Katerine ya no es guerrillera

Katerine ya no es guerrillera

Después de años de guerra y clandestinidad, las combatientes de las FARC enfrentan un nuevo desafío: su vuelta a la vida legal.

28/10/2020
una muer posa con media sonrisa

Katherine posa sonriente. / Foto: Loïc Ramírez

Se llama Katerine. No es su verdadero nombre, pero es el que eligió. “El que más he oído en mi vida”, dice. Es el alias que utiliza desde que se incorporó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (FARC-EP), en 1988. En aquella época, Katerine era una joven estudiante de 24 años e integrante de un movimiento cívico ligado a la izquierda, en la ciudad de Valledupar, en el departamento del Cesar (noroeste de Colombia). La década era la de la guerra sucia. Guerra que libraban los grupos paramilitares a toda la izquierda colombiana, asimilada en su conjunto a la guerrilla. Secuestros, asesinatos y desapariciones de militantes, sindicalistas o dirigentes políticos se producían de manera casi cotidiana por todo el territorio. “Un día, se me adelantó un hombre a pie, se paró frente a mí y me dijo que le habían contratado para matarme, que no quería hacerlo, pero entonces tenía que irme de la ciudad”, recuerda la mujer. “No sé si eso era cierto o no, pero era claramente una amenaza”. Una entre muchas, pero ya no hubo más.

Aquel día se planteó tres alternativas: irse al exilio, quedarse o unirse a la guerrilla. Decidió irse “al monte” para salvar su vida. Y allí permaneció durante casi 30 años. Hasta la dejación de armas, resultado del Acuerdo de Paz entre la guerrilla y el Gobierno colombiano, en 2016.

«Esta nueva vida no ha sido fácil, tocó volver a aprender todo lo desaprendido», cuenta esa mujer de pelo largo oscuro con voz suave. «Todavía no me acostumbro a llevar una llave, siempre me la olvido en la casa y me quedo encerrada fuera». Se ríe.

Treinta años en la selva, sin otra protección que la húmeda vegetación. Sin puertas ni paredes. Treinta años cargando únicamente con el morral y el arma. «A las mujeres nos pesaba más el morral pues llevábamos las cremas, el champú, las toallas higiénicas», recuerda. Y, como queriendo resaltar el esfuerzo de antaño, dice: «Es que nosotras, nuestra presencia en la guerrilla, y todo lo que teníamos, nos lo hemos ganado a pulso».

Fundada en 1964 por campesinos, la guerrilla de las FARC-EP ha sido una de las protagonistas del largo conflicto interno colombiano. Organización político-militar de orientación marxista-leninista ha disputado al Estado colombiano el control del territorio durante décadas. Considerada como ejército popular por unos, terrorista por otros, la organización decidió abandonar la lucha armada para involucrarse plenamente en la vida política legal.

Katerine vive hoy en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Caño Indio, en la zona del Catatumbo. Es uno de los 24 campamentos de agrupación de los antiguos guerrilleros y guerrilleras repartidos por el país y cuyo objetivo es el progresivo retorno de estos a la vida civil. Muchos ya los han abandonado para buscar trabajo en las ciudades. Otros, en cambio, han vuelto a tomar las armas y crearon las llamadas “disidencias”. Dos opciones que rechaza la excombatiente: «La ciudad no es lo mío, prefiero la naturaleza, el canto de los pájaros. ¿Retomar las armas? Eso seguro que no. Ya no tengo edad para ello, no podría fisicamente, sería una carga para cualquiera y tampoco lo veo viable porque las circunstancias internacionales y nacionales han cambiado».

una pared pintada con murales

Detalle de una de un Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación. / Foto: Loïc Ramírez

Al igual que lo hizo la organización, Katerine quiere apostarle a la paz, respetar y luchar por la implementación de los Acuerdos. Pero tampoco juzga a los antiguos compañeros que tomaron otros caminos. Muchos exguerrilleros fueron asesinados después de los Acuerdos. «Nos están matando otra vez, como en la época de la Unión Patriótica», denuncia.

