Contra natura: lo natural es patriarcal más allá de la especie humana

Contra natura: lo natural es patriarcal más allá de la especie humana

El patriarcado es el sistema donde se decide qué aspectos de la naturaleza conservar y qué aspectos transformar. Por lo tanto, conservará aquellos que sirven a la perpetuación del sistema patriarcal, calificándolos de naturales, y transformará aquellos que lo amenazan, calificándolos de contra natura, dice la autora.

Texto: Catia Faria
09/09/2020

Ilustración de Ana Lorente.

En La Reina de África, Rose Sayer (Katharine Hepburn) espeta a Charlie Allnutt (Humphrey Bogart): “La naturaleza, Mr. Allnut. Estamos en este mundo para sobreponernos a ella”. Hoy en día, pocas personas se atreverían a decir en voz alta esas palabras. En general, asumimos que lo natural es deseable, conveniente, recomendable, mientras lo contra natura sigue siendo hostil, incluso en los ámbitos más insospechados. Eso explica, por ejemplo, por qué algunos sectores de la defensa LGTBQ+ siguen apelando a lo que ocurre en la naturaleza para justificar la queerness humana, lo que no sólo constituye un movimiento argumentativo incorrecto, sino que es resultado de asumir, de forma implícita, aspectos de la moral patriarcal. Bajo escrutinio, lo natural se desmonta como el gran timo patriarcal.

La irrelevancia de lo natural

¿Qué significa “natural”? En un sentido amplio, natural es todo lo que existe en el mundo físico, incluidas las plantas, los animales, los bosques, las rocas y el clima, pero también los seres humanos y todos los productos de su actividad, desde la alta cocina hasta los dildos. Sin embargo, en su uso más habitual, “natural” se emplea para referirse sólo a aquel aspecto del mundo físico que justamente no es producto de la acción humana, sino simple resultado de otros procesos físicos, químicos o biológicos, como la evolución de las especies. Y se asume, en esa línea, que si algo es natural, entonces es bueno o deseable.

Esto constituye un conocido error lógico, la llamada “falacia de apelación a la naturaleza”: que algo sea resultado de la evolución no implica que sea bueno. La evolución no opera con el fin de producir lo que es bueno para los individuos, sino más bien lo que es más adaptativo desde el punto de vista de la transmisión de genes. Y resulta que nosotres y nuestros genes tenemos objetivos muy diferentes. La violación masiva, por ejemplo, resulta muy adaptativa desde el punto de vista de la transmisión genética, pero es muy dañina desde el punto de vista del bienestar individual de les afectades. Así, cada vez que nos enfrentemos a un rasgo o proceso natural, la pregunta que debemos formular es: ¿contribuye este rasgo o proceso natural al bienestar y a la justicia entre los individuos? Si la respuesta es que sí, entonces hay que conservarlo. Si la respuesta es que no, entonces debemos transformarlo o, incluso, eliminarlo.

La selección patriarcal de lo natural

Las sociedades humanas son el resultado de una respuesta determinada a la pregunta anterior. La historia humana es una de oposición y preservación de la naturaleza en función de un determinado cálculo de daños y beneficios para los seres humanos. Nuestras sociedades son patriarcales. Resulta evidente, pues, que lo considerado natural sea, así, patriarcal. El patriarcado es el sistema donde se decide qué aspectos de la naturaleza conservar y qué aspectos transformar. Por lo tanto, conservará aquellos que sirven a la perpetuación del sistema patriarcal, calificándolos de naturales, y transformará aquellos que lo amenazan, calificándolos de contra natura.

El patriarcado estipula así la normatividad natural. Es decir, selecciona lo natural según un juicio sobre cómo deben ser las cosas en función de lo que es mejor para el sistema patriarcal. No es, pues, sorprendente, que las manifestaciones más relevantes de esta normatividad natural sean nuestras actitudes hacia la heterosexualidad y el sufrimiento de les demás animales.

La estrategia patriarcal: idealización del sufrimiento

Para que la identificación entre lo natural y lo deseable se produzca a pesar de las evidencias contrarias se necesita una estrategia efectiva. Cuando a mediados del siglo XVIII la violencia y discriminación institucionalizada hacia las mujeres empieza a cuestionarse y éstas empiezan a disfrutar de una mayor libertad, surge la necesidad de encontrar nuevas formas de mantenerlas bajo el control patriarcal. Evidentemente la forma más eficaz de controlar a las personas es controlando sus creencias y actitudes. El patriarcado entiende esto y contraataca con una de las invenciones más sostenibles de la historia: la idealización romántica. La idealización romántica funciona como estrategia de manipulación de las creencias y deseos de las mujeres para que se sometan a prácticas naturales que van, a menudo, en contra de sus verdaderos intereses y favorecen la institución patriarcal. La lección que debemos retener es que la forma más eficaz de mantener un statu quo dañino es romantizándolo; es decir, convertirlo en un escenario idealizado para quien lo sufre u observa.

