No son violencias virtuales
Irantzu Varela y el equipo de Pikara Magazine llevan años alertando de que los insultos y amenazas que sufrimos las periodistas feministas allanan el terreno a las agresiones más allá de la pantalla. El tiempo les ha dado la razón por más que algunas nos empeñábamos en quitar hierro a esta violencia incesante.
En el año 2011 recibí los primeros insultos y amenazas a través de internet, como portavoz de SOS Racismo Bizkaia y como bloguera feminista. Desde entonces, cuando me han pasado cosas como que un tuitero me etiquete en una foto de una pistola, mi cuerpo se ha puesto duro como una piedra pero yo me he repetido a mí misma que esa amenaza es virtual, que estoy a salvo.
No soy experta en psicología, pero me imagino que normalizar y/o jerarquizar la violencia es un mecanismo de protección. Vivía en Centroamérica cuando tuvimos que enfrentarnos a las primeras campañas digitales de acoso contra Pikara Magazine. Me repetí el mantra de que las feministas y periodistas europeas no vemos nuestra integridad física en riesgo. Es cierto, pero no fue una actitud correcta porque, cuando colaboradoras como Brigitte Vasallo, Alicia Murillo, Silvia Agüero Fernández o Irantzu Varela han recibido aluviones de ataques, no les he prestado la atención que merecen. Di por hecho que tenían esa misma coraza que yo me había construido.
Afortunadamente, las preguntas lanzadas por Andrea Momoitio y Anita Botwin en un artículo en la revista Ctxt me convencieron: Cuando apagan el ordenador, ¿a quién tratan así esos mal llamados machitroles? ¿Quiénes son las mujeres muertas que aparecen en las fotos que nos envían para intimidarnos? ¿Cómo nos afectan el miedo, el enfado y la impotencia que se van sedimentando dentro de nosotras cuando recibimos esos tuits? ¿Cómo afecta a nuestra libertad de expresión y a nuestra participación en la vida pública?
En cualquier caso, mi tendencia a relativizar es terca y, la primera vez que aparecieron pintadas misóginas y fascistas en la redacción que comparten Pikara Magazine y Faktoria Lila, también caí en la tentación de minimizar los ataques para mis adentros. Mi primera reacción fue decirme que esto no era una violación seria a la libertad de prensa sino una gamberrada de cuatro mocosos. Claro que entonces yo estaba de permiso de maternidad y ahora sigo teletrabajando. No he sido yo quien se ha encontrado con las pintadas a primera hora de la mañana, con legañas en los ojos; no he sido yo quien ha tenido que volver a limpiar los cristales por enésima vez ni quien se ha enfrentado al miedo de quedarse sola trabajando en la redacción.
Lo reconozco, y no estoy orgullosa de ello: me ha costado demasiado asumir lo que tanto Pikara como Irantzu Varela han advertido reiteradamente: que las violencias online no son virtuales y que allanan el terreno a la violencia física.
En 2019, Maite Asensio le preguntó en una entrevista en Berria a Varela si temía que las pintadas fueran la antesala a un ataque físico directo. Así ha sido. Un vecino le ha propinado cuatro puñetazos entre insultos lesbófobos y machistas. Irantzu contó en Twitter que el agresor es funcionario del Ayuntamiento de Basauri y, en esa misma red social, el Ayuntamiento de Basauri se ha mostrado más preocupado por la reputación de la institución y del trabajador que ha relevado al agresor, recién jubilado, que por el delito de odio denunciado por una periodista feminista.
Y aún así, no me sacudo la maldita tendencia a quitar hierro. Cuando Cristina Fallarás me propuso firmar el manifiesto “Es una tortura”, no dudé en sumarme a esta iniciativa de apoyo a Irantzu (y a todas nosotras), pero me dije una vez más: ¿Tortura? Qué exageración, ¿no? Qué banalización incluso.
El manifiesto responde citando la definición del DRAE:
1. f. Grave dolor físico o psicológico infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como medio de CASTIGO.
Sus autoras dicen que a las mujeres que, por razones profesionales o activistas, tienen una presencia pública constante, este goteo (a veces chaparrón) de insultos, amenazas y agresiones de todo tipo llegan a hacer la vida insoportable. Pues sí, es una tortura.
Las compañeras de Pikara Magazine y la propia Irantzu han dicho una y otra vez que no están asustadas, pero que están muy cansadas. Cansadas por las agresiones pero también por la falta de disposición, de formación y de conciencia social para frenar esta violencia. Cansadas de que hasta alguien como yo piense demasiado a menudo que no es para tanto.
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