La policía del género decide el nombre de tu bebé
Las familias que quieren educar a sus criaturas fuera del binarismo de género chocan con trabas en las oficinas del registro civil porque la ley prohíbe nombres que induzcan a error en cuanto al sexo.
Momo nació con la misión de salvar a su familia de los hombres grises. Su madre y su padre no esperaban el amargo incidente con dos trabajadoras grises de la Administración cuando fueron a inscribir a Momo con el cuento de Michael Ende bajo el brazo. La funcionaria torció el morro: “Me preocupa que no marque el género”. Les advirtió que no era bueno para una niña llevar un nombre así y les emplazó a elegir otro en cinco minutos o añadir un segundo nombre. Se negaron y, después de comprobar que en su comunidad autónoma había un niño y una niña inscritos con ese nombre, la jueza de paz sentenció: “No me gusta, pero como hay antecedentes, adelante”.
“Quedan prohibidos los nombres que objetivamente perjudiquen a la persona, los que hagan confusa la identificación y los que induzcan a error en cuanto al sexo”, establece el artículo 54 de la Ley de 8 de junio de 1957 sobre el Registro Civil. La Dirección General de Seguridad Jurídica y Fe Pública, dependiente del Ministerio de Justicia, explica para este reportaje que su aplicación “ha de ceñirse exclusivamente a aquellos casos en los que el nombre elegido remita inequívocamente al sexo opuesto al del nacido”. Es decir, que una niña no se puede llamar Pedro y un niño no se puede llamar Teresa, pero han emitido numerosas resoluciones autorizando nombres neutros como Andrea, Noa o Zoe. Una instrucción de junio de 2020 recuerda que sí se admiten nombres ambiguos y de fantasía, también diminutivos. Sin embargo, muchas familias chocan con cuestionamientos y trabas.
El caso de Leo es distinto pero especialmente sangrante. Su familia no encontró resistencias iniciales en llamarla como su abuela paterna —Leonor, pero les gustaba más el diminutivo—. Más tarde descubrieron que alguien había decidido por su cuenta y riesgo que figurar con sexo femenino tenía que ser un error y cambió la M por una H en su inscripción de nacimiento. Cuando la niña tenía dos años, tuvo que pasar por el trago de un examen médico forense en el juzgado de Vigo, en el que comprobaron que tenía parrochiña. “Intentamos no dramatizar, pero no deja de ser triste y sintomático”, cuenta su madre.
El sexo de los sueños
La prohibición de nombres que induzcan a error en cuanto al sexo ha sido muy contestada en Euskal Herria, donde en las últimas décadas se ha popularizado el uso de nombres corrientes, que por lo general no tienen marcas de género. Mientras a nivel estatal no hay un nomenclátor que guía las decisiones, el Ministerio encargó a la academia vasca de la lengua Euskaltzaindia en 2001 uno que aclarase la asignación de sexo. Hasta 2019, ese nomenclátor ha sido rígidamente binario, estableciendo por ejemplo que Amets (sueño) y Hodei (nube) son masculinos, a no ser que se le añada una -a final. Ese criterio fonético es errático, ya que el primer nomenclátor de Sabino Arana establecía que en la traducción de nombres del santoral los de mujer se forman añadiendo una -e y los de varón terminan preferiblemente en -a.
“Eva se crea de la costilla de Adán. Una metáfora clara. La mujer como extensión o añadido del hombre”. Idurre Eskisabel, profesora de Periodismo de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) dedicó su tesina en 2014 a analizar la relación entre el desarrollo del nomenclátor vasco y el poder patriarcal. La investigadora parte de que los nombres propios “desempeñan un rol básico en la comprensión y la construcción de la identidad propia”. En su investigación, critica la carga cristiana de que los topónimos sean femeninos si se anunció una advocación mariana en ellos y los estereotipos sexistas a la hora de clasificar nombres de la naturaleza: Lore y Lili (Flor) son de mujer, mientras que Harri (piedra) y Ekaitz (tormenta) son de hombre. Y el caso de Iraultza (revolución) le parece paradigmático: termina en -a, pero por su significado se ha clasificado como de hombre.