En 1984, un primer acuerdo de paz entre las FARC y el Gobierno de Bemlisario Betancur había desembocado en la creación del partido político Unión Patriótica con el fin de reinsertar a la guerrilla en el juego institucional legal. Varios combatientes fueron destacados para cumplir dicha tarea política por todo el país. Sin embargo, al ser puestos al descubierto, muchos fueron objeto de asesinatos y desapariciones. Acciones criminales que incluso apuntaron a toda la militancia de izquierda. Frente al asesinato continuos de sus militantes, el grupo insurgente decidió, en 1987, reagrupar de nuevo a todos los guerrilleros implicados en la actividad política legal y volver a la clandestinidad. Una situación cuyo eco resuena hoy.

En 2017, fruto del nuevo pacto con el Gobierno, el grupo guerrillero se convertía en el partido político Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC). Su emblema, una rosa, aparece en las pintadas realizadas en las blancas paredes de distintas casas del ETCR de Caño Indio. Paralelamente, el asesinato de reincorporados continúa (más de 220 excombatientes han muerto desde 2016). A ello se le suma la oleada de asesinatos a líderes y líderesas sociales, indígenas y campesinos (48 muertos en 2020) que azota el país desde la elección del presidente Ivan Duque, abiertamente hostil al proceso de paz consolidado por su predecesor.

Katerine, hace tres décadas, ingresaba al Frente 19 de las FARC, en el Bloque Caribe, bajo el mando del histórico Adán Izquierdo. Ahí permaneció hasta formar parte después del Frente 41. «Anduvimos tantos días por el monte, de un lado al otro de la región, día y noche, por toda la Sierra de Santa Marta hasta la Serranía del Perijá (norte de Colombia)». Estuvo en el Bloque Caribe, «en 2004, en la Amazonía donde estuve con Raúl Reyes hasta finales del año 2007». Afortunadamente para ella, su regreso al Bloque Caribe se opera antes de que una lluvia de bombas cayera encima del campamento de Raúl Reyes, en marzo de 2008. «En 2014 me envían al Bloque del Magdaleno Medio donde estaba el camarada Timo [Timoleón Jiménez o Timochenko] que ya era el comandante en jefe de las FARC después del asesinato del comandante Alfonso Cano en 2011». Pero muy pronto la apertura de las negociaciones entre el grupo insurgente y el Gobierno obliga al guerrillero a trasladarse a Cuba, donde se llevan a cabo las discusiones. «Entonces ya termino en el Frente 33, donde permanecí hasta el final de la guerra», concluye designando sus compañeros alrededor de ella. De sus años en la organización mantiene buenos recuerdos, aunque admite que «la vida en la guerrilla es muy dura, muy dura». Como lo fue el conflicto.

Involucrados sinceramente en el proceso de reconciliación, varios miembros del Secretariado de las FARC han ido reconociendo crímenes y errores cometidos por el grupo insurgente. El 3 de octubre 2020, estos firmaban un comunicado en el cual se reconocía la autoría de la guerrilla en el asesinato de seis personas, entre 1987 y 2002, cuyos casos permanecían sin resolver hasta ahora. Semanas antes, el propio Rodrigo Londoño (Timoleón Jimenez), ahora dirigente nacional del nuevo partido, expresó su repulsión y “odio” respecto a los casos de reclutamiento de menores y de abortos impuestos a mujeres combatientes. Katerine no niega que cosas así, de carácter aislado dice, hayan podido suceder. Como dicen, «las FARC son pueblo, y en el pueblo usted encuentra virtudes y defectos».

