se sumó la desaparición de otros cientos de cuerpos más. Y ya sabemos lo que ‘desaparición forzada’ quiere decir. Igual que el impulso vital de Antígona con Eurídice, entonces muchas familias buscaban los cuerpos de sus seres queridos para hallarlos con vida o enterrarlos.
Antígona también representa eso: la lucha por la reparación, la vuelta de la carne al lugar que le corresponde, a un lugar con nombre. Porque ella tiene delante el cuerpo de su hermano y no puede hacer algo distinto a lo que hace. No puede, de ninguna manera, permitir una acción o, mejor dicho, una inacción que lleve al cuerpo de Polinices a convertirse en alimento de aves carroñeras.
La democracia, cómo se ejerce el poder, la desobediencia, la desinformación como estrategia en esta forma de gobierno, la popularidad que respalda discursos de odio o la lucha por la libertad dialogan a lo largo de esta creación. En algo menos de dos horas, varios personajes desfilan, cada cual con su perspectiva. Antígona es un animal salvaje, la sangre cayendo en cascada y bullendo hacia lo que quiere. Antígona transgrede la ley de la época. “No voy a pedir permiso por dar dignidad a mi familia”, le dice a su hermana. Y termina enterrando a su hermano, sabiendo lo que le supondrá. Rechazando, incluso, la posibilidad de retractarse que le ofrece Creonte. “¿Sabías del castigo para quien enterrara a Policines?”. “Sí”. No quiere mentir. No tiene por qué mentir. No tolera el despotismo de Creonte y ha desobedecido. Aunque le cueste la vida no cambiará las motivaciones de su decisión. ¿Romanticismo exacerbado? ¿Tozudez máxima y desadaptativa? Podemos definirlo de mil maneras, pero ninguna de ellas deja atrás su oposición al poder y la apertura de nuevos caminos.
Ismene, su hermana, es más práctica y quiere quitarle el peso político a la disyuntiva. “¿Por Polinices? Un tipo ciego por el trono, a cargo de un ejército que nos habría violado en caso de encontrarnos”. Pero enseguida propone que ambas se hagan cargo. En realidad, esconde el miedo a que Antígona no cambie de decisión. Hemón, futuro marido de Antígona, que se mantiene al margen hasta que demuestra su apoyo con fervor. El guardia que custodia el cadáver de Polinices para que no se le entierre y que aporta sus matices cómicos. Sabiduría, una ciudadana de Tebas que propone debatir el caso y abordar la complejidad de lo que ocurre basándose en los derechos civiles.
Y, por supuesto, Creonte y su discurso: “La convivencia es un club al que solo pueden entrar unos pocos, los que piensan de un modo; si alguien piensa de forma diferente empieza a generar problemas y entonces sí, hay que separarle del club y, si es necesario, de la vida. La limpieza es necesaria”. Creonte puede decir lo que quiera porque es el rey de Tebas y la muestra más clara de que el poder no tiene por qué ostentar los mejores argumentos. Su cuerpo no los necesita, al menos hasta cierto momento. Frente a Antígona, por momentos su discurso es irrisorio, de hecho hasta hace saltar carcajadas. Es la esencia de un capullo poderoso. Con su trono deslizable recorre con soltura la pasarela en la que transcurre la acción, siempre empujado por su guardia. La interpretación de Creonte es muy potente y se agradece contemplar un cuerpo no normativo entre el elenco. Aunque habría sido aún más simbólico y enriquecedor que la complexión de la propia Antígona fuera más voluminosa. Enriquecedor y subversivo. Un añadido de desobediencia y un mayor refuerzo de su papel como mujer reivindicativa que es.
Y el coro, ese coro griego que aparece al final y que no es más que el pueblo condenando su decisión y lapidando a Creonte, desplomado junto a Antígona. Decenas de voces surgidas entre el público, decenas de cuerpos que se levantan al unísono y reclaman justicia. Ojalá hubieran aparecido en plena lucha de Antígona y esa alianza la hubiera salvado. Ese habría sido mi final perfecto, la verdad. Pero el mito es el mito.
Y es que ya lo dijo Bertolt Brecht, quien también escribió su propia versión de esta tragedia: “Antígona es la historia de una revolucionaria feminista ante un tirano”. Y tiene razón. Pero Antígona aúna también la voz de tantas mujeres clamando una nueva estructura. Madres, hermanas y esposas pidiendo con fuerza desmedida la justicia robada, un reconocimiento y entierro limpio para todos los cuerpos que no están donde tienen que estar, cuerpos dispersos en rincones, cunetas, campos de todo el Estado. De todo el mundo.
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