El periodista Axier Lopez y su pareja no quisieron conocer el sexo del bebé hasta que naciera para evitar que “los clichés de género” les condicionasen de antemano. Lo cuenta en el artículo que publicó en la revista Argia en 2016, después de que el juzgado de paz de Zumaia (Gipuzkoa) denegase la inscripción de su hijo como Lur (tierra) atendiendo al listado de Euskaltzaindia. El artículo narra la tourné que emprendieron de pueblo en pueblo, las estrategias que probaron —demostrar que Lur es un instrumento musical escandinavo— y las que descartaron —ponerle Lhur, un nombre alemán muy viril—. “Mientras tanto, no pudimos pedir ayudas, ni tramitar el permiso laboral, ni empadronar a la criatura ni sacarle la tarjeta sanitaria. Nos dieron cinco días para elegir un nombre, y si no el juez o la jueza elegiría el nombre de nuestro hijo”. El juzgado de Donostia les dio la razón in extremis, considerando que “Lur es una palabra que cualquier persona euskaldun puede entender, no es ofensiva y en Donostia sin ir más lejos hay muchos chicos con ese nombre”.
Unos meses antes, el colectivo Euskal Herriko Bilgune Feminista había publicado la guía práctica Izena eta izana ezbaian, en la que, a partir del análisis de Eskisabel y entrevistas a familias, aportan estrategias de desobediencia feminista. Además de las ya mencionadas, aconsejan apoyarse en los datos del Instituto Nacional de Estadística e inscribir al bebé en el hospital, cuyo personal no suele ejercer de policía de género.
Mientras que otros nomenclátor vascos reconocieron la existencia de nombres mixtos, Euskaltzaindia defendió durante décadas su férrea clasificación binaria, apelando según la época a la tradición, a las convenciones sociales, a la imposición de la ley española, a las normas del euskera y afirmando su objetividad científica. En 2018, escuchó el goteo constante de quejas y envió una carta al Ministerio de Justicia pidiéndole “implantar un sistema más transigente” que tenga en cuenta la singularidad del euskera frente a las lenguas románicas. No obtuvo respuesta alguna. Desde el Ministerio responden a Pikara Magazine que no les consta esa petición. En 2019, la academia añadió en su nomenclátor una tercera línea con 500 nombres epicenos y neutros (entre ellos, Iraultza y Amets), que van engrosando a medida que responden consultas de forma favorable.
El responsable de Onomástica, Roberto González de Viñaspre, señala que han querido dar respuesta a “una evidente demanda social”. “El camino es no ser restrictivos, sino tener una mentalidad abierta. Sabemos perfectamente que está muy en boga”, expresa. Sin embargo, faltan muchos nombres: Euskaltzaindia mantiene Lur en el listado de mujer y Hodei en el de hombre. González de Viñaspre argumenta que tienen que buscar un equilibrio entre los nuevos usos y la tradición. “Hemos de tener en cuenta a toda la sociedad vasca, incluidas las personas que quieren un nombre claramente masculino o femenino”, añade.
Idurre Eskisabel valora esos pasos pero reclama “más audacia”: “Debería dejar todos los nombres fuera de una clasificación rígida y proponer una nueva organización”, opina. Además, recuerda que la academia no está teniendo en cuenta que sus clasificaciones afectan también a los territorios que pertenecen al Estado francés, donde la ley eliminó hace años esa restricción.
Por su parte, desde la Dirección General Seguridad Jurídica y Fe Pública señalan que han dictado resoluciones revocando denegaciones basadas en la clasificación de Euskaltzaindia. Por ejemplo, en 2019 autorizaron inscribir a un varón como “Lur”. Insisten por tanto que, atendiendo a su doctrina, las familias “no deberían tener ningún problema en los Registros Civiles para inscribir a sus hijos con nombres ambiguos”.
