Satanismo y feminismo, una alianza plausible

Satanismo y feminismo, una alianza plausible

Este recorrido por el satanismo pretende derribar mitos y estereotipos y averiguar si existe alguna vía para conectar la agenda satánica con la agenda feminista

Texto: Julia Amigo
30/09/2020

Ilustración de Conchi Guerrero.

Era un día de ventisca en Reikiavik. La tienda de souvenirs donde trabajaba llevaba varias horas desierta. Me acompañaban únicamente el café y el viento aullando a través de las rendijas de las desvencijadas ventanas de madera. Podría contar aquí que un cabrito de enormes cuernos tan alto como una persona atravesó las puertas de la tienda y me ofreció liberarme del trabajo esclavo a cambio de mi alma. La meteorología y mis ensoñaciones habrían permitido tamaño acontecimiento.
Lo que ocurrió realmente: tras varias horas de pie, parapetada detrás del ordenador de la caja, me topé con un artículo sobre varias mujeres explicando cómo habían llegado a considerarse satanistas. Desde aquel momento, quedé fascinada; ¿quién era Satán, ese símbolo de liberación y libertad que ellas abrazaban?, ¿qué era aquello del satanismo moderno?, ¿por qué ese mundo que se me antojaba tan tenebroso y oscuro me resultaba también tan magnético?

El diablo danza entre nosotras desde tiempos inmemoriales, pero parece que ahora toma nuevas fuerzas. Por un lado, medios de corte conservador culpan al demonio de la deriva errada del mundo. Por otro, noticias muy recientes nos hablan de grupos satánicos que militan contra Donald Trump en Estados Unidos o de una mujer trans anarquista y satanista que se ha presentado para sheriff en una ciudad del mismo país.

Satán está ganando peso, como en épocas pasadas, en la inspiración de variados productos culturales, como es el caso de la nueva adaptación de Las Aventuras de Sabrina, producida por Netflix. En el festival de cine fantástico de Sitges, el pasado año, se presentaron sendos documentales sobre satanismo en una sesión conjunta: Hail Satan, de la cineasta estadounidense Penny Lane, y An American Satan, del español Aram Garriga.

Satanistas de España se presentó en 2019 como la primera organización satánica reconocida oficialmente por el Ministerio del Interior. Junto con la Asociación de Jóvenes Investigadores en Ciencias de las Religiones, organizaron ‘La experiencia siniestra’, un seminario sobre satanismo que generó una reacción similar a la que se dio cuando se organizaron las jornadas sobre trabajo sexual en universidades españolas. Con este punto de partida común -el rechazo académico y, por qué no decirlo, también social, a algunas de las propuestas tanto del satanismo como del feminismo- y teniendo muy presentes a esas primeras mujeres que me inculcaron la curiosidad por Satán y sus acólitos, os invito a que nos adentremos un poco más en los oscuros y sensuales mundos que componen este universo oculto y, para muchas, totalmente desconocido.

Este recorrido por el satanismo pretende derribar mitos y estereotipos y averiguar si existe alguna vía para conectar la agenda satánica con la agenda feminista. En estos submundos sulfurosos encontraremos ángeles caídos, libertad sin trabas, diversidad a raudales y la compañía inestimable de Miguel Pastor y Minerva, presidente y vicepresidenta, respectivamente, de Satanistas de España, quienes nos concedieron una entrevista centrada en las conexiones entre satanismo y feminismo.

 

De Lucifer al satanismo moderno

“He aquí que llega Satanás, el eterno rebelde, el primer librepensador
y el emancipador de los mundos”.
Bakunin, Dios y el Estado (1882).
Citado en la página de inicio de la web de Satanistas de España.

