La jaula dorada de ‘Pequeños fuegos por todas partes’
Interseccionalidad, clasismo, aporofobia, racismo, gestación subrogada, maternidades marcadas por las leyes de inmigración de los Estados Unidos son columna vertebral de la novela 'Pequeños fuegos por todas partes' que se cuenta desde el punto de vista de mujeres muy distintas.
Años 90 en Shaker Heights, población de Ohio en la que creció la autora, la estadounidense de raíces chinas Celeste Ng. Su novela, Pequeños fuegos por todas partes, comienza con el incendio de la casa de una de las familias protagonistas, la de la ejemplar Elena Richardson. Periodista, blanca, de clase alta, impoluta madre de dos hijos y dos hijas y esposa ejemplar. Richardson es la encarnación viva de la estética y la ética de su comunidad. Su casa, un emblema en movimiento gracias a las llamas. Un orden inmaculado, protagonista principal de la trama, que se desmorona ya en las primeras páginas:
En Shaker Heights estaba todo planeado […] De hecho su lema era “La mayoría de las comunidades surgen espontáneamente: las mejores se proyectan”. Según esta filosofía, todo se podía y -debía- planear, evitando así lo feo, lo desagradable, lo calamitoso.
Tan planeado que los dúplex de uno de los barrios están diseñados para no parecerlo.
En todos los inmuebles de Winslow Road vivían dos familias; pero, vistos desde fuera, parecían destinados a una sola. Los edificios se habían proyectado así a propósito: se trataba de evitar a los inquilinos el estigma social que suponía vivir en un dúplex (o sea, vivir de alquiler en vez de tener una vivienda en propiedad).
Sin embargo, para la familia monomarental recién llegada al barrio -la artista Mia Warren y su hija adolescente, Pearl- vivir con lo justo no solo no parece suponerle un estigma sino que ambas parecen haber hecho del no quedarse en ningún sitio una forma de vida que no sigue autoridad ni molde preestablecido. Frente a los cimientos fijos, el constante cambio y un desprecio no disimulado hacia las normas sociales de la “aristocracia” burguesa y blanca estadounidense marcan la actitud de Mia. Esta alquila el dúplex a Elena dejando claro que el único pago que hará al respecto será lo abonado por el edificio.
Su actitud choca con el asistencialismo como marco teórico de la Richardson que, más o menos de forma consciente, espera un agradecimiento servilista que la artista no le otorga. No la puede comprar y eso trastoca sus cimientos y la llevará a un viaje a las profundidades de su alma ¿Por qué Mia le supone una amenaza?
Elena intenta encajar a Mia en sus estereotipo de “persona pobre” y nada más que eso. No conoció nunca a una mujer como ella, una fotógrafa que le asegura que solo puede retratar a la gente como son realmente, no como ellas mismas se ven. Elena no encuentra en la artista un espejo que reafirme su mentira. A la fotógrafa, tal y como ella afirma, “no le interesan las reproducciones”.
La trama detalla magistralmente a las personas a través de la descripción del urbanismo y los espacios que habitan y hablan por ellas. Un cotidiano que enfrenta a esos dos mundos representados por dos mujeres, dos maternidades distintas, dos casas, dos formas de vivir el pasado y el presente y de enfocar el futuro a través de su descendencia.
Cosmovisiones acostumbradas a mirarse de lejos y separadas por las claras fronteras del sistema de clase y que, al habitar un mismo espacio-tiempo, conforman una metáfora de las políticas que se nombran bajo el término “integración”. Todo está bien siempre y cuando no desentones con el entorno-sistema.
Interseccionalidad, clasismo, aporofobia, racismo, gestación subrogada, maternidades marcadas por las leyes de inmigración de los Estados Unidos son columna vertebral de una obra que se cuenta desde el punto de vista de mujeres muy distintas. Sin embargo, al contrario de la serie del mismo nombre de la novela donde el conflicto racial está más presente [a diferencia de la serie donde Mia y su hija son mujeres afrodescendientes, en la obra escrita esto no es así y la intersección clase-género-raza se incluye más en la trama de la adopción; por otra parte, la serie ahondará también en la cuestión de la diversidad sexual, cosa que no ocurre en la novela], en el libro este se centra en la disputa y el proceso judicial que determinará quién ejercerá la maternidad de una niña, hija de madre migrante de orígenes chinos, después de que una familia rica del barrio hubiera realizado la adopción.
Pequeños fuegos por todas partes se abre en canal al debate sobre los procesos de adopción: ¿quiénes y qué circunstancias los rodean? ¿Cuál es la situación de las familias monomarentales que sufren varios ejes de opresión? ¿Qué ocurre cuando los argumentos en estos procesos se centran en el futuro de las infancias dejando de lado el presente y la vida de mujeres y maternidades a las que se vulnerabiliza y se infantiliza por sistema?
De otro lado, la novela también indaga en las múltiples formas de vivenciar la identidad hija. A través de la mirada de la joven Pearl nos adentramos en ese universo de clase alta desde una adolescencia deslumbrada por los deseos que en ella inserta el sistema hegemónico, al que solo se le permite acceder desde el paternalismo que se le impone y la explotación de sus vivencias:
Esa seguridad en uno mismo la tenían hasta los más jóvenes de la familia (cuenta Pearl) […] Qué bellos que parecían, incluso recién levantados: una belleza natural, sin artificios [..] También le fascinaba la señora Richardson. Si la hubiese visto en una serie de televisión, le habría parecido tan irreal como la señora Brady o la señora Keaton. Pero estaba allí, delante de Pearl, y siempre le decía cosas amables: “Qué bonita es esa falda, Pearl” o “Qué collar más bonito. ¿Has sacado las mejores notas? Qué inteligente eres. Ese color te favorece. Qué bien llevas el pelo hoy. Oh, no seas tonta; llámame Elena; insisto en que me llames Elena”.
Mujeres con muy pocos privilegios luchando porque sus hijas no se deslumbren por los brillos de clases que las desprecian y que les impone el deseo de parecerse a ellas. Luchando también porque la mentira del meritocracia no vuelva a sus hijas contra ellas. Madres privilegiadas de apariencia impecable ocupadas en que a sus hijas no se les ocurra salirse del tiesto de la apariencia.
La novela nos hace bucear bien adentro en aquellas maternidades que lucen siempre ordenadas, sin el desaliño de aquellas que no tuvieron las mismas oportunidades y que nos costó ver y apreciar hasta que no empezamos a ver en ellas, además de madres, a mujeres supervivientes.
El libro cuestiona el estereotipo de revista de la buena madre y escenifica qué significa ser una mujer, blanca y de clase alta usando sus privilegios. Nos dice que, detrás del concepto de mala madre, descansa mucha violencia estructural contras las mujeres a las que se les señala bajo ese apelativo. Nos otorga además una mirada distinta en la que seguir las normas sociales y habitar las oportunidades no es sinónimo a llevar vidas plenas y encendidas.
Por último, y de manera estructural, la obra nos recuerda que podemos pasar la vida construyendo paredes y hogares definitivos pero que lo único seguro es la tormenta que vendrá a agitarnos siempre que decidamos habitar una muerte anticipada.
Al comienzo del libro, una dedicatoria a aquellas persona que aparecen en nuestro horizonte para recordárnoslo: “Para quienes siguen su propio camino, encendiendo pequeños fuegos”.
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