Goizargi, un refugio fantasma

Goizargi, un refugio fantasma

Las mujeres llegan a la asociación Goizargi, en Vitoria-Gasteiz, por el boca a boca. La dirección de su local no es pública y sus actividades tampoco. Las integrantes de esta asociación no quieren que se las encuentre fácilmente. Son víctimas de violencias machistas que encuentran en el apoyo mutuo la empatía para enfrentar esa situación.

Imagen: Núria Frago
25/11/2020

Un grupo de mujeres juntas hablan y se abrazan. Ilustración de Núria Frago para Goizargi, el refugio fantasma

La asociación Goizargi de Vitoria-Gasteiz es un fantasma. No tiene página web, ni redes sociales, ni una dirección donde la gente pueda localizarla. Si publican alguna de las actividades que organizan, siempre es después de realizarla. “Hay muchos hombres detrás de nosotras que tienen otra versión: que ellos son los maltratados. Somos una asociación con mujeres con escoltas, mujeres que viven con su agresor, mujeres con sensación de culpa. No queremos dar pistas”, cuenta Ane. Prefiere usar un nombre ficticio porque no puede arriesgarse. Todavía está en procesos judiciales con su exmarido y teme que hablar pueda tener una repercusión negativa.

Sí tienen un grupo de WhatsApp donde hay 42 mujeres. Las más mayores de la asociación –en total son unas 48- son mujeres de más de 60 años. “Algunas de ellas han salido de la situación de violencia, pero otras siguen conviviendo con sus agresores, porque son su costilla. Es más difícil salir a según qué edades”, dice Ane. Antes de la pandemia, quedaban con ellas para tomar un café de vez en cuando. A algunas de las integrantes de Goizargi no las han visto nunca y solo tienen el teléfono para hablar de vez en cuando.

A esta asociación fantasma todas llegan de la mano de alguien, familiares o amigas, y el objetivo principal es que, quien llega, se reconozca como víctima de violencia machista. “Solemos contarles nuestra historia. Y ellas van sacando similitudes y acaban llorando. Van asintiendo. A una chica hace poco recuerdo que le dije: ‘Ahora que lo ves, lo mejor es que huyas’. Y a ella eso le rebota todavía en la cabeza: ‘¿Cómo voy a huir? ¿Voy a huir de mi casa?’. ‘Huye. No puedes quedarte’. Ella me decía, ‘que se vaya él’. Pero no puedes cambiar la cerradura, no lo permite la ley, así que él puede entrar cuando quiera. Consiguió hacerlo, pero le costó casi un año, con un apoyo familiar incondicional”.

Ane estuvo 17 años con su agresor y al hacer memoria no sabe identificar exactamente cuándo empezó esta situación. “Sí es verdad que creo que un aumento, no de mi sueldo, pero sí de mi categoría profesional, fue el detonante de que aumentase su agresividad hacia mí”. De esa relación tiene una hija y un hijo. La custodia compartida con su exmarido supone que tenga que seguir lidiando con él y sus estrategias para no pagar el comedor o las extraescolares, aunque lo haya dictado la jueza y a pesar de que su sueldo sea el triple que el de ella. En estos cuatro años y medio de proceso de divorcio, Ane no puede avanzar a nivel económico. “Él lo para todo gracias a todas las herramientas que la justicia le da”. Considera que la saturación de la justicia es una de las causas de estos procesos eternos y, especialmente, el hecho de que la violencia de género siempre pase por la vía penal, “más tedioso todavía”. “Soy una ignorante en esto –aunque lo cierto es que todas ellas tienen experiencia de sobra para hablar sobre el tema–, pero igual habría que dejar un juzgado de violencia para la violencia con agresiones físicas y habilitar en los juzgados de familia otras vías para este tipo de violencia pasiva, donde se dé una formación integral”.

Esta violencia “silenciosa” es, dice, la más difícil de ver. “Ver un morado en un ojo hace que sospechemos, pero cuando la violencia es psicológica, solo se ve lo que se oye. Y, tras las paredes, se oye a una mujer que está gritando. Es muy difícil de medir su dolor. ¿Qué violencia es la peor? La que una vive”.

Goizargi significa luz de la mañana en euskera. El nombre lo pusieron por Aurora. “Hace 25 años fue la primera mujer que llevó un Bortxa en Vitoria, un sistema de alarma judicial que da la Ertzaintza, como un teléfono con GPS que hace que la policía se plante donde estés en cero coma tres. Bueno, teniendo en cuenta que una orden de alejamiento puede ser de cuatrocientos metros; que cuando le ves, puede que esté a cien metros y que, cuando llega la policía, igual ya no estás. Pero bueno, te da seguridad”, dice Ane.

