“Los que publican en editoriales respetadas no son tan diferentes de los que te sueltan guarradas por la calle”
Luna Miguel es una mujer apegada a las letras. Lleva muchos años escribiendo en redes (sociales) y creando redes (colegas, amigas, lectoras y lectores) por ellas. Aquí reflexiona sobre literatura, maternidad y crianza. Y sobre redes.
Luna Miguel es escritora y lectora como si una cosa fuera exactamente lo mismo que la otra. Juega con las palabras como su hijo Ulises lo hace con sus cuentos. Es una buscadora de historias, de personajes de ficción, de mujeres ficcionadas, de mujeres que ficcionan. Luna Miguel es una mujer apegada a las letras. Lleva muchos años escribiendo en redes (sociales) y creando redes (colegas, amigas, lectoras y lectores) por ellas. Desde muy joven ha tenido espacios en los medios (prensa/editoriales) que ha aprovechado para difundir su amor por la poesía, las novelas y, sobre todo, por las mujeres escritoras. Tiene un ejército de fans. Tiene una vida 2.0 muy activa.
Lo del feminismo y lo de los libros, ¿te vino de pronto o ha sido un proceso lento?
El feminismo llegó tarde. Si yo hubiese sido una adolescente ahora, en 2020, formaría parte de mi vocabulario diario. Pero en 2005, cuando tenía 14 años, la palabra feminismo todavía no era mainstream (ríe). Fue más adelante cuando empecé a leer libros de editoriales independientes, a darme cuenta de que en mi biblioteca sobre todo había hombres, a fijarme en el modo en que ciertas personas del mundillo hablaban de las mujeres, o cómo las antologías de poetas mujeres siempre estaban un poco demonizadas, etc. Yo creo que fue a los 19 años cuando leí Teoría King Kong, que lo editó en aquella época la editorial Melusina, junto a otros libros de Itziar Ziga, de Gabriela Wiener… Y fue un poco a través de esta editorial como empecé a cambiar mi mirada y a leer de otra manera las autoras a las que ya había leído e incluso a interesarme por más mujeres que hombres.
Entonces dirías que se trata de una decisión política.
Sí, es una decisión política. Pero también una necesidad. Yo empecé a publicar pronto, a los 18 años, y de repente me di cuenta de las muchas violencias que se vertían sobre mi persona. Era una mujer joven que escribía, y menos mal que no había Twitter porque ya en los blogs era tremendo. Fue una decisión política y de justicia poética. También una decisión algo egoísta porque yo necesitaba referentes, necesitaba poner a más mujeres en el mapa, relacionarme con escritoras, y necesitaba saber de dónde y por qué venía toda esa violencia que de repente recibía mi cuerpo.
¿Y cómo llegas tú a los libros? ¿En qué momento se convierte en una forma de vida tanto leer como escribir y, más recientemente, editar?
Por mi familia. Mi padre es profe de instituto, de Lengua y Literatura; mi madre era historiadora y a los treinta y pocos años abrió una pequeña editorial en Almería. En mi familia se lee muchísimo. Yo no conocí bien a mis bisabuelos, pero por lo visto ellos también eran una familia con muchos libros en casa. Lo llevo en la sangre.
Cuentas en el Coloquio de las perras (Capitán Swing) que fuiste de expedición a la biblioteca de tus padres con el afán de buscar mujeres escritoras y ¿qué fue lo que pasó?
Me sorprendió que en una casa que siempre he recordado con una ligera sensación de igualdad, de apertura, en una casa de unos padres que yo consideraba progres y donde se leía tanto, hubiese una marcada ausencia de literatura escrita por mujeres. No deja de ser cierto que allí siempre encuentro joyas. Investigando sobre escritoras lesbianas del París de 1900, en esa misma biblioteca encontré una antología de cuentos lésbicos en el que estaban muchas de ellas. Por eso creo que es una biblioteca mágica, porque mis ojos dan con lo que estoy investigando fuera de ella.
Más allá de la ausencia de mujeres, tú que has leído muchísimo, tanto de literatura como cuestiones periodísticas, ¿cómo te diste de bruces con el patriarcado dentro de la literatura en sí?
