Jane Goodall, el triunfo de la intuición y la empatía sobre el patriarcado rancio
Jane Goodall descubrió, en contra de la creencia popular, que los humanos no eran los únicos seres vivos capaces de usar y fabricar herramientas. Es la científica viva más popular de nuestro tiempo.
La primatóloga Jane Goodall viajó con solo 26 años a Tanzania para estudiar a los chimpancés del parque nacional Gombe Stream. La británica, que entonces era una joven entusiasta sin formación académica alguna, se embarcó hace ya 60 años en aquella apasionante aventura tras conocer al reputado antropólogo Louis Leakey. Él le consiguió una beca para establecer un campamento allí y pasar una larga temporada observando el paralelismo entre el comportamiento de los chimpancés salvajes y el de los humanos.
Jane Goodall caminaba un día por una reserva de la selva tropical cuando, de pronto, se topó con un encorvado chimpancé macho que buscaba algo de alimento en un nido de termitas. Goodall se detuvo entonces a observar con prismáticos al animal, que cogió una ramita, la dobló, le quitó las hojas, la metió en el nido y se acabó llevando a la boca un puñado de aquellos insectos. Esta observación aparentemente anecdótica le permitió empezar a descubrir que, en contra de la creencia popular, los humanos no eran los únicos seres vivos capaces de usar y fabricar herramientas.
Goodall telegrafió entonces a su jefe para darle la sorprendente y reveladora noticia. “Ahora deberíamos redefinir al hombre, redefinir las ‘herramientas’, o aceptar a los chimpancés como humanos”, le respondió Leakey. Y no exageraba demasiado. Goodall no solo redefinió el significado de ser ‘humano’, sino que a partir de la observación de aquellas criaturas —con las que compartimos el 99% del material genético— descubrió también que los chimpancés eran omnívoros —y no vegetarianos, como siempre se había creído—; que se besaban y abrazaban entre sí —preocupándose los unos de los otros— y que no eran tan inofensivos como se pensaba —pues, al igual que los humanos, podían participar en violentas guerras primitivas—.
Aquella etapa se convirtió en un auténtico punto de inflexión en la vida de Goodall. Gracias a ella y a sus reportajes para el National Geographic se comenzó a considerar a los chimpancés como algo más que simpáticas criaturas. Pero es que, además, el descubrimiento de sus costumbres permitió un mayor grado de concienciación sobre la importancia de la conservación de la vida natural y, de pasó, acabó llevando a la británica a convertirse en la científica viva más popular de nuestro tiempo.
Aun así, no todo fue un camino de rosas en la carrera de Goodall, quien creció en el seno de una familia de clase media de Bournemouth en los años de la posguerra. De niña, disfrutaba leyendo cuentos de Doctor Dolittle y novelas de Tarzán, y esto es lo que, en gran medida, acrecentó su amor por los animales y por África. Sin embargo, sus sueños de infancia chocaban con la mentalidad de una sociedad que consideraba que las mujeres no debían aspirar a mucho más que a convertirse en esposas y tener unos cuantos hijos. El día que una amiga suya consiguió un empleo en Kenia, Goodall se puso a trabajar como camarera para poder ahorrar algo de dinero y viajar con ella. Allí fue donde conoció a Leakey, quien pasó a la historia por convencer a la comunidad científica de que la cuna de la humanidad estaba en el continente africano.
Goodall llegó a Tanzania acompañada de su madre. La guerra civil del Congo acababa de estallar y las autoridades locales insistían en que una jovencita inglesa no podía vivir sola en el monte sin una escolta europea. Madre e hija pasaron varias semanas viviendo con un cocinero africano en una tienda de campaña instalada en un campo de prisioneros de guerra. Cuando por fin pudieron llegar a la reserva, Goodall se armó de paciencia y se preparó mentalmente para lo que se le venía encima: semanas y meses paseando por la zona, prismáticos en mano, soportando las duras inclemencias del tiempo y lidiando con el rechazo de unos chimpancés que salían corriendo cada vez que la veían.