El descuido ecofeminista vs. el cuidado antiespecista

Los efectos más devastadores de la estrategia que idealiza lo natural los sufren, sin embargo, les demás animales, ya que la romantización funciona también como un poderoso instrumento de perpetuación de la discriminación hacia individuos de otras especies. Ya no se considera controvertido que la situación de les animales bajo explotación humana es injusta y que debemos erradicarla. Sin embargo, ahora mismo, hay un número inconcebible de no humanos sufriendo y muriendo de hambre, por enfermedades y accidentes, siendo devorados vivos por parásitos o aterrorizados en la naturaleza. Al contrario de lo que podamos pensar, la vida de les animales en el medio salvaje dista mucho de la idealización que Disney ha construido en el imaginario colectivo. No obstante, estos daños no suelen parecernos pertinentes, sino más bien “parte del curso natural de las cosas”. Por lo que encubre y celebra, debe rechazarse la visión Disney de la naturaleza, tal y como hemos rechazado otras idealizaciones Disney dañinas, como la romantización de las relaciones heteropatriarcales.

Este es el gran descuido del ecofeminismo, que identifica que la mejor forma de reparar la dominación patriarcal de humanes y no humanes es llevar a cabo una alianza conservacionista con la naturaleza y excluye los daños naturales como motivo de preocupación ética, e incluso los celebra cuando afectan a no humanes. Sin embargo, la muerte prematura, la inanición o la enfermedad no son más naturales para les animales de otras especies que para los seres humanos y, por tanto, no deben ser más parte de su vida que de la nuestra. Si no somos especistas, debemos oponernos igual a los procesos naturales dañinos cuando afectan a seres humanos que cuando les afectades son no humanes.

El ecofeminismo identifica correctamente la necesidad de transformar el actual paradigma antropocéntrico masculinista de intervención en la naturaleza, que excluye la consideración de les demás animales, por ejemplo, oponiéndose a la caza; pero, por su compromiso ecologista, sucumbe a la misma moral patriarcal que lo genera. Primero, el modelo de intervención en la naturaleza, marcado ya no por la reivindicación de la “depredación masculina” en el orden natural de las cosas, sino más bien —en línea con las “nuevas masculinidades” contemporáneas— por agresiones un tanto más caballerescas de protección ambiental, sigue sin tener en cuenta los intereses de les demás animales y los subordina a la preservación de entidades abstractas como las especies o los ecosistemas (por ejemplo, el sufrimiento y la muerte masiva de animales no humanes en la gestión de especies invasoras, el control poblacional o la restauración de ecosistemas). Segundo, el ecofeminismo responde al modelo masculinista de intervención en la naturaleza con la no intervención, descuidando a numeroses animales que padecen por los motivos naturales que se han mencionado antes. No obstante, contrarrestar este paradigma dañino no implica abstenerse de intervenir, sino sustituirlo por un nuevo paradigma feminista de intervención en la naturaleza que guíe la satisfacción de los intereses no humanos. Algunos ejemplos de estas intervenciones que, de hecho, ya se llevan a cabo en varios países —aunque por motivos distintos—, incluyen rescates a animales en catástrofes naturales u otras situaciones de necesidad, cuidados médicos, suministro de alimento o agua en condiciones climáticas adversas, programas de vacunación, etc.

Esto parece claro ya que, en general, creemos, como feministas, que no sólo debemos no dañar a les demás, sino también satisfacer sus necesidades, en particular de aquelles que son dependientes y vulnerables; es decir, que tenemos deberes de cuidado hacia elles. Dado que les animales que viven en la naturaleza son dependientes de su medio natural y el medio natural no satisface sus necesidades básicas, son individuos vulnerables y objetos legítimos de nuestro cuidado. Un deber de cuidado antiespecista exige, pues, ayudar a estos animales siempre que podamos hacerlo, tal y como lo hacemos cuando se trata de seres humanos.

¿Choque de cosmovisiones?

Alguien podría decir que, en realidad, nuestros diferentes enfoques de lo natural se asientan en diferentes cosmovisiones y que ninguna es mejor que otra. Ahora bien, diferentes cosmovisiones pueden resultar más o menos tolerantes con los daños, naturales o sociales, que sufren los individuos y contribuir a un mundo más o menos bueno para quienes lo habitan.

Imaginemos que apareciera un virus que afectara sólo a hombres y que les llevara a asesinar a todas las mujeres con quienes se encontraran. Creemos que el virus es fruto de un accidente. Mueren 10.000 mujeres y hay un gran riesgo de que muchas otras tengan el mismo destino. Imaginemos ahora que descubrimos la cura de ese virus. Justo antes de distribuir el antídoto entre los hombres afectados, descubrimos que el virus surgió de forma natural, no por la acción humana. ¿Qué hacemos? Cosmovisión A: No debemos interferir en la naturaleza. Dejamos que la naturaleza siga su curso y no distribuimos el antídoto. Cosmovisión B: Debemos interferir en la naturaleza cuando sea lo mejor para los individuos. Nos sobreponemos a la naturaleza y distribuimos el antídoto.

Como escribía Simone de Beauvoir en El segundo sexo: “Lo cierto es que la naturaleza no es una realidad más inmutable que la realidad histórica”. Parece, pues, que sobreponernos a ella no sólo es posible, sino, a menudo, obligatorio.

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