Aurora fue la primera

“Aurora se considera sobreviviente hoy, pero su hija ya es mayor de edad, han pasado 25 desde que salió de esa situación de violencia. Yo, que sigo inmersa en la vía judicial, ¿cuándo me voy a considerar sobreviviente? No tengo esperanzas”. Hace una pausa breve y de nuevo las palabras brotan a borbotones, enlazando unas ideas con otras. “Sobreviviente es una palabra que gusta ahora más a la sociedad, pero nosotras somos una asociación de mujeres víctimas porque seguimos viviendo esa violencia en primera persona. Aurora ve las mismas limitaciones que vio en su época, judiciales y sociales, aunque sociales algo menos. La primera persona que la ayudó fue su médico de cabecera. Ella siempre iba con dolores de cabeza y le decía que se diera baños de pies con romero y, si no mejoraba, volviera en una semana. Le daba placebos para hacerla volver a la consulta y que le siguiera contando. Hasta que ella se dio cuenta. Alguien nos tiene que hacer reaccionar, pero tiene que ser muy paciente y estar, no hablar de ello”.

Tiene la voz cristalina y alegre y cuando cuenta la historia de la asociación cuenta también su historia y la de sus compañeras, mezcla el son con el somos, el están con el estamos, el ellas con el nosotras, porque habla desde el cuerpo, pero también desde el relato feminista. “Me queda mucho para ser feminista. El feminismo entró en mi vida hace dos años, y estoy viendo que es lo que necesitaba. Tiene que ver con la mani de 8M de 2018, pero sobre todo con la de 2019, porque unos meses después fundamos la asociación. Antes había en Gasteiz otra asociación, Bizirik, pero desapareció y por eso nos organizamos nosotras. Ese año también fue el que vinieron mi madre y mi padre, en la retaguardia, porque vieron que había que estar. Agradecí ese gesto de mi padre. Nosotras tenemos muchos hombres que nos ayudan, familiares, nuevas parejas, hijos. Aunque sea una manifestación de mujeres, nosotras, como víctimas, necesitamos a los hombres que nos apoyan, aunque vayamos detrás”.

Tejer esa red con hijos, nuevas parejas, amigos o hermanos y, al mismo tiempo, tener la necesidad del movimiento feminista, hace que Ane proponga dónde situar a unas y a otras en la lucha contra la violencia machista. Ahí, como en la manifestación, ella se sitúa en la retaguardia, pero siempre interpela a lo colectivo, porque entiende que solo como sociedad podemos lograr cambios. Les pasó con la casa de mujeres de Vitoria-Gasteiz, Sorginenea, cuando les ofrecieron un espacio como asociación. “Les dijimos que no, porque el primer lugar adonde un hombre va a buscar a una mujer es a una casa de mujeres, y porque tiene que ser un espacio no mixto y nosotras tenemos paquetitos que primero son muy monos, pero en unos años tienen bigote –ríe–. Además, nosotras necesitamos que el movimiento feminista esté delante para que podamos seguir yendo por detrás. Si te plantas delante de una institución exigiendo, es una puerta cerrada. Y nosotras necesitamos seguir yendo y tener ayuda inmediata. Yo no puedo enfrentarme, para eso estáis vosotras”.

La responsabilidad social consiste en visibilidad, apoyo y paciencia

El perfil de las mujeres de Goizargi es heterogéneo. “Hay abogadas que se dedican a casos de violencia de género y están aquí, y se preguntan cómo han podido no verlo”, explica Ane. La media es de 40 años, pero la más joven tiene unos 27. “Da miedo que sean tan jóvenes. En mi edificio hay una niña de 22 años que está sufriendo violencia. Cuando vi que había sacado todas las cosas de su casa y se marchaba, intenté hablar con ella. Lo único que hizo fue abrazarme y echarse a llorar. El vecino de abajo me dijo un día que había vuelto con él, que estaba a veces en casa aunque no se quedaba a dormir”. Para Ane, para su vecina, para todas, lo más difícil es desengancharse emocionalmente de su agresor. Ella lo hizo tras año y medio de terapia, después de haberse ido de casa. “Aguantaba el tipo la semana que tenía yo a las criaturas y la siguiente lloraba y me hundía en la miseria. Recuerdo haberle dicho a mi hermana que yo había sido feliz. A mí me vendían que yo era feliz, pero no era yo. Dejé de sonreír, y como yo, mucha gente. O dejas de cantar… Yo no tenía hobbies, no sabía qué me gustaba. Ese tipo de lagunas… ¿Cómo voy a saber lo que me gusta si han elegido siempre por mí?”.