Y así se mantuvo la cosa, hasta que un buen día Goodall tuvo la suerte de toparse con David Greybeard, un simpático primate que no huyó con su presencia y le permitió empezar a realizar sus revolucionarios hallazgos. El trabajo de la doctora sacudió la ciencia y, en 1962, el fotógrafo holandés Hugo van Lawick rodó Miss Goodall and the Wild Chimpanzees, un documental producido por la National Geographic Society que convirtió a Goodall en toda una estrella. En 1986, tras asistir a una conferencia científica en Chicago, la primatóloga se dio cuenta de que había llegado el momento de dejar atrás el trabajo de campo para dedicarse plenamente al activismo.
El reconocimiento por parte de la comunidad científica tardó algunos años en llegar. De hecho, sus aventuras a orillas del lago Tanganica nunca estuvieron exentas de machismo y actitudes patriarcales. Por un lado, muchos compañeros de profesión desconfiaban al principio de los hallazgos de una ‘chica inexperta’. La primera vez que Goodall apareció por la Universidad de Cambridge para hacer un doctorado y describir su forma de trabajo, los rancios y cuadriculados académicos lo cuestionaron por completo. Casi todos se burlaban de su forma de trabajar y criticaban que sugiriera que los chimpancés tenían sentimientos y personalidad —quizás porque les cabreaba el hecho de que, aunque ellos también intuían aquello, no habían sido capaces de poder probarlo—. Por otro lado, los eruditos condenaron siempre que Goodall pusiera nombres a los chimpancés en lugar de números —llegaron a acusarla de haber cometido ‘el peor de los pecados etológicos’, el antropomorfismo— y cometiera el sacrilegio de escribir libros sobre ciencia dirigidos al público general.
En 1987, el caricaturista estadounidense Gary Larson llegó a dibujar un cómic en el que aparecían una pareja de chimpancés sentados en una rama. La hembra encontraba un pelo rubio en el hombro del macho y le preguntaba: “¿Sigues investigando con esa mujerzuela de Jane Goodall?”. Aquello molestó bastante al Instituto Jane Goodall, que encontró ofensivo el dibujo y quiso enviar una carta de queja a su distribuidora. Sin embargo, la propia Goodall, que siempre ha demostrado tener un gran sentido del humor, se tomó bien el asunto y les pidió a sus socios que retirasen la queja, al haber encontrado ‘gracioso’ el controvertido dibujo. En una entrevista concedida años después, llegaría a alabar la creatividad de Larson al comparar la conducta de humanos y animales.
Tampoco es que los medios ayudaran demasiado a romper estereotipos tradicionales de género. Algunas publicaciones llegaron a llamar a Goodall ‘la modelo de National Geographic’ y era habitual ver a los responsables de ciertas revistas dedicando más espacio a su rubia melena y sus piernas que a sus importantísimos hallazgos. “Si mis piernas me han ayudado a obtener publicidad para los chimpancés, ha sido útil”, llegó a comentar una vez en tono de broma la propia primatóloga, que en su día fue nombrada comandante del Imperio Británico y en 2003 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica.
Ahora bien, el hecho de que algunos insinuaran que la fama y el resultado de sus estudios se debían a la longitud de sus piernas no ha desmoralizado jamás a la británica. A fin de cuentas, Goodall siempre ha tenido claro que lo verdaderamente importante aquí eran (y son) los animales. Esta es la razón por la que en 1977 decidió fundar el Instituto Jane Goodall, una organización no gubernamental dedicada a la protección del hábitat de los chimpancés, y también el motivo por el cual ha recorrido más de medio mundo para promover la conservación y protección del medio natural.
Si algo resulta indiscutible es que el trabajo de Goodall, mito viviente donde los haya, así como su amor por la vida han inspirado a generaciones de científicos en todo el mundo. Su mensaje ecologista y pacifista sigue calando hondo en todos los que han tenido ocasión de escucharla hablar. No es para menos, desde luego. ¿Qué persona con un mínimo de sentido común y buen gusto podría no admirar a alguien que afirma cosas como: “Podemos tener un mundo pacífico. Podemos avanzar hacia un mundo donde podamos vivir en armonía con la naturaleza, donde vivamos en armonía con los demás. No importa de qué nación provengamos, no importa cuál sea nuestra cultura, no importa qué religión profesemos. Este es el camino hacia el que debemos avanzar”?
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