¿Y qué pasa con las transmasculinidades a todo esto?

¿Y qué pasa con las transmasculinidades a todo esto?

Estas líneas son un grito desesperado de desahogo por demasiada mierda acumulada y muchas malas noticias que se terminan encadenando. Pido disculpas de antemano por un tono pesimista que no me gusta adoptar. Me gustaría que estas reflexiones complejizaran los debates actuales en los entornos feministas para que no se olvidaran realidades trans masculinas.

30/12/2020

Ilustración de Nac Bremón.

Desde que empecé mi transición me intenté suicidar cuatro veces en un año. En una ocasión, casi lo consigo. Dos personas trans masculinas de mi círculo cercano lo hicieron y, otras tantas han terminado liándola muchísimo por su desesperación. He perdido la cuenta de cuántas están en un hospital psiquiátrico o con la camisa química; de cuántas han perdido sus empleos o han tenido que volver a casa de sus padres (y en ocasiones hasta al armario); y de cuántas se mudaron de ciudades o incluso de países. Esta transfobia, la dolorosa, la que no te esperas, no me vino de ninguna TERF (Trans-Exclusionary Radical Feminist) porque siempre mantuve distancias con ellas. He vivido exclusiones de entornos trans, LGTB y espacios feministas supuestamente inclusivos. Un ostracismo de tal magnitud que, dicho sea de paso, jamás he visto en espacios activistas ante ningún hombre cis, ni siquiera ante los más agresores y machistas.

¿Cómo es posible haber llegado a un punto donde nuestra propia gente nos echa de los espacios que contribuimos, junto con otros sectores, a crear?

Hay un mito muy extendido: que las TERF aceptarían antes a una persona trans masculina que a una persona trans femenina en sus espacios. Si bien no cabe duda que es la no-mixticidad biologicista lo que proponen siempre, creo que estamos perdiendo un poco el norte pensando que la no-mixticidad de un espacio representa de manera fiel lo que está dentro y fuera del mismo. Por poner un ejemplo muy común, un espacio (el que sea) puede estar abierto a las personas de clase obrera o precarizada, pero luego te pueden excluir sutilmente a través de comentarios denigrantes o con precios de actividades que no te puedes permitir.

Bueno, pues algo así pasaría con la vertiente TERF: una feminista transexcluyente te acepta si eres transmasculino, pero con condiciones. A poder ser, que no te hormones ni te operes, ni hagas cosas raras. Esto es, con la condición de no forzarla a ella a salir de una zona de confort más allá de los pronombres y de los nombres, que confundirá igualmente. La feminista transexcluyente tiene condición de monjita de la caridad, de psicoanalista que se ha metido más en vena a Julia Kristeva que a cualquier lesbiana radical que se precie. Julia Kristeva es una psicoanalista post-freudiana, uno de los iconos del feminismo de la diferencia en Francia. Una de las autoras a las cuales responde Butler en El género en disputa.

Las feministas transexcluyentes son maternalistas y si no pudieran agacharse a tirarle de los carrillos al chavalín trans de turno, se irían de adopción transnacional a la India. El caso es ser maternalistas con alguien. En muchos casos, hasta reivindican el autoritarismo de ese ‘estado materno’ que, por supuesto es bien blanco y heterosexual, sin marikonadas ni bollerías. Dicho de otro modo, estas feministas nos tratan a los transmasculinos de loquitas, y ya sabemos lo que hacen los feminismos hegemónicos con las loquitas: encerrarlas si no se muestran dóciles. Sin ir más lejos, Monique Wittig murió de ascopena en Estados Unidos tras ser apestada por las feministas materialistas francesas (Beauvoir a la cabeza, ojo) lo que le condujo a una fuerte depresión. Es por esto que actualmente las TERF, además de acosar de manera diaria en redes sociales a mujeres trans visibles, también acosan a personas trans masculinas visibles o personas que se reivindican queers. Tal es el caso de Paul Preciado, Judith Butler, Pat Califia o Sam Bourcier. Las calumnias no varían demasiado: pederastia, proxenetismo, misoginia y tutti quanti.

Ahora bien, cabe preguntarse ahora, ¿es el feminismo transexcluyente el único movimiento que tiene el monopolio de esos acosos a personas trans masculinas? ¿Son las feministas TERF el único movimiento social que la gozaría si viera a todas las personas transmasculinas encerradas (en armarios, cárceles, psiquiátricos, hospitales) o hay otros movimientos sociales con ese mismo deseo?

Tecnocracia de género

Identidad, identidad, identidad. Una buena parte de los análisis LGTBI actuales dan prioridad a la auto-percepción. Si bien habrá quien hable de la identidad como el resultado de una “interacción” entre lo social y lo cognitivo, quienes estamos de vuelta y media con la hegemonía de las neurociencias y de las ciencias cognitivas en todos los saraos ya sabemos de qué va esto. A veces incluso da la impresión de que estas lecturas acrecientan más todavía el dualismo entre sexo (verdad genital) y género (verdad psicológica), donde el resto de aspectos (para mi gusto, importantísimos) quedan fuera, como son el cuerpo no genitalizado, la performatividad o las prácticas sexuales y afectivas. Paul Preciado en Testo Yonki (2008) avanza la idea del dualismo entre sexo y género para describir la producción de identidades en el régimen fármacopornográfico, pero no para hablar de la asimilación de las identidades trans: debido al contexto histórico (la asimilación en 2008 era menos bestia que ahora) pero quizás también a un halo de ingenuidad.

