La irrepresentación lesbiana en ‘Las aventuras de la China Iron’ y ‘Las hijas del fuego’

La irrepresentación lesbiana en ‘Las aventuras de la China Iron’ y ‘Las hijas del fuego’

Dos obras de dos creadoras argentinas, 'Las aventuras de la China Iron' (2017) y 'Las hijas del fuego' (2018) dialogan en su creación de otros mundos, del deseo lésbico que se ubica en lo que, para la heteronorma, es solo vacío.

04/11/2020

Fotograma de 'Las hijas del fuego'. Dos mujeres están en un cochem, una conduce y la otra es copilota.

Viajemos a través de las narrativas de Gabriela Cabezón Cámara y Albertina Carri: Las aventuras de la China Iron (2017) y Las hijas del fuego (2018). Esta novela y este largometraje son ejemplos de la potencia que pueden tener las ficciones como fundamento de la fragua de identidades, deseos, posibilidades y multiplicidades. El goce, el deseo, el amor, el afecto son irrepresentables en tanto no pueden estabilizarse con las herramientas con las que, de forma convencional y hegemónica han sido edificados. Blandir otro herramental, desplazar los sentidos hasta hacerlos mutar, transfigurarse, no perseguirá lo verosímil como meta. Lo verosímil ha sido el vacío, el silencio, la vergüenza, la represión. Debemos poner nuestra lengua ávida al servicio de ficciones nómades; tales narrativas serán la autobiografía de nuestros desplazamientos, archivos vitales de una cultura pública.

Las tecnologías de representación que componen nuestro mundo simbólico permanecen bajo una lógica heterosexual y masculinista que refuerza los códigos binarios de organización del mundo. A menudo, la idea de representación puede vincularse con la factura de imágenes fijas que estabilizan sentidos antes que estallarlos, reproduciendo así estereotipos del mundo heteronormado.

En estas dos obras la representación se fuga de la idea de fijeza, ella misma está jaqueada en su modo más tradicional y normativo. La narrativa que aparece en la película y en la novela inviste a las imágenes con un sentido nomáda, donde los mundos se mixturan, se solapan, se exceden unos a otros, desplazando los sentidos. Articular una lengua lésbica/disidente es un intento permanente de llenar el vacío, un vacío que ha sido prefigurado por un universo normativo. Dice la pensadora Sara Ahmed que el cuerpo lésbico no se corresponde con la forma de este mundo. Habitar este cuerpo significa que el mundo puede recibir otra forma, creando nuevas impresiones sobre los vínculos, los entramados políticos y afectivos.

Migramos para no estar nunca en el lugar que esperan que estemos

La literatura que escribe Gabriela Cabezón Cámara hunde sus raíces en el barro y la intemperie. Construye entramados de cuidado y mundos posibles a través de la exploración de personajes impronunciables para el canon: pobres, putas, travestis, lesbianas, exiliadxs, chinas, indias, bestias. Tales mundos se edifican con la fuerza de una trama familiar bastarda que hace estallar la consanguinidad y la heteronorma. Las aventuras de la China Iron es un texto que, como un gran poema, propone una refundación. La imaginación de Gabriela Cabezón Cámara se adentra en los territorios de la pampa argentina, donde la gauchesca se fraguó como género literario que narraba y representaba la epopeya de la construcción nacional. La escritora deconstruye el sentido del poema desde una mirada queer. La protagonista de Las Aventuras es la China, la mujer de Fierro, el gaucho de los versos de la épica masculinista de Hernández. La trama de la novela narra la huida de la China de su entramado de ultraje y sumisión en la relación con el gaucho Fierro, el encuentro con una mujer, Liz, el descubrimiento de una subjetividad nueva, desplazada de la heterosexual. En la huida, la voz en off recita:

La carne, tan frágil la carne, tan susceptible de azares violentos

como las tormentas que se nos venían encima casi sin advertencias

en el desierto, nos metíamos en la carreta nosotras dos

Las comunidades de las que Cabezón nos hace parte no solo trastocan los sexos y sus roles preestablecidos, también abrazan a la animalidad y a las figuras del paisaje, que componen una miríada de temporalidades. La travesía está poblada de imágenes que esquivan la fijeza; de la polvorienta atmósfera de la pampa –del fortín y la tranquera– a la humedad del río Paraná, con sus criaturas y lodos, a la aldea donde lo familiar exhala un vaho heterotópico sobre el espacio. El viaje que se describe en la novela es la historia de una migración. Emigrar es una búsqueda, un descentramiento de los lugares conocidos, una chance de desafiar patrones, una forma de eludir las normas, una estrategia de ubicuidad. Ese espacio está hecho de goces y transfiguraciones de roles; el afecto circula quebrando las convenciones, el sexo es significado y nunca podría ser unívoco.

Hay algo del goce que es irrepresentable

El cine de Albertina Carri explora de un modo bastante experimental la cuestión de los cuerpos, las violencias, la sexualidad, las identidades, el afecto, la memoria, lo familiar. Sus películas construyen a las imágenes como cúmulos de sentimientos. La lengua excéntrica de la lesbiana se apropia del vacío adjudicado al desierto y lo puebla de afecto, de complicidades, de nuevos pactos de familiaridad.

En 2018 se estrenó en el BAFICI (Festival de Cine Independiente de Buenos Aires) Las hijas del fuego. Como en el caso de Las aventuras de la China Iron, esta película puede pensarse como una refundación. Una apuesta estética y narrativa que busca astillar las convenciones cinematográficas sobre el porno. Si es cierto, como relata la voz en off de una de las protagonistas, que representar el goce es imposible, hallamos un itinerario erótico-poético que cuestiona, desafía y amplía los límites del imperio sexo afectivo montado por el género pornográfico. Puede leerse entonces está película como documento coyuntural, que delinea muchas discusiones y desacomodamientos que actualmente experimentamos mujeres cis y trans, lesbianas, bisexuales y travestis que se vinculan con la opresión capilar de las normas heteropatriarcales. En Las hijas del fuego el sexo, la libertad de movimiento y expresión del deseo sexual, la explosión de las convenciones amatorias, se entrelazan para dibujar los contornos de una política de la amistad amplia, generosa, potente y habilitada por el tacto lésbico. La amistad como micropolítica desafía, mediante otras articulaciones afectivas, el desamparo que cimenta y organiza la fuga de la norma heteropatriarcal/capitalista. Tal fuga implica una nueva cartografía, capaz de resignificar la resistencia a los embates regresivos de estos días. La cualidad nomáda de la subjetividad aparece en el film en tanto que nuevas maneras de representar, de pensar y de habitar el cuerpo.

La película acude a instantes iniciáticos, a una suerte de manada que hace del sortilegio de frotarse la ocasión de refugio. El aquelarre lésbico desborda lo real habilitando utopías de transfiguración de los géneros, de disolución de las identidades cifradas por lo binario. Es también, una figuración del devenir atravesado por el deseo como algo material, situado.

Un viaje de regreso desde la Patagonia, atravesando esa pampa, la misma que recrea Gabriela Cabezón, va tramando los vínculos entre las protagonistas en una suerte de road movie húmeda y desafiante, donde la comunicación verbal es transmutada en un lenguaje más primario. La lengua de las amantes recrea una travesía afectiva por las comodidades del statu quo heteropatriarcal, astillando aquel universo de los pactos amatorios, inundándolo de saliva tibia, de caricias, de dedos/dildos brillantes, de plexos estremecidos, de cuero y squirt, de cuerpos que estallan en éxtasis la convención de lo que podrían.


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