El paternalismo es lo principal. Yo misma, como autora, voy a cumplir 30 el 6 de noviembre y estoy deseando hacerlo para ver si dejan de tratarme como “la joven escritora” o “la chica”. Las alusiones a nuestro aspecto físico son constantes. Por ejemplo, yo me pinto los labios de rojo y, cuando se habla de mi obra, hay constantes alusiones a mis labios, al carmín, a mi pelo largo. ¿Qué te importa el pelo largo? (ríe) Dentro de una saga de recuerdos terroríficos machistas hay uno que recuperé hace poco. Fui a un recital de Miriam Reyes, que es una poeta increíble, y antes de que ella llegase los presentadores empezaron a hablar de sus tetas y a hacer chistes sobre su físico. Yo tenía 13 o 14 años y pensaba: “Joder, vengo aquí a ver una poeta que me ha abierto un mundo, me ha fascinado y de la que estoy aprendiendo un montón y esta gente está hablando de sus tetas”.
¿Pero los intelectuales no eran gente elevada, de moral infranqueable, de modales exquisitos?
He pensado mucho sobre esos señores intelectuales que publicaban en editoriales grandes y respetadas y me he dado cuenta de que no son tan diferentes de los que te sueltan guarradas por la calle. María Sánchez, la autora de Tierra de mujeres, dice que ha vivido más machismo en la literatura que en el campo, y me parece que esta afirmación dice mucho. El mundo literario es tan machista o más que cualquier otro, solo que el escritor tiene la capacidad de disfrazarse bajo un aura intelectual, tras la que oculta malos comportamientos y basura mental, vendiéndolo todo como parte del arte.
En las creaciones literarias, ¿cómo hemos sido representadas las mujeres?
Citando a Marvel Moreno: “Los hombres no saben escribir a las mujeres”. Así, directamente. Marvel ha sido muy crítica por considerar que la literatura en español, y específicamente la considerada como literatura del Boom, solo representaba clichés absolutos. La representación de la mujer siempre ha sido una idealización del autor hombre que parte del desconocimiento. La mujer en la ficción no es una mujer real. Lo que quiero decir es que la mujer en la ficción es como los fantasmas o los extraterrestres (ríe). Es una invención del escritor macho que nos ha privado de la posibilidad de escuchar problemáticas y aspiraciones reales de mujeres a lo largo historia.
Habrá gente que nos cuente bien…
Obviamente, hay muchísimas excepciones, pero es algo que hemos heredado. Y por eso es tan importante que haya narrativas sobre la maternidad o sobre el deseo femenino, y por eso es tan revolucionario que en 2018 Eva Baltasar publique una novela como Permafrost, donde habla del deseo y el sexo lesbiano. Temas que parecen inéditos, ocultos en la literatura, pero no lo eran en la vida real. Estaban secuestrados por la voz macho.
¿Quién son estas perras de El coloquio de las perras?
Son doce autoras que escribieron en español durante el siglo XX y que son las grandes olvidadas del canon literario hispano. Algunas de ellas fueron piezas claves. Elena Garro fue la madre del realismo mágico, eternamente olvidada frente a un Gabriel García Márquez a quien consideramos el padre de la corriente. Son mujeres que sufrieron el maltrato físico y psicológico propio de las épocas y lugares en los que vivieron e incluso de los compañeros de generación con los que convivieron, y que a pesar de tantas dificultades escribieron muchísimo y muy bien, grandes obras que hoy en día son difíciles de encontrar. Por suerte eso está cambiando. Por ejemplo, acaba de salir en España una edición de Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro.
Lo primero que nos viene a la cabeza al hablar de Elena Garro es que era que mujer de Octavio Paz, con quien por cierto tenía una relación tormentosa. Mujer de. Siempre somos mujeres de. Además, ¿podríamos decir que se acostaba con el enemigo?
Me parece un caso parecido al de Sylvia Plath y Ted Hughes, como otras tantas escritoras con maridos escritores. Hay muchos tipos de matrimonios literarios, pero parece que el que más conocemos, o el que más nos ha llegado, es aquel en el que hay una sumisión total de la escritora hacia su marido escritor. Los laureados siempre son ellos, los premiados siempre son ellos, los visibles siempre son ellos. Ellas no solo tienen que hacerse hueco en una industria sexista, además han tenido la responsabilidad de llevar la casa de esos autores. Elena Garro es una de esas personas que detecta este dolor, no sé si tarde o pronto pero lo detecta, y consigue separarse de Octavio Paz, quien después le hizo la vida imposible.
¿Y tú qué tal llevas tu matrimonio literario?
