Las cuentas pendientes con el dolor vulvar y vaginal

Las cuentas pendientes con el dolor vulvar y vaginal

El artículo 'Vaginismo, un relato en primera persona', que publicamos hace unos meses, no recoge –como es obvio– la experiencia de todas las personas que viven esta experiencia. Queremos seguir aportando voces para acabar con el silencio y el estigma.

Imagen: pnitas
14/10/2020

Ilustración: pnitas

El dolor vulvar y vaginal son condiciones que dificultan o imposibilitan la penetración vaginal. Se trata de un tema silenciado por dos razones: está ligado a la sexualidad, que en diferentes culturas y sociedades suele estar rodeada de tabúes; y porque afecta a cuerpos leídos como femeninos. Tradicionalmente, se ha tratado desde la psicología, aunque varias profesionales recomiendan tratarlo de una manera holística y multidisciplinar porque la psicología no cubre todas las necesidades de las personas con dolor vulvar/vaginal. El enfoque psicólogico ha contribuido a reproducir estereotipos de género y perpetuar la violencia obstétrica. Los abordajes meramente psicológicos son herederos de una ciencia patriarcal en la que los cuerpos leídos como femeninos han sido y son infravalorados. Nuestras dolencias se achacan frecuentemente a una somatización de algo que está en nuestras cabezas. Varias fuentes indican porcentajes distintos de personas afectadas: algunas hablan de un 10%, otras de un 20% y algunas incluso de un 60%. Lo cierto es que existen varios sesgos que hacen estas cifras poco fiables.

Dado el bajo interés que ha suscitado este tema hasta ahora, lo sensible que es, los tabúes que lo envuelven y, en definitiva, la invisibilidad, hay numerosos sesgos en la representación y tratamiento del mismo. La perspectiva suele ser cisheterosexual, focalizando el interés en la penetración vaginal por parte de un pene y no en revisiones ginecológicas o el uso productos de salud menstrual. Personas no binarias con vulva u hombres trans no aparecen a menudo en los estudios. En el Estado español hay también un sesgo de clase porque el acceso a un diagnóstico y luego a la terapia es a través del sector privado: fisioterapeutas de suelo pélvico, sexólogas, psicólogas… No hay cobertura de la terapia por el sistema público de salud. Además, es común que profesionales de la atención primaria no estén especializadas en este tipo de dolor, del que se tienen nociones muy básicas y no siempre acertadas.

Existen varios términos para referirse a las experiencias dolorosas a nivel vulvar y vaginal. Los dos más conocidos son vaginismo y dispareunia. La palabra vaginismo se emplea para referirse a la imposibilidad de penetración vaginal por hiperactividad de uno o varios puntos gatillo en la musculatura del suelo pélvico, sea cual sea el instrumento u órgano utilizado (ecógrafos vaginales o espéculos, tampones, copas menstruales, juguetes sexuales o penes). Es común que esta imposibilidad venga acompañada de un dolor de alta intensidad en forma de pinchazo, quemazón o ardor en el vestíbulo de la vagina. En algunos casos no hay dolor, aunque haya imposibilidad. Es un término con connotaciones negativas por su vinculación con el psicoanálisis y la histeria femenina. Por eso, algunas personas que trabajan con esta dificultad, como Rosaura Delgado, proponen el término “vestibulodinia”, compuesto por las palabras vestíbulo y dinia (dolor). La dispareunia se diferencia del anterior en que la penetración es posible, aunque dolorosa, a veces a un nivel extremo. Por otro lado, el término vulvodinia significa “dolor en la vulva” porque hay personas que experimentan dolor en los genitales externos y puede llegar a ser crónico.

Durante mucho tiempo, y hasta nuestros días, los dolores vulvar y vaginal han sido considerados un desorden mental que aparece en manuales de psicología y psiquiatría. A la hora de definir las causas, si bien es cierto que se contemplan algunos factores orgánicos como la endometriosis u operaciones quirúrgicas en la zona, se definen varias que pueden resumirse en una: miedo. A la penetración, a contraer ETS, al embarazo, a revivir un trauma (violación), a perder el control… también aparece asociado con una mala o inexistente educación sexual y entornos represivos de cara a la sexualidad, circunstancias que, por otro lado, están muy presentes en nuestra sociedad. Atendiendo a estas causas, una buena terapia psicológica debería solucionar el problema, pero esto no ocurre en gran parte de los casos. Hoy día se conocen diversos factores de riesgo orgánicos, presentados por Rosaura Delgado en el Summit Salud hormonal y suelo pélvico 2020: bruxismo, alteraciones hormonales, endometriosis, alteraciones en la función intestinal, candidiasis de repetición, estreñimiento, cefaleas, escoliosis, caídas durante la infancia…  factores que no se tienen en cuenta bajo la premisa de ser un trastorno mental.