Hay quien, para hablar de estas dinámicas, usa términos como homonacionalismo (Jasbir Puar), o femonacionalismo (Sara R. Farris). Me gustaría hablar de ambas dinámicas bajo el término de “tecnocracia de género” que debemos a Mujeres Creando y especialmente a María Galindo. ¿Por qué? Porque las personas trans de hoy día (sobre todo las de mi edad) somos frías, cuadriculadas, tecnócratas. Experimentamos poco, bien poco. Hacemos menos arte, menos cine, menos escritura, menos música, menos post-porno, menos autogestión, menos cuidados. Decimos que somos trans porque poco más tenemos que decir. Todos nuestros esfuerzos están enfocados a sonar inteligibles para las personas heterosexuales burguesas, para los abogados, para los partidos políticos, para quienes escriben las leyes, para las transexcluyentes. Es así como ser trans (o ser bollera o ser marika) está ya lejos de las experimentaciones auto-cobaya que reclaman nuestros viejos. Ser transmaribollo está ya lejos de ser un camino propio e imposible de traducir a una lengua viva. Esas experiencias se van traduciendo a géneros binarios, cerrados, a roles occidentales. A cada cual su género, sus pronombres y su falta de dudas. En este prisma totalitario, las experiencias trans masculinas son leídas como de hombres hegemónicos, que habrían empezado a ser hombres, si se tercia, en el feto, pues su género sería una verdad fija e inmutable.

Quien dio la explicación hizo la trampa

Para justificar que un hombre trans es un hombre al mismo nivel estructural que un hombre cis, primero tendré que asumir el dispositivo TERF: que las agresiones de mujeres o intragénero no existen (o que no interesan) y que si una persona agrede es porque, en el fondo, es un maromo, pasándome por el arco del triunfo otros ejes de opresión. Segundo, tendré que mencionar los “pecados” de cada persona transmasculina que conozca, los trapos sucios pre y post transición, para argumentar que determinada conducta chunga (pero no tan chunga si la hace un hombre cishetero) entonces es un señor. Ahora bien, tampoco de cualquier manera, a poder ser en términos hipersexualizantes, patologizantes, racistas y capacitistas… Términos que jamás se usarían con un hombre cis, blanco y heterosexual. El más clásico: “Las TERFs no tienen razón porque yo conozco un hombre con coño que es agresor”. En fin, no solo no se invalida el dispositivo de las TERFs, sino que se refuerza, además de la bajeza de hablar de alguien en función a sus supuestos genitales (y su supuesto género). La bajeza de atribuir desviaciones psicológicas o conductas anti-sociales a aquellas masculinidades que no son encarnadas por hombres.

Es aquí donde, desde ciertos discursos del activismo trans elegétebé (y de aquellos feminismos que los suscriben), se prepara un terreno para la exclusión de las personas transmasculinas que ya está dando sus frutos. ¿Cómo es posible que nuestra propia gente nos cuelgue de la chepa etiquetas dignas de un redactor del DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), del más reaccionario de los psicoanalistas? Todo por las sillas, por las malditas sillas, sean en un género, en un partido político, en una asamblea o en una zona de confort. Vaya, que les unes por les otres, las personas transmasculinas no tenemos ya entorno al que ir: las TERF nos excluyen de toda la vida por locAs, ahora las políticas LGTB por locOs y, mientras el transfeminismo, apagándose.

“No lo compares, no me compares”

Ninguna persona trans masculina debería identificarse como hombre. Y ya sé que a la tercera jarra, hermanes, ninguno lo hacéis ni lo hacemos, ni siquiera el más stealth [sigilo en inglés, persona trans que vive la mayor parte de su tiempo como el género binario opuesto al asignado al nacer, y que no menciona su transición públicamente (o muy poco). En este caso, una persona trans masculina que vive la mayor parte de su tiempo como hombre]. Y no pienso que esto se deba a nuestra asignación mujer al nacer, pues algo semejante podría decir de los marikas asignadxs hombre (incluso de los más normativos). Creo que se debe más bien a nuestro gusto por estar fuera de las normas patriarcales.

Hay que dejar de estar a por uvas, hermanes. Tenemos que alzar la voz, defender nuestras vivencias, no intentar simplificarlas. Hay que marear la perdiz, no buscar la visibilidad por la visibilidad. Tenemos decir cómo se está sometiendo al ostracismo a personas trans masculinas (sobre todo a aquellas de clases populares, rurales o racializadas) en nuestros espacios, porque esto cada vez se parece más a los “secretos de familia” o a cuando nos callábamos si nos hacían bullying.

Seguramente haya gente que esté peor, no me cabe duda, pero tampoco me cabe duda de que, si nos atacan a nosotros, también atacarán a otra gente que no se adhiera al binarismo de género o a las normas. Si nos atacan a nosotrxs, habrá quien despierte al/la policía que lleva dentro. Así que yo no voy a poner la otra mejilla. Los deseos monjiles, el cristianismo de “qué bien se vive con poco, fíjate lo mal que están en otros sitios”, se lo dejo al feminismo blanco que disfraza su inclusividad de caridad. No quiero que nos den migajas, cuatro papeluchos, mientras luego nos excluyen socialmente. Y no solo quiero que paren estos suicidios sociales: quiero que lo tengamos todo. Larga vida al transfeminismo, por diez años más.

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