Frente a la fuerza, cuidados

Frente a la fuerza, cuidados

Activistas en salud mental denuncian las prácticas coercitivas extendidas ante las crisis de sufrimiento psíquico y proponen otras alternativas a la hospitalización centradas en el acompañamiento, el apoyo mutuo y el protagonismo de las personas con sufrimiento psíquico.

13/01/2021
Ilustración: Carol Caicedo

Ilustración: Carol Caicedo

“La vulneración de derechos humanos se da en todas las plantas psiquiátricas del Estado español —las palabras de María P., integrante del Orgullo Loco Madrid, son claras—. Dicen que hacen contenciones mecánicas en Psiquiatría para que las personas no se hagan daño a ellas mismas o a otras; lo que no dicen es que esta práctica es una salvajada y crea un trauma”, afirma. “Además lo hacen de forma continua: que no te quieras tomar la medicación o tengas un conflicto con alguien puede ser motivo suficiente”. Orgullo Loco es una agrupación de individualidades y colectivos, con ramificaciones en varias regiones del Estado, que denuncian las violencias del sistema de atención en salud mental y organizan cada 20 de mayo un día de reivindicación y visibilización. El activismo en salud mental protagonizado por personas con sufrimiento psíquico se moviliza más que nunca. Se muestra contrario a una serie de prácticas ejercidas desde el sistema de salud mental, como la contención mecánica, y critica los procedimientos del ingreso involuntario o el aislamiento durante la hospitalización.

“El problema de la psiquiatría es que muchas veces te dan un diagnóstico sin haberte hecho ni siquiera un análisis de sangre —añade María—. “Una vez que tienes una ‘etiqueta’, el personal médico siempre va a llevar por ese camino cualquier cosa que te pase”. El caso de Andreas, de 26 años, que murió después de permanecer 75 horas atada en la unidad psiquiátrica del Hospital Central de Asturias, ilustra con precisión lo que cuenta esta activista. La joven ingresó con una meningitis aguda, pero los antecedentes psiquiátricos familiares condicionaron el diagnóstico. No se trata de un caso puntual. Aunque sin llegar a estas consecuencias tan extremas, la malinterpretación de los síntomas físicos de quienes han tenido algún vínculo con psiquiatría no es algo nuevo. “A mí me ha pasado: no me han dado la atención que me tendrían que dar en Urgencias al llegar con un dolor de abdomen, me hicieron un análisis y punto; en el informe indicaron ‘paciente con diagnóstico psiquiátrico acude por dolor en el abdomen, le hemos dado el alta’. A los dos meses tuve que entrar en quirófano por una hernia”. Lo cuenta Sthela Valenzuela, de InsPIRADAS, un colectivo de salud mental de mujeres “en primera persona” a las que les parece imprescindible la perspectiva feminista en este ámbito. Todas ellas tienen un denominador común: han sufrido violencia o abusos a lo largo de su vida por ser mujeres. “A cada una el malestar le ha salido de una forma distinta: trastornos alimenticios, escucha de voces, picos depresivos”, comenta. Sthela considera que hay un sesgo de género en el tratamiento de la salud mental. “Nuestros malestares se suelen psicologizar”, explica. Eso mismo opina María P.: “Si te sales de los cánones de feminidad, te conviertes en ‘loca’”. Apunta que en los ingresos hospitalarios existen diferencias: “Se hacen penalizaciones con casi todo, pero en nosotras ven peor que seamos agresivas; en realidad sucede con cualquier comportamiento que no encaje tanto como consideran en el rol de mujer”.

En este punto, género, violencia y salud mental forman una intersección que se debe tener en cuenta. En un estudio publicado  por la Federación de Euskadi de asociaciones y personas con enfermedad mental (Fedeafes) se revelaba la presencia de violencia en el ámbito familiar y/o de pareja en tres de cada cuatro mujeres con algún tipo de “trastorno” mental grave. “El propio concepto de enfermedad mental, sin una mirada crítica, puede ser toda una cárcel para las mujeres. Una cárcel para todas esas mujeres con malestares que no saben denominar, que no pueden con la sobrecarga impuesta y que se llevan del sistema un diagnóstico, una etiqueta, a partir de la cual ser identificadas para siempre, empastilladas muchas veces, calladas en su mayor parte”, explica Ianire Estébanez, psicóloga feminista. Ella ha abordado en artículos y ponencias estas relaciones entre vivencias de género, violencias y salud mental. “No se puede atender a las personas como enfermedades, desde un criterio externo, una etiqueta compartimentada, algo impuesto desde arriba, donde impera la norma, la estadística y la ciencia, pero que intenta acallar las quejas, las sintomatologías y los malestares, para que parezca que estos no existen o están resueltos”, añade.