Los diagnósticos exclusivamente psicológicos aumentan el sufrimiento de quienes tenemos dolor vulvar/vaginal, lo que constituye una forma de violencia machista en la que se culpabiliza a quien sufre este dolor. Cuando nos dicen que nuestro dolor es psicológico y la costosa terapia psicológica no hace que este desaparezca, la culpa pesa sobre nosotras cual espada de Damocles, preguntándonos a nosotras mismas “¿qué estoy haciendo mal?” en lugar de “¿qué le ocurre a mi organismo?”. El desconocimiento del propio cuerpo es un rasgo común entre las personas con vulva. En el caso de personas con dolor, este desconocimiento influye en la experiencia de manera sustancial. Al dolor se le suma la no identificación de los propios genitales y los puntos exactos en los que el dolor se manifiesta, ni las diferentes sensaciones en diferentes partes de la vulva. La vulva es a menudo una parte del cuerpo que tenemos completamente desdibujada, en palabras de la fisiosexóloga Marta Torrón, y a la que se han atribuido connotaciones negativas como que es sucia, olorosa y desagradable.

La terapia psicológica-sexológica, desde una perspectiva feminista, puede ser útil cuando al dolor pélvico le acompañan culpas, vergüenzas y miedos como consecuencia de no ser “normal” en una sociedad patriarcal, cisheteronormativa, falocéntrica y coitocéntrica. En dicha sociedad, el canon sexual marca que las relaciones sexuales completas implican la penetración (de un pene) en una vagina, desvalorizando otras prácticas no centradas en la penetración o ni siquiera en los genitales, como los mal llamados preliminares, invisibilizando además las prácticas sexuales de personas LGTBIQ+ y/o con discapacidad. Así, trabajar la autoestima y deconstruir mitos y creencias sexuales es clave en muchos casos. Genera mucha inseguridad y dependencia emocional por no sentirse suficiente, especialmente en el caso de mujeres heterosexuales o bisexuales.

No obstante, para tratar el dolor se necesita un abordaje holístico del problema que no está al alcance de todas: el coste económico y la poca difusión que, de momento, tiene esta información entorpecen el acceso a un acompañamiento de calidad que tenga en cuenta los diferentes factores que puedan estar influyendo. En este sentido, Rosaura Delgado organizó, junto a muchas profesionales de la salud, un congreso sobre dolor vulvar/vaginal e imposibilidad de penetración.

El miedo es una emoción común entre quienes viven con dolor vulvar/vaginal. El miedo a la penetración se nutre en el imaginario colectivo a través de mitos como la pérdida de la virginidad, entendida como un himen que se rompe, sangra y duele. Sin embargo, no todas las personas con vagina que han sido educadas bajo esta premisa tienen dolor. A pesar de que tradicionalmente se haya presentado el miedo como causa del dolor o imposibilidad, este puede haberse desarrollado después de haber experimentado dolor. Tiene sentido pensar que, tras haberlo experimentado haya miedo de volver a sentirlo porque hay una ampliación de ese dolor a nivel neurológico que funciona como mecanismo de defensa.  Rosaura Delgado lo explica en uno de sus podcasts: cuanto más se fuerce una penetración dolorosa, el dolor aumentará. Además, existe desconocimiento sobre el dolor vulvar/vaginal por parte del personal sanitario que, a veces, se traduce en violencia obstétrica, alimentando así ese miedo e inseguridad: exploraciones forzadas, descrédito del dolor de la paciente, infantilización, juicios en relación con la pareja que han escogido, aconsejar el uso de lubricante o técnicas de relajación que no funcionan.

La forma de tratarlo a menudo incluye el uso de dildos vaginales que van de menor a mayor tamaño. Con ellos y masajes en la zona se consigue tanto desensibilizarla como elastificar la musculatura del suelo pélvico, que es conveniente sea trabajada con una fisioterapeuta especializada en dolor genital. También es necesario encargarnos de que nuestro cerebro tenga bien representados nuestros genitales a través del tacto, el olfato, el gusto y la vista. El autoconocimiento a todos los niveles es fundamental ya que diversos fenómenos pueden influir en el tratamiento del dolor y en nuestra manera de enfrentarnos a él.

Sentir dolor en la vulva o en la vagina es un hecho que está normalizado socialmente en mitos como el de la primera vez y que, al mismo tiempo, tenemos completamente silenciado. No hablamos de él cuando ocurre continuadamente. Pareciera que hablar de sexo cuando no es para presumir no está bien visto. En una sociedad que se supone abierta sexualmente, en la que se sublima el sexo y la educación sexual es deficiente (cuando no inexistente) no hay cabida para experiencias como esta, a través de las que, además, se acaban cuestionando los mitos y creencias sobre los que se sustenta la expresión de la (cishetero)sexualidad en el imaginario colectivo y que, sin romantizarla, puede llegar a ser motor de agencia sexual para quien lo padece.

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