(Ríe) Pues fíjate, he escrito mucho sobre este tema. De hecho, en enero saco un ensayito en Lumen que se titula Caliente, que trata de matrimonios literarios, de relaciones abiertas y de un montón de cosas más que me están obsesionando últimamente. Es un tema verdaderamente complejo porque, por mucho que mi pareja sea mi mejor amigo, por mucho que llevemos conviviendo más de una década, siempre está esa tensión sobre el peso de la obra de uno y de otro. Es inevitable que surjan pequeños celos, que surjan dudas, pero es muy bonito cuando esas dudas se solventan, esos pequeños celos se aplacan. Lo mejor de tener parejas que escriben es poder intercambiar pareceres, reescribirse los unos a los otros. Creo que un escritor no es un escritor solo, sino que lo es con todo el universo que lo rodea. Yo no existiría como escritora si no existieran antes mi padre, mi madre, mi abuela, mi hijo, mis parejas o mis amigos, ¿no? Para mí es un orgullo el modo en que la literatura de Antonio [J. Rodríguez] o la de Ernesto [Castro] o la de mis amigas escritoras nutren mi propia literatura.
¿Eres de las que cree, como Juan Goytisolo y Virginia Woolf, que el buen escritor es andrógino? ¿Escribiendo se puede apartar o aplacar el género? ¿Se puede olvidar la pluma si te sientes hombre o mujer?
Nunca he terminado de estar de acuerdo con ese planteamiento. Entiendo qué quieren señalar, pero creo que no es necesariamente cierto. Me gusta mucho Philip Roth y no puede ser más macho y más masculino (ríe), su escritura es la más chunga y a mí me encanta (ríe). O, por ejemplo, Sylvia Plath tiene unos detalles y unas temáticas muy femeninas, sobre todo en Tres mujeres, donde habla de maternidades. Me interesa mucho una cosa que dice Elisabeth Duval, una escritora jovencita del año 2000, que además es trans, y dice lo siguiente: “La mejor literatura aspira también a ser transgénero en todos los sentidos, no solo en el género de quien lo escribe, sino también en los géneros que escribe”. A mí me encanta la obra La belleza del marido, de Anne Carson, Premio Princesa de Asturias 2020, porque trabaja con novela, poesía y ensayo al mismo tiempo. Creo que el futuro nos depara una escritura transgénero en todos los sentidos, tanto en lo referente al género de quien escribe como en lo referente a los géneros con los que se escribe.
Novelas de mujeres. Parece que escribís como cosillas de servilletas, pequeñas tonterías para entretener y sin mucho fondo.
Cuando un hombre escribe sobre amor el amor es colosal e importante, es algo profundo, necesario, algo político, algo que nos nutre el alma. Pero cuando una mujer escribe de amor es novela romántica.
Recomiéndame novelas de amor.
Una de mis novelas favoritas que hace referencia a la vida en pareja es La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides. Antes hablábamos de que los hombres no sabían escribir a las mujeres, pues Jeffrey Eugenides es uno de los escritores que tumba esta frase. Me gusta también Pura pasión, de Annie Enaux. Es una novela muy, muy breve en la que una mujer espera la llamada de su amante. También recomiendo Los argonautas, de Maggie Nelson, donde narra su relación con un artista trans y todo su embarazo.
Vamos a cambiar de tercio. La literatura cruza tanto tu vida que llamaste a tu hijo Ulises. ¿Cómo ha sido tu experiencia maternal?
Por el momento es una experiencia breve, porque Ulises solo tiene cuatro años.
¿Cómo que breve? ¡Si tiene ya cuatro años y el mío tiene ocho meses y esto para mí es como una década!
(Ríe) Pues no te queda nada… Hay una época en la que el tiempo pasa muy despacio, que es el primer año, y luego otra en la que todo va muchísimo más rápido, donde entran en juego cosas que una ni se imaginaba cuando decidió ser madre. Muchas veces centramos el discurso de la maternidad en el embarazo y en el posparto, pero nos olvidamos de qué significa ser madre con una criatura de doce años.
¿Eres una madre en constante debate de cómo ser madre?
Efectivamente. Lo que sí te puedo decir es que estos cuatro primeros años han sido muy divertidos (ríe). He tenido mucha suerte de que mi hijo sea bastante tranquilo y cariñoso. Es alguien con quien puedo trabajar al lado, con quien puedo viajar, que hace amigos enseguida. Siempre digo que si me lo roban él estaría feliz porque se iría tan contento (ríe otra vez).
¿Lo de conciliar es el nuevo/viejo unicornio rosa?
Reconozco que todo el año 2020 con la Covid-19 ha sido horrible porque, aunque él se portara bien, el hecho de no poder salir de casa me negaba ese pequeño descanso de la doble tarea de madre y escritora.
¿Tú diste la teta?
Sí, durante un año y pico. Los dos primeros años durmió con nosotros y la experiencia de colecho ha sido bastante positiva. Trabajábamos en Playground y teníamos unos horarios mortales, así que tenerlo durmiendo con nosotros nos facilitaba la vida. La lactancia me gustó, incluso a veces echo de menos esa sensación. Aunque una vez dejé la lactancia con Ulises decidí que no quería volver a tener hijos, sé que voy a echar de menos tener leche.