Cristina Polo, psiquiatra y responsable de los servicios de salud mental de Hortaleza  (Madrid), considera que cualquier tipo de intervención en salud debería incluir el contexto social y tener en cuenta el machismo imperante. “Los mandatos de género que atraviesan a profesionales, investigadores, investigadoras y personas que consultan influyen en la conceptualización diagnóstica, en el tipo de investigación que se realiza, en cómo se presentan los problemas de salud, las respuestas terapéuticas y los planes de salud que se diseñan desde las administraciones”. Un sesgo importante en las actuaciones consiste, según explica, en infravalorar los factores sociales que están detrás del origen de muchas de las denominadas ”enfermedades”.

Apoyo mutuo

Frente a la psiquiatría tradicional, los nuevos movimientos y agrupaciones se basan en una idea central: el protagonismo en salud mental deben ocuparlo las personas que han vivido episodios de sufrimiento psíquico. Por eso muchos colectivos y activistas se nombran “en primera persona”. Este cambio de paradigma implica transformaciones fundamentales: desde una reapropiación del lenguaje, como reivindicar el término “loca” o hablar de sufrimiento psíquico o diversidad en lugar de enfermedad mental, hasta la puesta en marcha de distintos recursos y herramientas alejados del sistema psiquiátrico.

Los Grupos de Apoyo Mutuo (GAM) son espacios alternativos formados por personas que han pasado por algún proceso psiquiátrico. Los encuentros no están guiados por terapeutas. Aunque en ciudades más grandes como Madrid o Barcelona los grupos son más numerosos, también han empezado a caminar en otros territorios. El GAMMA (Grupo de Apoyo Mutuo y Movilización de Albacete) surgió hace un año y mantiene un posicionamiento “crítico” frente al sistema de salud mental. “Vemos el ámbito psiquiátrico y psicológico como una estructura de poder que ejerce violencias sobre nuestros cuerpos”, explica María, perteneciente a la rama de movilización del colectivo. El objetivo del GAMMA es evidenciar esas violencias “para que se reduzcan”. Aunque el grupo es pequeño, se apoyan de forma permanente. “Tratamos de que, si alguien se ve en un momento duro, se puedan llamar entre los miembros del GAM”, explica. Constituirse como un apoyo entre pares, ese es el objetivo. Algo que el dispositivo de atención médica, hasta el momento, no les ofrece. Aunque ella no ha experimentado un ingreso involuntario, considera que esa actuación es contraproducente: “Cuando más vulnerable estás, lo último que necesitas es que lleguen cuatro polis a casa a hospitalizarte. Necesitas cuidados. La manera en que se comporta el sistema médico es bestial”.

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Voluntades anticipadas

Las ramas del apoyo mutuo se expanden entre los nuevos discursos. Irene H. Arquero es activista y formadora en salud mental en primera persona. Fue una de las fundadoras de Flipas GAM, un colectivo del que ha formado parte durante tres años. Actualmente, y con cierta frecuencia, imparte un taller sobre saberes profanos y alternativas a la psiquiatrización. En él habla, entre otras cuestiones, de etiquetas, de la relación entre sufrimiento psíquico y trauma, y de tener el control de las propias experiencias. Pero hace hincapié también en un recurso poco conocido en salud mental: las voluntades anticipadas. “Es una alternativa porque antes de llegar a un momento crítico has hablado con la gente con la que cuentas y has estipulado qué hacer; además, especificas punto por punto lo que necesitas. En caso de querer ingresar especificas dónde, quién quieres que te acompañe; y, si no quieres ingresar, señalas dónde te podrías quedar, con quién o qué cuidados te gustaría recibir”, detalla.