Resulta curioso cómo asociamos ir al infierno con castigos y situaciones negativas, y estar en el cielo, o en la gloria, con la armonía y la calma. Este es un buen ejemplo para poner sobre la mesa la gran influencia de la moral cristiana en nuestro imaginario. ¿Por qué tememos al diablo, quién es el demonio?
En el cristianismo, Lucifer era un ángel de luz que traicionó a dios y se alejó de sus mandatos abrazando una libertad que le estaba vetada. Ya como ángel caído, recorriendo incansable una tierra que no dejaba de fascinarle, pasó a ser denominado Satanás. Sin embargo, al ampliar el foco, observamos cómo el diablo es una personificación del mal presente en muchas otras religiones. De hecho, la complejidad del demonio y sus múltiples caras, representaciones y nomenclaturas nos informan de las influencias culturales, filosóficas, teológicas, artísticas e incluso psiquiátricas que le dan forma.

El diablo más que alguien concreto es, desde tiempos bien antiguos, un chivo expiatorio, una representación del mal hecho carne que ha servido para atemorizar, castrar, doblegar y justificar despropósitos cometidos en nombre de los dioses. Usado por parte de la iglesia como personificación y artífice de todo lo malvado, declaraciones de hace escasas semanas de obispos y sacerdotes católicos culpaban al mismísimo demonio del coronavirus, del aborto y del declive general de las sociedades occidentales en términos de familia y tradiciones. Es curioso que si todo esto fuera cierto, el mundo estaría regido por fuerzas maléficas de incalculable poder más que por un dios bondadoso con dudosa capacidad para arreglar ningún desaguisado.

El satanismo podría ser definido, según indica el sociólogo Massimo Introvigne, director del Centro de Estudios de Nuevas Religiones en esta entrevista, como “la veneración del personaje llamado diablo, Satanás o Lucifer en la Biblia –tanto si se le considera una persona viva y real, como si se le considera un símbolo o un arquetipo– por parte de grupos organizados a través de formas, al menos embrionarias, rituales”. En todo caso no es una creencia dogmática, y acoge en su seno muchos modos de hacer y entender el satanismo. La pluralidad de este culto explica que existan tantas organizaciones distintas, que no siempre coinciden en sus luchas y preocupaciones.

El satanismo contemporáneo es, en este sentido, un complejo puzle donde encajan tanto organizaciones teístas como no teístas. Las no teístas o racionalistas, como Satanistas de España o The Satanic Temple, de Estados Unidos, consideran a Satán como un símbolo de libertad radical, una figura que representa la transgresión y la liberación -como veremos, también ensalzan a Lilith– aunque no crea en su existencia real. Está muy vinculado al activismo y las luchas sociales y defiende el laicismo y la total separación de iglesia y estado, con la justicia social como guía fundamental.

La llegada al satanismo se produce por una vía alejada de la magia y conectada más bien con un inconformismo y desacuerdo con la situación personal y social. Como explica Miguel Pastor, presidente de Satanistas de España: “No fue una conversión ni llegó después de una etapa convulsa, simplemente me di cuenta de que era satanista”. O Minerva, vicepresidenta de la organización: “Para mí, ha sido algo natural, he sido rebelde y activista toda mi vida, cuando vi las cosas que se podían hacer y cambiar a través de esta visión, me lancé de cabeza”.

Pero, ¿qué busca el satanismo?, ¿en qué se traduce realmente el ser satanista? “Cada satanista busca convertirse en su propio dios. La voluntad y la libertad individual tienen un papel fundamental en este proceso de autodivinización, lo que incluye a la libertad sexual. Con ese fondo, se entenderá por qué defendemos cualquier tipo de relación sexual o afectiva independientemente de la identidad de género, la orientación sexual, los fetiches o el número de los implicados, siempre y cuando sean personas que consientan y tengan la madurez suficiente. Además, en el satanismo existen los matrimonios homosexuales y se defiende la adopción por parte de familias homoparentales. Tampoco tenemos nada en contra del poliamor o las relaciones abiertas”, explica Miguel Pastor.