Sin embargo, Katerine reconoce el papel revolucionario que pudo jugar el movimiento insurgente en algunos aspectos. Entre ellos, la cuestión de igualdad de sexos. «En la guerrilla todas las tareas eran iguales tanto para hombres como para mujeres, no hacían ninguna diferenciación para nada. Una mujer iba al combate, un hombre igual ranchaba (cocinar)» . Una situación que supo atraer a numerosas militantes de izquierda y a muchachas del campo que deseaban huir de condiciones de vida precarias ligadas a su condición de mujeres. Si embargo, dicha igualdad también supuso un trabajo interno muy largo en las FARC. « Al principio, antes de que yo ingresara, las mujeres desempeñaban labores de cuidado, pero poco a poco fueron las mismas mujeres quienes fueron dándose cuenta que si no hacían lo mismo que los hombres, jamás iban a tener los mismos derechos». Katerine fue en alguna ocasión mando, consciente de que para algunos hombres esta postura podía resultar incómoda. Una situación que, según ella, provocó ciertos excesos: «Teníamos que demostrar que éramos capaces pero también mantear el machismo tan tremendo porque siempre había hombres que no les gustaba que una mujer los mandara, entonces algunas tenían que ser duras, bravas para que no vulneraran su autoridad y hasta se excedían tratando de comportarse igual en fuerza y dureza de carácter». A pesar de ello, considera una falta que ninguna mujer haya llegado al Secretariado de la organización (la estructura de mando superior) durante todos estos años de guerra. «No era por falta de condiciones» afirma. «Pero sobre este tema hay mucha tela que cortar y muchas cosas se irán sabiendo», añade.

Hoy, Katerine ya no es guerrillera. Aún así, no abandona el campamento. «No me acostumbro a la ciudad, a la ausencia de los animales y de los árboles». Claro que al concluirse el desarme, se precipitó para visitar a su familia. Sobre todo a su padre, con el que tenía una fuerte relación. «Fue un reencuentro muy emotivo, no lo había visto desde mi ingreso en la guerrilla». Hermanas, vecindario, personas conocidas, estuvo varios días en la casa recuperando tiempo perdido y recuerdos. «Pero a muchos no les podíamos decir nada sobre mi pasado de guerrillera, no lo hubieran entendido; muchos nos ven como terroristas. A las amigas de mi hermana tocaba mentirles, hablarles de viajes en el extranjero y demás. Ellas hablaban de tal serie nueva, de películas y actores famosos. Yo no sabía de qué hablaban ni tampoco me interesaba. Era otro mundo».

una pickup frente a una pared blanca donde se lee FARC hay una imagen del Che Guevara y muchas palabras escritas

Las paredes de los Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación están pintadas. / Foto: Loïc Ramírez

Con el alma en pena, la excombatiente decidió alejarse de su familia de nuevo. «Por cuestiones de seguridad, no quiero que por venganza contra mí o contra las FARC le hagan daño a mi padre; siguen habiendo muchos grupos paramilitares por donde vive él». Por esa misma razón también desea que se oculten en esta entrevista algunos detalles sobre su actividad de antigua combatiente. La guerra pudo acabarse, pero el peligro no.

A Katerine le gusta la fotografía. Tiene una cámara y, de vez en cuando, intenta practicar con los periodistas que visitan el campamento. Tiene fotos de su ropa de guerrillera, su boina y el escudo con los colores de Colombia donde se lee “FARC-EP, Frente 33”. También escribe, y escribe bien. Durante un taller organizado por un periodista norteamericano que estaba de visita, ella trajo un texto de su propia composición. «Escriban su propia historia, digan lo que sienten», decía él. Y así hizo : «Cuando hoy miro a mis compañeros, veo que no lucen como antes. Ya no visten su bello uniforme, ya no son tan imponentes. Mis compañeras perdieron su majestuosidad, ya no parecen tan fuertes. Esa nueva vida es difícil, uno tiene que renacer, volver a lo que era antes. Pero yo todavía quiero que me llamen Katerine, no quiero que se use mi nombre civil. Katerine es el nombre que más he oído en mi vida».


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