Se trata de un documento muy completo donde la persona psiquiatrizada elabora un plan de acción en caso de tener una crisis. Contempla múltiples aspectos de interés, como algunos signos para que otras personas sepan que tienen que hacerse cargo del cuidado, qué apoyos necesita quien ha elaborado el plan y en qué momentos, la medicación que está tomando, qué alternativas a estar en un hospital prefiere, qué cosas pueden hacer otras personas del entorno para reducir los síntomas o cómo pueden saber que la situación ya está controlada. En febrero de 2019, el grupo de Unidas Podemos  presentó en el Congreso un Proyecto de Ley Estatal de Salud Mental —iniciativa interrumpida por el adelanto electoral— donde, entre otros puntos, se solicitaba que el historial clínico de las personas que hayan acudido a este servicio incluya el documento de voluntades anticipadas, un gran desconocido entre el personal médico y enfermero.

Casas de crisis

“Sería estupendo crear una estructura grande que sea una alternativa real al sistema psiquiátrico”, indica María, de GAMMA. Aunque parezca muy lejano, lo cierto es que este tipo de dispositivos ya operan en otros países. En Alemania, Berlin Runaway House funciona desde hace ya varios años. Según figura en su página oficial, se trata de un “centro de crisis antipsiquiátrico para personas sin hogar”. Quienes residen aquí tienen la oportunidad de vivir su crisis sin tratamiento psiquiátrico y retirarse gradualmente de los medicamentos con apoyo y asesoramiento intensivo. En Estados Unidos también están en marcha desde hace años los peer respite centre (hogares de respiro entre iguales) , lugares donde se proporciona un apoyo de crisis no clínico basado en la comunidad. Funcionan las 24 horas del día y todas las personas que prestan apoyo en ellos han vivido experiencias extremas en el sistema de salud mental.

Aunque existen algunas otras iniciativas extendidas a lo largo del planeta, una de las que más interés despierta es la casa de crisis de Drayton Park en Londres, una alternativa a la hospitalización psiquiátrica tradicional que funciona desde 1995. En ella ingresan de forma voluntaria las mujeres que tienen una crisis de sufrimiento psíquico; a veces lo hacen solas, otras acompañadas de sus hijas o hijos. Su peculiaridad es que forma parte del NHS, el sistema público de salud de Reino Unido, y otro punto relevante es que se trata un espacio gestionado por y para mujeres.

“Tenemos más posibilidades de sufrir violencia, tanto en la infancia como en la edad adulta”. Shirley McNicholas es la fundadora de Drayton Park. Durante el XI Congreso de la Asociación Madrileña de Salud Mental, contó algunos puntos esenciales del proyecto: “Me interesó una iniciativa así porque a mi alrededor muchas mujeres habían sufrido abusos sexuales, violaciones o violencia por parte de sus parejas; necesitábamos un recurso específico”. Las mujeres pueden pasar en el espacio de una a cuatro semanas, hay sesiones de terapia tres veces al día y los psicofármacos están relegados a un segundo plano. “Somos contrarias a los medicamentos y pensamos que con este tipo de intervenciones en salud mental se necesitan aún menos. Creemos que anulan los sentimientos”, apuntaba McNicholas. “Lógicamente si alguien acude con una psicosis y necesita psicofármacos, no le vamos a decir que los deje, pero la idea es que se vaya reduciendo la dosis”, aclara.

Otra iniciativa, aún en proceso de gestación, es la Casa Polar. El objetivo es también que se componga de personas que hayan vivido en primera persona experiencias dentro del sistema de salud mental público. Abrirá sus puertas en Cataluña, aunque en una fecha aún por determinar, “lo antes posible”, como indica su propulsora, Verónica González Moreno. “La idea viene de una necesidad personal, a raíz de una experiencia dolorosa que me hace plantearme buscar un manera diferente de vivir y, si tengo que experimentar otra situación de crisis, intentar hacerlo de manera diferente a la que he sido expuesta en una internación psiquiátrica en una unidad de agudos, con un tipo de atención y de acompañamiento más amables”, explica. El grupo de trabajo se reúne semanalmente. Ahora, solo falta aclarar la parte económica: “Hay que mirar muy bien de dónde sale el dinero que vamos a coger”, indica Verónica.

Ante la uniformidad de diagnósticos y protocolos, estas otras formas de abordar la salud mental se presentan como un recorrido nuevo, quizá más desconocido pero con todas las posibilidades por delante.

Este texto se publicó en el número 7 de #PikaraEnPapel


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