La paz y la miel son masculinas
Una niña se puede llamar Paz pero no Pau, según el juez de paz de Palamós, quien el 25 de noviembre de 2019 (ojo a la fecha) suspendió el trámite de inscripción de una bebé y requirió a su progenitora a elegir otro nombre o añadirle María. Finalmente, la pudieron inscribir en el municipio en el que estaba empadronada su madre. La escritora Bel Olid recuerda otro caso sonado: el juez de Cerdanyola no dejó inscribir a una bebé como Mel, bajo el argumento de que es un nombre de varón de origen hebreo. No le importó al juez que al Instituto de Estadística de Cataluña le consten un centenar de mujeres inscritas con ese nombre, frente a sólo una veintena de hombres. La Oficina de Onomástica del Institut d’Estudis Catalans certificó que Mel es un nombre común femenino. “Hay bastantes jueces contrarios al uso del catalán. Aquí el género es una excusa”, opina la escritora. Olid también señala la tendencia a poner topónimos como Áneu y algún nombre neutro como Aran, pero no percibe mucho debate fuera de los entornos LGTB: “Los que pretendemos criar sin asignar género somos minoría”.
Cuando las personas son migradas o racializadas, los cuestionamientos de empleados de la Administración pública se tiñen de etnocentrismo, cuando no de racismo institucional. El día que Dyan fue a firmar los papeles para obtener la nacionalidad española, el funcionario cuestionó la validez de su nombre. “Mi madre había hecho todo lo posible para ponerme ese nombre, incluso discutiendo con mi padre, y le dije que por favor no me lo cambiase”. Otra funcionaria intervino a su favor y aceptó a regañadientes. “Salí mal de ahí. En otras mesas se escuchaban historias similares” . Desde el Ministerio de Justicia insisten en que la ley en ningún caso prohíbe nombres de otras lenguas y culturas, y que si una ciudadana encuentra esas trabas y reclama, será respaldada.
Eskisabel señala el poder “normativo y normativizador” de los nombres y cómo el control sobre estos se utiliza no solo para blindar un orden de género binario sino para imponer determinadas “nociones lingüístico-culturales-nacionales” en la vida de las personas. Por eso, no le sorprende que en algunos juzgados y registros afloren resistencias ligadas a la identidad nacional.
Renunciar a tu nombre
Un adolescente trans se llamaba Lili y no quería cambiar su nombre de nacimiento porque le gustaba. Fue a la unidad de género del Hospital de Cruces (Bizkaia) porque quería tomar testosterona, y la psiquiatra por la que tuvo que pasar le obligó a elegir un nombre masculino para autorizar el tratamiento hormonal, con el argumento de que no es creíble que alguien con nombre de flor sea un hombre. “La historia es triste pero bonita. Él acababa de ver la película La chica danesa y eligió Einar, el nombre de nacimiento de su protagonista, Lili Elbe”, cuenta Bea Sever, portavoz de la asociación de familias de menores transexuales Naizen.
En su libro Tránsitos, sobre transexualidad infantil, el también portavoz de Naizen Aingeru Mayor señala que la mayoría de estas chicas y chicos sienten malestar hacia su nombre de nacimiento y eligen uno que les resulta coherente con su sexo sentido. Muchas veces adaptan el de nacimiento quitando o poniendo vocales: Juan/Juana, Mikel/Mikele. Una instrucción de 2018 de la Dirección General de los Registros y del Notariado insta a que esas solicitudes de cambio de nombre sean atendidas “con la mayor inmediatez posible”, entendiendo que son de “capital importancia” para el bienestar de las infancias trans.