El individualismo que a veces se relaciona con el camino satánico no ha de ser confundido con egoísmo. Las satanistas racionalistas proponen la revisión de nuestra propia realidad, el reconocimiento de nuestra incapacidad para gestionar en solitario todos nuestros problemas y la necesidad de crear alianzas para prosperar. El satanismo contemporáneo defiende acerbamente la libertad como único camino para convertimos en quienes de veras deseamos ser. ¿Cómo conecta todo esto con el feminismo, se puede considerar el satanismo como un movimiento feminista?, ¿qué papel juegan las mujeres y las disidencias en este panorama?

 

¡Ave Satán! ¡Ave Lilith!

As a transwoman, Satanism has had a very strong positive influence on my life. When I discovered that there was a religion that didn’t reject me, I was overjoyed. TST community has not only accepted me with open arms, but they celebrate diversity and bodily autonomy. Learning to love myself was difficult. Learning to celebrate myself, even harder so. After reading book after book on Satanism and taking part in events like “Black Mass”, it has become infinitely easier to understand and love myself, completely”.
@AriadneSatanas, en Twitter

“Si das una vuelta por las redes de los grandes colectivos de satanistas, las mujeres cis, trans y las personas no binarias tienen una gran representación. Yo mismamente soy la vicepresidenta de Satanistas de España, se me eligió por asamblea y se me respeta como persona y por el trabajo que realizo, no por mi sexo o género”, expone Minerva. El mensaje satánico, como vamos viendo, está cargado de referencias a los derechos humanos, el feminismo y la autoridad suprema de cada persona sobre su propio cuerpo y las decisiones que lo afectan.

Una noticia muy sonada hace tan solo unas semanas revelaba que las personas afiliadas a The Satanic Temple podrían acogerse a la libertad religiosa para que se les permitiera realizar un aborto en circunstancias no contempladas por la ley. Esta es otra especialidad de estas organizaciones: el rizar el rizo, usando las herramientas de que disponen grandes religiones a escala legal para subvertir mandatos arcaicos y leyes conservadoras. En esta línea, el satanismo realiza una pirueta simbólica para reapropiarse de aquello de lo que se les acusa, como ya hicieron las feminazis, las bolleras, las gordas o las maricas. Lo que podría parecer incongruente -declararse ateístas para exigir los mismos derechos que otras religiones- se convierte en un pasaje para lograr la infiltración en el sistema para subvertirlo y reventarlo usando sus propias herramientas.

La respuesta irónica a los mitos y estereotipos es un modo de hacer frente a un ataque social nacido del desconocimiento y de un imaginario que asocia lo satánico con abusos, sangre y asesinatos. No se realizan sacrificios humanos, pero sí se celebran misas negras, en claves rituales alejadas del buenismo cristiano. No se matan animales, de hecho, Miguel Pastor y muchas otras satanistas se declaran vegetarianas o veganas. Lo que sí se defiende es la libertad total. Siempre y cuando no se dañe a ningún ser vivo, la vida puede ser lo que cada cual desee para sí. Los principios son fáciles de comprender y de abrazar, y algunas ramas del satanismo tienen incluso sus propios mandamientos, que normalmente hacen referencia a la libertad sexual, los derechos reproductivos, el respeto a todas las identidades de sexo-género, las relaciones sexoafectivas libres siempre y cuando sean entre adultas que consienten, etc.

El satanismo toca por tanto muchas problemáticas que incumben al movimiento feminista. Minerva, cuando le preguntamos por la cabida del feminismo dentro del satanismo, asegura que “no sólo tiene cabida, sino que es intrínsecamente feminista”. Miguel en este sentido se muestra un poco más cauto al expresar que “no es que el conjunto del satanismo defienda el feminismo [algunas corrientes como The Satanic Temple sí lo hacen explícitamente], es que buena parte de su base filosófica es esencialmente feminista”.

Lo que sí parece claro es que, al tratarse de un fenómeno que cuestiona los preceptos morales del cristianismo, encaja en las luchas feministas históricas de oposición a la confluencia entre poder político y religioso o el control del cuerpo por parte de lobbies cristianos – píldora, aborto, sexualidad-.