¿La maternidad está sobrevalorada?
Yo creo que un poco (ríe). Puede ser que esté sobrevalorada en algunos términos, como cuando dicen que te completa. Evidentemente, la maternidad te hace ver las cosas de manera diferente porque de repente tienes a tu cuidado a otra persona. Pero una de las cosas que a mí más me preocupa es seguir siendo yo, incluso ser más yo todavía de lo que era antes. De hecho, me interesa que Ulises me conozca, hacerle partícipe de mi vida y contarle la verdad sobre el modo de vida que llevan sus padres.
¿Qué me dices de la crianza? ¿También está sobrevalorada?
Es dura. Si a veces yo siento que no estoy hecha para esto, imagínate la gente con menos recursos, sin trabajo, sin ayudas externas y que no esté a gusto con su pareja. La maternidad no te completa, te desbarajusta. Ahora bien, no seré yo la que diga que no me ha hecho feliz, que no me ha hecho reflexionar, que no me ha servido para nada y que incluso no me ha ayudado a ordenarme a mí misma como escritora y como autora. Como buena millennial que soy solía vivir al día, pero ahora pienso a largo plazo.
¿Cómo estás educando a tu hijo en igualdad? ¿Lo haces día a día, poco a poco, hablando, jugando, acercándole libros?
Esto es lo más difícil que me he encontrado yo como madre, porque está lleno de contradicciones. La cuestión no es que se vistan de purpurina las niñas y les gusten los superhéroes a los niños, sino intentar que los ejemplos que ven a diario sean variados. El ejemplo que le damos nosotros es fundamental: aunque esté trabajando, la que se queda en casa con él soy yo, e imagino que lo asocia con la idea de que papá va a la oficina y mamá se queda en casa. Intento hacer hincapié en explicarle en qué trabaja mamá, qué hace mamá, porqué viaja mamá, quiénes son los amigos que vienen a casa, quiénes son las personas de su familia, a qué se dedica cada uno. Hay una cosa que a mí me preocupa mucho, y es que hubo una época en que solo tenía amigos niños en el colegio, así que intenté resolverlo de alguna manera intentando que en el parque socializase con otras niñas. Quería evitar estas separaciones absurdas por géneros, según la cuales los niños juegan a unas cosas y las niñas a otras. Es una constante y al final, como siempre, una no puede evitar que cuando vas a la juguetería te diga que lo que quiere es el muñeco de Spiderman en lugar de cualquier otra cosa.
Para terminar, vamos a hacer ostentación del hashtag #LeeAutoras. Háblame de dos o tres autoras que te molen y explícame algo de ellas.
#LeeAutoras es uno de esos hashtag que son para mí muy útiles porque sirven para recopilar e incentivar la lectura de mujeres. Si alguien te dice que no se fija en si lo que lee lo ha escrito un hombre o una mujer, lo más probable es que solo lea a hombres (ríe). Me parece un ejercicio muy bueno fijarse en cuántas mujeres y cuántos hombres leemos a lo largo del año. Se supone que los lectores somos gente curiosa, que lo queremos saber todo. Así que, si tan curiosos somos, aventurémonos a leer cosas nuevas. Dicho esto, un hashtag como ese sirve para que todas reivindiquemos a las autoras que leemos y que nos han emocionado. Si tuviera que mencionar a una autora que haya leído en 2020 y que crea que merezca mi apoyo, esa sería Andrea Abreu. Su libro Panza de burro es una novela editada por Sabina Urraca que narra la historia de dos amigas canarias que se te queda muy clavado en la cabeza porque, aunque el escenario sea muy distinto a tu propia experiencia, te devuelve a esa amiguita de la infancia que todas tenemos. En ese sentido me recuerda mucho a El sabotaje amoroso, de Amélie Nothomb, que también narra una pasión entre dos niñas en un colegio.
Tu autora más leída este año es Hilda Doolittle, ¿no?
Mi otra autora querida de 2020, a quien llegué por su biografía, porque es una escritora bisexual, poliamorosa, fanática de la literatura clásica, que ha escrito mucho sobre el amor y el deseo, y que escribió a principios del siglo XX. Todo esto fue lo que inició mi interés por ella, y al descubrir su obra me di cuenta que es una de las grandes olvidadas. Si hoy me dijeran que escribiera un Coloquio de las perras de escritoras anglosajonas, ella sería sin duda la primera, es fascinante y debería leerse más.
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