Sin embargo, Mayor habla también de la existencia de niñas y niños que no expresan esa necesidad, o bien porque sus nombres no tienen marca de género o bien porque, “por su corta edad, no sienten ningún condicionamiento negativo hacia el nombre que tienen”. En esos casos, sus familias se topan con “insistencia, cierta presión social para cambiarlo”. Esa presión también es jurídica. La Ley de identidad trans de 2007 exige cambiar de nombre para la rectificación del sexo en los documentos de identidad. Sever cuenta que en su asociación tienen niñas llamadas Xabier o Beñat, que están retrasando el trámite del DNI porque no quieren renunciar a su nombre. Otras han tenido que añadir o quitar vocales en los documentos oficiales pero su entorno les sigue llamando como siempre.
Bel Olid se encuentra acompañando a su pareja, el activista trans Pol Galofre, en su embarazo. Han elegido un nombre neutro para su bebé, porque les parece una herramienta para “crear entornos más flexibles en los que las criaturas puedan explorar el género e identificarse como se sientan más cómodas”, contaba la escritora en una entrevista en Criar.cat. “Una ley que dice que, además de ser obligatoriamente una mujer o un hombre, tu nombre lo tiene que anunciar, es directamente violencia estructural”, criticaba.
En cambio, a Sever esa estrategia le parece más “un parche” que la solución, que para ella pasa por eliminar la clasificación por sexo para todos los nombres: “En la medida en que nos vayamos deshaciendo del género, los tránsitos serán mucho más sencillos, las vivencias mucho más cómodas. Y esa libertad beneficiará a todas las personas”.
Cuenta una profesora feminista que en sus clases hay un Amets y una Amets: “Amets polita binarismorik gabeko gizartea”. (“Un sueño bonito, una sociedad sin binarismo”).
Solicitamos participación en este reportaje a Boti García Rodrigo, directora general de Diversidad Sexual y LGTBI del Ministerio de Igualdad, y su respuesta llegó cuando ya habíamos cerrado la versión para el papel.
“Es evidente que debe existir una protección de la dignidad de las personas menores. Pero esta prohibición debe coexistir con otros derechos, como son el del uso de las múltiples lenguas, la diversidad de género, el derecho a la autodefinición… De modo que la prohibición de un nombre debe estar completamente justificada. Es decir, habría que invertir la carga de la prueba. Deberían ser los registros los que justificaran de manera inapelable la negativa, y no las y los progenitores quienes justifiquen la razón que les lleva a elegir un nombre.
Hay que plantearse si las marcas de género son realmente necesarias, porque lo que está claro es que tienen un gran componente de arbitrariedad. Las adscripciones de un nombre a un sexo determinado no son sino cuestiones de tradición, y las tradiciones no solo evolucionan sino que son diferentes en cada región, en cada cultura, en cada familia… En un país diverso donde convivimos personas diversas en cuanto a lenguas, culturas, sexo, identidades de género, etc. la diversidad de nombres ha de ser, necesariamente, muy abierta.
Y esta diversidad incluye a las personas que no se sienten representadas en un sistema no binario de géneros. Estamos hablando de personas intersexuales –importantísimo visibilizar a este colectivo– pero también personas transgénero no binarias o, sencillamente, aquellas personas que no quieren perpetuar ese sistema a su descendencia.
El PSOE presentó en 2017 una modificación de la Ley 3/2007, conocida como Ley de identidad de género. Y en esa modificación incluyó una autoenmienda que facilitaba a estas personas no binarias la posibilidad de no adscribirse a un sexo o a otro. En la Dirección General estamos estudiando esta solución y buscando la manera de hacerlo desde la máxima seguridad jurídica para todo el mundo.
La percepción de las realidades trans está evolucionando a una gran velocidad. No solo socialmente, sino en lo que se refiere a la autopercepción de las personas trans. Las leyes tienen que incorporar esta evolución, pero hay que hacerlo sin aportar confusión, dotando a las normas de una plena seguridad jurídica.
Se trata de clarificar porque, hoy por hoy, con las normas existentes en la mano algunos registros civiles, por los motivos que sean, estén entorpeciendo los cambios de nombre de algunas personas trans, con todo el dolor y la frustración que esto les provoca”.
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