Pero siempre hay algo que hace el clic. En el caso de que Ane, fue una salida con amigas de la Universidad y sus parejas. Él empezó a decir barbaridades sobre ella en la mesa. Ella se levantó y fue a atender a su hijo, que le había pedido un juguete. Una amiga le preguntó si estaba bien y ella dijo que sí. Volvió y se sentó a terminar la cena. Él había acabado por irse a una habitación. “Fue la primera vez que no fui a ver si estaba bien. El viaje de vuelta a Vitoria lo pasé llorando, me di la libertad de llorar”. Al día siguiente llamó a su hermana para contarle lo que estaba viviendo. “Recuerdo, aquella noche, mirarme y decir, ¿quién es este con el que estoy? Ahí solo hay dos opciones, huir o seguir aguantando”. Ella huyó con calma, “de forma racional”, porque pudo, porque tenía adonde ir. “Como él no se lo imaginaba, lo preparé. Preparé mi huida”. Contactó con la policía municipal, que determinó que su vida no estaba en peligro inminente. Ella se rodeó de su familia, buscó una abogada. “Esa racionalidad no se sabe de dónde sale –suelta una risa nerviosa–, pero está ahí. Pero hay veces que tienes que salir antes. Y ahí te vas con lo puesto y las niñas debajo del brazo, a un centro de acogida inmediata y empiezas a ver tu futuro. Si no tienes apoyo familiar o brazos amigos, esa soledad es muy difícil de abordar. Para eso se creó esta asociación. Para acompañar”.

“Cuando la culpa de todo la tienes tú, activa tu alarma”

Esta falta de escucha hace que las campañas institucionales, según Ane, no suelan ser efectivas. Para ella, la última de Emakunde (Instituto Vasco de la Mujer) para este 25N sí es representativa porque la Administración ha trabajado con integrantes de Goizargi y de otras asociaciones como Gerreras, de Mondragón. La identificación con la mujer que habla no suele ser así en otras iniciativas, explica. Las campañas del 016 muestran un mundo de fantasía, como si, al llamar, el problema se resolviera. “Pero es ahí cuando empieza tu calvario”, afirma. “Yo llamé al 016 y me dijeron ‘ahora que lo has visto, haces la maleta, se la dejas en la puerta y le dices que no vuelva a entrar’. Eso me petrificó, me quería morir. Aunque normalmente atienden bien. Una compañera sigue viva gracias a las pautas que le dieron de cómo hacer la denuncia”. Aun así, insiste en que la idea que se transmite es que los recursos a disposición de las mujeres maltratadas son soluciones directas: “Hay quien ha pedido una baja por una incapacidad y le han dicho, ‘pero cómo por violencia de género, con todas las facilidades que os dan a día de hoy todavía estáis así’. Es complicado porque si te dijeran, aquí empieza tu infierno, nadie llamaría”.

¿Cómo reconocer esta violencia? Mira fijamente a la cámara del ordenador y no duda: “Cuando la culpa de todo siempre la tienes tú y cuando eres tú la única que pide perdón en una relación, activa tu alarma. Es un símbolo muy característico de esta violencia pasiva”.

Ane defiende que la salida de la violencia machista tiene que ser colectiva, que las fuerzas que ellas desgastan en cada batalla judicial, en protegerse, en apoyarse, en terapia, en soportar las manipulaciones a través de las criaturas, pueden llevar a que cada una libre su batalla, pero no dejan energía suficiente para un cambio general. Por eso, asegura que el cambio es social: “A la sociedad también le pedimos visibilidad. Poder hablar como estoy hablando yo de una violencia. No es algo que pasa por casualidad en una casa. En un bloque de edificios siempre hay alguien que sufre esta violencia. Tenemos el poder de tender la mano a esa persona. Hay que estar y, a la vecina que no habla nunca, tenderle una mano. Ser socialmente abiertos. Para saber cómo actuar, sobre todo, respeto y tiempo”.

Esta mirada amplia puede comenzar en cada casa, en nuestro entorno: “Dentro de todas las familias tenemos una mujer o varias que están viviendo esa violencia pasiva. El novio que se está burlando de su novia o de su mujer, a quien en vez de increparle le reímos las gracias. Esto es legitimar esta violencia. Son pequeños detalles en los que dices, no me voy a buscar una bronca, cada uno sabe lo que tiene en casa. ¿Cómo le voy a decir a este que mide más de medio metro que yo, o está cuadrado, que cuidado con lo que dice; que mi amiga, mi prima, mi hermana es maravillosa a su lado? Pero cada vez que alguien le llama la atención a él, nos hace respirar y, a la vez, nos hace sentir que eso está mal”.

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