Como comenta Minerva sobre su llegada al satanismo: “En mi caso personal era un paso a dar como mujer bisexual y artista de burlesque porque nos “demonizan” a diario, así que ahora ya tienen un motivo de peso para hacerlo”, afirma mientras ríe, haciendo uso de esa ironía satánica tan liberadora. Por su parte, Miguel cuenta que “en las organizaciones satánicas, los rituales también son dirigidas y oficiados por mujeres”. Minerva conecta el satanismo feminista con la ausencia de prejuicios o discriminaciones: “El satanismo defiende la libertad individual en todos los sentidos, una de las cosas que más me gusta es el hecho de que aquí nadie juzga a las personas por su género, diversidad sexual/afectiva, o raza”. El satanismo racionalista, de hecho, busca acabar con las desigualdades para permitir que la diversidad se desarrolle sin cortapisas de ningún tipo.

Así Satán se convierte en un catalizador del cambio social, en un ser transgresor en tanto que libre de toda imposición moral, en un salvador que nos impulsa en la búsqueda del placer en todas sus facetas. El rechazo del pecado, de la resignación y del castigo moral inaugura una liberación cuyo fin es la igualdad entre todas las personas. Esto choca frontalmente con la concepción del diablo en el imaginario colectivo; por ello, iniciar conversaciones en torno al satanismo y su influencia parece un camino con posibilidades nada desdeñables.

Desde The Satanic Temple, en Estados Unidos, se ofrecen becas para estudios universitarios, se organizan actividades extraescolares o se celebran jornadas sobre menstruación saludable (‘menstruating with Satan’. Sólo el nombre del taller ya resulta bastante genial). En contraposición al puritanismo y la histeria moral y también al machismo que puebla muchas de las religiones mayoritarias, Minerva rescata que, “muchas de nosotras utilizamos el arquetipo de Lilith [Lilith es un personaje, recogido en la mitología mesopotámica, hebrea y también en la Biblia, que representa la insumisión y la emancipación de las mujeres. Primera mujer creada por dios antes de Eva, se negó a someterse a los deseos de Adán y terminó abandonándolo]; lo hacemos nuestro como símbolo de rebeldía e insumisión. No es menos que cualquier arquetipo si no un igual, como la imagen del Baphomet, que considero superpotente, completamente andrógina y que representa todo lo que no es normativo.”

Esta celebración de la diversidad tiene un eco importante en redes, donde proliferan cada vez más adeptas al satanismo que se definen como trans, no binarias, queer, de género fluido… Arthur Evans en su libro Brujería y contracultura gay realiza una lectura de la caza de brujas en clave queer, rescatando así a todas las que resultaron víctimas sin ser mujeres cis. El autor hace referencia a cómo identidades maricas y queer fueron igualmente perseguidas al no encajar sus cuerpos y sus sexualidades en los dictados impuestos por la iglesia. Esta defensa inapelable de la libertad individual sobre todas las cosas puede ser valiosa para el feminismo en tanto que infiltraría en debates actuales una razón para adorar a Satán. El demonio ni siquiera es hombre ni mujer, las representaciones que lo imaginan lo liberan de determinaciones absurdas, creando así un espejo en que mirarnos que va más allá de eva, de adán o de jesús. El diablo es el padre y la madre de todas las extrañas, las incomprendidas, las putas, las inclasificables, las radicalmente distintas.

Visto así, el satanismo es una opción filosófica y vital que permite a la oscuridad desarrollar sus propósitos en la tierra. Decidamos sumarnos a sus filas o no, es interesante que nos planteemos sus preceptos y que sigamos la pista a esta incendiaria forma de luchar contra la injusticia y la desigualdad. Como feministas, y ahora que sabemos un poco más del satanismo, ¿por qué no abrirnos a la posibilidad de una amistad con Satán?

 


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